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¿Tomates verdes fritos? ¡Válgame Dios!

Mi madre hubiera pensado ayer que estábamos en la ruina. «¿Tomates verdes fritos? Válgame Dios?». Esa habría sido, sin duda, su reacción al verme cocinar los últimos restos de tomates raff, duros, verdes y feísimos, de mi huerta. Mi chica me animó a probar lo que en Nueva Inglaterra era comida habitual en otoño.

Tomates raff en su tomatera
Tomates raff en su tomatera. Con el frío nunca se pondrán rojos.

En Boston pasan del verano al invierno en un par de días. En septiembre, los tomates se quedan verdes sin remedio hasta que la nieve prematura los destroza. En mi primera visita a Estados Unidos me dijeron que «lo mejor de Nueva Inglaterra era la primavera y el otoño, ambos días».

Ultima cosecha de otoño

En 1970, mi suegra me sorprendió con un primer plato exquisito de lo que yo creí que eran berenjenas rebozadas al estilo almeriense de mi madre. ¡Qué va! Eran tomates verdes fritos. ¡No me lo podía creer! A los pocos días comprobé que, a la orilla de las carreteras locales, vendían tomates verdes. Los comían como si se tratara de un majar. Ha pasado medio siglo que aquella experiencia y ayer, al retirar los restos semi congelados de mi huerta, recordé la receta de mi suegra. Su hija, Ana Westley (awestley.com), me animó a repetir la receta de mi madre con las berenjenas rebozadas pero… sin berenjenas.

Todo preparado para repetir la receta (de Boston o de Dakota) de mi suegra

Me recordó que nuestras pensiones de jubilados se estaban resintiendo por las tarifas del gas y de la electricidad y que debíamos ahorrar en lo que fuera posible. Me convenció. Manos a la obra. Coseché una buena cesta de tomates raff, verdes y durísimos. En lugar de tirarlos a la basura, como hacía todos los años, antes de esta crisis energética, los llevé a la cocina.

Los tomates verdes sueltan más agua que las berenjenas. Por eso, puse el aceite de oliva al 9 y luego lo bajé al 6.

Como no recordaba la receta de mi suegra (de Boston o, quizás, de Dakota) apliqué la de mi madre con las berenjenas. Rebocé las lonchas de tomates verdes con huevo batido y luego con harina se trigo y las eché a la sartén con aceite de oliva muy caliente.  Un par de vueltas y bajé la temperatura de la placa del 9 al 6. Mi nieto Leo me dijo un día que, en su casa, el agua hierve a 9 grados.

Parecen berenjenas rebozadas, pero sin berenjenas. Nos chupamos los dedos.

El resultado ha sido espléndido. Rodajas fritas de tomates verdes rebozadas con huevo y harina… exquisitas. Os lo recomiendo. Solo me faltó ponerles un poco de miel. No era necesario, pues resultaron más dulces que las berenjenas. Hemos recuperado una tradición de la familia Westley que ya habíamos perdido. Y hemos ahorrado unos euros. Ya no volveré a tirar a la basura los tomates verdes de fin de temporada que nunca van a madurar.

Todo aprovecha para el convento.

Abril-Leal: Camelot en Castellana, 3

El libro del ex ministro de Economía, José Luis Leal, («Hacia a libertad») me ha abierto los ojos y me ha iluminado zonas claves de nuestra transición de la Dictadura a la Democracia. ¡Enhorabuena y gracias, José Luis!

Cubierta del libro de Leal

Si estoy convencido de que, a pesar de los pesares, hay nobleza y generosidad en la acción política es porque compartí (1978-1980) el sueño de Camelot en el palacete de Castellana, 3. Servir a los intereses generales de España, a las órdenes directas del ministro José Luis Leal e indirectas del vicepresidente Fernando Abril Martorell, marcó mi admiración y lealtad por aquel equipo reducido y eficaz que promovió y cumplió los Pactos de la Moncloa, imprescindibles para poder aprobar, con estabilidad socio económica, la Constitución más larga y provechosa de nuestra historia. Los demócratas le debemos mucho a esa pareja de patriotas.

José Luis Leal con su esposa Joseline y Fernando Abril Martorell.

Yo ganaba allí muy poco dinero, comparado con el sueldo anterior y posterior de redactor jefe de El País, pero nunca gané tanta felicidad por la satisfacción del deber cumplido al servicio de la Democracia. Era como hacer otra vez la «mili», pero de verdad. Una de las mejores etapas de mi vida.

En la planta baja de Castellana, 3, despachaba yo cada día con José Luis Leal, ministro de Economía, condiscípulo juvenil del rey emérito, luchador anti franquista, exiliado, doctor por la Sorbona, sabio entre los sabios y, sobre todo, poeta.

Leal estudió con el entonces príncipe Juan Carlos de Borbón.

En ocasiones, también me tocaba asistir al vicepresidente Abril Martorell, que trabajaba, a cualquier hora del día o de la noche, en el primer piso, al que se accedía a trompicones por un viejo ascensor barroco que llamábamos «la bombonera». El primer día, me sorprendió que el despacho del ministro fuera más del doble de grande que el del vicepresidente, un político que valoraba más el contenido que el envoltorio de los muchos problemas que se echaba a sus anchas espaldas.

