Cada mañana me afeito y me visto con ardiles, sin parsimonia, como si tuviera mil cosas que hacer. Hace una semana, dejé el Consejo de Administración del Grupo 20 minutos, que fundé hace 14 años. Libre de compromisos profesionales, me asomé al precipicio (u horizonte, según se mire) del porvenir. La verdad, no tengo muy claro qué camino elegir. ¡Hay tanto por hacer!
Mis tres hijos están criados y la casa está pagada. He sido periodista activo durante 47 años (he puesto mi CV en «Acerca de mi», por si sale algo) y ahora puedo decir sin miedo que, desde hace una semana, soy más libre que nunca para hacer, decir y escribir lo que me de la gana.
En este casi medio siglo, he cambiado de empresa y/o de empleo más de 20 veces. Como Santa Teresa, he ido de fundación en fundación. Así, la mitad de mis empleos no existieron antes de ocuparlos yo. No puedo quejarme. Por suerte, me tocó vivir la edad de oro del periodismo del siglo XX. Y no quiero decir, con ello, que «cualquier tiempo pasado fue mejor». En la mayoría de los casos, no es cierto. Simplemente, éramos más jóvenes y, entre otras cosas, follábamos más y mejor.
Mirar siempre hacia atrás, y con regodeo, es un signo inequívoco de vejez. Con su sorna habitual, mi amigo y maestro Fernando Abril Martorell me decía: «La vejez tiene muchos inconvenientes , sí, pero suele ser mejor que su alternativa». Por eso, mientras me llega la alternativa sería conveniente sortear los inconvenientes de la vejez de la forma más llevadera posible. Sobre todo, para que los jóvenes no huyan despavoridos de tu lado si te lamentas de los achaques del presente y solo celebras las glorias del pasado. Mafalda era una niña muy sabia: «¿Querrán nuestros padres una admiración retrospectiva?»
Entonces, ¿qué hacer?
Mi chica no quiere tropezar conmigo por el pasillo ni que me meta en sus cosas. Se niega a ser mi secretaria. Faltaría más. Por eso, anda empeñada en que ocupe mi mente en algo divertido y/o creativo. Ya tengo mi agenda casi completa con mis hobbies habituales, que ahora apuro al máximo: tenis, talla de madera, jardinería, pesca… La verdad es que no paro. No me aceptaron en la banda de música de mi pueblo por malo. Lo reconozco. Me faltó práctica con el clarinete porque sufrí lo que llaman «dedo resorte» (lo vi en Google) en el corazón de la mano izquierda, precisamente el que presiona la llave del DO en mi SI bemol. Lástima.
Un buen amigo me dice: «Llevas toda tu vida escribiendo y quejándote de que nunca eres lo suficientemente libre para escibir lo que quisieras. Ahora tienes la oportunidad. ¡Echale cojones!».
«¿Y si empezara hoy mismo un blog personal, aunque solo lo lean mis cuatro amigos?», me digo. Y animo a mi chica (también periodista y mejor que yo) a que incie ella otro blog, en el tiempo que le deja libre el taller de pintura.
Me cortó de inmediato: «¿Un blog? ¿Tu estás loco? El blog es cosa de hombres… y se muy bien por qué lo digo».
Y me dejó con la palabra en la boca.
Mañana le pediré más explicaciones y las pondré aquí.
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