Anoche fui, por segunda vez en mi vida, a la catedral castrense de Madrid. ¡Qué diferencia! Hace décadas asistí allí al bautizo del nieto del general Gregorio Marcotegui. Alegría de una nueva vida. El abuelo del bebé me había amparado generosamente tras el secuestro y torturas que sufrí tres meses después de la muerte del dictador. Ayer asistí al funeral por mi amigo el tte. general Andrés Cassinello, a quien tanto quería. Tristeza por su muerte. En ambas ocasiones, los monaguillos vestían uniforme militar. La ceremonia funeraria, pese a no ser creyente, me emocionó. Pude abrazar a Pili, viuda de Andrés, y a varios de sus hijos y nietos. Por primera vez escuché el himno nacional tocado en el órgano catedralicio. Tronaba. Parecía cosa de Bach. Me gustó.
Escribió Machado que «el golpe de un ataúd en tierra es algo tremendamente serio». Ayer sentí ese golpe. Andrés amaba la música clásica. Él mismo podría haber elegido la música de su funeral. Sus piezas favoritas. Cuando sonó «Lascia la spina cogli la rosa» de Handel me estremecí. Adiós, mi querido general, jefe de los espías y arquitecto secreto de nuestra Democracia. Los demócratas siempre estaremos en deuda contigo.