Horas antes de la muerte, a los 70 años, de Javier Marías, que seguirá viviendo en sus obras, me entero que ayer murió Alfredo (Güero) Duclaud, mi amigo, el hombre que me enseñó a amar a Mexico.
He disfrutado mucho con las novelas, ensayos y artículos del casi premio Nobel español y lamento su pérdida. Pero la ausencia definitiva del amigo Alfredo, de 53 años, ha sido un golpe mucho más duro que la de un escritor favorito y bastante mas difícil de digerir. No pienso en otra cosa. Era un gran deportista y, de estar vivo, seguramente estaría ahora esperando la final del US Open con Carlitos Alcaraz a punto ser ser el número uno más joven del mundo. Lo comentaríamos por whats app. Entre tanto, con permiso, desahogo mi tristeza volcando algunos recuerdos en este blog.
Hace casi 20 años, fui invitado a un Congreso Internacional de Prensa en Buenos Aires. Llegué un día antes y me apunté a un tour en micro bus por la capital argentina. A mi lado se sentó Alfredo Duclaud, otro turista desconocido con un gracioso acento mexicano. Compartimos muchas risas y muchas ideas sobre la condición humana y el «ego» argentino que no tiene nada que envidiar al mío. Fue amistad a primera vista. Terminó el tour y nos despedimos seguramente para siempre. Lamenté no haberle pedido sus datos de contacto. Era un gran tipo, listo, rápido, generoso y dulce, un joven empresario que soñaba con un futuro mejor para su familia y su país. Adiós y hasta nunca.
A la mañana siguiente, con traje y corbata, subí al estrado desde donde debía dar mi conferencia sobre la crisis mundial de la prensa de pago y el éxito de la prensa gratuita como el del diario 20 minutos. Desde mi atril, antes de comenzar, en la primera fila de la sala, reconocí la sonrisa y la sorpresa de mi compañero del tour. A partir de ese momento no hemos perdido el contacto, ya fuera personalmente en Mexico o en España o por mensajes escritos o llamadas telefónicas. Le adopté, junto a su esposa Tita, a sus hijas Alexa y Andrea y sus hermana Odette y Paula, como mi familia favorita mexicana. Alfredo me llevó un día hasta Cuernavaca para que pudiera dar mi último abrazo a Juan Marichal, mi maestro y mentor en Harvard, que murió poco después. Hace poco, le faltó tiempo para felicitarme por el ascenso del Almería a la División de Honor del futbol español que él seguía con devoción. Gran deportista y corredor de maratones.
No sé cuanto tardaré en acostumbrarme a la ausencia del Güero (el rubio, su alias para los amigos). En el caso reciente de Emilio Ontiveros aún no lo consigo. Hace un par de meses, el Güero y yo comimos con su hija Andrea en La Cantina del Ateneo de Madrid y celebramos su finde carrera y mi último libro recién publicado. Quedamos para vernos pronto. Ya ves. Nunca más. Ayer le falló el corazón. Lo siento muchísimo, familia. La señora Anita (awestley.com) y yo os mandamos un fuerte abrazo y todo nuestro amor. Esta sigue siendo vuestra casa en España.
Bernardo Pérez Tovar, amigo y colega de tantos años en El País, se decidió ayer a mostrarnos por primera vez sus fotos de la Transición. Su Expo retrospectiva de 45 años de foto periodismo está abierta en la Alhondiga de Segovia. No os la perdáis.
Es una muestra gloriosa de la Democracia, de lo que hemos mejorado, sufrido y gozado desde la muerte del tirano Francisco Franco. Y no digamos desde que se construyó este granero del siglo XV. Los de mi edad hemos visto todas esas fotos en las páginas de El País.
Sin embargo, pasear por ellas, todas juntas y revueltas, te da un chute de nostalgia y felicidad, de orgullo patrio, con pinchazos de dolor y de ternura. Porque el autor en un profesional entero, con un compromiso ético con la realidad, «su» realidad, sabio, tierno y compasivo.
En tres páginas de mis memorias periodísticas (que copio) cuento el reportaje gráfico que hizo Ana Westley (casi recién casados) en la Quinta Avenida de Nueva York.
Dijo Bernardo ayer que lo único objetivo del periodismo es el utensilio que se adapta a la cámara y que, por algo, se llama así: «el objetivo». Y no le falta razón. Nos pasa también a los «plumillas». Lo único objetivo es el teclado. Sin, embargo, viendo las fotos de su realidad, !qué hermosa profesión compartimos!
