Bernardo Pérez Tovar, amigo y colega de tantos años en El País, se decidió ayer a mostrarnos por primera vez sus fotos de la Transición. Su Expo retrospectiva de 45 años de foto periodismo está abierta en la Alhondiga de Segovia. No os la perdáis.
Es una muestra gloriosa de la Democracia, de lo que hemos mejorado, sufrido y gozado desde la muerte del tirano Francisco Franco. Y no digamos desde que se construyó este granero del siglo XV. Los de mi edad hemos visto todas esas fotos en las páginas de El País.
Sin embargo, pasear por ellas, todas juntas y revueltas, te da un chute de nostalgia y felicidad, de orgullo patrio, con pinchazos de dolor y de ternura. Porque el autor en un profesional entero, con un compromiso ético con la realidad, «su» realidad, sabio, tierno y compasivo.
En tres páginas de mis memorias periodísticas (que copio) cuento el reportaje gráfico que hizo Ana Westley (casi recién casados) en la Quinta Avenida de Nueva York.
Dijo Bernardo ayer que lo único objetivo del periodismo es el utensilio que se adapta a la cámara y que, por algo, se llama así: «el objetivo». Y no le falta razón. Nos pasa también a los «plumillas». Lo único objetivo es el teclado. Sin, embargo, viendo las fotos de su realidad, !qué hermosa profesión compartimos!
Bernardo nos dice en la tertulia que «las fotos son nuestro pasado». Mas aún, somos nuestros recuerdos. Y allí están nuestros recuerdos gráficos colgados en este bello edificio medieval de Segovia. Hubo en la tertulia un punto de pesimismo por las «fake news», la ola digital y el retroceso del periodismo independiente, («en proceso de extinción», dijeron) y que yo me atreví a contradecir. A pesar de todo, nunca antes estuvimos mejor que ahora. Pero eso da para más de un tertulia, incluso para otro libro. Y ahora tengo que ponerme a cocinar. No me da tiempo.
Por cierto, gracias Bernardo, por hablar de mi libro «La prensa libre no fue un regalo», un corte publicitario que me hizo sentirme alguien, entre tantos maestro del periodismo.
Anoche no tuve que cocinar para mi chica. Nos dimos un homenaje en un restaurante segoviano que solíamos frecuentar en nuestros últimos 53 aniversarios… juntos.
Fijaos si soy o no soy un hombre con suerte. El martes pasado me crucé casualmente con Bernardo en el puerta del Ateneo. Disfrazado de motorista, me dio una voz: ¡JAMS! No le reconocí. En cuanto se quitó el casco, nos dimos un abrazo como los de hace años, me hizo una foto, muy cariñosa, y me anunció la Expo que se inauguró ayer.
Bernardo disparó su móvil y me sacó toda la luz (interior y exterior) que yo no tengo. Presumido como soy, coloqué la foto inmediatamente en mi perfil del blog de 20 minutos y en todos los perfiles de mis redes sociales.
Si tuviera que elegir a los tres almerienses que más me han inspirado en mi vida diría Nicolás Salmerón, presidente de la I República, Carmen de Burgos, primera periodista y corresponsal de guerra, y Andrés Cassinello, coautor clave de la Transición.
Por eso, me emociona tanto tener hoy en mis manos el libro de “memorias de tiempos difíciles” de nuestro paisano, el teniente general Cassinello Pérez, recién salido del horno. Su título: “La huella que deja el tiempo al pasar”. Os lo recomiendo vivamente. Hoy publiqué la noticia en La Voz de Almería.
Como de costumbre, para facilitar la lectura a jubilados con vista cansada, copio y pego a continuación el texto de mi artículo en word.
Almería, quién te viera… (26)
Los demócratas, en deuda con el tte. general Cassinello
J. A. Martínez Soler
Si tuviera que elegir a los tres almerienses que más me han inspirado en mi vida diría Nicolás Salmerón, presidente de la I República, Carmen de Burgos, primera periodista y corresponsal de guerra, y Andrés Cassinello, coautor clave de la Transición. Por eso, me emociona tanto tener hoy en mis manos el libro de “memorias de tiempos difíciles” de nuestro paisano, el teniente general Cassinello Pérez, recién salido del horno. Su título: “La huella que deja el tiempo al pasar”. Os lo recomiendo vivamente.
Su historia personal y profesional, desde la Dictadura a la Democracia, te engancha porque, por raro que parezca en un teniente general, nuestro paisano escribe muy bien. Da gusto leerle. Es su quinto libro. Y aunque me gustó mucho su biografía del Empecinado (“O el amor a la libertad”), ejecutado por orden del rey felón (Fernando VII), como nuestros Colorados, esta es, a mi juicio, su mejor obra.
Andrés Cassinello, que ya ha cumplido 95 años, estudió en el colegio Ferrer Guardia como Andrés Pérez (su padre y su tío habían sido fusilados por los republicanos) y luego, en el Instituto de Almería, fue alumno de Celia Viñas. Con un solo párrafo de su primer capítulo, el autor muestra toda su gran humanidad ante los lectores:
“Pero mi compañero de banca, mi amigo para toda la vida, era Pepe Fornovi, cuyo padre acababa de ser fusilado por las tropas de Franco que a mi me liberaron. Podría contar su historia. Igual a la mía, pero desde el otro lado del espejo, porque a su padre le condenaron a muerte y le fusilaron los míos en el verano de 1939, mientras yo me ufanaba con la victoria. (…) Me confesó que a uno de sus hijos le había puesto de nombre Andrés en recuerdo de nuestra amistad juvenil”.
