Siempre pensé que Gabriel y Andrés, cada uno saliendo de su trinchera juvenil de izquierda y de derecha, se entenderían bien. Juan Marichal diría que ambos eran intelectuales «enteros». Para mí, el historiador riguroso y honesto se parecía mucho, en su gran humanidad, al militar ilustrado y generoso. Uno murió a los 96 años y el otro a los 97 dejando una huella maravillosa de su paso por el mundo que les tocó vivir y mejorar.
Gabriel fue perseguido por el mcartismo norteamericano porque tenía un hermano comunista. Andrés nunca quiso conocer el nombre del comunista que asesinó a su padre al estallar la guerra civil. No eran rencorosos. Todo lo contrario. De ambos aprendí a ponerme en los zapatos de quienes no piensan como nosotros y a comprender antes que a juzgar. Bonhomía de grandes hombres que son la sal de la Tierra. Firmes en sus convicciones y comprensivos con las del contrario. Al escribir ahora sobre ambos, no puedo evitar rendir homenaje también a mi amigo y maestro Fernando Abril Martorell, vicepresidente del Gobierno de Adolfo Suárez. En aquel tiempo, yo trabajaba para Abril y Andrés despachaba cada mañana, a las 9.00h, con Suárez. Lo recordaba el general Cassinello en el prólogo entrañable que escribió para mis memorias («La prensa libre no fue un regalo») que corrigió, editó y recortó de acuerdo con mi esposa Ana Westley. Ambos hicieron una escabechina con mi manuscrito y lo mejoraron.
Hace un rato me han llamado Pilar Cassinello (hija) y Pilar (su madre), una de las mujeres más guapas y sabias de Almería. Me consta que sin el apoyo y consejo de Pilar, su esposo Andrés no hubiera hecho ni la mitad de la mitad.
Madre e hija me agradecen mi conversación con Xabier Fortes en su programa «La noche en 24 horas (TVE) del 20-N que acaban de escuchar en RTVE Play. Hablamos de la contribución del general Cassinello a la Transición de la Dictadura a la Democracia, de su papel en la legalización del Partido Comunista, en traer del exilio al presidente Tarradellas, etc. y de la deuda enorme que los demócratas tenemos con el teniente general.
Pilar me habla del escrito que acaba de recibir de Andrés, uno de sus 14 nietos, que vive en Corea del Sur. Le ha emocionado. También a mí. Me recuerda a la prosa excelente de su abuelo. Con su permiso, copio y pego a continuación el escrito bellísimo de Andrés. De su abuelo, agudo e ingenioso, guardo como un tesoro nuestra correspondencia, en su mayoría sobre temas de ficción que disfrutamos durante años envueltos en risas.
En la madrugada del 20-N, 49 aniversario de la muerte del dictador Francisco Franco, ha fallecido el teniente general Andrés Casssinello Pérez, un almeriense bueno y noble con quien todos los demócratas españoles estamos en deuda. No sé por qué, ayer, en La Noche en 24 horas (TVE) del 19-N, mientras mi amigo agonizaba sin yo saberlo, hablé en directo con Xabier Fortes sobre la contribución excelente de Andrés a la Transición pacífica de la Dictadura a la Democracia.
Su papel como asesor directo del presidente Adolfo Suárez, casi secreto, como corresponde al jefe de los espías, al creador de embrión del CNI, es poco conocido. Yo tuve el privilegio de contar con su amistad y confianza y me consta su contribución fundamental a la Transición y al fin del terrorismo de ETA. En la hora de su muerte, nuestro ilustre paisano merece el reconocimiento de las personas de bien de España.
Tengo tantos recuerdos y tan entrañables de nuestra larga y profunda amistad que, en estos momentos, me cuesta hacer justicia a su memoria. Pero me han llamado de la Voz de Almería y, aunque jubilado, soy periodista y, con todo el dolor que me causa su pérdida, debo escribir este obituario.
En primavera celebramos su 97 cumpleaños. Sopló las velas y brindamos con Muga, su rioja favorito. Hace apenas un mes, visité al general Cassinello en su casa. Estaba totalmente lúcido y simpático. Pero no pudo sumarse a nuestra comida tradicional de almerienses transterrados a Madrid porque, con su gran sentido del humor, me dijo que le fallaban las piernas. Y añadió: “Ya no soy de Infantería, paisano. Tendré que moverme en silla de ruedas o en tu coche puerta a puerta”. Luego, un catarro perjudicó mucho su salud y aplazamos el almuerzo. Hasta hoy.
Me dice Pilar, su viuda: “José Antonio, Andrés ha fallecido esta noche muy tranquilo rodeado de todos”. También me lo ha confirmado su hijo Agustín. Andrés se merecía una muerte tranquila como colofón a una vida tan intensa y fructífera. Me alivia. Quise llevarle personalmente el libro “Franco para jóvenes” que acabo de publicar con mi hijo Erik. No me dio tiempo. Nuestro general me ayudó mucho en la edición de mis memorias (“La prensa libre no fue un regalo”), me dedicó un prólogo entrañable (“Vidas que han estado entrelazadas”) y, con gran energía, presentó mi libro en el Ateneo de Madrid.
Era un militar sabio y prudente. Su biografía de Juan Martín “El Empecinado” me dio las claves de su rigor intelectual y su defensa de la libertad. No es normal que un militar de los de Franco, que trabajó en los servicios secretos de la Dictadura y de la Democracia, titule con “El amor a la libertad” su libro sobre El Empecinado. Su evolución personal y profesional ha ido pareja con su amor a España. Antes de ser nombrado capitán general de Burgos (en los años de plomo de ETA), trabajó con los generales Gutiérrez Mellado y Sáenz de Santa María. También estuvo a las órdenes del general Aramburu Topete (director general de la Guardia Civil) quien le encargó que mantuviera contacto permanente con las capitanías generales y las comandancias de toda España durante la tarde y noche del golpe de Estado del 23-F de 1981.
Mientras los tanques recorrían las calles de Valencia solo se le resistía a informar el coronel Quintanilla. Le dijo a su ayudante: “Diga a Quintanilla que o me llama en 10 minutos o mañana voy a Valencia y le corto los huevos”. Su colega entendió el mensaje rotundo y cuartelero de Cassinello y le llamó inmediatamente. Andrés fue quien detuvo personalmente al teniente coronel Tejero y abortó el golpe contra Suárez en la Operación Galaxia de 1978. También avisó de que, poco antes del 23-F de 1981, Tejero volvía a tramar algo, pero no le hicieron caso.
