Gracias a lo mal que funciona la atención al cliente de Movistar he aumentado mi tiempo dedicado a la lectura de libros nuevos y viejos. No hay mal que por bien no venga. Regresamos de Lugano (Suiza) y la tele, después muchas llamadas sin éxito al 1002, seguía sin funcionar desde principios de este año. Me entregué a leer a Leila Guerriero («La llamada») y a releer a Tucídices (su excelente Guerra del Peloponeso). ¡Qué placer! La tele, esperando a Movistar, seguía (y sigue) sin señal. Pero no me quiero perder el tenis de Australia. Insisto con el 1002. Un mensajero nos trae un paquete con el nuevo router. Lo abro y trae unas instrucciones quizás traducidas del japonés. Pido auxilio al 1002. Me atienden señoritas muy simpáticas que no solucionan el problema. Gracias a una de ellas (Raquel) consigo conectar el WiFi al ordenador y al móvil. Ya es algo. Por aquí puedo protestar. Pero la tele, desde la uvas del cambio de año, sigue sin señal. ¿Qué hacer? Solo se me ocurre esta pataleta y pedir a Movistar un poco de compasión con los clientes jubilados que no entienden sus instrucciones en modo jeroglífico. ¡SOS!
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