En el día de las alabanzas, cuando ha muerto mi colega Victoria Prego, la voz de la Transición, a quién tanto quería, me entristece no haber podido despedirme de ella. La conocí en mi casa (1977, entonces en obras) hace casi medio siglo. Venía como esposa de Ángel Santacruz, de mi equipo de Internacional en El País, con quien ha tenido dos hijos.
Ella había trabajado en El Alcázar y yo, en el Arriba. ¡Menudas escuelas de anti periodismo de extrema derecha! De allí salimos ambos debidamente vacunados contra el virus del franquismo. En aquellos tiempos, estábamos de acuerdo en cómo salir pacíficamente de la Dictadura: más reformas y menos rupturas, dentro de lo posible. No obstante, me pareció que ella era más de izquierdas que yo… o, quizás, más peleona. Lo que no puedo olvidar es que nos reíamos mucho. Toya tenía gran sentido del humor y buen ingenio gallego para hacerte reír… y pensar.
Luego triunfó con sus documentales geniales sobre la Transición en TVE y yo presumía de su amistad y celebraba su profesionalidad y brillantez. Sin embargo, el 11-M del 2004, siendo ella adjunta a Pedro J. Ramirez, director de El Mundo, y valiente como había sido, eché de menos su voz en favor del periodismo solvente y digno que su jefe estaba pisoteando, con la teoría de la conspiración de ETA en el 11-M, al servicio del mentiroso Aznar.
Quise llamarla entonces para que me explicara como podía convivir su conciencia noble con aquellas mentiras tan palpables en El Mundo desde 2004 a 20015. No lo hice. Y me arrepiento. Seguro que tendría alguna explicación relacionada con la edad, el miedo, el íctus, un susto casi mortal, etc. De lo que estoy seguro es de que la Prego habrá sufrido compartiendo, en silencio, con Pedro J. aquella etapa de miseria moral y deshonestidad profesional de su director.
Como tantos colegas de nuestra provecta edad (no sé por qué), ella evolucionó desde la izquierda hacia la derecha. Estaba en su derecho. En mi opinión, en la vida profesional y personal de Victoria Prego pesa más lo bueno que lo malo. Porque, con razón o sin ella, siempre fue una buena persona. Por eso, merece descansar en paz. Adiós, Toya. DEP.