Su currículo de éxitos y cargos al servicio del Estado es muy extenso y no cabe en esta nota sentimental de despedida de un amigo. Solo recordaré que fue un defensor del Estado al que sirvió con lealtad desde sus distintos puestos y evolucionó como la mayoría de la sociedad españoles desde la Dictadura a la Democracia. Era un lector infatigable y fino escritor (sus famosos “boletines” eran muy apreciados). Él me ayudó a editar mis memorias. De acuerdo con mi esposa, ambos cortaron 500 páginas de mi infancia y juventud en Almería y dejaron solo mi vida universitaria y periodística. Yo tuve la fortuna de ayudarle con la edición de sus memorias (“La huella que deja el tiempo al pasar). En ellas incluye el informe que dio al presidente Adolfo Suárez para que, en la Semana Santa de 1977, legalizara el Partido Comunista de España antes de las primeras elecciones libres del 15-J de ese año. También incluye sus gestiones para traer a España a Josep Tarradellas, presidente de la Generalitat de Cataluña en el exilio.
Su historia personal muestra la entereza, humanidad y bondad de su carácter. Milicianos republicanos asesinaron a su padre José y a su tío Andrés (jefe de mi padre). Mi padre, teniente del Ejército de la República, me dijo un día: “Por asesinatos como el de mi jefe perdimos la guerra”. El joven Andrés hizo gran amistad con José Fornovi, su compañero de pupitre en el colegio. Al acabar la guerra, los franquistas asesinaron al padre de su amigo. Unidos en tal desgracia, fueron grandes amigos de por vida.
Por su labor secreta de captación de información, el general Cassinello tuvo acceso personal y directo a los líderes antifranquistas y a los franquistas. Era consciente de que ambos bandos desconocían la fuerza real del contrario. Ese desconocimiento y miedo mutuo ayudó al pacto constitucional del 78. El miedo de los franquistas a una revancha de los vencidos en la guerra y el miedo de los demócratas a otra Dictadura militar acercó las posiciones de ambos. Con un 20 % de generosidad y nobleza y un 80% de miedo a volver a las andadas fue posible la Constitución de todos, la más larga y provechosa de la historia de España. El miedo nos hizo demócratas.
Este éxito se lo debemos, en buena parte, al trabajo sutil y secreto del general Cassinello, creador del embrión del CNI, quien susurraba información esencial al oído de Adolfo Suárez todas las mañanas a las 9.00h. La información es poder. Por eso, Andrés tuvo mucho poder y como auténtico patriota, lo puso al servicio de la libertad de todos los españoles. ¡Cómo no iba a quererle!
Invitado por Xabier Fortes, esta noche a las 22.00h, en Canal 24 horas deTVE, volveré a pisar el Pirulí (donde fui tan feliz). !Qué emoción y qué nervios!
Hablaremos del libro «Franco para jóvenes» (Catarata) en la víspera del 20-N, una conversación recomendable para abuelos (que vivieron en Dictadura) y nietos (que nacieron en libertad).
Los mayores callan y los jóvenes apenas saben quién fue y qué hizo este dictador. Unos le querían y otros le odiaban. Todos le temían.
Es bueno conocer lo peor de nuestra Historia para no repetirlo. Hoy, en La Noche en 24 horas a las 22.00h. No te lo pierdas. La libertad, como el oxígeno, la valoras más cuando te falta. A mí me faltó durante 30 años. Mi hijo Erik (coautor del libro) nació en libertad y nunca le enseñaron en el colegio quién fue Franco y qué hizo.
Si supieran algo de Franco, se les helaría la sonrisa. Por eso, acaba de llegar a las librerías «Franco para jóvenes» (Editorial Catarata) escrito a cuatro manos entre mi hijo Erik Martínez Westley y yo. En 2025 (el 20-N) se cumplirá medio siglo de la muerte de este dictador que tuvo todo el poder en sus manos durante casi 40 años. Por su culpa, el miedo habitó entre nosotros. Lo queramos o no, aún perdura.
Para la presentación del libro contamos con dos personajes de postín a quienes admiro desde hace décadas por su lucha contra la Dictadura y en favor de la Democracia. Son Paquita Sauquillo, política y abogada, y Fernando Martínez López, catedrático de Historia Contemporánea y Secretario de Estado de Memoria Democrática. Los demócratas estamos en deuda con ellos.
Además de la Economía, me interesa la Historia. Por eso, fundé el mensual «Historia Internacional» en 1974. A mí me gusta debatir sobre hechos probados. Erik (por influencia quizás de sus años en Hollywood) se fija más en las emociones y me pide que incluya anécdotas personales vividas y/o sufridas cuando no teníamos libertad. Su madre (Ana Westley, ex New York Times) no está de acuerdo. Como veréis en el libro, gana Erik.
El caudillo de España «por la gracia de Dios», y no por el voto de los españoles y españolas, marca la historia reciente de nuestro país. Sin embargo, apenas se estudia en los colegios. Mucha Edad Media y poca Dictadura franquista. El «generalísimo» Franco nos ha dejado una profunda huella que conviene identificar en estos momentos de auge del nacional populismo, la desinformación y la extrema derecha.
Franco no aceptó el resultado de las elecciones democráticas de febrero de 1936, se sublevó contra el gobierno legítimo de la II República y ganó la guerra civil con la ayuda decisiva de Hitler y Mussolini. Mediante una gran inversión en terror para depurar disidentes, nos metió el miedo en el cuerpo. Unos le querían y otros le odiaban. Todos le temían.
En este libro contamos su historia salpicada con parte de la mía. Ojalá interese a los jóvenes. La libertad es como el oxígeno. La valoras más cuando te falta. A mí me faltó durante 30 años. Mi hijo Erik nació en libertad. Nos dice Santayana que quien no conoce lo peor de su Historia corre el riesgo de repetirlo. Escribimos este libro para que pueda servir a los jóvenes de vacuna frente las mentiras y bulos que amenazan nuestra libertad. También lo hemos escrito pensando en los maestros.
Con el corazón partido he seguido las elecciones de Estados Unidos. El resultado, aunque me lo temía y no quería verlo ni en pintura, me lo ha roto del todo. Mi esposa es de Boston y nuestros tres hijos y dos nietos comparten la cultura española con la norteamericana. También yo, que soy de Almería, me siento muy unido a la doble cultura de mi familia. Estamos desolados. La última semana de este mes de noviembre celebraremos el Thanksgiving (Acción de gracias, con pavo y tartas incluidos), presidido por las banderas de EE.UU. y de España. Es la fiesta familiar por excelencia, más que la Navidad. Este año habrá muchas familias divididas cuyos miembros apenas se hablan después del resultado electoral. Nosotros hablaremos -cómo no- de la tragedia y el caos que se ciernen sobre nuestra segunda patria. Y nos preguntaremos cómo hemos llegado hasta aquí.
Buscando respuestas, por recomendación de mi hijo Erik, leí ayer un artículo de David Brooks (un conservador del New York Times) bastante revelador. Lo copio traducido y lo pego al final de mi comentario. Da qué pensar, coincido mucho con él y vale la pena leerlo con humildad. Cuando las barbas del vecino… Ya sabemos.
