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¿Trump? Salgo huyendo pa España

No lo pude remediar. Tras la victoria de Trump, necesitaba un desahogo. Y salir huyendo inmediatamente pa España. Ahí va:

Opinión para La Voz de Almería

EE.UU.

La ira vence a la esperanza

José A. Martínez Soler

Un péndulo fatal ha golpeado a los Estados Unidos de América y, de paso, al mundo entero. La ira de los enfurecidos blancos, racistas y machistas venidos a menos, ha vencido a la esperanza que los negros, latinos, asiáticos, inmigrantes, mujeres, gays, discapacitados y desvalidos habían puesto en Barak Obama y en su candidata demócrata, Hillary Clinton. La avaricia de Trump ha vencido a la compasión de Obama y Clinton. El péndulo que marca los ciclos ha pasado de la distribución a la acumulación. No queríamos verlo.

Con el cartel de Hillary., en nuestra puerta.
Con el cartel de Hillary., en nuestra puerta.

¡Uff! Elecciones apasionantes. Temibles. Sucias. Hasta el último minuto, más de la mitad de los estadounidenses -¡y de medio mundo!- mantuvimos anoche los dedos cruzados temiendo la victoria, que nadie salvo los suyos quería ver, del millonario Donald Trump. El racista, machista, acosador, mentiroso, tramposo, enemigo de las minorías, el bufón Trump, del que nos reíamos, confundiendo deseos con realidad, es hoy el 45 presidente de los Estados Unidos de América. ¡Que dios nos pille confesados!

El problema no es Trump que se ha puesto, con su cirio oportunista, a la cabeza de la procesión de indignados por la pérdida de una América totalmente blanca e inmensamente rica que nunca existió. El problema son esos millones de blancos enfurecidos que han aupado a un idiota narcisista tan siniestro como Trump a la candidatura del partido conservador. Los 15 aspirantes conservadores vencidos por Trump en las primarias habían huido de él como del diablo. Ningún ex presidente le ha votado. Ni siquiera George W. Bush, el que nos metió con mentiras en la guerra de Irak.

Es difícil encontrar un presidente peor en la historia de este país. Lo sabemos antes de que tome el poder en enero. Le hemos conocido bien y no hemos querido ver la realidad. La semana pasada, cuando el jefe republicano del FBI hizo una zancadilla imperdonable a la candidata demócrata, Trump se puso a la par con Hillary Clinton en las encuestas. Tuvieron que salir el mismísimo Obama y su esposa Michelle -¡qué gran presidenta sería esta señora!- al rescate de la primera mujer que podría suceder al primer presidente negro.

¿Tump? ¡Qué horror!
¿Tump? ¡Qué horror!

Finalmente, ayer, las tripas del hombre blanco y su rabia contra las élites gobernantes se impusieron al cerebro y al corazón. Populismo de extrema derecha. ¡Qué horror!

Como corresponsal de prensa y televisión, he cubierto varias elecciones presidenciales norteamericanas en los últimos treinta años. Es la primera vez que asisto a un proceso electoral como observador, desde fuera, lejos de la algarabía de la campaña y la presión de los colegas y de los medios competidores. ¡Qué distintos se ven los toros desde la barrera! Hoy, felizmente jubilado, opinando y no informando, no tengo por qué ser imparcial. Puedo decir lo que pienso.

Esta vez, he seguido los debates presidenciales con familiares y amigos, en bares de Boston, Los Ángeles y Santa Fe. La polarización del electorado nunca fue, a mi juicio, tan extrema. A voces, con amenazas, sin puños a la vista. Solo comparables, quizás, a los debates que siguieron al “espíritu del 68” (Vietnam, hippies, etc.) cuando los viejos se enfrentaron a los jóvenes.

Hasta el grito de Munch...
Hasta el grito de Munch…

Hoy, muchos blancos de la clase media, empobrecidos por la crisis económica y/o fanatizados por su religión, se enfrentan a las minorías que ellos consideran sus enemigos. Los seguidores del racista Trump quieren que les devuelvan su América, según ellos, perdida: blanca, rica, poderosa, cristiana, homogénea. Como si todos ellos, salvo los nativos indígenas, no fueran inmigrantes…

Las teorías conspiratorias más absurdas han abundado en esta campaña. Empezaron por decir que Obama no había nacido en Estados Unidos, que era un musulmán en la intimidad, que tenía poco menos que tratos con el diablo. El Ku Klux Klan quemó una iglesia de negros y pidió el voto para Trump. Que Hillary Clinton era una delincuente, que debía ir al cárcel, que era la causante de las muertes por el atentado de Bengasi en Libia. Sin fundamento, la acusaron de ocultar información oficial y desvelar secretos de Estado. Todo vale.

