«Donde nací no a la vida sino al amor»

Heminia Uroz, alcaldesa de Nacimiento (Almería) me invita a dar el pregón de las Fiestas en el pueblo de mi madre

«Hay razones del corazón que la razón no entiende». Creo de lo dijo Pascal. A mi me ha pasado este fin de semana -un golpe de nostalgia- al regresar al pueblo donde fui tan feliz. En Nacimiento (Almería) pasé muchas vacaciones de mi infancia y adolescencia. Al regresar, al cabo de tantos años, me han brotado hermosos recuerdos que me han hecho feliz… por unos días… seguidos. ¡Qué más se puede pedir! He pronunciado un pregón sentimental con palabras que salen del corazón más que del cerebro. Y he abrazado a viejos amigos y parientes. Gracias, vecinos de Nacimiento. Gracias, alcaldesa. 

Con mis queridos primos Mati Bretones y Paco Escribano, que me acogieron en su casa de Nacimiento.

Varios vecinos me ha pedido copia del pregón. Con lo presumido que soy, no voy a privarles de ese texto. Ahí va:

Pregón de las Fiestas de Verano de Nacimiento de 2025

 (8 de agosto 2025, 24:00 h. en la Plaza)

por José A. Martínez Soler

Ilma. Sra. alcaldesa, señores concejales, queridos parientes y amigos, vecinas y vecinos del pueblo donde, como diría Machado, “nací, no a la vida sino al amor”, en las orillas del río Nacimiento.

Queridos paisanos de Nacimiento:

(No saludo a los forasteros porque ya se sabe que nadie es forastero en Nacimiento. En cuanto llegan, ya son de aquí. Tal es la hospitalidad y la generosidad de esta tierra.

Buenas noches a todas y a todos.

Tengo hoy el placer y el honor de ejercer el viejo oficio de pregonero, para transmitiros un feliz encargo que me han hecho la alcaldesa, Herminia Uroz Iglesias, y los concejales del Ayuntamiento. Como dice muy bien la alcaldesa, “estas fiestas son una oportunidad más para recordar y honrar nuestras raíces”. Y eso es lo que voy a hacer.

Les agradezco mucho que se hayan acordado de mí, siendo yo un hijo pródigo que ha pasado tantos años fuera de Nacimiento.

Por tanto, por orden de la señora alcaldesa hago saber a los vecinos y amigos de este rincón tan seductor, con nombre de río y de alumbramiento, situado entre el parque natural de Sierra Nevada y la alpujarra almeriense, la obligación que tenemos todos de participar con alegría en las Fiestas de Verano de Nacimiento, cuyas maravillas tengo el honor y el placer de pregonar hoy.

La verdad es que yo soy de aquí, en un 50 por ciento. Procedo de los “Maúros” de Nacimiento. Mi otra mitad viene de los “Camarillas” de Tabernas.)

Os diré que a mis padres les separaba el agua. Habían nacido a pocos kilómetros de distancia. Sin embargo, procedían de mundos muy distintos. Mi padre era de secano. Mi madre, de regadío. Él, de Tabernas, un desierto al pie de la Sierra de los Filabres. Ella, de Nacimiento, una vega alpujarreña, en el extremo oriental de Sierra Nevada. El agua, escasa o abundante, marcaba el carácter y los sueños de ambos.

Mis recuerdos infantiles de las vacaciones en Nacimiento están ligados, inevitablemente, al río que lleva el mismo nombre que el pueblo y desemboca en el Andarax. Era nuestra principal diversión. Siempre llevaba agua. Mucha o poca. ¡Qué impresión me ha causado hoy verlo sin agua! Nunca antes lo había visto tan seco. Los niños hacíamos barquitos con las hojas del cañaveral. Con palo mayor y vela vegetal. Navegaban por los meandros del río. Nosotros seguíamos su rumbo corriendo hacia el Molino.

De vez en cuando, brotaba un chorro de agua que nacía allí mismo, en el Acebuche, en la Jaquetilla o en el Mojón, en una u otra orilla, en una fuente casi espontánea, o nos llegaba como descarte de una acequia. Animaba el caudal principal y aceleraba la travesía de nuestros navíos. A menudo, cargábamos nuestros barcos con pasajeros condenados a muerte: hormigas, saltamontes sin patas, moscas sin alas. ¡Qué crueldad!, ahora que lo pienso.