A ver si me explico. He vivido en Cambridge (Mass) como Nieman Fellow de Harvard (1976-77), en Murray Hill (NJ) como corresponsal del Grupo Prisa (1987-88) y en Larchmont (NY) como corresponsal de RTVE (1995-96). Con frecuencia visito Estados Unidos, sigo con interés su evolución y comparto alegrías y penas con amigos norteamericanos que me enseñaron a amar a su país, incluso cuando va mal. Ahora entra en zona de tinieblas y no por eso voy a dejar de admirarlo y temerlo a partes iguales.
El cambio viene de lejos y no es cosa solo de Trump. En 1970 pude ver como trabajadores blancos (los «hard hat», cascos duros) insultaban, incluso atropellaban, a jóvenes estudiantes de pelo largo que protestaban contra la guerra de Vietnam. La brecha entre la América profunda del Centro y Sur del país (rural e industrial, sin estudios universitarios, muy religiosa y que vivían ya algo peor que sus padres) y las élites educadas de clase media y alta del Este y el Oeste se empezó a agrandar.
Lo volví a confirmar personalmente cuando, en 1977, viajé desde Cambridge (Mass) a Cooperstown (Dakota del Norte). Visité un silo nuclear subterráneo del que los habitantes de la zona estaban muy orgullosos pese a que ponía en peligro sus vidas. Serían los primeros en ser atacados por los misiles de la Unión Soviética. Vivían en los pueblos más prescindibles del país. Cuando estos campesinos se cruzaban con algún soldado le saludaban con un patriótico «gracias por su servicio». En Toronto conversé ese mismo año con un grupo de exiliados universitarios , desertores de la guerra de Vietnam, que ansiaban volver a su tierra. Me partían el corazón.
El presidente Ronald Reagan, en los años 80, sentó las bases neoconservadoras para acelerar la desigualdad brutal entre las dos Américas. Los pobres, más pobres y los ricos, muchísimo más ricos. Aún se notan las heridas de su desregulación (más mercado y menos Estado, «la avaricia es buena», boom financiero, etc.) que propició un capitalismo salvaje. Las estaciones del Metro de Nueva York se llenaron de pobres sin techo. Reagan recortó impuestos y redujo el Welfare State (Estado del Bienestar) que había iniciado el presidente Roosevelt con su New Deal, tras el crack del 29, mediante grandes impuestos a los ricos y servicios sociales a los pobres.
En 1987-88 y en 1995-96 volví a trabajar en Manhattan como corresponsal. Ya era otro país partido en dos. La gran crisis de 2008, que dejó sin casa y sin trabajo a tantos obreros, dio la puntilla casi definitiva a la Edad Dorada de América. El sueño americano se había esfumado. La América blanca de las casas con jardín y garaje para dos coches, que cantaba el Hollywood de Doris Day y Rock Hudson, fueron a parar al basurero de la historia.
El movimiento nacionalista y proteccionista de Trump (MAGA), con «América, primero», promete recuperar aquella América perdida expulsando a inmigrantes y subiendo aranceles a productos extranjeros. Los más perjudicados, que quedaron en las cunetas del país más rico del mundo, enfadados y rabiosos contra las élites prósperas y educadas, creyeron las mentiras y bulos de Trump (rubio, anaranjado) y sus activistas en redes sociales. En 2016, el voto de la venganza dio la victoria a Donald Trump frente a Hilary Clinton. Yo estuve allí. Quedé horrorizado cuando la candidata demócrata llamó «deplorables» a los seguidores sin estudios de Trump. La derrota demócrata fue un primer aviso.
Joe Biden, muy ligado toda su vida política a los sindicatos, hizo un gran esfuerzo por recuperar el voto blanco de la clase trabajadora. Llegó a la Casa Blanca, por los pelos, y no pudo cumplir sus promesas. Algunos se sintieron traicionados. Los republicanos eran tradicionalmente los ricos y los demócratas, los obreros. Pero la tortilla se ha dado bastante la vuelta. El pasado martes quedó probado. Un cambio profundo digno de análisis ya que se va extendiendo peligrosamente a otros países del llamado mundo libre. Muchos obreros blancos sin estudios votaron el martes a los ricos. No les importó darse un tiro en sus pies. ¿Por qué un delincuente blanco, millonario condenado por la Justicia, ganó a una fiscal, mujer universitaria y negra?
La brecha de género. El 55 % de los hombres votaron a Trump frente al 44% a Harris. Al revés en las mujeres: el 54% por Harris frente al 44% pr Trump.
La brecha educativa. El 54% de los sin estudios votaron por Trump frente al 44% por Harris. En cambio, los votantes con estudios apoyaron a Harris (57%) más que a Trump (41%). Es la brecha de los diplomas.
La brecha racial. El 86% de los negros votaron por Harris frente al 12 % de los negros.
El machismo blanco, negro y latino sale perjudicado por el ascenso imparable de las mujeres en la universidad, en influencia social y en puestos directivos, lo que genera en muchos hombres un sentimiento creciente anti feminista.
La brecha económica corre pareja con el nivel educativo y con la deslocalización de las industrias que buscan países con salarios más bajos. Crece el sector financiero y de nuevas tecnologías mientras cierran fábricas de manufacturas. Sube Silicon Valley y cae Detroit. Muchos hombres sin estudios pierden empleos y poder adquisitivo. Ya no son clase media, como sus padres. Se sienten abandonados, traicionados y olvidados por el Partido Demócrata. Su voto creciente a favor de Trump lleva algo de venganza y rabia contra sus antiguos líderes demócratas.
En resumen, por paradójico que parezca, creo que la enorme desigualdad económica y de estatus social entre pobres y ricos ha marcado el resultado a favor de un aspirante millonario, mentiroso y autoritario que puede hacer peligrar la democracia y, ojalá me equivoque, la paz social en Estados Unidos, mi segundo país. ¡Qué triste!
Lo que los votantes de Estados Unidos le están diciendo a las élites
7 de noviembre de 2024
The New York Times
Por David Brooks
Columnista de Opinión.
Hemos entrado en nueva era política. Durante los últimos 40 años, más o menos, hemos vivido en la era de la información. Quienes pertenecemos a la clase educada decidimos, con cierta justificación, que la economía posindustrial sería construida por gente como nosotros, así que adaptamos las políticas sociales para satisfacer nuestras necesidades.
Nuestra política educativa impulsó a muchos hacia el camino que nosotros seguíamos: universidades de cuatro años para que estuvieran calificados para los “trabajos del futuro”. Mientras tanto, la formación profesional languidecía. Adoptamos una política de libre comercio que llevó empleos industriales a países de bajo costo para que pudiéramos concentrar nuestras energías en empresas de la economía del conocimiento dirigidas por personas con títulos universitarios avanzados. El sector financiero y de consultoría creció como la espuma, mientras que el empleo manufacturero se marchitaba.
