¿Y si el alejamiento de Trump de la OTAN y de la UE fuera un revulsivo geopolítico y una bendición para el futuro de Europa? Ayer coincidí con mi colega Georgina Higueras (brillante ex corresponsal en Moscú, Pekín, etc.) al responder ambos afirmativamente a esta provocadora y sugestiva pregunta. Si miro por el retrovisor, me veo en 1988 paseando por la Plaza Roja de Moscú, cerca de Gorvachov y de Reagan, para cubrir la cumbre URSS-USA. El presidente de la todavía Unión Soviética echaba su brazo por encima del hombro del presidente de Estados Unidos. Lo nunca visto. Compartían carcajadas. Se acabó la guerra fría. Rusia podría volver a soñar con ser parte de Europa. ¿Acaso Pedro el Grande, la gran zarina Catalina o el mismísimo Dostoyevski no soñaban con ser europeos? ¿Qué ha pasado para que Rusia invada Ucrania, mire hacia China y se aleje de Europa? El presidente ruso Boris Yeltin estudió acercarse a Europa y envió generales a las reuniones de la OTAN. En ocasiones, tuve la sospecha (sin datos verificables) de que a Estados Unidos no le gustaba el acercamiento de Rusia a Europa y ponía algunos palos en las ruedas para torpedear aquel proceso. Francia y Alemania se mataban vivos durante siglos y ahora, tan amigos desde hace casi 80 años bajo la bandera de la UE. ¿Podrá algún día sumarse Ucrania y Rusia a la UE bajo esa misma bandera de la democracia y la paz? Me podéis llamar ingenuo y optimista sin remedio. Lo acepto. Pero, con el retrovisor de la historia y las luces largas del futuro, lo difícil se hace y lo imposible se intenta. Ojalá pueda regresar algún día a Moscú y visitar Kiev sin necesidad de utilizar pasaporte.

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