En esos ocho hermosos caños llenaba yo los cántaros para la casa de la madre Julia.

Cuando llovía torrencialmente en la sierra, salía el río. De cerro en cerro, avisaban con un cuerno (como el shofar judío) o una caracola para dar tiempo a retirar del cauce a las bestias, los carros y los aperos de labranza. Dos veces lo vi salir. En septiembre, por San Miguel, antes del volver al colegio. Era imponente. Toneladas de agua roja, terrosa y sucia bajaban a gran velocidad. Con una fuerza implacable, arrastraba y arrasaba troncos, ramas, animales y todo lo que pillara en su cauce. Lo raro es que, a la orilla de aquel río salvaje, lucía el Sol. La tormenta caía en la sierra.

Me contaron que, entre el desagüe de la fuente y el Molino, se salvó un hombre agarrado, a vida o muerte, al tronco de un gran árbol caído. La corriente quería llevárselo hasta el mar, convertido en cadáver. No le dio tiempo a recuperar a su cabra y se salvó de milagro. A la sombra del inmenso castaño de Indiase, entre el bar de Benito y la casa de mi primo Miguel, oí decir: “A ese le pilló el toro”. Un toro de agua. Sí. Furioso. También dijeron que nunca se le quitó la cara de susto.

Lo que más diferenciaba a Tabernas de Nacimiento era el tiempo que tardaba en llenarse un cántaro en sus fuentes. Mas de media hora en uno y apenas un minuto en el otro. La fuente de Nacimiento, con ocho caños hermosos, de casi dos pulgadas de diámetro, llenaba los cántaros y la pileta en un santiamén. El agua sobrante iba a las acequias de las huertas feraces que bordeaban el río.   

Los caños están hoy secos. ¡Qué dolor». Por la sequía de los últimos cuatro años y por el riego de los invernaderos que han puesto río arriba.

No tengo palabras para ensalzar las excelencias de esta tierra y no quiero convertirme hoy en el abuelo “cebolleta” que cuenta sólo sus batallitas de infancia para demostrar que “cualquier tiempo pasado fue mejor”. El pasado nos parece mejor sencillamente porque éramos más jóvenes y teníamos la vida por delante.  Y, quizás, porque hacíamos más cosas divertidas y con más frecuencia que ahora.

La alcaldesa me regaló copia de documentos manuscritos de mis antepasados

Yo hablo mucho de Nacimiento a mis hijos y nietos. Somos nuestra memoria. Y este pueblo lo tengo grabado en mi corazón. Incluso dediqué unos párrafos en mi libro de memorias (“La prensa libre no fue un regalo”) a la vega de Nacimiento y al desierto de Tabernas. Como os he dicho, mi padre (José, el del cemento) era de secano, donde el agua, y no el tiempo, es oro. En cambio, mi madre (hija de Isabelica, la “Maura”), guapa, lista y simpática, era de regadío. Ella era de aquí. Y presumía de la fuente inagotable de este pueblo. Mi padre bromeaba con que mi madre parecía “tonta de nacimiento”. O sea, por partida doble. Ella le respondía, con risas, “pura envidia” y celebraba las vegas feraces y los caños inagotables de la fuente de Nacimiento, o los brotes de agua cristalina del manantial del Acebuche o del Mojón, con los que soñaban todos los taberneros para sus ramblas de secano.  

Ante la imagen de La Inmaculada (mi madre la llamaba La Purísimo) que se compró con el dinero recaudado por la obra teatral «Morena Clara» protagonizada por mi madre, Isabel Soler García.

Raro era el día que no saliera Nacimiento en nuestras conversaciones. Mi hermana Isabel y yo nos divertíamos mucho recordando las anécdotas familiares de Nacimiento. Cuando falleció mi madre, a los 84 años, publiqué su obituario en La Voz de Almería con el título “Adiós, Morena Clara”. Lo contaré para que se sepa: la estatua de la Inmaculada que hay aquí al lado, en la Iglesia de Nacimiento, se compró con la recaudación de su obra de teatro favorita: “Morena Clara”, personaje que mi madre interpretó, en los años cuarenta, junto a la Iglesia, ante las autoridades locales (el maestro, el alcalde, el cura, el sargento, el farmacéutico, etc.). Lo hizo con tal éxito de crítica y público que, desde entonces, fue comparada en Nacimiento con la famosa actriz Imperio Argentina y heredó, por derecho, el nombre de su personaje.

