Desde que estalló el escándalo Abalos-Cerdán he dudado seriamente si debía votar o no a Pedro Sánchez por su culpa in vigilando y su culpa in eligiendo. Menuda torpeza por dejarse engañar dos veces seguidas. Ayer, tras los discursos de odio del PP y VOX, Feijoó me sacó de dudas. Me movilizó… en su contra. Por ahora, si los escándalos no escalan (como dice Rufián de ERC), a pesar de todo, seguiré apoyando a Pedro Sánchez. Ya no tengo duda de que es el menos malo para defender los intereses generales de España.
Me pasó con Felipe Gonzalez, a quien tanto admiré. Dirigía yo el telediario de las 15.00h. entre 1993 y 1995. Noticias angustiosas de corrupción acosaban al PSOE: «Al jefe del dinero del Banco de España se lo llevan los guardias, el jefe de los guardias se lleva el dinero, etc. etc». Eso dijo mi viejo amigo Joaquín Leguina. Hacer un Telediario solvente, en medio de tanta porquería, era insoportable. Pedí nuevo destino como corresponsal de TVE en Estados Unidos. Solo regresé para hacer las entrevistas a los candidatos presidenciales de marzo de 1996. Ya no tenía dudas. Decidí no votar a Felipe González. Voté en blanco. Me equivoqué. Ganó Aznar, el peor presidente y el más miserable de la historia de España.
En cuanto llegó a la Moncloa me despidió de TVE. Gajes del oficio. No volveré a cometer aquel error. Votaré al menos malo que, hoy por hoy, es Pedro Sánchez. Gracias al miedo que Feijoó y Abascal me están metiendo en el cuerpo me he movilizado para pedir el voto para Pedro Sánchez y reducir los votos de las extremas derechas. Y lo siento por mis amigos moderados del PP que se están quedando huérfanos de líder. Pedro Sánchez debe contraatacar y recordar algo que me dijo Felipe González: «Al que se aflige, lo aflojan».
No puedo evitar celebrar hoy un artículo magistral de mi colega Alex Grijelmo en El País titulado «Las pelotas de tenis». Con su permiso, lo copio y pego a continuación:
Las pelotas de tenis
«La técnica de las pelotas de tenis consiste en lanzarle al rival en un debate un número ingente de bolas a la vez, para que de ninguna manera pueda devolverlas todas: afirmaciones sin matizar, manipuladas, plagadas de insinuaciones que se basan en trucos de silencio (se cuenta una parte pero se omite otra que la rebaja o la matiza), y casi todas de una sola oración, sin subordinadas ni subjuntivos: contundentes, exageradas, apocalípticas. Es el lenguaje ajeno al rigor y la precisión.
Alberto Núñez Feijóo ofreció ayer en el Congreso un ejemplo que merecerá circular entre los asesores de comunicación política, bien para copiar su afinada ejecución o bien para aprender a combatir este uso tan artero. En una sola frase, el presidente del PP arrojó un aluvión de pelotas de tenis cuya carga explosiva habría necesitado el trabajo de un artificiero y el tiempo de un ajedrecista.
Dijo Feijóo: “Un día se plagia una tesis, otro se convive con prostíbulos con la mayor normalidad, más adelante se esconden urnas detrás de una cortina y así poco a poco se va moviendo el umbral ético hasta que cabe todo: hasta que a uno le arreglan un puesto en la Diputación de Badajoz y a la otra le dan una cátedra sin haber pisado la universidad”.
Caramba, ¿todo eso lo habrá hecho el jefe del Gobierno?, se preguntará el respetable público.
Si Feijóo enviara su discurso a un gran periódico de prestigio mundial (pongamos el Washington Post o The New York Times) para su publicación como artículo, sus acreditados verificadores empezarían a sudar tinta nada más leer esa parrafada.
Una vez repuestos del susto, deberían comenzar el trabajo por reclamarle al articulista que precisase a quién se refiere con el uso impersonal “un día se plagia una tesis…”, pues no encontrarían ninguna resolución que la avalase. Solo podrían hallar asuntos relacionados con la falsificación de un título de máster, en caso ya sentenciado; pero enseguida el editor pensaría que el político de la derecha no iba a arrojar eso contra alguien de su partido que se benefició de la maniobra.
El verificador agraciado con la tarea sí habría podido confirmar enseguida que un puesto de coordinador de los conservatorios de música (después “jefe de la Oficina de Artes Escénicas”) le fue adjudicado en 2016 en Badajoz a un hermano de Sánchez cuando este no era ni diputado (había dimitido meses antes), asunto que aún se halla en litigio.
La referencia a los prostíbulos, eso sí, lo dejaría perplejo, y obligado a suprimirla mientras no se verifique que el propio presidente ha vivido en uno de ellos como se da a entender; y también lo concerniente a esos sufragios escondidos tras una cortina: “¿De cuántos votos estamos hablando y de qué elecciones?”. Y ya puestos, ¿de qué color era la cortina?
Por su parte, la afirmación “…y a la otra le dan una cátedra sin haber pisado la universidad” le atraería enormemente en un primer momento al editor. ¿Es posible en España que a uno lo hagan catedrático sin haber terminado una carrera? Ah, no. Se trata de que la Complutense organizó “cátedras” que no eran dirigidas por catedráticos, una de ellas adjudicada a la esposa del jefe del Gobierno, Begoña Gómez. “Señor articulista”, escribiría el editor, “puede referirse usted a la manipulación de la palabra ‘cátedra’ por la universidad, y a que la titulación de la señora Gómez no pasaría un filtro exigente, y a que tal vez hizo valer su influencia, pero no nos parece correcto insinuar que la nombraron catedrática. ¿Desea modificar su frase para acercarla más a la verdad?”.
No podemos responder aquí con todos los detalles a ese aluvión de bolas amarillas. Tampoco los editores de un gran diario que recibiese el texto. Ni siquiera Sánchez, que necesitaría para ello el tiempo de otro debate.
El Parlamento no tiene un libro de estilo. Pero si algún día se propusiera la edificante tarea de elaborarlo, ese manual habría de advertir sobre la ventajista trampa de las pelotas de tenis. comprendo por qué este maestro del Periodismo no es miembro de la Real Academia de la Lengua.
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Gracias, Alex. No comprendo por qué Alex Grijelmo y Arsenio Escolar no son miembros de la Real Academia Española de la Lengua. Ya están tardando.