A los 40 años de la gran victoria socialistas en las elecciones del 28-O-1982, mi colega Ricardo Martín publicó en las redes un par de fotos suyas de aquellos días. En ambas aparecía un personaje singular, Enrique Sarasola Lerchundi (1937-2002), cubriendo las espaldas de Felipe González, nuevo presidente del Gobierno. Conociendo la estrecha relación que les unía, no me sorprendió la imagen. La recorté para enviarla por whats app a un gran amigo que compartía peluquero con Sarasola.
Por error, la envié a «mi estado» en whats app sin citar al autor de las fotos. Ricardo se quejó, y con razón, por no haberle citado. Ahora me disculpo y trato de remediar ese error.
Reparado el error, llevo varios días recordando a Sarasola, conocido por sus amigos como el Pichirri, por haber sido gran goleador juvenil en el País Vasco. De mi relación personal con este personaje, que fue clave en la Transición, dejo constancia en varias páginas de mi libro «La prensa libre no fue un regalo».
Fui testigo de la campaña de difamación y la persecución inmisericorde que sufrió Enrique Sarasola, por parte de Juan Tomás de Salas, líder del Grupo 16, desde el día en que Felipe González ganó las elecciones del 82. En 1971, Sarasola fue uno de los 16 fundadores de Cambio 16. Como director ejecutivo en funciones del semanario Cambio 16, desde octubre de 1971 hasta febrero o marzo de 1994, yo conocía los altibajos de amor y odio entre Salas y Sarasola, viejos socios fundadores de mi empresa.
Me consta que, con Felipe González en La Moncloa, Enrique Sarasola, sin ningún cargo público, siempre tuvo acceso fácil y frecuente a la oreja del presidente del Gobierno. Incluso realizó encargos extraoficiales de gran importancia para la entonces frágil Democracia española que había sobrevivido al frustrado golpe de Estado de 23-F de 1981. Jamás revelaré historias confidenciales que conocí por ser amigo personal de Sarasola (no como periodista) con el compromiso mío del «off the record». Enrique podía entrar en mi casa (donde hoy escribo) y servirse, sin preguntar, las cervezas del frigorífico o comer lo que quisiera. Otras veces, en su casa, competíamos cantando en los postres. Enrique, cuchara en forma de micro, cantaba boleros. Lo mío, herencia de mi madre, era la copla.
He buscado sin éxito en mis archivos y en la hemeroteca de El Pais Semanal un amplio reportaje/perfil de 7 u 8 páginas que publiqué allí, creo que en 1983, sobre Enrique Sarasola. Aunque nunca tuvo cargo público, ya era un personaje público conocido en los medios por su probada proximidad al presidente del Gobierno. Era noticia. Mi reportaje se titulaba «El empresario que siguió a Felipe» y yo era entonces redactor jefe de Economía de El País. Lástima no poder encontrarlo ahora. Cuando escribes sobre un amigo corres gran peligro de perder credibilidad como periodista. Sabía, y sé ahora, que la amistad es una fuente potencial de corrupción. No me importó asumir ese riesgo. Lo hice honestamente como réplica voluntaria a la campaña de difamación emprendida por el Grupo 16 (estrechamente ligado al ministro Miguel Boyer Salvador, a Mariano Rubio y otros miembros de la «beautiful people») para alejar a Sarasola del entorno personal e íntimo de Felipe González.
Durante años, sin querer, perdí la pista de mi amigo. A finales de 1989, me llamó para convencerme de que no dimitiera como director del diario «La Gaceta de los Negocios». Su llamada llegó tarde. No le hice caso. Ya estaba decidido a fichar como director del diario El Sol .
Fui de Guatemala a Guatepeor. Pasé de Mario Conde y Javier de la Rosa, ambos carne de cárcel, ligados la Grupo ZETA, al diario El Sol, en manos de Anaya, la ONCE y (¡madre mía!) Silvio Berlusconi. El mayor fracaso profesional de mi vida. Si no hubiera perdido el contacto, durante tanto tiempo, con Enrique Sarasola, otro gallo me cantaría…
Las fotos recuperadas de Ricardo Martín me han traído, inevitablemente, estos ataques de nostalgia. En mi libro de memorias conté la mitad de la mitad de mi relación con el empresario que susurraba a Felipe. Fue una suerte y un privilegio gozar de su amistad.