Bernardo nos dice en la tertulia que «las fotos son nuestro pasado». Mas aún, somos nuestros recuerdos. Y allí están nuestros recuerdos gráficos colgados en este bello edificio medieval de Segovia. Hubo en la tertulia un punto de pesimismo por las «fake news», la ola digital y el retroceso del periodismo independiente, («en proceso de extinción», dijeron) y que yo me atreví a contradecir. A pesar de todo, nunca antes estuvimos mejor que ahora. Pero eso da para más de un tertulia, incluso para otro libro. Y ahora tengo que ponerme a cocinar. No me da tiempo.
Por cierto, gracias Bernardo, por hablar de mi libro «La prensa libre no fue un regalo», un corte publicitario que me hizo sentirme alguien, entre tantos maestro del periodismo.
Anoche no tuve que cocinar para mi chica. Nos dimos un homenaje en un restaurante segoviano que solíamos frecuentar en nuestros últimos 53 aniversarios… juntos.
Fijaos si soy o no soy un hombre con suerte. El martes pasado me crucé casualmente con Bernardo en el puerta del Ateneo. Disfrazado de motorista, me dio una voz: ¡JAMS! No le reconocí. En cuanto se quitó el casco, nos dimos un abrazo como los de hace años, me hizo una foto, muy cariñosa, y me anunció la Expo que se inauguró ayer.
Bernardo disparó su móvil y me sacó toda la luz (interior y exterior) que yo no tengo. Presumido como soy, coloqué la foto inmediatamente en mi perfil del blog de 20 minutos y en todos los perfiles de mis redes sociales.
Si tuviera que elegir a los tres almerienses que más me han inspirado en mi vida diría Nicolás Salmerón, presidente de la I República, Carmen de Burgos, primera periodista y corresponsal de guerra, y Andrés Cassinello, coautor clave de la Transición.
Por eso, me emociona tanto tener hoy en mis manos el libro de “memorias de tiempos difíciles” de nuestro paisano, el teniente general Cassinello Pérez, recién salido del horno. Su título: “La huella que deja el tiempo al pasar”. Os lo recomiendo vivamente. Hoy publiqué la noticia en La Voz de Almería.
Como de costumbre, para facilitar la lectura a jubilados con vista cansada, copio y pego a continuación el texto de mi artículo en word.
Almería, quién te viera… (26)
Los demócratas, en deuda con el tte. general Cassinello
J. A. Martínez Soler
Si tuviera que elegir a los tres almerienses que más me han inspirado en mi vida diría Nicolás Salmerón, presidente de la I República, Carmen de Burgos, primera periodista y corresponsal de guerra, y Andrés Cassinello, coautor clave de la Transición. Por eso, me emociona tanto tener hoy en mis manos el libro de “memorias de tiempos difíciles” de nuestro paisano, el teniente general Cassinello Pérez, recién salido del horno. Su título: “La huella que deja el tiempo al pasar”. Os lo recomiendo vivamente.
Su historia personal y profesional, desde la Dictadura a la Democracia, te engancha porque, por raro que parezca en un teniente general, nuestro paisano escribe muy bien. Da gusto leerle. Es su quinto libro. Y aunque me gustó mucho su biografía del Empecinado (“O el amor a la libertad”), ejecutado por orden del rey felón (Fernando VII), como nuestros Colorados, esta es, a mi juicio, su mejor obra.
Andrés Cassinello, que ya ha cumplido 95 años, estudió en el colegio Ferrer Guardia como Andrés Pérez (su padre y su tío habían sido fusilados por los republicanos) y luego, en el Instituto de Almería, fue alumno de Celia Viñas. Con un solo párrafo de su primer capítulo, el autor muestra toda su gran humanidad ante los lectores:
“Pero mi compañero de banca, mi amigo para toda la vida, era Pepe Fornovi, cuyo padre acababa de ser fusilado por las tropas de Franco que a mi me liberaron. Podría contar su historia. Igual a la mía, pero desde el otro lado del espejo, porque a su padre le condenaron a muerte y le fusilaron los míos en el verano de 1939, mientras yo me ufanaba con la victoria. (…) Me confesó que a uno de sus hijos le había puesto de nombre Andrés en recuerdo de nuestra amistad juvenil”.