En el equipo de Abril-Leal había muy pocos funcionarios y procedían de todos los colores políticos. A nadie se le preguntó por su origen o sus afinidades ideológicas. Importaba la entrega a los ideales básicos de consolidar la Democracia y construir un país más justo y próspero. Esto que digo, en favor aquellos dirigentes generosos, eficaces y honestos, les parecerá cuento chino a muchos desencantados por la polarización y la corrupción política de nuestros días. La verdad, en ocasiones, parece increíble. Pero, lo crean o no, esa es mi verdad, vivida en primera persona y contaba con toda la honestidad de que soy capaz.

Al cabo de más de medio siglo de ejercicio del Periodismo, también he llegado a la conclusión de que, en situaciones graves y extraordinarias, la sociedad produce líderes extraordinarios. Lo queramos o no. Por eso, emergieron entonces personajes excepcionales, quizás irrepetibles, como Fernando Abril Martorell, José Luis Leal, Adolfo Suárez, Felipe González, Alfonso Guerra, Manuel Fraga, Santiago Carrillo, el teniente general Gutiérrez Mellado, el cardenal Tarancón y, naturalmente, sé por qué lo digo, el teniente general Andres Cassinello, el creador del CNI de Suárez. Fueron hombres capaces de actuar y llegar a acuerdos patrióticos cuando estábamos al borde del abismo. La izquierda y la derecha desconocían la fuerza del contrario y tenían miedo. Los vencedores de la guerra civil temían a la revancha violenta de los vencidos y los perdedores, a una nueva dictadura de los franquistas sin Franco. El miedo compartido (y algo de generosidad, no digo que no) nos hizo demócratas.

Ahora estoy disfrutando mucho con la lectura de las memorias de mi antiguo jefe, José Luis Leal, una figura demasiado modesta y que fue clave para llevar a buen puerto la Transición española. Aunque estuve en aquel Camelot, como el último de los becarios, desde el otoño del 78 al invierno del 80, el libro me aclara ahora muchos secretos, usos y costumbres de aquellos tiempos que yo solo sospechaba. El objetivo era no volver a las andadas de otra guerra civil. Quitar la razón al gran poeta Ángel González que nos decía: «La historia de España es como la morcilla de mi pueblo: se hace con sangre y se repite». Gracias a gigantes políticos, como los que he nombrado en el párrafo anterior, se equivocó el poeta. También se equivocaron mis colegas de la prensa extranjera que, al morir el tirano, volaron hacia España en busca de otra guerra fratricida. Era costumbre. Decepcionados, tuvieron que marcharse con sus plumas a otra parte.

El libro de José Luis Leal, editado por Turner, será presentado mañana lunes, 12 de diciembre, a las 19:00 h. en la Fundación Carlos de Amberes, calle Claudio Coello, 99, Madrid. No te lo pierdas.

En Claudio Coello, 99, a las 19:00 h del lunes 12 de diciembre, con Leguina y García Vargas, dos viejos amigos.

En mi libro de memorias, «La prensa libre no fue un regalo», he intentado describir y, a veces, explicar, torpe y brevemente, lo que hacíamos desde aquel antiguo palacete, algo versallesco y nada funcional, que había sido ocupado antes por Azaña, Carrero Blanco y Suárez.

Copio y peo, a continuación, algunas páginas de mi libro en las que me refiero, de pasada, a los trabajos de aquella Corte del rey Arturo en la que respirabamos el sueño de una España mejor, más libre y más justa que la que no deparó el tirano Francisco Franco durante su ominosa y cruel Dictadura de vencedores contra vencidos.

Abril-Leal. Pag. 354
Abril-Leal. Pag. 355
Abril-Leal. Pag 356
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Abril-Leal. Pag. 360

Mi libro en Babelia ¿Qué más puedo pedir?

El País, donde pasé tantos años felices, me ha dado esta mañana una alegría. Mi colega Rafael Fraguas publica hoy en Babelia un artículo interesante sobre mi libro de memorias personales y periodísticas. Gracias, querido Rafa. Comprendo tus criticas por la descripción que hago de algunos aspectos casi religiosos del comunismo que nunca me gustaron. También reconozco y valoro positivamente en mi libro la contribución extraordinaria que muchos comunistas, empezando por Santiago Carrillo, hicieron a la Transición de la Dictadura a la Democracia. Lo cortés no quita lo valiente. En su edición digital, que copio y pego a continuación, su comentario sobre «La prensa libre no fue un regalo» es más amplio que en la versión impresa. Me ha sorprendido la foto de la Agencia EFE (que yo desconocía) sobre los preparativos de la manifestación en protesta por el secuestro y las torturas que sufrí en marzo de 1976 por un comando de la Guardia Civil de Campano, un general del bunker franquista. 

