Entre risas, chismes y abrazos, hoy pasé toda la mañana con mi viejo amigo Alfredo Marcotegui. Solo le obligué a leer las páginas 278, 279 y 280 de mi libro donde aparecen él y su tío, el coronel Gregorio Marcotegui, jefe del servicio secreto del franquismo. Alfredo me dijo que había sido muy prudente. Él sabe lo miedoso que soy.
No sé si se estará vendiendo mucho o poco mi último libro «La prensa libre no fue un regalo», pero ya está operando milagros. Buenos amigos, que no veía desde años años, incluso décadas, reaparecen en mi vida con el libro en sus manos o me llaman para felicitarme. Solo por eso, ya valió la pena escribirlo y publicarlo. Jubilado, sí, pero me siento alguien.
Estaré eternamente agradecido a Alfredo y a su tío. Tras sufrir el secuestro y las torturas de un comando de la Guardia Civil del general Campano (2-III-76), el entonces coronel jefe de Inteligencia de la Policía de Franco me ayudó a salir vivo del mayor naufragio de mi vida profesional.
Luego asistí al bautizo de Julio Marcotegui, hijo de su sobrino Alfredo y de Julia, en la catedral castrense de Madrid. Gregorio Marcotegui, con fajín de general en Democracia, hizo de padrino. Volvimos a vernos varias veces y luego perdimos el contacto. Hasta hoy. Como si no hubieran pasado tantos años, Alfredo y yo nos hemos puesto al día. Tan contentos.
Querido Alfredo: Ojalá no tenga que publicar otro libro para volver a vernos.
Os espero en el venerable Salón de Actos del Ateneo de Madrid.