Este es nuestro Andrés, como dice la contracubierta de su libro, “un militar profesional que, desde planteamientos netamente alineados con el régimen franquista, pasó a convertirse en uno de los principales impulsores del proceso de transición a la Democracia”. Como jefe de Inteligencia, a las órdenes directas del presidente Adolfo Suárez, Cassinello, que sabía inglés (esto cambió su suerte) y por eso había estudiado en Estados Unidos, creó el SECED, embrión de lo que luego sería el CNI. Su informe secreto a Suárez en favor de la legalización de PCE fue clave para el éxito de la Transición sin violencia por parte de los comunistas. También lo fue para traer a España al president Tarradellas, a quien visitó en el exilio, y durante la noche del golpe fallido del 23-F que pasó hablando con todas las capitanías generales.
Bueno, con todas, no. Solo se le resistía la del general Miláns del Bosch, capitán general de Valencia, quien se había unido a los golpistas y mandó sus carros de combate a recorrer las calles de la capital de su región militar. Hay una anécdota que no aparece en sus memorias y que yo, con su permiso, cuento en las mías (“La prensa libre no fue un regalo”):
“El jefe de la Comandancia de Valencia, a quien mi paisano conocía muy bien, no se le ponía al teléfono. Cabreado por su resistencia, le dio este mensaje al telefonista: “Dígale a Quintiliano que, si no se pone al teléfono, mañana me presentaré en Valencia y le cortaré los huevos”. El mensaje, claro y cuartelero, surtió efecto. Al final, la sangre no llegó al río”.
El teniente general Cassinello ha leído y recortado mi manuscrito (como han hecho mi esposa Ana Westley, mi hijo Erik y Manolo Saco) y me ha concedido el honor de escribir un prólogo cariñoso (“Vidas que han estado entrelazadas”) para mi libro de memorias. También tuve la fortuna de leer su manuscrito y ayudar en su edición y recorte. Ojo por ojo. Este trabajo conjunto en ambas memorias, mano a mano, me ha permitido conocerle mejor y quererle más. Es un personaje excepcional, con sentido del humor y de la Justicia, buena escritura y una gran finura y profundidad en sus análisis.
De sus memorias y de nuestras tertulias de almerienses transterrados a Madrid, me han impresionado mucho sus reflexiones sobre los nacionalismos para entender el fenómeno de ETA y lograr vencer al terrorismo. A las órdenes directas del general Saénz de Santamaría, Andrés Cassinello se dedicó ocho años a la lucha contra ETA, que luego continuó como capitán general de Burgos. Por sus análisis tan acertados del terrorismo y sus éxitos al combatirlo, los demócratas estamos en deuda con este almeriense ilustre.
Le conocí hace años en la ADVT (Asociación para la Defensa de los Valores de la Transición) de la que él era su presidente. Así terminó Andrés Cassinello el prólogo que tan generosamente escribió para mis memorias:
“Y allí apareció José Antonio Martínez Soler, el hijo de “Pepe el del Cemento”, el que leía los libros de mi tía Serafina, a quien me unían, sin saberlo, recuerdos y recuerdos. Después, las memorias de uno y otro. Leídas, discutidas, subrayadas…, y el atraco de que escriba un prólogo. Pues bien, he aquí la criatura. Por favor, sigan leyendo, se podrán enterar de muchas cosas y recordar otras tantas”.
También escribió:
“No estábamos tan lejos sin saberlo. Posiblemente, nos pesaba la historia. Yo era lo que entonces se llamaba hijo de caído, y él era hijo de un teniente del ejército republicano, pero ese peso no coaccionaba nuestras libertades supuestamente enfrentadas”.
Comprenderán que, con este prólogo del teniente general Cassinello, fruto del afecto mutuo, como no voy a quererle. No os perdáis sus memorias. Lo digo en serio.
Acabo de leer la entrevista de El País a Selina Scott (BBC) sobre su documental del Emérito Juan Carlos I. Una colega lista, aguda y simpática a la que entrevisté, en directo, en el primer programa del Buenos Días de TVE, a principios de enero de 1986. Su imagen me ha traído muchos buenos recuerdos de entonces… y uno malo.
Me pasé todo ese año trabajando en el Pirulí de madrugada sin apenas dormir. Selina Scott fue la primera persona que entrevisté el día de nuestro estreno. Fue un experimento. Hoy parece muy fácil. En 1986 no lo era. Quisimos conectar, vía satélite, a la TVE con la BBC. De ese modo, los ingleses me verían a mí en la Breakfast Television y los españoles veríamos en nuestras pantallas a la simpática Selina Scott. Salíamos ganando.