El Times Una selección semanal de historias en español que no encontrarás en ningún otro sitio, con eñes y acentos. Get it sent to your inbox.
Se consideró que la geografía no era importante: si el capital y la mano de obra altamente calificada querían concentrarse en Austin, San Francisco y Washington, en realidad no importaba lo que ocurriera con todas las demás comunidades que quedaron olvidadas. Las políticas migratorias facilitaron que personas con un alto nivel educativo tuviesen acceso a mano de obra con salarios bajos, mientras que los trabajadores menos calificados se enfrentaban a una nueva competencia. Viramos hacia tecnologías verdes favorecidas por quienes trabajan en píxeles, y desfavorecimos a quienes trabajan en la industria manufacturera y el transporte, cuyo sustento depende de los combustibles fósiles.
Ese gran sonido de piezas en movimiento que has oído era la redistribución del respeto. Quienes ascendían en la escala académica eran aclamados, mientras que quienes no lo hacían se volvían invisibles. La situación era especialmente difícil para los hombres jóvenes. En la secundaria, dos tercios de los alumnos del 10 por ciento superior en las clases son chicas, mientras que aproximadamente dos tercios de los alumnos del decil inferior son chicos. Las escuelas no están preparadas para el éxito masculino; eso tiene consecuencias personales de por vida, y ahora también a nivel nacional.
La sociedad funcionó como un vasto sistema de segregación, elevando a quienes estaban mejor dotados académicamente por encima de todos los demás. En poco tiempo, la brecha de los diplomas se convirtió en el abismo más importante de la vida estadounidense. Los graduados de secundaria mueren nueve años antes que las personas con estudios universitarios. Mueren seis veces más por sobredosis de opiáceos. Se casan menos, se divorcian más y tienen más probabilidades de tener un hijo fuera del matrimonio. Tienen más probabilidades de tener obesidad. Según un estudio reciente del American Enterprise Institute, el 24 por ciento de quienes han terminado como mucho la preparatoria no tienen amigos cercanos. Tienen menos probabilidades que los graduados universitarios de visitar espacios públicos o unirse a grupos comunitarios y ligas deportivas. No hablan en la jerga adecuada de justicia social ni mantienen el tipo de creencias sofisticadasi que son marcadores de virtud pública.
Los abismos provocaron una pérdida de fe, una pérdida de confianza, una sensación de traición. Nueve días antes de las elecciones, visité una iglesia nacionalista cristiana en Tennessee. El servicio estaba iluminado por una fe genuina, es cierto, pero también por una atmósfera corrosiva de amargura, agresión, traición. Mientras el pastor hablaba de los Judas que buscan destruirnos, me vino a la cabeza la frase “mundo sombrío”, una imagen de un pueblo que se percibe a sí mismo viviendo bajo una amenaza constante y en una cultura de extrema desconfianza. A estas personas, y a muchos otros estadounidenses, no les interesaba la política de la alegría que ofrecían Kamala Harris y los demás licenciados en derecho.
El Partido Demócrata tiene un trabajo: combatir la desigualdad. Aquí había un gran abismo de desigualdad delante de sus narices y, de alguna manera, muchos demócratas no lo vieron. Muchos en la izquierda se centraron en la desigualdad racial, la desigualdad de género y la desigualdad de la comunidad LGBTQ. Supongo que es difícil centrarse en la desigualdad de clase cuando has ido a una universidad con una dotación multimillonaria y haces seminarios de imagen medioambiental y de diversidad para una gran corporación. Donald Trump es un narcisista monstruoso, pero hay algo singular en una clase educada que se mira en el espejo de la sociedad y solo se ve a sí misma.
Mientras la izquierda viró hacia el arte de la performance identitaria, Donald Trump se metió de lleno en la guerra de clases. Su resentimiento contra las élites de Manhattan, nacido en Queens, encajó de manera mágica con la animosidad de clase que sienten los habitantes de las zonas rurales de todo el país. Su mensaje era sencillo: esta gente los ha traicionado y, además, son cretinos.
En 2024, creó lo mismo que el Partido Demócrata intentó construir una vez: una mayoría multirracial de clase trabajadora. Su apoyo aumentó entre los trabajadores negros e hispanos. Registró ganancias asombrosas en lugares como Nueva Jersey, el Bronx, Chicago, Dallas y Houston. Según los sondeos de salida de NBC, ganó a un tercio de los votantes de color. Es el primer republicano que consigue la mayoría del voto popular en 20 años.
Obviamente, los demócratas tienen que hacer un replanteamiento importante. El gobierno de Joe Biden intentó cortejar a la clase trabajadora con subvenciones y estímulos, pero no hay solución económica a lo que es principalmente una crisis de respeto.
Es seguro que habrá gente de izquierda que diga que Trump ganó por el racismo, el sexismo y el autoritarismo inherentes al pueblo estadounidense. Por lo visto, a esa gente le encanta perder y quiere hacerlo una y otra y otra vez.
El resto de nosotros tenemos que mirar este resultado con humildad. Los votantes estadounidenses no siempre son sabios, pero en general son sensatos, y tienen algo que enseñarnos. Mi primer pensamiento es que tengo que reexaminar mis propios prejuicios. Soy moderado. Me gusta cuando los candidatos demócratas van al centro. Pero tengo que confesar que Harris lo hizo con bastante eficacia y no funcionó. Quizá los demócratas tengan que adoptar una disrupción al estilo de Bernie Sanders, algo que haga que la gente como yo se sienta incómoda.
¿Puede hacerlo el Partido Demócrata? ¿Puede hacerlo el partido de las universidades, los suburbios acomodados y los centros urbanos hipsters? Bueno, Donald Trump secuestró un partido corporativo, que difícilmente parecía un vehículo para la revuelta proletaria, e hizo exactamente eso. Quienes tratamos con condescendencia a Trump deberíamos sentirnos humildes: hizo algo que ninguno de nosotros podría hacer.