Con la vejez, fue perdiendo la memoria, pero nunca olvidó su éxito artístico en el improvisado teatro de Nacimiento, ni tampoco el descaro que tuvo su novio (mi padre) para saltar al escenario, entre los aplausos del público y estamparle un beso delante de todo el pueblo… y de las autoridades locales competentes. Nunca nos aclaró mi madre, que se puso roja como un tomate, ante los aplausos espontáneos del público, si recibió de nuestro padre un beso de estampita en la mejilla o fue en sus labios. Ella nos respondía con risas pícaras y cómplices.

Mi madre cataba flamenco que daba gusto. Cuando lo hacía, desde la cocina de nuestra casa en la calle Juan del Olmo de Almería, la gente se paraba en mi puerta hasta que ella terminara de cantar el repertorio de Morena Clara o los fandanguillos de Nacimiento que eran su especialidad. Era famosa y muy querida en nuestro barrio, entre el Quemadero y la Plaza Toros. Un par de horas antes de morir, con mi último beso antes de expirar, le dije al oído: “Te quiero, Morena Clara”. La doctora me dijo que el oído es lo último que se pierde en la vida.

A mi madre y a mi hermana les hubiera gustado verme hablar en la plaza del pueblo.

En los años cincuenta, Nacimiento era para mí un rincón maravilloso y una experiencia inolvidable. Cargados de bultos para pasar aquí todo el verano, venía en tren con mi hermana Isabel y mi madre, incluso con mi prima Mati, que me ha recogido hoy en su casa. (Gracias, Mati y Paco, a quien conocéis aquí como el de la ITV). En la estación nos esperaban nuestros parientes con sus burros y mulos para traernos hasta aquí. Con pantalón corto, mis piernas aún recuerdan el estropicio que nos hacía la albarda de esparto o paja al rozar con la piel. Me sabía los atajos del camino. Las veredas de pizarra molida, las balsas, la tierra seca entre pedregales y el paisaje semidesértico, con olivos y almendros en el horizonte… Los tengo grabados en mi memoria. Mis primos solían pasar los veranos en casa de mi abuela Isabel o de mi tío Mariano y mi tía Pura. No era mi caso. Nosotros teníamos una casa fija muy especial: la de Juan Torres y Julia Franco, vecinos de Modesto, el cartero. La madre Julia amamantó a mi madre nada más nacer, mientras mi abuela Isabel lo hizo con mi tía Encarna, su hermana melliza. Por eso, yo tuve el privilegio de tener tres abuelas, una de Tabernas y dos de Nacimiento.

Yo dormía aquí en un colchón de farfolla (las hojas secas de la panocha) que la madre Julia echaba al suelo en el desván de su casa. Aquel desván era un museo de los aperos de la agricultura, casi medieval, que aún se practicaba en estas tierras. Imposible olvidar aquellos objetos de labranza y el olor tan característico de los frutos de la tierra que allí se guardaban para el invierno.

Tengo recuerdos muy entrañables de mi infancia con la madre Julia y el padre Juan. Eran la sal de la tierra, lo que antes se llamaba “bellísimas personas”. Un ejemplo inolvidable para mí. Tan pobres y tan generosos… 

Es costumbre que los pregoneros alaben las excelencias de las Fiestas y las virtudes del lugar donde pregonan. Desde hace años, he dado docenas de pregones de Fiestas y Ferias, sobre todo cuando salía en Televisión Española, en el Buenos Días, en el Telediario, desde Nueva York, o en tantos otros programas de la tele o la radio. Ningún pregón me ha costado y me ha emocionado tanto como éste.

Los más jóvenes pueden preguntarse –y con razón- el porqué de esta emoción tan especial. Y yo les digo que cuando vuelvo a esta tierra, o hablo de Nacimiento por esos mundos, mi corazón se llena de hermosos recuerdos. Algunos, también tristes como es la ausencia de mi madre, nacida aquí, y de mi hermana Isabel, muerta prematuramente en accidente de trafico, con quienes gocé tanto de Nacimiento. Ambas habrían disfrutado mucho al verme aquí arriba convertido en pregonero de nuestro pueblo. Aunque llevo muchos años fuera, pues emigré como tantos paisanos en busca de sueños, forjados a la orilla de este río, nunca he olvidado mis raíces nacimenteras.