La BBC había estrenado su informativo matinal (de 7:00 a 9:00) unos meses antes que nosotros y nos ganaba en experiencia. Por eso, tras los saludos de rigor, le hice una pregunta cuya respuesta me inquietaba. Le pregunté qué hacía ella para acostumbrarse a trabajar de noche y de madrugada y dormir durante el día. Selina rompió a reír y me respondió:
«Cuando acudo a alguna cena, me duermo en la mesa. No te preocupes para nada, querido Jose, porque a eso de dormir de día no te vas a acostumbrar nunca jamás».
Selina tenía mucha razón. Al cabo de un año de dormir muy poco, pasé de la TVE de madrugada a la Agencia EFE de día. Salí ganando. Además, mi mujer, Ana Westley (awestley.com), trabajaba entonces en el mismo edificio de EFE como corresponsal de Wall Street Journal. Doble premio.
No obstante, aparte de la vanidad que comporta eso de que te reconozcan por la calle porque sales en la tele (ya sabemos que la vanidad es el pecado favorito del diablo), pasé madrugadas maravillosas en el Pirulí.
Gracias al equipo espléndido que pude reunir para fundar el primer informativo matinal de TVE, 1986 fue año mágico y entrañable.
Colegas de la AMI (Asociación de Medios de Información) me tiran de la lengua sobre la Prensa en la Transición y yo les respondo como si fuera libre. En esta entrevista de Pedro Tortosa doy, resumidas, algunas claves de mi libro de memorias personales y periodísticas «La prensa libre no fue un regalo. Cómo se gestó la Transición».
Entrevista AMI. José Antonio Martínez Soler. Autor del libro ‘La prensa libre no fue un regalo. Cómo se gestó la transición’
El periodista habla sobre el papel de la prensa en la Transición española, el SÍ a la OTAN, la oleada de atentados de ETA o el 23-F, entre otros temas recogidos en su libro.
Director del semanario Doblón durante la Transición española, director fundador de los diarios El Sol y La Gaceta de los Negocios, redactor jefe del diario El País, del semanario Cambio 16 y director general del periódico 20 minutos. Trabajó en Televisión Española durante los años 1980 y 1990 como fundador del informativo Buenos días y director de los telediarios.
P. ¿Cuál fue el papel de la prensa en la Transición española? ¿Cómo recuerda esa etapa? ¿Cómo se logró el consenso también desde las editoriales para hallar un punto de entendimiento tan decisivo?
R.- La prensa ayudó mucho al éxito de la Transición. Jugó un papel importante como correa de transmisión de la sociedad. Insinuábamos la corrupción de la Dictadura, informábamos entre líneas de lo que pasaba en la calle, cuando podíamos sortear la censura, y mostrábamos la incapacidad del franquismo para homologarnos con Europa. Peleábamos por conquistar la libertad de expresión y le metíamos goles a la censura. Pero sabíamos que no era gratis. Tenía un coste. Por eso, asumíamos los riesgos de cierre o secuestro de la publicación, querellas y procesamientos políticos, detenciones, interrogatorios, palizas, etc. La prensa no sometida a la Dictadura, aunque era débil y escasa, contaba las protestas y el malestar de la sociedad contra el régimen de Franco. Y el dictador respondía con más represión y violencia policial y judicial. Era un círculo vicioso.
Los grupos editoriales, de cualquier color, sobre todo al final de la Dictadura, ansiaban la libertad de expresión casi unánimemente. La reacción conjunta de toda la prensa española, por ejemplo, contra mi secuestro, torturas y fusilamiento simulado fue, en 1976, recién muerto el dictador, la primera acción unánime de todos los grupos editoriales. Todos ellos publicaron a la vez el mismo editorial de protesta consensuado con un título común: “Impunidad”.
Queríamos ser ciudadanos libres y no súbditos oprimidos por una dictadura. Esa etapa la recuerdo con una mezcla de miedo y esperanza. Teníamos un presente oscuro, pero soñábamos con conquistar un futuro brillante y en libertad. Y sabíamos que no era gratis. Nadie nos iba a regalar la libertad.