EL PAÍS

BabeliaLIBROS | CRÍTICA DE ‘LA PRENSA LIBRE NO FUE UN REGALO’

‘La prensa libre no fue un regalo’, recuerdos de un combate inacabado

José Antonio Martínez Soler relata los avatares del periodismo profesional en una coyuntura social y política tan singular como la Transición de la dictadura franquista a la democracia constitucional

Manifestación en Madrid en marzo de 1976 en la que 300 periodistas se solidarizaban con José Antonio Martínez Soler, secuestrado, torturado y amenazado de muerte si no abandonaba el país.
Manifestación en Madrid en marzo de 1976 en la que 300 periodistas se solidarizaban con José Antonio Martínez Soler, secuestrado, torturado y amenazado de muerte si no abandonaba el país.EFE

RAFAEL FRAGUAS10 DIC 2022 – 05:30 CETLos libros de memorias, cuando son sinceros, se asemejan a aquellos melones cuya tajadura descubre un suculento contenido. La dulce pulpa de los testimonios veraces surge así ante nuestros ojos. Pero, para saborearla, será preciso quitar las numerosas pipas o pepitas que la envuelven. Es el caso de La prensa libre no fue un regalo (Marcial Pons Editores), memorial del veterano periodista y gestor de medios, José Antonio Martínez Soler (Almería, 1947). La pulpa de este interesante libro la compone una trepidante narración, descrita con amenidad y desenvoltura, sobre los avatares del Periodismo profesional en una coyuntura social y política tan singular como la Transición de la dictadura franquista a la democracia constitucional. Proceso coral y de masas que Martínez Soler individúa amparándose en un género que, como tal, se lo permite.

Prosa limpia, libre y ligera, acreditada por cinco décadas de oficio, con una destreza especialmente didáctica acuñada, sobre todo, en la Prensa económica. Destacó como director, subdirector o redactor-jefe de numerosas publicaciones, ora fundadas, impulsadas por él mismo, así como en distintos programas de la televisión estatal. Nada que objetar sobre la elevada carga testimonial, familiar y de relaciones amistosas y profesionales desplegada por el autor, materias tan sagradas como la subjetividad de sus percepciones, ante las cuales la crítica debe obligadamente plegar velas.

Empero, las pipas del melón abierto por el autor conciernen a las distintas interpretaciones opinables que le cabe extraer de los hechos por él así tratados. Las numerosas alusiones y referencias a la libertad de expresión que el libro contiene demandan su atinencia obligada y explícita al derecho a la información, atributo patrimonial que pertenece a la sociedad, no únicamente al individuo. Desprovista de tal condición, la libertad no dejaría de ser un privilegio, caro y seductor, pero meramente privado.

Por otra parte, el autor hace alarde reiterado de anticomunismo, actitud inelegante hacia los profesionales comunistas que, desde el Movimiento Democrático de Periodistas, se arriesgaron a sufrir y sufrieron persecución judicial y marcaje policial tras haberse volcado en defenderle a él, secuestrado y malherido por delincuentes de uniforme vestidos de civiles, metralleta en mano. Martínez Soler se esfuerza en demostrar, en sus juicios y valoraciones ideológicas, que en aquella turbulenta y esperanzadora transición política, el antifranquismo no implicaba necesariamente ser anticapitalista, ni ser contrario a la política estadounidense en su conjunto, tomas de posición consideradas ayer y hoy como señas de identidad de la izquierda real.

Numerosas pinceladas esmaltan la narración, donde aflora un entusiasmo creativo amparado en la iniciativa que ha de presidir el quehacer periodístico. Pero el entusiasmo es tanto y tan contagioso que esconde algún índice de adanismo, sobre todo en lo que se refiere a su paso por TVE. En cuanto a distintos emprendimientos empresariales personales, la línea entre la propiedad de los medios y el oficio de los profesionales queda casi siempre nítidamente demarcada, pero no obstante, hay iniciativas que persiguen repicar y marchar en procesión simultáneamente, con curiosos resultados, como los obtenidos por el autor en tales iniciativas.Una correlación de fuerzas equilibrada entre la izquierda, depositaria de eticidad y memoria, y la derecha, heredera del poder, hizo viable la salida de la tiniebla franquista en un momento excepcional de la Historia de España

Amenidad, interés y euforia singularizan este libro donde la sorpresa y la emoción dan paso, también, al estupor de unos hechos tan irrepetibles como los vividos por la sociedad española, en general y desde la Prensa democrática, en particular, durante aquel trance sociopolítico. El miedo fue, para el autor, la clave de aquel histórico tránsito; razón no le falta; pero ante y frente al temor se irguió la audacia de generaciones anteriores que laboraron tan arriesgadamente para que la suya disfrutara de las mieles del triunfo. Una correlación de fuerzas equilibrada entre la izquierda, depositaria de eticidad y memoria, y la derecha, heredera del poder, hizo viable la salida de la tiniebla franquista en un momento excepcional de la Historia de España. Mas, cuando aquel equilibrio se torció luego, algunos de los demonios conjurados entonces reaparecieron y hoy se asoman con altanería en la escena, como un siniestro ritornello. Libros como este dan cuenta de aquellas batallas ganadas para la libertad por el autor y numerosos otros periodistas, en la guerra que la democracia libra contra una parte del pasado que, en verdad, merecía ser hecho añicos.

Portada de 'La prensa libre no fue un regalo', de José Antonio Martínez Soler.

La prensa libre no fue un regalo

Autor: José Antonio Martínez Soler.

Editorial: Marcial Pons, 2022.

Formato: tapa blanda (576 páginas, 31,35 euros) y e-book (euros).

Mi libro en la edición impresa de El Pais
Artículo de Rafa Fraguas


Ataque de nostalgia con Carlos Santos en RNE

¡Ataque de nostalgia al pisar de nuevo la Casa de la Radio! ¡Qué placer! Ayer, jueves, 8 de diciembre, en pleno puente, me citó mi amigo, paisano y colega Carlos Santos, a las 11:00 h. en Radio Nacional de España, para hablar de «La prensa libre no fue un regalo. Cómo se gestó la Transición». ¿Hablar de mí y de mi libro? Imposible negarme. Y además, poder dar un abrazo a Carlos Santos. Lujo doble. Me lo pasé muy bien. Os recomiendo que escuchéis esta media hora de programa.

Con Carlos y Ramón en el estudio de RNE
Con Carlos y Ramón en el estudio de RNE

Me gusta mucho la radio. Más que la tele. Hace años, cuando hablaba de divulgación económica en mi sección «El bolsillo» y otros programas de RNE, me sentía unido a cada oyente por un hilo de plata… Aún me reconocen más por mi voz en RNE que por mi cara en TVE.

Mi último retrato, obra nada menos que del gran Bernardo Pérez, un amigo.

Claro que ahora, sin pelo y con algunas arrugas gloriosas de abuelo jubilado, ¿quién me va a reconocer?

Quienes me vieron en la tele en 1986 difícilmente podrán reconocer mi cara ahora por la calle. En cambio, por la voz, sí. Ya es algo.

Es costumbre en la radio y en la tele que los encargados de producción se aseguren de que los invitados lleguen a tiempo a la hora programada para a entrar al aire en directo. Aunque yo me sabía el camino, se empeñaron en enviarme un coche de producción a mi casa. Lo comprendí. Me sentí alguien. Yo también  hacía lo mismo cuando fundé el primer informativo matinal «Buenos Días» en TVE (1986). Claro que despertarse de madrugada para acudir al Pirulí a un programa en directo de de 7:00 a 9:00 h. tenía sus riesgos. No había costumbre. La vanidad de verte en la pantalla ayudaba a madrugar. Claro que el conductor de TVE tuvo que despertar a más de uno de mis invitados.

Ayer me recogió Manolo, un conductor veterano de RTVE. En cuanto le saludé, en la puerta de mi casa, me reconoció por mi voz más que por mi cara. Me gustó. Gracias, Manolo, por recogerme a tiempo, gracias a David por asegurar la producción del programa y muchísimas gracias Carlos Santos por hacerme sentir de nuevo que estaba en mi casa, en la Casa de la Radio de Prado del Rey.

«La belleza subsiste siempre en el recuerdo» (William Wordsworth, en Esplendor en la Hierba).

portada
Mi libro estaba ayer entre los micrófonos del Estudio de RNE. Carlos Santos lo tenía dedicado por mí pues acudió a la presentación del libro en el Ateneo de Madrid. Le debo otra copa.

¡44 años libres! ¿Quién lo hubiera dicho?

Tal día como hoy, hace 44 años, colgué la bandera de España en la puerta de mi casa. Sin la gallina de Franco, claro. Desde aquel día, ya era la bandera de todos.

Feliz Día de la Constitución

No me daba repelús. Eso le dije al mi vecino, el coronel Lisarrague, franquista de toda la vida, cuando llamó a mi puerta. Hace 4 años, en el 40 aniversario de la Constitución del 78, la más larga y provechosa de la historia de España, un puñado de periodistas publicamos un libro de recuerdos y nos reunimos en el Congreso de los Diputados para celebrar ese feliz acontecimiento.

El gran Forges lo hizo antes que nosotros.

La anécdota del coronel Lisarrague, tan entrañable, la he incluido en mi libro de memorias (La prensa libre no fe un regalo. Cómo se gestó la Transición). La recuerdo con ternura cuando, en días como hoy, coloco la bandera española en la mesa del comedor.

Pagina 349 de La prensa libre no fue un regalo.
Pagina 349 de La prensa libre no fue un regalo.
Pagina 350 de La prensa libre no fue un regalo.
Portada del libro «La prensa libre no fue un regalo», editado por Marcial Pons.
No todos los que hoy besan la Constitución, con fruición, votaron a favor el 6 de diciembre del 78.

De hecho al Partido Popular, heredero directo de la Alianza Popular de Fraga, que se abstuvo en el referendo, sigue incumpliendo el mandato de la Constitución, con mil excusas extravagantes, al bloquear, desde hace 4 años, la renovación del Poder Judicial que exige la Carta Magna. Ojalá no se cumpla eso de que «la cabra tira al monte» y los del PP vuelvan pronto a la senda constitucional. Las posiciones de la extrema derecha de VOX se parecen mucho a las de Fuerza Nueva que voto NO a la Constitución.

A pesar de todo, ahí está a Constitución del 78 garantizando nuestra libertad que tanto nos costó conquistar, después de la ominosa y larga Dictadura de Franco. Desde luego, la libertad no nos tocó en una tómbola. Cuidémosla y celebremos, con alegría, este día de fiesta democrática.

En Canal Sur… fui alguien

Facebook me envía hoy un recuerdo bonito de hace ¡tres años! Yo pensaba que fue ayer… Es un reportaje de Canal Sur sobre mi vida y milagros (de jubilado) en el que ya anticipaba que «la libertad no nos tocó en una tómbola».

En Canal Sur, poco antes del confinamiento por el COVID que me permitió escribir «La prensa libre no fue un regalo».

Durante la pandemia y el confinamiento le fui dando forma de libro a aquella idea, más orientada al periodismo en la Dictadura y en la Democracia, y se convirtió en «La prensa libre no fue un regalo» que presentamos en el Ateneo de Madrid el pasado 27 de septiembre y en el Teatro Apolo de Almería el pasado 18 de octubre.

¡Qué lejos queda aquel reportaje anterior a la pandemia! Pero aún me gusta. En Canal Sur, la tele de mi tierra, fui alguien.

Portada del libro, editado por Marcial Pons

Ayer dejé tuerto a un inquisidor… de madera

Ayer perdí la concentración necesaria para tallar los ojos de un inquisidor, quemador de libros, y le dejé tuerto. ¡Qué dolor! Le salté el ojo derecho.

Inquisidor, quemador de libros de herejes, con el ojo derecho recién pegado con cola blanca.

No tuve más remedio que pegarlo con cola blanca de carpintero y, cuando se seque, volveré a tallarlo con el pico de gorrión (la gubia en V). Por mi mala cabeza, me dio mucha rabia este pequeño accidente. Y seguramente me bajará la nota, y con razón, en tallasmadera.com.

Talla inacabada, en madera de cerezo español, inspirada en la obra de Juan de Juni sobre la «Quema de libros de un hereje» del Museo de León.

Desde que la vi, por primera vez, en «Las Edades del Hombre » en Salamanca, siempre tuve la intención de tallar una copia en miniatura. ¡Qué escena tan española! Doce inquisidores quemando alegremente los libros de un presunto hereje. Una orgía de ignorancia y salvajismo religioso. También, una bellísima obra de arte del gran Juan de Juni, autor del incomparable coro de San Marcos en León, en cuyas mazmorras estuvo preso Francisco de Quevedo.

Pasaron los años y, en cuanto me jubilé como director general del diario 20 minutos, me apunté a la clase de talla en madera de la maestra Sandra Krysiak, profesora de la Escuela de Arte La Palma. Aprobé el Primero de Cuenco y el Segundo de Relieve. Siendo yo cervantino de por vida, mi primera atrevida escultura fue, naturalmente, la cabeza de Cervantes. También le salté un ojo al autor del Quijote. Adelaida Gordillo, compañera de clase y amiga muy socarrona, me advirtió de que «Cervantes era manco y no tuerto».

Mi talla de Cervantes, con sus dos ojos, la dediqué a mis maestros Raimundo Lida y Juan Marichal que me enseñaron a amar El Quijote.

Le pegué un cacho de madera de cedro y rehice el ojo del manco de Lepanto. Creo que ni se nota.

Me inspiro en una foto reducida de la obra de Juan de Juni (de Google) cuyo original tiene casi dos metros.

Cuando visité con mis hijos el Museo del Holocausto en Washington, en la graduación de Erik, el mayor de los tres, se me quedó para siempre en la memoria una frase del poeta alemán Heine, grabada en la entrada en aquella exposición de horrores nazis contra los judíos: «Empiezan quemando libros, acaban quemando personas». Cuando termine mi talla grabaré esa frase con el pirógrafo en el borde o en el marco.

Recordé entonces la quema de libros del dictador Francisco Franco al terminar la guerra civil, que él inició con el golpe de Estado de 1936. Hubo hogueras de libros por toda España, como en tiempos de la Inquisición española y de la barbarie nazi. A continuación, hubo asesinatos de miles de vencidos, cuyos cuerpos siguen abandonados en las cunetas y que ahora recibirán digna sepultura gracias a la nueva Ley de Memoria Democrática que yo llamo de Justicia Democrática.  También recordé la quema de libros de unos parientes en Tabernas (Almería), el pueblo de mi padre. Con tantos recuerdos en torno al amor a los libros, debo concentrarme mejor en la talla de mi pequeña obra. Por eso, me dolió tanto mi despiste por el que ayer dejé tuerto al inquisidor.

Detalle, en bruto, de tres inquisidores
Detalle, en bruto, del inquisidor principal.

Indulto a Griñán para restaurar la Justicia

El artículo de Martín Pallín, ex fiscal y ex magistrado del Supremo, sobre la condena equivocada contra Griñán, ex presidente del la Junta de Andalucía, te pone los pelos de punta.

Artículo de Martín Pallín en El País de hoy

Su lectura da muchas claves de porqué el Partido Popular lleva más de 4 años sin cumplir el mandato constitucional para renovar el gobierno de los jueces. Arrima las ascuas a su sardina.

Jose Antonio Griñán, ex presidente de la Junta de Andalucía.

La sentencia pecaminosa contra Griñan (3 votos frente a 2) pone en entredicho la apariencia de neutralidad e independencia de la Justicia española. Y, si la Justicia no es igual para todos, estamos socavando los cimientos de la Democracia. El indulto urgente del Gobierno podría restaurar la Justicia en este caso tan flagrante.

Martín Pallín, ex fiscal y ex magistrado del Tribunal Supremo.

Copio y pego el texto del artículo de Martín Pallín. No te lo pierdas:

El caso de los ERE de Andalucía no tiene precedentes en la doctrina penal ni puede encontrarse nada semejante en las bases de jurisprudencia. Se trata de hechos sucedidos durante 10 años en sede parlamentaria y del Gobierno autonómico, sin que nadie los hubiera denunciado. Si alguien quiere opinar, con un mínimo de solvencia, sobre el contenido de una sentencia debe partir de la lectura rigurosa de los hechos probados que constituyen la columna vertebral de cualquier veredicto definitivo. La inmensa mayoría de los que han aplaudido sin reservas la solución final y, por supuesto, la totalidad de los políticos que utilizan las condenas como un arma arrojadiza, no se han tomado la molestia de leer su contenido.

