Horas antes de la muerte, a los 70 años, de Javier Marías, que seguirá viviendo en sus obras, me entero que ayer murió Alfredo (Güero) Duclaud, mi amigo, el hombre que me enseñó a amar a Mexico.
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He disfrutado mucho con las novelas, ensayos y artículos del casi premio Nobel español y lamento su pérdida. Pero la ausencia definitiva del amigo Alfredo, de 53 años, ha sido un golpe mucho más duro que la de un escritor favorito y bastante mas difícil de digerir. No pienso en otra cosa. Era un gran deportista y, de estar vivo, seguramente estaría ahora esperando la final del US Open con Carlitos Alcaraz a punto ser ser el número uno más joven del mundo. Lo comentaríamos por whats app. Entre tanto, con permiso, desahogo mi tristeza volcando algunos recuerdos en este blog.
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Hace casi 20 años, fui invitado a un Congreso Internacional de Prensa en Buenos Aires. Llegué un día antes y me apunté a un tour en micro bus por la capital argentina. A mi lado se sentó Alfredo Duclaud, otro turista desconocido con un gracioso acento mexicano. Compartimos muchas risas y muchas ideas sobre la condición humana y el «ego» argentino que no tiene nada que envidiar al mío. Fue amistad a primera vista. Terminó el tour y nos despedimos seguramente para siempre. Lamenté no haberle pedido sus datos de contacto. Era un gran tipo, listo, rápido, generoso y dulce, un joven empresario que soñaba con un futuro mejor para su familia y su país. Adiós y hasta nunca.
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A la mañana siguiente, con traje y corbata, subí al estrado desde donde debía dar mi conferencia sobre la crisis mundial de la prensa de pago y el éxito de la prensa gratuita como el del diario 20 minutos. Desde mi atril, antes de comenzar, en la primera fila de la sala, reconocí la sonrisa y la sorpresa de mi compañero del tour. A partir de ese momento no hemos perdido el contacto, ya fuera personalmente en Mexico o en España o por mensajes escritos o llamadas telefónicas. Le adopté, junto a su esposa Tita, a sus hijas Alexa y Andrea y sus hermana Odette y Paula, como mi familia favorita mexicana. Alfredo me llevó un día hasta Cuernavaca para que pudiera dar mi último abrazo a Juan Marichal, mi maestro y mentor en Harvard, que murió poco después. Hace poco, le faltó tiempo para felicitarme por el ascenso del Almería a la División de Honor del futbol español que él seguía con devoción. Gran deportista y corredor de maratones.
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No sé cuanto tardaré en acostumbrarme a la ausencia del Güero (el rubio, su alias para los amigos). En el caso reciente de Emilio Ontiveros aún no lo consigo. Hace un par de meses, el Güero y yo comimos con su hija Andrea en La Cantina del Ateneo de Madrid y celebramos su finde carrera y mi último libro recién publicado. Quedamos para vernos pronto. Ya ves. Nunca más. Ayer le falló el corazón. Lo siento muchísimo, familia. La señora Anita (awestley.com) y yo os mandamos un fuerte abrazo y todo nuestro amor. Esta sigue siendo vuestra casa en España.
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