Tampoco terminaré en este curso mi «Quema de libros por la Inquisición», tallada en madera de cerezo, que inicié antes del confinamiento y retomé este curso. Las clases se cerraron y escribir mis memorias («La prensa libre no fue un regalo»), en plena pandemia. desvió mi atención temporalmente.
Ayer celebramos en mi casa la fiesta de fin de curso de tallasmadera.com con un asado de rechupete. Una fiesta de camaradería sensacional, donde brillaba más la admiración que la envidia entre los 25 artistas que homenajeamos ayer a nuestra brillante maestra Sandra Krysiak.
Hector, nuestro asador oficial argentino, que tampoco ha terminado a tiempo su talla del Guernica, avivó el fuego con las astillas de cedro y otras maderas nobles que recogí del suelo en clase. Eran fruto de nuestro sudor para hacer emerger con la gubia nuestras esculturas y relieves, escondidos en el interior de unos simples tacos de madera. Las astillas de cedro, que huelen de maravilla, dieron un aroma especial al corte argentino de la carne y de las verduras, sometidas al fuego lento.
La talla une mucho a quienes practicamos esta terapia artística, más barata que el siquiatra. Hubo buen yantar, muchas risas y excelente camaradería.
Yo comencé a hablar diciendo: «Seré breve… «. Ahí acabó mi discurso. Las carcajadas de mis colegas no me dejaron seguir hablando. Ya me conocen.
En mi casa era costumbre rifar algunos regalos de empresa que no queríamos consumir (huíamos en conciencia de la sensación de soborno a periodistas). Recuerdo que en una fiesta con mis colegas de TVE, cuando yo dirigía y presentaba el Buenos Días, sorteamos un jamón ibérico procedente de la cesta de Navidad de un banco en crisis. Cuanto más grave era la crisis bancaria, mayor era su cesta. En 1986, le tocó el jamón a José Antonio Maldonado, recién contratado por mí como hombre del tiempo para el Buenos Días. Un hombre generoso. A los pocos días, se presentó en el Pirulí con el jamón recortado en lonchas. Menuda fiesta.
Como ahora soy un abuelo jubilado sin influencia, no recibo regalos/soborno como antes. Por eso, opté por premios simbólicos de bajo coste. Por ejemplo, el tercer premio fue la bandeja de panceta sobrante porque, saciados de carne y verduras a la brasa, fuimos incapaces de asarla y comerla. Menos mal que acompañé la grasienta panceta con una camiseta de propaganda de mi libro. Eso sí le gustó al premiado que fue Toño, el pinche de cocina y gran tallista.
El segundo premio, una taza de propaganda con el titulo de mi libro, fue para Marian, la mujer de Pablo Redondo (Odnoner), un consagrado escultor, el ex alumno de Sandra más bendecido por el éxito.
El primer premio fue mi libro (¡cómo no!) y fue a parar, entres grandes risas, a Fernando, mi colega del taller de Tupatio en marqués de Vadillo, que ya lo había comprado, leído y subrayado. Lo cedió generosamente a Ana, de Primero de Cuenco, que estaba sentada a su lado y aún no lo había comprado.
Los últimos salieron de casa cerca de la media noche. Una tarde/noche maravillosa, llena de buena comida y bebida y mejor humor. Muchas gracias, queridos colegas, por venir a casa. Y muchas gracias, especialmente, a estos dos bailarines, auténticos maestros del espectáculo y del asado argentino.
El final, pedimos a la maestra Krysiak (a coro, naturalmente) un aprobado general. Ya veremos.