Este es nuestro Andrés, como dice la contracubierta de su libro, “un militar profesional que, desde planteamientos netamente alineados con el régimen franquista, pasó a convertirse en uno de los principales impulsores del proceso de transición a la Democracia”. Como jefe de Inteligencia, a las órdenes directas del presidente Adolfo Suárez, Cassinello, que sabía inglés (esto cambió su suerte) y por eso había estudiado en Estados Unidos, creó el SECED, embrión de lo que luego sería el CNI. Su informe secreto a Suárez en favor de la legalización de PCE fue clave para el éxito de la Transición sin violencia por parte de los comunistas. También lo fue para traer a España al president Tarradellas, a quien visitó en el exilio, y durante la noche del golpe fallido del 23-F que pasó hablando con todas las capitanías generales.
Bueno, con todas, no. Solo se le resistía la del general Miláns del Bosch, capitán general de Valencia, quien se había unido a los golpistas y mandó sus carros de combate a recorrer las calles de la capital de su región militar. Hay una anécdota que no aparece en sus memorias y que yo, con su permiso, cuento en las mías (“La prensa libre no fue un regalo”):
“El jefe de la Comandancia de Valencia, a quien mi paisano conocía muy bien, no se le ponía al teléfono. Cabreado por su resistencia, le dio este mensaje al telefonista: “Dígale a Quintiliano que, si no se pone al teléfono, mañana me presentaré en Valencia y le cortaré los huevos”. El mensaje, claro y cuartelero, surtió efecto. Al final, la sangre no llegó al río”.
El teniente general Cassinello ha leído y recortado mi manuscrito (como han hecho mi esposa Ana Westley, mi hijo Erik y Manolo Saco) y me ha concedido el honor de escribir un prólogo cariñoso (“Vidas que han estado entrelazadas”) para mi libro de memorias. También tuve la fortuna de leer su manuscrito y ayudar en su edición y recorte. Ojo por ojo. Este trabajo conjunto en ambas memorias, mano a mano, me ha permitido conocerle mejor y quererle más. Es un personaje excepcional, con sentido del humor y de la Justicia, buena escritura y una gran finura y profundidad en sus análisis.
De sus memorias y de nuestras tertulias de almerienses transterrados a Madrid, me han impresionado mucho sus reflexiones sobre los nacionalismos para entender el fenómeno de ETA y lograr vencer al terrorismo. A las órdenes directas del general Saénz de Santamaría, Andrés Cassinello se dedicó ocho años a la lucha contra ETA, que luego continuó como capitán general de Burgos. Por sus análisis tan acertados del terrorismo y sus éxitos al combatirlo, los demócratas estamos en deuda con este almeriense ilustre.
Le conocí hace años en la ADVT (Asociación para la Defensa de los Valores de la Transición) de la que él era su presidente. Así terminó Andrés Cassinello el prólogo que tan generosamente escribió para mis memorias:
“Y allí apareció José Antonio Martínez Soler, el hijo de “Pepe el del Cemento”, el que leía los libros de mi tía Serafina, a quien me unían, sin saberlo, recuerdos y recuerdos. Después, las memorias de uno y otro. Leídas, discutidas, subrayadas…, y el atraco de que escriba un prólogo. Pues bien, he aquí la criatura. Por favor, sigan leyendo, se podrán enterar de muchas cosas y recordar otras tantas”.
También escribió:
“No estábamos tan lejos sin saberlo. Posiblemente, nos pesaba la historia. Yo era lo que entonces se llamaba hijo de caído, y él era hijo de un teniente del ejército republicano, pero ese peso no coaccionaba nuestras libertades supuestamente enfrentadas”.
Comprenderán que, con este prólogo del teniente general Cassinello, fruto del afecto mutuo, como no voy a quererle. No os perdáis sus memorias. Lo digo en serio.
Acabo de leer la entrevista de El País a Selina Scott (BBC) sobre su documental del Emérito Juan Carlos I. Una colega lista, aguda y simpática a la que entrevisté, en directo, en el primer programa del Buenos Días de TVE, a principios de enero de 1986. Su imagen me ha traído muchos buenos recuerdos de entonces… y uno malo.
Me pasé todo ese año trabajando en el Pirulí de madrugada sin apenas dormir. Selina Scott fue la primera persona que entrevisté el día de nuestro estreno. Fue un experimento. Hoy parece muy fácil. En 1986 no lo era. Quisimos conectar, vía satélite, a la TVE con la BBC. De ese modo, los ingleses me verían a mí en la Breakfast Television y los españoles veríamos en nuestras pantallas a la simpática Selina Scott. Salíamos ganando.
La BBC había estrenado su informativo matinal (de 7:00 a 9:00) unos meses antes que nosotros y nos ganaba en experiencia. Por eso, tras los saludos de rigor, le hice una pregunta cuya respuesta me inquietaba. Le pregunté qué hacía ella para acostumbrarse a trabajar de noche y de madrugada y dormir durante el día. Selina rompió a reír y me respondió:
«Cuando acudo a alguna cena, me duermo en la mesa. No te preocupes para nada, querido Jose, porque a eso de dormir de día no te vas a acostumbrar nunca jamás».
Selina tenía mucha razón. Al cabo de un año de dormir muy poco, pasé de la TVE de madrugada a la Agencia EFE de día. Salí ganando. Además, mi mujer, Ana Westley (awestley.com), trabajaba entonces en el mismo edificio de EFE como corresponsal de Wall Street Journal. Doble premio.
No obstante, aparte de la vanidad que comporta eso de que te reconozcan por la calle porque sales en la tele (ya sabemos que la vanidad es el pecado favorito del diablo), pasé madrugadas maravillosas en el Pirulí.
Gracias al equipo espléndido que pude reunir para fundar el primer informativo matinal de TVE, 1986 fue año mágico y entrañable.