El árbol del bar de Benito. Hace 70 años ya nos daba sombra.

Y cuando uno entra por las callejuelas de este pueblo, el embrujo de sus luces y sombras, de sus volúmenes -esos cubos blancos caprichosos, de aristas dulces, redondeadas, enganchados casi milagrosamente al terreno-, el color de sus buganvillas y geranios, el sabor de las especias de sus guisos, de los gurullos, del trigo, de la berza o del ajo colorao o el aroma, en fin, de sus jazmines y galanes de noche nos transportan a un mundo de ensueño.

Me alegra mucho volver aquí para cargar mis pilas y para disfrutar, precisamente, de esas esencias que conservamos como oro en paño. No hay palabras para cantar las excelencias de Nacimiento. Antes de ir a la universidad, ayudé a mis parientes en las tareas de la huerta y de los parrales, participé aquí en muchas fiestas, guateques y competiciones. Incluso gané 5 duros por llegar el último -sin parar- en la carrera de burros. Ese era el premio. Monté el burro de Modesto, el cartero, el más lento del pueblo. Tengo testigos de aquel premio. Podéis preguntarle al Pele.

Admiraba tanto a mi primo Miguel, maestro de escuela que tocaba el clarinete en estas fiestas, que me aficioné a su instrumento y me matriculé un par de años en el Conservatorio. A él le debo mi primer acercamiento a las bandas de pueblo. Gracias a mi primo Miguel llegué a actuar con mi clarinete en el auditorio de Villanueva de la Cañada, donde vivo. Mi chica, que sabe música, me dijo que nunca sería un virtuoso. No soportaba mis pitidos y lo dejé.

Este pueblo es un lugar único en mis recuerdos de infancia y adolescencia que es difícil de definir sólo con el lenguaje que brota del cerebro. Para expresarlo hay que recurrir al lenguaje, más sugestivo, que sale del corazón. Copiando a don Antonio Machado os he dicho al principio que aquí “nací no a la vida sino al amor” en las orillas y cañaverales del río Nacimiento.

No me pidáis detalles sobre quien era ella, pero solo os diré que mi corazón juvenil temblaba en estas fiestas antes de pedir un baile a la chica que me gustaba. ¡Qué nervios! Esas primeras mariposas en el estómago no se olvidan jamás. “Quien lo probó lo sabe”, nos diría Lope de Vega.

Por todo eso, con el corazón en la mano, decimos a quien quiera oírnos que Nacimiento tiene encanto, magia, embrujo, solera, duende, historia, fantasía, sosiego, espíritu, emoción, ensueño, leyenda, inspiración y, sobre todo, mantiene la armonía entre su pasado y su presente. Y eso le garantiza un futuro muy esperanzador.

Es un lugar ideal también para quien huye del bullicio de las grandes ciudades y busca refugio en la Naturaleza. Si lo cuidamos, Nacimiento es inagotable. Y, así, podremos embriagar nuestro espíritu con mil recuerdos. Aquí puedes pasar las mil y una noches más felices que puedan imaginarse.

Y los nacimenteros y nacimenteras se merecen –nos merecemos- lo mejor. Empezando por esta gran fiesta que tengo el gusto de pregonar por orden de la señora alcaldesa.

¡Vivan las Fiestas de Verano de Nacimiento! ¡Viva San Miguel!

¡A divertirse! Muchas gracias

Caminé río arriba en busca de las fuentes cristalinas de mi infancia. Todo seco. En Rambla Encira, casas tan vacías como en la península, tan cervantina, de Davíd Uclés. «Miré los muros de la patria mía…»
En un muro de la Iglesia aún sobrevive esta lápida, tan injusta como ilegal, contraria a la Ley de Memoria Democrática. O ponemos a todos los caídos de ambos bandos de la guerra civil (los golpistas y los demócratas) o quitamos esta placa. No me gustó. A mi madre y a mis tíos José y Mariano (ambos presos en Gérgal por socialistas) tampoco les habría gustado esta placa.
El pueblo de mi madre al pie oriental de Sierra Nevada. Hermoso pueblo.