En fin, las acusaciones más inverosímiles contra Barak Obama y Hillary Clinton han circulado por internet, sin ninguna prueba, animadas por el propio Donald Trump, infatigable activista a través su twitts de madrugada. Sus comentarios sobre hechos inventados (“he oído”, “se dice por ahí”, etc.) le han convertido en un auténtico y peligroso troll que ha infectado las redes sociales y ha enfermado a no pocos norteamericanos que no podían dar crédito a tanta infamia cargada de rencor.

La Libertad se esconde.
La Libertad se esconde.

El país ha quedado roto prácticamente por la mitad. Las heridas tardarán en cicatrizar. Trump ha captado votos entre los indignados y enfurecidos que han perdido prestigio social y poder adquisitivo. Ha acusado de corruptos a su oponente, a los políticos en general y a los medios de comunicación. Hasta el último día, Trump ha puesto en duda la limpieza del recuento electoral. Ha minado los pilares de la democracia.

Hoy mismo, toda la clase política tendrá que tender puentes entre las dos Américas que se han enfrentado como nunca en las últimas décadas. El rencor ha vencido a la esperanza. Y el rescoldo de odio y avaricia aún perdurará por no sabemos cuanto tiempo. Esperemos que el vengativo Trump no resucite el Comité de Actividades Antiamericanas, la Inquisición del senador McCarthy.

Me ha sorprendido comprobar personalmente la democracia en acción. Algo que, desgraciadamente, no se ve en España. En vísperas de la votación, voluntarios y empresas de marketing han llamado muchas veces por teléfono y han visitado la casa donde hoy vivo en Notinghan, New Hampshire, un Estado que Trump ha ganado por unas docenas de votos. Ayer mismo, tres voluntarios de distintas edades llamaron a nuestra puerta para ofrecer a los eventuales votantes transporte privado hasta el colegio electoral. Ida y vuelta.

Las orillas de las calles y carreteras están plagadas de carteles con los nombres de Trump o Clinton. También los coches. Los conductores suenan el claxon y gritan al cruzarse con alguien de su mismo color político. He visto una gran movilización ciudadana para decidir quien ocupará el sillón más poderoso del mundo. Aquí no hay jornada de reflexión. Eso queda para los ciudadanos de la vieja Europa tratados como menores de edad. A una distancia prudencial, muy cerca de las urnas, los partidarios de cada candidato hacen campaña activa hasta el cierre del colegio electoral.

Ha sido más fácil tener un presidente negro antes que una mujer. Lástima. Los norteamericanos han elegido, a mi juicio, la peor opción. El peor presidente va a suceder a uno de los mejores. Esperemos que la democracia aguante las embestidas de Trump que tiene todo el poder ejecutivo, legislativo y judicial en sus manos. Ya no bromean quienes piden asilo en Canadá. Hitler ganó las elecciones y acabó con la democracia. Que no se repita lo mismo en el país más poderoso del mundo.

Michael Moore nos lo advirtió. No le creímos. El brexit del Medio Oeste contra el libre comercio (más proteccionismo, guerra comercial y, quien sabe, más guerra militar), hombres blancos enfadados y groseros contra una mujer, el poco entusiasmo que despierta Hillary, el voto deprimido de los izquierdistas de Sanders y, además, el voto suicida de los que quieren dar una lección a las élites para que se enteren de que pueden hacerlo. Los pueblos, incluido el norteamericano, también se suicidan y votan contra sus propios intereses. Decía Moore: “Incendio mi casa para que mamá y papá se enteren de lo soy capaz de hacer”.

Los norteamericanos blancos furibundos, racistas y machistas, le han dado un patada a Hillary Clinton en nuestro culo. Espero que la democracia norteamericana aguante los cuatro años del rencoroso Trump, un imbécil ignorante y miserable, sin desmoronarse. Ojalá.

Página de la Voz de Almería 9-11-16
Página de la Voz de Almería 9-11-16

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