P.- ¿Por qué fue tan importante el SÍ a la OTAN y por qué lo considera tan relevante? ¿Más que la oleada de atentados de ETA o el 23-F? Y todo con usted al frente de los informativos desde una televisión pública…
R.- Ser miembro de la OTAN era condición necesaria, aunque no suficiente, para entrar en el Mercado Común Europeo (hoy Unión Europea). Europa había sido para muchos españoles anti franquistas sinónimo de democracia y queríamos poder homologarnos con nuestros vecinos del norte. Era relevante para consolidar la democracia, vencer al terrorismo de ETA, con ayuda de los vecinos, y “civilizar” a la parte más franquista del ejército español. De hecho, España ingresó en la OTAN deprisa y corriendo, a los pocos meses del golpe de Estado del 23-F de 1981. El fracaso (y el consiguiente ridículo militar) de aquel golpe ha servido de vacuna contra otros eventuales intentos golpistas. Y los militares españoles ya saben inglés y están bien integrados con sus compañeros de la OTAN, en misiones defensivas o de paz. Y son queridos y admirados por los españoles, no temidos como lo eran bajo la Dictadura militar de Franco. Por otra parte, la oleada de atentados de ETA durante la Transición unió a todos los españoles contra el terrorismo. Por eso, la democracia venció definitivamente a ETA.
P.- Hay, como sabe, una terrible oleada de atentados contra los periodistas en México, este año 15 ya y todo parece impune. ¿Podemos comparar el miedo que pueden tener en el país con el que tuvieron en la transición?
R.- No podemos compararnos con México, un Estado fallido dominado por el terror del narcotráfico y por la corrupción política sistémica. No hay comparación posible entre el miedo de los españoles de la Transición (franquistas y demócratas) a volver a las andadas de otra guerra civil con el que está sufriendo la sociedad mexicana actualmente y, en especial, las mujeres y la prensa. México está mucho peor.
P.- ¿Qué siente un periodista y cómo cambia su visión de la realidad cuando sufre un atentado, en su caso un secuestro?
R.- No puedo describir muy bien los cambios físicos, psicológicos y profesionales que sufrí tras el secuestro con torturas y un fusilamiento simulado, con una pistola a dos palmos de mi frente, cuando pensé que iba a morir. Cuando quise quitarme el sudor de la cara y comprobé que era sangre.
Por un lado, a veces pienso que quizás me volví más miedoso o prudente a la hora de investigar y publicar asuntos delicados. Miedo a hacer la siguiente pregunta, la de mayor riesgo. Como si me hubieran afeitado la cornamenta, eso que hacen la los toros para reducir su peligro.
Pero, por otro lado, después de haberme sentido tan cerca de la muerte y haber olvidado el dolor físico de las torturas, tengo un sentimiento contradictorio, algo temerario, de que ya no me pueden hacerme nada peor. Todo ello me ayudó a lanzarme a fundar proyectos periodísticos como los diarios La Gaceta de los Negocios y El Sol o programas como el Buenos días de TVE, y a preguntar libremente a los candidatos presidenciales en tres elecciones generales (1986, 1993 y 1996). Aunque debo recordar que las preguntas que le hice al candidato José María Aznar me costaron el puesto. Gajes del oficio. Tras ganar aquellas elecciones, me despidieron como corresponsal de RTVE en Nueva York. Menos mal que gané el juicio al Gobierno de Aznar (llamamos “beca Aznar” a la indemnización que fijó el juez) y pude refugiarme en la Universidad.
P.- Y no solo su miedo. Insiste en el libro que se hizo una transición poco radical por el miedo que existía. ¿Cómo se vivía dentro de la profesión?
R.- La prensa de la Transición, con sus luces y sombras, era un espejo de la sociedad española de aquel momento. El traje de la Dictadura se rompía por sus costuras. Los periodistas, testigos de ese cambio, al pie del cañón, lo contamos como pudimos. Poco a poco, ganamos la libertad de expresión palabra a palabra, por el miedo de ambos lados (franquistas y demócratas) a volver a la confrontación violenta. Unos tenían miedo a una mayor represión y mano dura de los golpistas franquistas y otros temían la revancha de los vencidos por Franco por la represión sufrida en la guerra y en la postguerra. Fueron circunstancias extraordinarias, con mucho miedo compartido, debilidad mutua y algo de generosidad por ambas partes. Por eso mismo, hubo diálogo, Pactos de la Moncloa (económico y social), acuerdo de reforma política y Constitución del 78.
Dentro de la profesión vivimos una época emocionante, cargada de miedo y esperanza, en la que brotaba la libertad de expresión por las costuras rotas del franquismo ya decrépito. Fuimos bastante libres, mientras la Dictadura no acababa de morir y la democracia no terminaba de nacer. Mas tarde, ahora, por ejemplo, se acomodaron y establecieron los distintos poderes del estado y de la sociedad y pusieron límites, no siempre razonables, a la libertad extraordinaria e irrepetible de la Transición. Una época excepcional.
P.- Hábleme de la prensa local durante la transición, cómo fue de importante llegar a públicos en una España tan amplia y diversa, tan dividida incluso…
R.- Yo pasé la Transición en Madrid en prensa, radio y televisión de carácter nacional. Por eso, no puedo hablar mucho de la prensa local. Lo que que sí podíamos notar desde la capital era la emergencia de los localismos, regionalismos y nacionalistas cada vez con más fuerza. Muerto el dictador, España dejó de ser una “unidad de destino en lo universal”, según la Falange, o “una, grande y libre”, como gritábamos los niños en las escuelas. La olla exprés, que prohibía cualquier disidencia sobre la identidad única, homogénea y obligatoria de todos los pueblos de España, saltó por los aires cuando recuperamos la libertad de expresión. Así nacieron y crecieron las Comunidades Autónomas. La prensa local se fue acomodando a ellas.
P.- Habla de que la prensa libre no fue un regalo. ¿Cuáles fueron los costes que hubo que asumir entonces y cuáles seguimos pagando ahora?
R.- No hay nada gratis. Si queríamos tener libertad de expresión y contar lo que pasaba en España, teníamos que enfrentarnos directamente a las órdenes del dictador que tenía todos los poderes de estado (legislativo, ejecutivo y judicial) en su mano. Además de una férrea censura de prensa. Enfrentarnos a la Dictadura tenía sus costes en términos de persecución personal, profesional, judicial o policial. Y eso daba miedo.
Ejercer la libertad de expresión, también ahora, en un país libre, tiene sus riesgos y costes. La libertad de prensa tiene límites impuestos por la cultura corporativa de la empresa editora. Hay que sintonizar la conciencia con la emisora o periódico. Si chirría demasiado, hay que cambiar de medio de comunicación o de conciencia. No todos podemos hacer eso. No siempre. La libertad, como el oxígeno, la valoras más cuando te falta. Y nunca es un regalo, pues siempre corre peligro y hay que defenderla.
P.- Imagino que habrá analizado en profundidad el Anteproyecto de Ley de Secretos Oficiales que ultima el Gobierno. ¿Qué opinión le merece? ¿Qué espera que suponga en los próximos meses?
R.- No lo conozco en profundidad, pero todo lo que he leído sobre ese anteproyecto me da mala espina. No me fío. Comprendo que hay cuestiones graves que exigen un periodo de secretismo para proteger el interés nacional, pero sin abusar de su extensión en el tiempo ni de su amplitud en la cobertura. La democracia ya es adulta, ha cumplido 44 años y puede aguantar muy bien la publicación de ciertos secretos antiguos cuyo conocimiento no haría ningún daño a los intereses generales de España. Esas leyes son, a veces, una excusa para esconder vergüenzas inconfesables de partes que nada tienen que ver con la seguridad nacional.
P.- ¿Siente que estamos ante la segunda transición de nuestra historia reciente? ¿Cuál considera que debe ser el papel de la prensa ante ella?
R.- No creo que estemos ante una segunda transición. La salud de la democracia española ha empeorado recientemente, sobre todo desde el 11-M de 2004, cuando Aznar (con su mentira de ETA en el 11-M) negó legitimidad a la alternancia de Zapatero (“presidente por accidente”, dijeron entonces en una parte del PP). Ahora, Feijóo se la niega a Sánchez por apoyarse en Bildu y ERC. La alternancia en el poder, según marcan las leyes, es la base de la democracia. Podemos exigir reformas, pero la democracia en España no está tan mal ni tan en peligro como para hablar de la necesidad de una segunda transición. La Transición de la Dictadura a la democracia fue algo excepcional que salió bien porque el miedo a otra guerra civil nos hizo a todos demócratas. Eso es irrepetible.
P.- Enuméreme las cinco figuras imprescindibles del mundo del periodismo en la Transición.
R.- Pregunta de alto coste. Me voy a generar críticas de muchos amigos por no incluirles en esta lista de solo cinco colegas, cuando muchos de ellos, más de cien, deberían estar en esta lista de actores principales en la Transición. Me arriesgaré: Iñaki Gabilondo, Juan Luis Cebrián, Antonio Franco, Joaquín Estefanía, Miguel Ángel Aguilar y Luis María Ansón. Y, desde luego, a toda la prensa extranjera (Roger Mathews, José Antonio Novais, François Raitberger, Walter Haubrich, Jim Markham, etc.), incluyendo a mi esposa, Ana Westley (awestley.com), ex corresponsal del Wall Street Journal y del New York Times.
P.- ¿Por qué es imprescindible leer su libro y a quién se lo recomienda especialmente?
