Anoche vi, no sin cierta tristeza, la despedida periodística de Iñaki Gabilondo en Movistar con su «última» pregunta a varios entrevistados de campanillas: «¿Qué (diablos) es España?.
Desde mi sofá me dieron ganas replicarle al gran escuchador: «¿Y tú me lo preguntas? España eres tú». Eso pensé yo anoche. Y hoy leo la columna del joven Jordi Amat en El País que concluye con la misma línea: «España podrías ser tú». Sin conocernos, ambos hemos llegado a la misma conclusión, una conclusión cargada de esperanza y buena leche sobre el presente y el futuro de nuestro país. Aquí abundan los Iñakis moderados, dialogantes, esperanzados, firmes en sus principios, duros con las espuelas y blandos con las espigas… Aunque los entrevistados hurgaron, incluso se regodearon, en nuestras heridas históricas, el programa resultó equilibrado y digno del maestro Gabilondo. Me gustó.
La pregunta, pese a pecar de repetitiva desde el Desastre del 98, es pertinente en estos momentos de zozobra por la polarización política (mucho de boquilla) y los discursos de odio de los extremistas. Sin embargo, no veo razón para tanto pesimismo y desasosiego como dejaba entrever Iñaki en su despedida (que no me creo) de los micrófonos. Basta con leer y/o viajar para comprobar que España no es diferente, como vendía Fraga, ministro de Franco y padre del PP. En lo fundamental, nos parecemos mucho a los demás países europeos y, en lo accesorio, podemos sacar pecho frente a varios de ellos.
Recordaba anoche una frase que, sobre la Transición de la Dictadura a la Democracia, me dijo el profesor Galbraith en los años 80, paseando por en el yard de la Universidad de Harvard: «Es increíble lo que habéis conseguido en España». Me sentí orgulloso y agradecido, por la parte pequeña que me tocaba. Ya vale de flagelarnos más de lo imprescindible.
Me sorprendió que, entre tantos sabios invitados, apenas se mencionaran los orígenes medievales de España (cristianos, musulmanes y judíos) que son la base de la posterior leyenda negra contra el imperio que tanta sospecha vertió sobre «limpieza» religiosa de los españoles. Aquel «melting pot» de las tres culturas (que convivían y se mataban, volvían a convivir y a matarse) tuvo una enorme influencia en los debates académicos sobre el ser de España que protagonizaron Américo Castro y Claudio Sánchez Albornoz, entre otros.
Durante largas y ricas conversaciones, tales debates se han repetido en las sobremesas de mi casa. Hace poco, encontré en una foto/joya de aquellas tertulias en mi sótano.
Pese a mi costumbre de gran hablador, en esas reuniones con tales maestros y amigos (Juan Marichal, Solita Salinas o Gabriel Jackson) yo me convertía en un obligado (y embobado) escuchador. Como el Iñaki de anoche.
Mi madre tenía la costumbre de hablarme cuando yo salía en la tele. Solía decirme: ¡Qué estropeado estás, hijo mío! Pues anoche estuve a punto de hacer de apuntador y hablarle yo al colega Gabilondo que aparecía en la pantalla. Me hubiera gustado contarle la frase que aprendí de Alfonso Escámez, un aguileño que llegó de botones a presidente del Banco Central, el primero de España. La atribuía San Agustín:
«Cuando me considero soy un pecador, pero cuando me comparo soy un santo».
Pues eso, querido Iñaki. Ya quisieran los colegas europeos tener entre ellos a un periodista, uno solo, como tú. Levanta esa moral y disfruta a tope de la jubilación. Que 80 años no es nada…
Y enhorabuena por tu carrera profesional que admiro y envidio (no sé en qué orden). Suerte en las próximas décadas.