Pero estamos entrando en un periodo de aguas salvajes. Trump es un sembrador del caos, no del fascismo. En los próximos años, una plaga de desorden descenderá sobre Estados Unidos, y quizá sobre el mundo, sacudiéndolo todo. Si odias la polarización, espera a que experimentemos el desorden global. Pero en el caos hay oportunidad para una nueva sociedad y una nueva respuesta al asalto político, económico y psicológico trumpiano. Estos son los tiempos que ponen a prueba el alma de las personas, y veremos de qué estamos hechos
«Es triste ver a chicas y chicos cantando el ‘Cara al sol'». Un libro explica a los jóvenes quién era Franco • «Era un tipo frío, sin empatía, un poco psicópata», destaca José A. Martínez Soler, autor junto a su hijo de ‘Franco para jóvenes’ (Editorial Catarata) • Erik Martínez Wesley, hijo del periodista: «Estamos todos mucho más cerca de gente represaliada de la dictadura de lo que creemos»
David Gallardo es el autor de este reportaje que publicó Infolibre el 6 de noviembre sobre nuestro libro que acaba de ser distribuido a la librerías. . 6 de noviembre de 2024 20:54h Actualizado el 07/11/2024 12:16h @davidgallardo78 Unos le querían, otros le odiaban, pero todos le temían. No es de extrañar después de cuatro largas décadas de férrea dictadura, aunque incluso el miedo con el tiempo se desdibuja. No se olvida, pero se difumina. Sin embargo, tal fue el imperio de terror impuesto por el ‘caudillo de España por la gracia de dios’ que todavía a día de hoy sigue provocando cierto pavor. Los más ancianos todavía le mencionan en voz baja, si acaso se atreven a mentarlo sin bajar las persianas. Al mismo tiempo, la ignorancia activa de los más jóvenes, para los que el mundo en blanco y negro nunca existió, les lleva a reivindicar en las calles su siniestra figura con una desvergüenza que abruma.
«Ver a chicas y chicos cantando el Cara al sol me produce mucha tristeza. Es triste, y es por desconocimiento. Esas chicas no saben que durante la dictadura no podían viajar sin permiso del marido, ni tener cuenta corriente en el banco, que eran un cero a la izquierda y no podían hacer nada sin permiso del padre o el marido. Si supieran todo eso, esas niñas no estarían cantando esa canción», apunta a infoLibre el periodista José A. Martínez Soler (Almería, 1947), autor ahora junto a su hijo Erik Martínez Westley (Madrid, 1978) de Franco para jóvenes (Editorial Catarata, 2024), un libro con vocación de objetividad didáctica para retratar en este caso negro blanco al tirano para que los más jóvenes puedan verle al menos en technicolor. «Cada vez que pasaba por la calle Marqués de Urquijo esquina con Ferraz, veía ahí hace meses niñas y niños jóvenes con banderas de la Falange, con banderas de Franco con la gallina, cruces gamadas…», continúa Martínez Soler, que empezó a sentir entonces la necesidad de hacer algo para hablarles directamente a ellos. «Estaban reivindicando a Franco. ¿Pero saben estos jóvenes quién era Franco? No tienen ni idea. ¿Pero qué está pasando?», plantea, para luego añadir: «El crecimiento de la extrema derecha y el populismo me animó a trabajar en este libro, hecho junto a mi hijo a cuatro manos. Él nació en libertad, y yo quería transmitir que la libertad vale muchísimo pero no la valoras hasta que realmente te falta. Es como el oxígeno, cuando te falta te ahogas. Cuando te falta la libertad es cuando la valoras y espero que a mis hijos no les falte nunca». Franco ganó la Guerra Civil con la ayuda de Hitler y Mussolini y los efectos del franquismo todavía perduran medio siglo después de su último estertor de muerte. La historia de las guerras y las dictaduras la escriben los vencedores, pero que hayan ganado no significa que tuvieran razón o que los hechos sean buenos o inalterables. La historia cambia a medida que descubrimos más datos. A Martínez Soler, periodista de larguísima trayectoria –director de los telediarios de TVE, redactor jefe de ‘El País’ y ‘Cambio16’, así como corresponsal en Estados Unidos de RTVE y del Grupo Prisa o fundador de los diarios ’20minutos’, ‘El Sol’ y ‘La Gaceta de los Negocios’– le secuestró y torturó un comando de la Guardia Civil franquista en 1976, tres meses después de la muerte del dictador, por un artículo que escribió. Casi no vive para contarlo, aunque a otros les pasaron cosas todavía peores. En estas cinco décadas desde la muerte del dictador, España ha vivido una transición a la democracia. Cuesta imaginar que nuestros padres, abuelos y bisabuelos, no hace tanto, se estuvieran matando entre ellos. Ahora que aumenta el populismo y la desinformación, con el auge de la extrema derecha en toda Europa, incluida España, es bueno conocer nuestra historia reciente, saber de dónde venimos y poder tomar decisiones que nos lleven hacia un futuro mejor. Las nuevas generaciones heredan esta democracia de apenas medio siglo de vida todavía. «Y deben saber la verdad, porque la verdad nos hará libres», apostilla el periodista, cuyo padre fue teniente en la milicia republicana: «Me crié en una familia muerta de miedo porque había perdido la guerra, por lo que cuando era niño no se hablaba de estos temas, no querían que supiéramos nada por si lo contábamos en algún sitio. Ahora ha pasado el tiempo y nadie tiene la culpa de lo que hiciera su abuelo o su bisabuelo, a cada uno le tocó en un sitio en la guerra, pero sí hay unos agresores y unos agredidos». Nunca tuvo legitimidad democrática y siempre tuvo miedo de que le fueran a quitar del poder, por eso salía y hablaba poco, además de ser un hombre muy acomplejado José A. Martínez Soler Y prosigue: «Me preocupa que cincuenta años después de la muerte de Franco hay todavía miedo a saber qué pasó. Después de medio siglo todavía hay quien tiene vergüenza de hablar del pasado o reconocer que sus abuelos eran franquistas. Ellos no tienen la culpa de lo que hicieran sus abuelos y creo que ya es hora de hacer las paces con la memoria histórica al cabo de medio siglo de la muerte del tirano. Pero para eso, para hacer las paces, no podemos pasar página sin saber lo que pasó. Es que incluso poca gente sabe que Franco fue un general que se rebeló contra la República legítima, que no aceptó el resultado de las urnas de febrero de 1936, donde ganó la izquierda y perdió la derecha. ¿Por qué duró tanto Franco y no pudimos quitarle si era tan malo? Por miedo, porque la gente estaba muy asustada, era la paz de los cementerios. Este hombre murió en la cama protegido por esa inversión en terror. Nunca tuvo legitimidad democrática y siempre tuvo miedo de que le fueran a quitar del poder, por eso salía y hablaba poco, además de ser un hombre muy acomplejado». Pío XII, el papa nazi que bendijo a Hitler y Mussolini, es una estación de Metro, una avenida y un barrio de Madrid Erik Martínez Westley Al no haber vivido la dictadura, Martínez Westley se reconoce «más moderado» que su padre, por lo que de su propia unión emerge esa deseada objetividad, que no es en absoluto equidistancia. «Nuestro pasado más inmediato es lo que más influencia nuestro futuro más cercano. Conviene saber de donde venimos, sobre todo para saber adónde vamos», señala, al tiempo que cuenta a infoLibre que a medida que fueron profundizando en su investigación y documentación para este libro se dieron cuenta de que «hay muchas cosas del franquismo que perduran hoy en día». «Si estudias Historia del Arte te das cuenta de los detalles en los cuadros. Si sabes un poco la Historia reciente, te darás