Cuando recibí la carta del Gobierno, me complació. Lo reconozco. El jueves, 4 de julio, al participar en la constitución oficial de la Comisión, rodeado de historiadores de postín y gente muy principal, me sentí muy honrado… y abrumado.
Desde que me jubilé al frente del grupo 20 minutos, hace 10 años, no me había hecho el nudo de la corbata. Comprobé aliviado que, como montar en bici, eso no se olvida. Con traje y corbata, me presenté en la sede del Ministerio de Política Territorial y Memoria Democrática. Durante las intervenciones de los comisionados, el nudo pasó de la corbata al estómago.
Durante décadas, nunca me gustó recordar que fui una víctima del franquismo, recién muerto el dictador. Sin embargo, desde que publiqué los detalles de mi secuestro y torturas en mi libro de memorias («La prensa libre no fue un regalo») veo mi caso como algo lejano que apenas me afecta. No quise saber quienes fueron los guardias civiles del general Campano que casi me matan con un fusilamiento simulado. Creo que he pasado página y me he quitado un peso de encima.
Soy un flamante vocal de la «Comisión Técnica para el estudio de los supuestos de vulneración de derechos humanos a personas por su lucha por la consolidación de la democracia, los derechos fundamentales y los valores democráticos, entre la entrada en vigor de la Constitución Española de 1978 y el 31 de diciembre de 1983».
Hablamos de la metodología a seguir y de la ponencia encargada de iniciar los trabajos previos al Informe. Una jornada constructiva y no exenta de emoción. Imposible olvidar lo que me ocurrió por publicar un artículo en Doblón sobre la purga de generales, jefes y oficiales moderados de la Guardia Civil ordenada por el general Campano, recién nombrado por Franco poco antes de morir.
Ahora, a trabajar con la Comisión para reconocer y reparar a las víctimas que sufrieron por su lucha por la consolidación de la democracia, los derechos fundamentales y los valores democráticos durante los primeros 5 años de la Transición.
¿Perdonar? Siempre. ¿Olvidar? Nunca. Somos nuestra memoria.
Esta fue mi conclusión, equivocada o no, cuando no quise saber quienes fueron mis torturadores. En estas páginas de mis memorias trato de explicarlo. Copio y pego: