Más vale tarde que nunca. Mi experiencia personal, por traumática que fuera, no puede compararse ni de lejos con el sufrimiento de quienes perdieron a sus padres y/o abuelos asesinados e indignamente enterrados en las cunetas. Sin embargo, aunque, por miedo, guardé silencio durante décadas, hoy me siento incluido, como caso menor, en este recuerdo oficial a las víctimas de la Dictadura.
Al poco de morir el dictador, yo fui víctima de secuestro, tortura y fusilamiento simulado por un comando de la Guardia Civil a las órdenes del franquista general Campano, nombrado por Franco unas semanas antes de morir, en los estertores de la Dictadura.
Hoy, 31 de octubre, se ha fijado como fecha para recordar cada año a las víctimas del golpe militar, la Guerra y la Dictadura. Ya era hora. Felicito y agradezco a los autores de la ley de Memoria Democrática (en especial a mi paisano Fernando Martínez, secretario de Estado, y a su ministro, Félix Bolaños) que han hecho posible este avance de justicia democrática. El acto ha sido muy emocionante.
Y, naturalmente, a los diputados y senadores que han convertido el proyecto en Ley. Otro paso necesario para la concordia. Los demócratas estamos de enhorabuena.
La abogada Cristina Almeida me trae hoy, con esta foto, un recuerdo imborrable. En marzo de 1976, recién salido del hospital donde me trataron las quemaduras de la cara, me dirigí al Tribunal de Orden Público (TOP) para prestar declaración por alguno de los procesos que tenía pendientes por artículos escritos o autorizados como director del semanario Doblón. El largo pasillo del Tribunal Supremo, por donde debía entrar al TOP, estaba lleno de abogados con sus togas y sus puñetas o vuelillos que llevan en la bocamanga. A más de diez metros de distancia, divisé a Cristina Almeida que venía a mi encuentro. Al observar mi cara aún desfigurada por las torturas, se plantó frente a mí y dio un grito muy fuerte («¡Hijos de puta!») que sorprendió, quizás asustó, a los abogados, fiscales o jueces que pululaban por aquel enorme el pasillo. Luego, me abrazó. Aun estábamos sometidos a la Dictadura franquista sin Franco. Mujer valiente y comprometida. Cuando he visto hoy a Cristina abrazar el presidente Sánchez he vuelto a recordar, no sin emoción, aquel abrazo en el Supremo, poco después de la muerte del tirano y con la Dictadura aún vigente a todos los efectos. Gracias, Cristina.
Después de tantos años, he podido contarlo todo, en mi libro «La prensa libre no fue un regalo» que te recomiendo, querida Cristina.