R.- Hablando de libros, no hay ninguno imprescindible, salvo, por supuesto, El Quijote. Pero el mío, La prensa libre no fue un regalo, sin ser imprescindible, puede ser conveniente para que los jóvenes, como mis hijos, o quienes quieran dedicarse al periodismo, conozcan y comprendan de dónde venimos, que sepan cómo era el mundo de sus padres y abuelos. No se ama lo que no se conoce.
Es bueno conocer el pasado para no repetir los errores de los mayores, para no volver a las andadas. Además, al escribir puedes profundizar en temas que, de otra manera, quizás no se abordarían. Al leer y editar el manuscrito, al hablar de los capítulos en familia, mis hijos me conocen mejor (y yo a ellos). Eso ya es un premio. Escribirlo, en pleno confinamiento por la pandemia, me ha valido la pena.
Mi libro «La prensa libre no fue un regalo» me sigue dando sorpresas. Un colega del grupo «Gente 16» me acaba de enviar este comentario editorial del semanario Realidades (marzo, 1976) con la primera foto que me hicieron en la Asociación de la Prensa, tras mi secuestro por un comando franquista de la Guardia Civil del general Campano. Gracias, colega.
Y el texto me confirma que, mientras me refugiaba y curaba las heridas en Soria, fue Miguel Angel Aguilar, (valiente, como siempre, casi temerario) quien entregó esta primera foto al ministro de Información franquista, Martín Gamero, y le pidió explicaciones. Gracias, Miguel Angel.
A Miguel Angel Aguilar no le escapa ni una. Me visitó en la caseta de Marcial Pons en la Feria del Libro, nos dimos un fuerte abrazo, me compró y leyó el libro y fue el primero en detectar una errata relevante en la página 291. ¡Cómo no la iba a detectar si fue él mismo, ahora lo veo, quien le entregó mi foto al ministro Martín Gamero!
Por mi mala cabeza de jubilado, no hice el doble chequeo, obligatorio para cualquier periodista que se precie, y di por bueno que aquel ministro era el viejo y famoso Gamero del Castillo, otro ex ministro franquista, y no Martín Gamero, del mismo apellido pero mucho más joven. Pido disculpas al público lector y a la Editorial Marcial Pons, permiso para corregir la errata. Manolo Saco, autor del preámbulo del libro, suele decirnos, con razón, que «las erratas son las últimas que abandonan el barco».
Por ahora, la corregiré a mano. ¿Por qué me habré fiado de mi mala memoria? Lo siento. Habrá más erratas. Ya lo creo, Manolo. Y se te habrán escapado también a ti, que has editado primorosamente el manuscrito. Y también al teniente general Andrés Cassinello (autor del prólogo), a Ana Westley, mi esposa, y a mi hijo Erik que han leído y corregido los borradores.
¡Ay, las erratas! ¡Qué lección de humildad, tan necesaria! Ahí va, corregida a mano.
Audio de promoción de mi libro de un minuto y pico:
Aunque ayudó a los liberales del XIX, las andanzas del famoso bandolero de la Sierra de Ronda, trabuco en mano, no son para presumir. Mató a un hombre en duelo de facas y, muy temprano, huyó de la Justicia. Por eso, dice una leyenda, le pusieron «el Tempranillo». Yo pensé que era paisano mío porque a los de Almería, por sus frutos, nos llaman «los tempranos».
Hoy me afeité lentamente, a las 9:40 AM, para escuchar completa la sección de «A vivir…» en la SER con Ana Cañil. Le tocó hablar de un capítulo espectacular de su libro «Los amantes extranjeros» que ya comenté en este blog y en el diario La Voz de Almería («Un chute de amor a España»).
Ana trató hoy en la SER de los románticos del XIX, como Washington Irving, Andersen, etc., enamorados de la Alhambra. No me quité el jabón de la cara hasta que terminó su sección. En la SER amplió detalles que no están en su libro y lo hizo con mucha gracia. Así es ella.
En un momento determinado, dijo que a José María Hinojosa, el bandolero más famoso de la época, le pusieron «el Tempranillo» porque solía a atacar a los viajeros muy temprano, al amanecer del día. Me sorprendió y me picó la curiosidad. Yo creía que el origen de «el Tempranillo» procedía de Almería, «donde nacen los tempranos», según una taranta decimonónica. Pregunté al doctor Google, que lo sabe casi todo, y me dijo que aquel bandido era natural (¡cómo no!) de Jauja, una pedanía de Lucena (Córdoba).