cuenta de los privilegios y las actitudes del franquismo que permanecen en España hoy en día», destaca, poniendo un ejemplo en absoluto baladí: «Ahí tenemos el caso de Pío XII, un papa defenestrado, vergonzoso, que ni el Vaticano quiere reconocer, pero en Madrid tiene una estación de Metro. El papa nazi que bendijo a Hitler y Mussolini es una avenida y un barrio de Madrid». «Hay muchos que tratan de lavar la cara de Franco y eso no puede ser. Tenemos que poner pie en pared, no pueden lavar la cara de un tirano», tercia su padre, quien pretende también con este título «desmentir los bulos y las leyendas falsas», como la de que «Franco era bueno». «No, hombre, eso de la paz de Franco», puntualiza, recordando que «los más masacrados por la dictadura fueron las mujeres, los maestros y los homosexuales», y por eso hoy día «los fascistas y los franquistas ven la evolución que hay en libertades y se quedan perplejos, porque no aman la libertad». «También hay que desmentir que Franco creara la clase media, porque no es así. Él se negaba a acabar con la autarquía y a reconocer el mercado libre y abrir fronteras, pero no tuvo más remedio porque no había divisas ni para gasolina», apostilla. Nunca fue demócrata, siempre creyó que el ejército debía tener el poder José A. Martínez Soler Además, advierte Martínez Soler, Franco «nunca fue demócrata, siempre creyó que el ejército debía tener el poder», por lo que, desde que perdió las elecciones la derecha en la República, él «se puso en marcha para la conspiración». «Después, en la Guerra Civil es verdad que los dos bandos hicieron barbaridades. Los milicianos republicanos mataron a 6.000 curas y monjas y 50.000 ciudadanos de derechas, pero en el otro bando los franquistas mataron a 150.000 que no pensaban como ellos e iban fusilando a los disidentes. En la zona nacional no había guerra, había exterminio. Esto es muy grave y por eso era tan importante que se aprobara la Ley de Memoria Histórica, porque es un tema pendiente, ya que no podemos pasar página sin saber lo que pasó», defiende, para luego compartir una triste anécdota que refleja perfectamente lo malvado del personaje: «Una historia que cuenta en sus memorias su primo hermano, el general Francisco Franco Salgado Araújo, es que mandó fusilar a un legionario delante de todos sus compañeros porque protestó por el plato de comida del rancho. Franco era un tipo frío, sin empatía, yo creo que un poco psicópata por lo que he leído, que ha sido mucho». Tercia Martínez Westley para hablar de Rescate, un libro de David Malouf, que cuenta la historia de Aquiles y el rey de Troya, Priamo. El primero mata al hijo del segundo, y éste le pide su cadáver para poder enterrarlo. «Esto hace ya 2.800 años, porque se entiende como una compasión mínima», recalca, relacionándolo con la Ley de Memoria, la exhumación de las fosas y la reparación de las víctimas del franquismo. «Hasta en Ucrania y en Rusia, y en Israel y Palestina, se entregan los muertos para que puedan enterrarlos. Pedimos un poco de compasión y, por lo menos, la no obstrucción. Por lo menos que no nos pongan palos en las ruedas, que dejen que la gente pueda enterrar a sus muertos y cerrar esas heridas. ¿Qué culpa tienen los familiares de nada?», plantea, aprovechando para mencionar otro asunto bien importante: «Nos ha costado encontrar información de los 30.000 bebés robados de mujeres pobres o familias rojas, algo que perduró hasta 1989 o 1992, según se cree». El miedo nos hizo demócratas a todos José A. Martínez Soler Martínez Soler opina, por su parte, que a la derecha les asusta la palabra ‘memoria’ porque «también tienen miedo ellos, se sienten culpables, y los que se dicen herederos de la dictadura no quieren que se destape esa dictadura». «No quieren que se conozca la verdad y por eso tienen entre miedo y vergüenza», asegura, remarcando en este punto que la supuestamente modélica transición democrática fue posible por un equilibro de temores: «Los franquistas no sabían la fuerza que teníamos los demócratas, y los demócratas no sabíamos la fuerza que tenían los franquistas cuando se murió el tirano. Llegamos a acuerdos entre las dos partes por miedo. Los franquistas por miedo a la revancha de los vencidos, y los vencidos a que los franquistas pusieran otro dictador militar como Iniesta. El miedo nos hizo demócratas a todos».
Eso sí, transcurrido el tiempo, como decíamos, el miedo no se olvida pero se difumina. Lo tiene claro Martínez Soler, quien recuerda que con la andadura hacia la ansiada democracia «los más franquistas se fueron a la caverna y no molestaron hasta recientemente, quizás unos veinte años». Y sitúa en el calendario una fecha muy concreta como punto de inflexión a partir del cual empezó cierto resurgimiento, que fue creciendo y creciendo poco a poco, al principio fuera de los radares: «Hasta el 11-M no había visto yo un florecimiento de la extrema derecha tan grande. Desde el 11-M se ha exacerbado la violencia verbal, y me parece que la era de la vileza empezó cuando Aznar no reconoció la victoria legítima de Zapatero. Al mismo tiempo, ellos no quieren que se hable de la dictadura. Incluso el líder de Vox dijo que el de Sánchez es el peor gobierno de los últimos ochenta años. Un gobierno democrático peor que todos los de Franco… dice eso porque quieren dictadura y por esos sus chicos llevan la bandera con la gallina. Y ahí está el peligro de que no se conozca la historia, porque la ignorancia activa es terrible». Por todo ello, recalca Martínez Soler que «ya no vale» lo que se escribió de Franco cuando él estaba vivo, que era «todos haciéndole la pelota». Transcurrido el tiempo, después de tantos lustros de investigaciones, «ya se sabe bastante» de cómo era en realidad el franquismo y todas las atrocidades que cometió están documentadas. Sin embargo, considera «muy grave» que en los colegios aún a día de hoy se hable muy poco del dictador: «Quien no conoce lo peor de su historia corre el riesgo de repetirlo, y en los colegios dan mucha Edad Media o los Reyes Católicos, pero no se llega a Franco en los libros, cuando sin embargo la huella de Franco está más viva que la de la Edad Media o la prehistoria. La huella de Franco sigue vigente, la gente está todavía asustada porque invirtió mucho en terror, estamos marcados, pero no se estudia y no se habla. De aquellos barros tenemos estos lodos de la extrema derecha y estos riesgos de violencia, incluso del ambiente que hay en el Congreso entre el gobierno y la oposición. Desde entonces se ha roto la alternancia legítima en el poder de que la oposición reconoce al vencedor». Venimos de una historia muy violenta y viene bien atenderlo, no mirar hacia otro lado Erik Martínez Westley «Si preguntas un poco, estamos todos mucho más cerca de gente represaliada de la dictadura de lo que creemos», termina Martínez Westley, admitiendo que «cuesta imaginar que nuestros abuelos se estaban matando». «No son ni mejores ni peores, simplemente les tocó, pero no por eso tienen que defender ahora cosas como la corrupción del franquismo. Es importante poder identificar estas cosas, esta es la casa en la que vivimos todos e ignorar las goteras o las grietas no solucionan nada», argumenta, antes de rematar: «España y Europa en general tiene una tendencia a mucha literatura fascista, ya hemos pasado por estas aguas. Viene bien saber de dónde venimos y estar atentos. Venimos de una historia muy violenta y viene bien atenderlo, no mirar hacia otro lado».