Es significativo que la sentencia firme del Tribunal Supremo comience afirmando que observa un cierto desorden, tanto en la descripción de los hechos como en su calificación jurídica. Advierte de que su análisis, ante el confuso relato, va a tomar como punto de partida no el criterio de la Audiencia de Sevilla, sino la calificación que resulte procedente a partir del relato de hechos probados.

Por tanto, volvamos al relato de hechos probados de la sentencia de Sevilla que son la base de la condena. Lo primero que descarta rotundamente es que el sistema de los ERE sea una trama diseñada específicamente con el fin de apoderarse de los fondos públicos en beneficio de un partido político (el PSOE, entonces en el poder en la Junta de Andalucía). Al final de su larguísima sentencia, condena a varias personas por prevaricación y malversación de caudales públicos.

Tanto el ministerio fiscal, como las acusaciones populares (a cargo del Partido Popular y Manos Limpias) consideraron que los hechos (en cuanto a la malversación) eran constitutivos de un delito del artículo 432 del Código Penal que estaba vigente en el momento de la comisión de los hechos: “La autoridad o funcionario público que, con ánimo de lucro, sustrajere o consintiere que un tercero, con igual ánimo, sustraiga los caudales o efectos públicos”. Ni el ánimo de lucro ni el apoderamiento aparecen en ningún pasaje de la sentencia. Se limita a decir que había un riesgo de que los fondos no se aplicaran al fin previsto. Nada que ver con la malversación dolosa e intencionada. El magistrado que examinó la causa en el Tribunal Supremo por el aforamiento de José Antonio Griñán concluye rotundamente que a fecha 24 de junio de 2015 no constan datos incriminatorios por el delito de malversación.

El Tribunal Supremo, ante las lagunas probatorias, da “un salto en el vacío” como muy plásticamente dicen los dos votos disidentes, lanzándose por la pendiente del dolo eventual, consciente de que no existe base legal alguna para fundamentarlo. El legislador exige la concurrencia de un dolo directo para que pueda existir el delito de malversación que estiman las acusaciones. El ánimo de lucro directo o consentido elimina la posibilidad de cometer este delito por dolo eventual. Es necesario un dolo directo e inequívoco. En la sentencia 429/2012 del Tribunal Supremo, de 21 de mayo, se condensa la interpretación de la Sala sobre este punto. Dice la sentencia que “el artículo 432 del Código Penal sanciona a la autoridad o funcionario público que con ánimo de lucro sustrajere los caudales o efectos públicos que tenga a su cargo por razón de sus funciones. Sustraer ha de ser interpretado como apropiación sin ánimo de reintegro (SSTS 172/2006 y STS 132/2010), equivalente a separar, extraer, quitar o despojar los caudales o efectos, apartándolos de su destino o desviándolos de las necesidades del servicio, para hacerlos propios (STS 749/2008)”.

La imposibilidad de aplicar la figura del dolo eventual a la malversación con ánimo de lucro se confirma en una sentencia de 30 de mayo de 2019, cuya ponencia pertenece precisamente al magistrado del Tribunal Supremo que redacta la sentencia definitiva. Afirma que el delito de malversación de caudales públicos, en su redacción vigente al tiempo de los hechos, exigía para su comisión una conducta de apropiación del bien público por el funcionario o por terceros. Descarta la posibilidad de condenar por dolo eventual. El Tribunal Supremo rompe con el principio de culpabilidad que mueve la conducta de los ladrones de los fondos públicos. No cabe instrumentalizar el dolo eventual para acusar de apropiación directa de bienes.

En relación con el delito de prevaricación, el Tribunal Supremo ha sostenido reiteradamente que el salto de la infracción administrativa al derecho penal, para construir un delito de prevaricación, tiene que estar sólidamente sustentado en los hechos. No basta con vulnerar la ley, lo que puede dar lugar a la nulidad declarada por la jurisdicción contencioso-administrativa, sino de sancionar supuestos límites. Como se ha dicho reiteradamente, el derecho penal es siempre el último recurso. Para la existencia de la prevaricación judicial se ha exigido que la resolución sea absurda, irracional o incluso “esperpéntica”. Los mismos requisitos se deben exigir para la prevaricación administrativa.

En todo caso, la sentencia es firme. Por lo tanto, mientras no se anule en las instancias constitucionales o europeas, hay que comenzar a cumplirla. Una de las posibilidades de evitar las consecuencias inmediatas de un craso error judicial pasa por la concesión de un indulto. Concurren razones de justicia, equidad y también de utilidad pública.

En consecuencia, estimo que, ante el desatino judicial, el indulto solicitado y los que se presenten en el futuro deben concederse por razones de justicia y equidad. Según el artículo 4 del Código Penal, el juez o tribunal puede suspender la ejecución de la pena mientras no se resuelva sobre el indulto cuando, de ser ejecutada la sentencia, la finalidad de este pudiera resultar ilusoria. Según la Constitución, uno de los valores superiores de nuestro ordenamiento jurídico es la justicia. De momento, la única forma de restaurarla es mediante el ejercicio del derecho de gracia. Acudiendo a uno de los juristas más eminentes de la historia, Rudolf von Ihering, estamos ante un caso en el que el indulto puede actuar como una válvula de seguridad para garantizar el derecho y la justicia. Corregir una resolución que no responde a los cánones de legalidad, además de ser justo, restaura el orden jurídico.

