La noticia de la muerte ayer de Karim Aga Khan, príncipe de los ismailitas y descendiente de Mahoma, me ha llegado cargada de recuerdos. A su abuelo lo pesaban sentado en el plato de una gran balanza y en el otro plato volcaban monedas de oro hasta alcanzar su peso. Una tradición ancestral. Su nieto, Aga Khan IV, uno de los hombres más ricos del mundo, falleció ayer a los 88 años. Le conocí en mayo de 1986 y le entrevisté, al amanecer para el Buenos Días de TVE, desde el Patio de los Leones. Era la primera vez que un descendiente del profeta Mahoma pisaba la Alhambra. Y TVE lo dio en directo. En aquel Buenos Días hacíamos esas locuras porque no sabíamos que eran imposibles. Emocionante. Con el canto de los pajarillos y el arrullo del agua como sonido ambiente, el príncipe Aga Khan nos contó su visión del mundo, su historia y sus proyectos filantrópicos para el Tercer Mundo. El día antes, nos invitó a mi esposa, Ana Westley, y a mí a un banquete en honor a los Reyes de España en el palacio de Carlos V. Como no encontramos con quién dejar a nuestra hija Andrea, de año y medio, (un fallo del protocolo), la llevamos al almuerzo. Andrea, correteando de mesa en mesa, fue el centro de la fiesta, según la reina Sofía. Su foto con chupete salió, sin identificar, en toda la prensa. En el pie decían que «un congresista musulmán con su hija a la espalda saluda a los Reyes». Mi calva incipiente no me delataba como el padre de la niña. Mi padre sí reconoció a su nieta y me envió una página del ABC con la foto en cuyo pie había cortado la palabra «musulmán». Cuento más detalles en «La prensa libre no fue un regalo». Sus ministros se referían al Aga Khan como H.H. (His Highness). Descanse en paz el príncipe de los ismailitas.
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