Anoche bajé a Madrid y me junté con toda la tribu para aplaudir la última novela de Nativel Preciado. Al regresar a casa me puse a leerla. Sus palabras sabias y cargadas de sensibilidad y humanidad, me emocionaron. Citó a Bertrand Russel: «El amor es sabio y el odio estúpido». Recomiendo vivamente su lectura. ¡Qué buen ojo tuvimos al ficharla en 1974, casi una niña, como redactora fundadora del semanario Doblón! ¡Enhorabuena, Nativel! No cambies.
Hubo una larga cola de fans para conseguir la dedicatoria de la autora. Mi chica (awestley.com), que tanto quiere a Nativel, no pudo acudir por su rehabilitación de rodilla. Nunca olvida que, en la presentación que Nativel hizo de mis memorias en el Ateneo de Madrid («La prensa libre no fue un regalo»), le dio públicamente a la Westley el mérito de haberme «civilizado y convertido al feminismo». Siempre me gustó contratar a mujeres para fundar diarios, semanarios o programas de televisión. Son superiores (y muy rentables) en muchos aspectos. Desde luego, Nativel lo fue.
Mensajes de colegas de la talla y del tenis me avisan de que me están viendo en Imprescindibles de la 2 de TVE con Rosa María Calaf. Ante tal provocación, me conecté a la 2 y allí estaba yo, joven y con bastante pelo, abrazando y hablando con la maestra Calaf. Un ataque de nostalgia y una alegría poder repasar la vida y la obra de una gran colega y amiga.
Recomiendo el documental sobre Rosa María Calaf en TVE a todo el mundo, pero especialmente a los jóvenes periodistas o estudiantes con vocación por nuestra profesión, la más hermosa del mundo.
La Calaf era valiente, casi temeraria, para conocer el mundo de cerca, palmo a palmo. No solo el mundo de los líderes políticos o de las guerra, sino el de la gente normal y corriente. Por eso, ha recorrido más de cien países y ha sido corresponsal de TVE en todos aquellos donde teníamos oficina.
Inolvidable para mí fue el susto que me llevé volando junto a la Calaf en un avión de Aeroflot, la compañía de la todavía Unión Soviética, desde Moscú a Berlín. Debió ser allá por 1988, al término de la cumbre entre Ronald Regan y Mijail Gorvachov en la capital rusa. Nuestro avión atravesó una zona de fuertes tormentas que produjeron enormes turbulencias. De pronto, un golpe brusco y un ruido seco, como de un cañonazo, retumbó en la parte exterior del avión, muy cerca de donde íbamos sentados. Removió la aeronave.
Me asusté. Ya lo creo. En cambio, la Calaf se echó a reír. Me tranquilizó:
-«Estos pilotos de Aeroflot proceden, en su mayoría del Ejército del Aire de la Unión Soviética y están entrenados para acercarse al peligro en lugar de alejarse de él. Son muy machos. Van por el camino más corto sin atender a las tormentas. No te preocupes. Ya estoy acostumbrada a estos vuelos. «
Este ha sido el mejor regalo de mi chica (awestley.com) para celebrar el Día de los Enamorados. Me ha concedido el honor de que mi última talla («Quema de libros por la Inquisición») se codee temporalmente con sus óleos, junto a la tele, en el salón de casa. No es poca cosa. Aun con sus defectos (disimulados con la lija), estoy orgulloso de mi obra de jubilado inspirada en Juan de Juni.
La comencé en tallasmadera.com antes de la pandemia del Covid. Algunos colegas escultores pensaron, seguramente con razón, que estaba loco. Incluso mi gran maestra, Sandra Krysiak, tuvo dudas razonables de que pudiera acabarla algún día. No saben lo cabezón que soy cuando decido iniciar algún proyecto por loco que parezca. Basta con repasar mi libro de memorias («La prensa libre no fue un regalo») para conocer lo pertinaz que soy. No sabía que era… imposible. Varias veces perdí los dedos de algunos inquisidores y los pegué con cola blanca. Ni se nota. «Tengo mis huesos hechos…» al fracaso. A mi provecta, estoy bastante curado de espanto. Por eso, el curso pasado retomé la talla, inspirada en una que me impresionó, en un viaje inolvidable, en el Museo de León.