En este caso concurre además una circunstancia que no es habitual en la mayoría de las sentencias. Se trata de dos votos disidentes que consideran que los tres mayoritarios, como se ha dicho, han tenido que “dar un salto en el vacío” para construir las condenas. La opinión del ministerio fiscal y del tribunal sentenciador sobre la procedencia o improcedencia de otorgar el derecho de gracia no es vinculante.

Los magistrados de Sevilla tienen la posibilidad de reflexionar sobre las objeciones formuladas por las dos magistradas disidentes del Tribunal Supremo como base no solo para informar favorablemente el indulto, sino para evitar una innecesaria entrada en prisión de los condenados por malversación de caudales públicos. Nadie discute, como dice la Fiscalía, que la corrupción es incompatible con la democracia, pero creo que deberían repasar el contenido de los hechos probados. La entrada en prisión es una decisión innecesaria e injusta.José Antonio Martín Pallín es abogado miembro de la Comisión Internacional de Juristas (Ginebra). Ha sido fiscal y magistrado del Tribunal Supremo. 

España eres tú, querido Iñaki

Anoche vi, no sin cierta tristeza, la despedida periodística de Iñaki Gabilondo en Movistar con su «última» pregunta a varios entrevistados de campanillas: «¿Qué (diablos) es España?.

Iñaki Gabilondo , el gran escuchador

Desde mi sofá me dieron ganas replicarle al gran escuchador: «¿Y tú me lo preguntas? España eres tú». Eso pensé yo anoche. Y hoy leo la columna del joven Jordi Amat en El País que concluye con la misma línea: «España podrías ser tú». Sin conocernos, ambos hemos llegado a la misma conclusión, una conclusión cargada de esperanza y buena leche sobre el presente y el futuro de nuestro país. Aquí abundan los Iñakis moderados, dialogantes, esperanzados, firmes en sus principios, duros con las espuelas y blandos con las espigas… Aunque los entrevistados hurgaron, incluso se regodearon, en nuestras heridas históricas, el programa resultó equilibrado y digno del maestro Gabilondo. Me gustó.

Columna de Jordi Amat, uno de los invitados de Iñaki, en El Pais de hoy.

La pregunta, pese a pecar de repetitiva desde el Desastre del 98, es pertinente en estos momentos de zozobra por la polarización política (mucho de boquilla) y los discursos de odio de los extremistas. Sin embargo, no veo razón para tanto pesimismo y desasosiego como dejaba entrever Iñaki en su despedida (que no me creo) de los micrófonos. Basta con leer y/o viajar para comprobar que España no es diferente, como vendía Fraga, ministro de Franco y padre del PP. En lo fundamental, nos parecemos mucho a los demás países europeos y, en lo accesorio, podemos sacar pecho frente a varios de ellos.

Recordaba anoche una frase que, sobre la Transición de la Dictadura a la Democracia, me dijo el profesor Galbraith en los años 80, paseando por en el yard de la Universidad de Harvard: «Es increíble lo que habéis conseguido en España». Me sentí orgulloso y agradecido, por la parte pequeña que me tocaba. Ya vale de flagelarnos más de lo imprescindible.

Cito al profesor Galbraith en el Epílogo de mi libro «La prensa libre no fue un regalo»

Me sorprendió que, entre tantos sabios invitados, apenas se mencionaran los orígenes medievales de España (cristianos, musulmanes y judíos) que son la base de la posterior leyenda negra contra el imperio que tanta sospecha vertió sobre «limpieza» religiosa de los españoles. Aquel «melting pot» de las tres culturas (que convivían y se mataban, volvían a convivir y a matarse) tuvo una enorme influencia en los debates académicos sobre el ser de España que protagonizaron Américo Castro y Claudio Sánchez Albornoz, entre otros.

Durante largas y ricas conversaciones, tales debates se han repetido en las sobremesas de mi casa. Hace poco, encontré en una foto/joya de aquellas tertulias en mi sótano.

Juan Marichal, Solita Salinas, mi esposa Ana Westley, Gabriel Jackson y un servidor, en el comedor de mi casa.

Pese a mi costumbre de gran hablador, en esas reuniones con tales maestros y amigos (Juan Marichal, Solita Salinas o Gabriel Jackson) yo me convertía en un obligado (y embobado) escuchador. Como el Iñaki de anoche.

Mi madre tenía la costumbre de hablarme cuando yo salía en la tele. Solía decirme: ¡Qué estropeado estás, hijo mío! Pues anoche estuve a punto de hacer de apuntador y hablarle yo al colega Gabilondo que aparecía en la pantalla. Me hubiera gustado contarle la frase que aprendí de Alfonso Escámez, un aguileño que llegó de botones a presidente del Banco Central, el primero de España. La atribuía San Agustín:

«Cuando me considero soy un pecador, pero cuando me comparo soy un santo».