No es la primera vez que ocurre, pero duele. Los pobres votan a los ricos en Estados Unidos. Los mensajes simples y las mentiras triunfan sobre los hechos probados y los mensajes complejos. Y las redes sociales, sin verificación fiable de su información, hacen que la gente no crea en nada y no distinga el bien del mal. La desigualdad rampante, la pérdida de influencia de los blancos sin estudios, frente a la identidad emergente de negros, latinos, mujeres, homosexuales, élites académicas, inmigrantes, etc., el machismo y racismo crecientes contra Harris, una candidata mujer y negra, y el impacto de la inflación entre los que Hillary Clinton (¡qué horror!) llamó «deplorables» completan el trabajo en favor de un delincuente como Trump. El condenado vence a la fiscal. El poder casi absoluto de este nuevo líder se impone sin apenas contra poderes. Democracia en peligro. Miedo me da.
Por razones parecidas, los pobres votaron a los ricos en Alemania en 1933. Hitler ganó las últimas elecciones democráticas en Alemania (no hubo más) y se convirtió en dictador.
La Historia no se repite, dijo Mark Twain, pero rima.
Mañana lunes, 4 de noviembre, estará en la librerías «Franco para jóvenes» (Catarata) que mi hijo Erik y yo hemos escrito a cuatro manos. Era una asignatura pendiente que yo tenía con mis padres y con mis hijos y nietos. Espero que sea útil a los maestros que quieran enseñar y a los alumnos que quieran aprender lo peor de nuestro pasado reciente. Para no repetirlo. La huella del miedo que sembró la Dictadura de Franco habita aún entre nosotros. Nos faltan «vacunas» contra ese miedo. Marta Borraz ha escrito hoy sobre nuestro libro en eldiario.es. Gracias, Marta. Y lo ilustra con una foto de los autores (padre e hijo) escribiéndolo en Dalías (Almería). Erik con su portátil y yo con mi bolígrafo analógico. Copio y pego su articulo.
Un libro para explicar el franquismo a los jóvenes: “Estudian a la perfección la Edad Media pero no saben nada de la dictadura”
El periodista José A. Martínez Soler, que sufrió un secuestro tres meses después de morir el dictador, y su hijo Erik Martínez Westley escriben a cuatro manos ‘Franco para jóvenes’, con el que buscan contribuir a desmontar mitos y transmitirles “los horrores” que supuso el régimen
“¿Quién es Franco?”. Es la primera pregunta que lanza a modo de título del capítulo uno el libro que José A. Martínez Soler y Erik Martínez Westley han escrito para intentar acercar el franquismo a la población más joven, que arrastran las carencias de un sistema educativo que aún otorga un papel residual a los contenidos sobre la dictadura. Con lenguaje asequible y un tono pedagógico, Franco para jóvenes (Catarata) aborda este periodo histórico marcado por la represión con el objetivo de desmontar los mitos todavía arraigados y evitar la banalización de lo que supuso.
Antonio Cazorla, historiador: «La derecha española nunca ha sido antifascista»
El libro, que llegará a las librerías el próximo 4 de noviembre, sigue con las preguntas: “¿Qué tengo yo que ver con Franco? ¿Para qué remover la historia? ¿Por qué ahora?”, se cuestiona Erik Martínez en la introducción, como queriendo anticiparse a los interrogantes habituales que intentan justificar la creencia más o menos generalizada de que estos temas deben quedar arrinconados. “Se suele argumentar mucho que qué necesidad de hablar de algo que forma parte del pasado, pero ha transcurrido suficiente tiempo, 50 años desde la muerte del dictador, para que podamos mirar los hechos con objetividad”, esgrime Martínez Westley.
Cuatro son las manos que hay detrás de Franco para jóvenes, dos autores que no por casualidad comparten apellido: son padre e hijo. Un padre, José A. Martínez Soler, que es un renombrado periodista en España que ha pasado por varios medios –y fundado algunos, como 20 minutos– y que sufrió los estragos del franquismo en su propia piel. Y un hijo, Erik, director y guionista de documentales, que reconoce que, si no fuera por eso, no sabría casi nada de la dictadura: “Ahora no es igual, pero a la gente de mi generación (1978) no nos enseñaron nada de los horrores del franquismo”.
Erik creció sabiendo que a su padre creció a su vez siendo el hijo de un republicano en un momento en el que ser rojo era ser señalado y relegado al ostracismo social. También que fue detenido varias veces y que con 29 años fue secuestrado y torturado por haber publicado un artículo en el semanario Doblón sobre la purga de moderados que estaba impulsando Ángel Campano, nombrado director general de la Guardia Civil en el último Consejo de Ministros de Franco y de ideología falangista. Lo que buscaban quienes siempre sospechó que eran un comando del ala franquista del cuerpo era que el periodista les revelara sus fuentes, pero Martínez había podido escribir la pieza buceando en el Boletín Oficial del Estado tras una pista anónima.
Franco “pasó hace mucho”, pero no se quedó ahí
La historia, que cuenta en un capítulo del libro que llama Mi secuestro. Pienso que voy a morir, sirve a Erik para cuestionar la idea extendida de que “Franco pasó hace mucho” y no hay nada que decir sobre él hoy. “Mi padre, como tantos otros, está vivo. Su generación sentó las bases sobre las que caminamos nosotros”, expone. El guionista también alude a las “decenas de miles de asesinados” que permanecen en fosas –“¿Qué culpa tienen sus familiares? Permitamos que cierre esta herida”, les dice a los lectores– y a la amnistía de la Transición. “No hubo que pedir perdón, devolver lo robado o responder ante los crímenes. Esto incluye a los torturadores de mi padre”.
Ambos, además, pretenden dar a entender a los jóvenes cómo los efectos del franquismo “todavía perduran”. José A. Martínez Soler no solo se refiere a la falta de condena unánime del franquismo social y políticamente hablando o a la pervivencia de símbolos o actos de exaltación, sino que habla de algo más invisible pero muy latente. “Creo que el miedo subsiste todavía y habita entre nosotros. Vamos con cuidado, los mayores callan, no quieren hablar de ello y el no te signifiques sigue vigente. Cada vez que sale un tema relacionado con la dictadura saltan chispas y tenemos a un partido, Vox, que de alguna manera la reivindica”.