Pues eso, querido Iñaki. Ya quisieran los colegas europeos tener entre ellos a un periodista, uno solo, como tú.  Levanta esa moral y disfruta a tope de la jubilación.  Que 80 años no es nada…

Y enhorabuena por tu carrera profesional que admiro y envidio (no sé en qué orden). Suerte en las próximas décadas.

El hombre que susurraba a Felipe

A los 40 años de la gran victoria socialistas en las elecciones del 28-O-1982, mi colega Ricardo Martín publicó en las redes un par de fotos suyas de aquellos días. En ambas aparecía un personaje singular, Enrique Sarasola Lerchundi (1937-2002), cubriendo las espaldas de Felipe González, nuevo presidente del Gobierno. Conociendo la estrecha relación que les unía, no me sorprendió la imagen. La recorté para enviarla por whats app a un gran amigo que compartía peluquero con Sarasola.

Enrique Sarasola, tras Felipe González. (Foto recortada)

Por error, la envié a «mi estado» en whats app sin citar al autor de las fotos. Ricardo se quejó, y con razón, por no haberle citado. Ahora me disculpo y trato de remediar ese error.

Foto original de Ricardo Martín
Felipe González, Enrique Sarasola y dos colegas de TVE en otra foto de Ricardo.
Enrique Sarasola Lerchundi

Reparado el error, llevo varios días recordando a Sarasola, conocido por sus amigos como el Pichirri, por haber sido gran goleador juvenil en el País Vasco. De mi relación personal con este personaje, que fue clave en la Transición, dejo constancia en varias páginas de mi libro «La prensa libre no fue un regalo».

Cubierta de mi libro, editado por Marcial Pons
Sarasola, provisto de brocha y pegamento, pegaba carteles de Cambio 16 sobre Marcelino Camacho, líder de CC.OO., en plena Dictadura.
Pag. 419 de mi libro. Tras el funeral de Sarasola, Felipe González me recordó lo que había sufrido Enrique por ser amigo suyo.

Fui testigo de la campaña de difamación y la persecución inmisericorde que sufrió Enrique Sarasola, por parte de Juan Tomás de Salas, líder del Grupo 16, desde el día en que Felipe González ganó las elecciones del 82. En 1971, Sarasola fue uno de los 16 fundadores de Cambio 16. Como director ejecutivo en funciones del semanario Cambio 16, desde octubre de 1971 hasta febrero o marzo de 1994, yo conocía los altibajos de amor y odio entre Salas y Sarasola, viejos socios fundadores de mi empresa.

Me consta que, con Felipe González en La Moncloa, Enrique Sarasola, sin ningún cargo público, siempre tuvo acceso fácil y frecuente a la oreja del presidente del Gobierno. Incluso realizó encargos extraoficiales de gran importancia para la entonces frágil Democracia española que había sobrevivido al frustrado golpe de Estado de 23-F de 1981. Jamás revelaré historias confidenciales que conocí por ser amigo personal de Sarasola (no como periodista) con el compromiso mío del «off the record». Enrique podía entrar en mi casa (donde hoy escribo) y servirse, sin preguntar, las cervezas del frigorífico o comer lo que quisiera. Otras veces, en su casa, competíamos cantando en los postres. Enrique, cuchara en forma de micro, cantaba boleros. Lo mío, herencia de mi madre, era la copla.

He buscado sin éxito en mis archivos y en la hemeroteca de El Pais Semanal un amplio reportaje/perfil de 7 u 8 páginas que publiqué allí, creo que en 1983, sobre Enrique Sarasola. Aunque nunca tuvo cargo público, ya era un personaje público conocido en los medios por su probada proximidad al presidente del Gobierno. Era noticia. Mi reportaje se titulaba «El empresario que siguió a Felipe» y yo era entonces redactor jefe de Economía de El País. Lástima no poder encontrarlo ahora. Cuando escribes sobre un amigo corres gran peligro de perder credibilidad como periodista. Sabía, y sé ahora, que la amistad es una fuente potencial de corrupción. No me importó asumir ese riesgo. Lo hice honestamente como réplica voluntaria a la campaña de difamación emprendida por el Grupo 16 (estrechamente ligado al ministro Miguel Boyer Salvador, a Mariano Rubio y otros miembros de la «beautiful people») para alejar a Sarasola del entorno personal e íntimo de Felipe González.

Durante años, sin querer, perdí la pista de mi amigo. A finales de 1989, me llamó para convencerme de que no dimitiera como director del diario «La Gaceta de los Negocios». Su llamada llegó tarde. No le hice caso. Ya estaba decidido a fichar como director del diario El Sol .

Pag. 466 de mi libro. La llamada de Sarasola
Pag. 567 de mi libro.

Fui de Guatemala  a Guatepeor. Pasé de Mario Conde y Javier de la Rosa, ambos carne de cárcel, ligados la Grupo ZETA, al diario El Sol, en manos de Anaya, la ONCE y (¡madre mía!) Silvio Berlusconi. El mayor fracaso profesional de mi vida. Si no hubiera perdido el contacto, durante tanto tiempo, con Enrique Sarasola, otro gallo me cantaría…

Las fotos recuperadas de Ricardo Martín me han traído, inevitablemente, estos ataques de nostalgia. En mi libro de memorias conté la mitad de la mitad de mi relación con el empresario que susurraba a Felipe. Fue una suerte y un privilegio gozar de su amistad.