La del secuestro no es la única experiencia personal que se puede leer en Franco para jóvenes, que está plagado de anécdotas particulares de Martínez Soler. Esto es, dice, una concesión que le ha hecho a su hijo, que insistía en el valor de “hablar de vivencias que golpean el corazón y no son teoría sino realidad”, justifica Martínez Westley. Así, el periodista cuenta, por ejemplo, cómo cuando Franco fue a Almería –él tenía nueve años– colocaron vallas provisionales de escayola o yeso para que “no viera la miseria de mi barrio” o cómo, ya en el semanario Cambio 16, estaba sometido a la censura y no podía utilizar la palabra “huelga” en sus noticias en un momento de enorme conflictividad laboral.
Lagunas en las aulas
Los avances de las últimas décadas en las aulas son palpables, pero las lagunas perviven en el sistema educativo, coinciden varios estudios publicados recientemente, que apuntan a una “minimización” de la represión franquista, una “escasa extensión” relativa al tema en los libros de texto o una falta de referencias a dimensiones como los campos de concentración, el papel colaboracionista que desempeñó la Iglesia –Franco fue caudillo de España por la gracia de Dios, recuerdan los Martínez en el libro– o la represión económica. Además, dibuja un segundo franquismo “edulcorado”, casi tolerable, gracias al cual el desarrollo acabó llegando a España.
Esta es precisamente una de las cuestiones que aborda Franco para jóvenes, que busca entre otras cosas “romper con las leyendas falsas y la desinformación” que hay en torno a su figura, explica Martínez Soler. “Hay mucho de que sí, que Franco fue muy malo al principio pero luego trajo a la clase media y en los 60 y 70 mejoró la economía, pero la realidad es que fue a pesar de él. Partíamos de dos décadas de hambre y miseria que hundieron el país pese a que antes de la Guerra Civil estaba entre los más avanzados, pero él nunca quiso cambiar el sistema autárquico que defendía. Sin embargo, se vio obligado porque no había divisas ni para gasolina”, describe el también economista.
A Martínez Soler le preocupan especialmente algunas creencias que escucha, como la que afirma que “con Franco había más orden y paz”. “Esto no es verdad, había la paz de los cementerios, del silencio sepulcral”, ilustra el periodista, que considera peligroso cómo muchos de estos mensajes pueden acabar calando en la juventud si no hay “una vacuna” en las aulas ante la desinformación. “Han estudiado a la perfección la Edad Media pero no saben lo que supuso la dictadura ni lo cruel y tenebrosa que fue. A mí me da mucha lástima ver a jóvenes en Ferraz con el brazo en alto y cantando el cara al sol cuando Franco lo que hizo fue una inversión brutal en terror”.
Si hay algo que caracteriza al libro es la mesura y el intento por transmitir la información “de la forma más objetiva posible”. Eso pasa también por explicar cómo la Guerra Civil “fue horrible en ambos lados”, que hubo ejecuciones por parte tanto de los republicanos –unas 55.000 personas– como de los franquistas –150.000– o admitir que entre los sublevados “seguro que hubo gente honrada que callaba por miedo”, ejemplifica Martínez Soler. Pero tampoco todo eso “es comparable” con la persecución, violencia e intento de exterminio desplegado durante la dictadura en lo que los franquistas llamaron “tiempos de paz”.
“De la misma manera que yo no justifico dictaduras de izquierdas ni los excesos del bando republicano en la guerra civil española, nadie razonable debería sentirse obligado a defender hoy la dictadura de Franco”, afirma Erik Martínez. Para Martínez Soler la clave es también “no ser equidistante” porque “no hay equidistancia posible entre el agresor y el agredido”. Para el periodista, ya jubilado, la lección más importante que la juventud (y no solo) podría entresacar de entre las páginas del libro es una sobre la libertad. Y por eso les dice: “Heredáis esta democracia de medio siglo. Viene bien que sepáis sobre qué cimientos está alzada porque la libertad es como el oxígeno, no sabes lo valiosa que es hasta que te falta”.
Con el corazón roto por la tragedia de Valencia, recuperado por la solidaridad de los buenos y rabioso por la maldad de los miserables, no puedo quitar de mi cabeza el recuerdo de las gotas frías de mi infancia. Hoy, como ayer, las catástrofes naturales sacan lo mejor y lo peor de los seres humanos.
Los malos que mienten, abusan y roban son menos, pero hacen más ruido. Los buenos son más y, por eso, sobrevive muestra especie. La cooperación triunfa sobre la confrontación.
Junto la Rambla de Almería, cerca de mi colegio, destacaba la estatua de una madre quizás heroica, quizás normal y corriente como cualquier madre, que se lanzó al agua para salvar a sus dos hijos, arrastrados el agua que devoraba todo cuanto había a su paso. Murieron los tres.
Cada vez que pasaba junto a la estatura de las tres víctimas del agua me estremecía ese recuerdo.
En mi adolescencia, pasé varios veranos en Nacimiento, el pueblo de mi madre, Isabel Soler (conocida allí como «Morena Clara»). En dos ocasiones, sonaron cuernos y caracolas y escuché los gritos despavoridos de mis vecinos:
«¡Que sale el río, que sale el río!»
Todos corrieron a sacar los enseres de labranza y todo lo que tenían en el cauce seco del río. Normalmente, el río solo era un pequeño reguero de agua por el que navegaban nuestros barquitos hechos con hojas del cañaveral.
Pero aquel día hermoso de sol quedó grabado para siempre en mi recuerdo. Desde la parte alta de la fuente, vi llegar una tromba salvaje de agua marrón, una ola de casi dos metros de altura, que arrastraba troncos grandes de árboles, carros destrozados y animales muertos. Un poco más abajo, junto al molino, un hombre se abrazó a la rama de un árbol que resistió la embestida. Allí aguantó, cubierto de agua, hasta que pasó de largo la tromba enfurecida. Se salvó de milagro. Me dijeron que nunca se le quitó el susto de su cara. Le señalaban diciendo «A ese le pilló el toro».
Otro mes de septiembre, no recuerdo de qué año, corrí al cerro del tío Bartolo Flores (el padre de mi amigo Paco) para ver salir el río Aguas que desembocaba en el mar junto a La Rumina, mi casa (entre Mojacar y Garrucha).
Aquel día no hubo drama a la vista. Pero fue una imagen espectacular. Hasta un tractor y varios remolques fueron arrastrados por las aguas bravas que bajaban de la sierra.
Al día siguiente, mi abuela Dolores me acompañó con un par de espuertas a la orilla del mar. Ella sabía. Allí donde llegó la ola más grande, vimos un rosario de melones de invierno. Cargamos las espuertas con los que estaban en mejor estado y tuvimos postre dulce para el resto del verano. «Todo aprovecha para el convento», decía mi abuela, tan dicharachera.