¡Qué buen lugar de nacimiento para un ladrón, un asalta caminos! Según la RAE, Jauja «denota todo lo que quiere presentarse como tipo de prosperidad y abundancia. ¿Estamos aquí, o en Jauja?». Y el diccionario de Oxford dice de Jauja: «Lugar o situación imaginarios donde reina la prosperidad y la abundancia. ¡Qué tipo más holgazán! Se ha creído que la vida es jauja, que para estar bien no hay que trabajar». De imaginario, nada. Hay un lugar real con ese nombre en Córdoba y otro en el Perú. Y otro, por lo bien que lo pasas, en el libro de Ana Cañil.
Ayer, aniversario de la ejecución en Almería (24/08/1824) de Los Coloraos, mártires de la Libertad, pasé por el sótano de mi nieto Leo. Allí me topé, entre sus juguetes, con mi querida «vietnamita», mi vieja multicopista Gestetner, muerta de risa desde que murió el tirano Francisco Franco.
Me dio un golpe de nostalgia («la sonrisa al trasluz», según Gómez de la Serna, el compañero de Colombine). Más aún, me dio un ataque de alegría puesto que, hace 44 años, quedó arrumbada en mi sótano, «olvidada y cubierta de polvo», como el arpa de Bécquer. La Constitución del 78, por la que nos convertimos en ciudadanos libres, hizo obsoleta a la «vietnamita».
Ojalá nunca tenga que quitarle el polvo para volver a usarla por falta de libertad de expresión en España. Pero no hay que confiarse. La prensa libre, acosada por el pesebre o el trabuco, siempre está rodeada de peligros.
Luego. con dos días de retraso, he leído el canto a la libertad de mi admirado tocayo José Antonio Martín Pallín, ex magistrado del Supremo. Cuelga su artículo de la canción «Mi querida España» de Cecilia. Nada menos. Sigo a Martín Pallín con devoción y, para no perderme su artículo de anteayer en El País, lo copié. Por eso, ahora puedo pegarlo aquí y compartirlo con vosotros. Mi tocayo es un ex fiscal y ex juez muy lúcido. Ojalá tuviéramos muchos como él.
El 2 de agosto de 1976, en Colinas de Trasmonte, cerca de Benavente, un accidente de tráfico truncó la veta creativa de Cecilia, una cantautora que, como muchas otras, nos deleitó y nos sacó del letargo de 40 años de una dictadura sangrienta, gris y sin valores cívicos. De sus múltiples canciones, creo que es el momento de recordar la letra y la música imperecedera de Mi querida España.
El pasado 11 de octubre, Cecilia hubiera cumplido 73 años. Con su sensibilidad y la experiencia que hubiera acumulado, coincidiríamos en pensar que estamos viviendo un momento de turbulencias democráticas, no solo en España, sino también en la Europa que nos circunda. El auge de la extrema derecha es posible que se deba a ciclos históricos, pero tengo la sensación, compartida por muchos analistas, que, tal y como ha sucedido en Francia desde hace tiempo con la pujanza del Frente Nacional, se debe a los sucesivos abandonos por las ideologías socialdemócratas y de izquierdas de sus compromisos electorales. En aras de un realismo económico, disfrazado de fatalismo que se ha demostrado ficticio, la socialdemocracia ha renunciado a potenciar el progreso social y está retardando la consolidación del Estado de bienestar. Los ciudadanos comprometidos con los valores y libertades cívicas como instrumento para conseguir una sociedad más justa y solidaria se han visto defraudados en demasiadas ocasiones. Como dice Cecilia en una de las estrofas de su canción, después de haber pasado por la piel amarga de la dictadura, pensábamos que las dulces promesas vendrían a corregir los sectarismos y la insolidaridad social de una derecha que, envuelta en las tradiciones y blasones del pasado, ha encontrado en un neoliberalismo descarnado la fórmula para demorar cualquier progreso social.
Los mensajes y las políticas del espectro de la derecha de nuestro país se envuelven en la bandera y predican conceptos grandilocuentes como la nación y la patria o indefinidos como la moderación y la centralidad. En el ámbito económico se limitan a recetas tan simples como propugnar una rebaja, prácticamente sin límites, de los impuestos como panacea para reducir el gasto en el sector público y enriquecer, hasta límites intolerables, a los grandes sectores financieros e industriales del sector privado. En este desvergonzado avance hacia la más grave e inadmisible insolidaridad y desigualdad han encontrado una nueva tecla. Se llama meritocracia, es decir el que no llega a unos niveles de bienestar aceptables tiene que reconocer que se debe a su falta de esfuerzo y no a otros factores o condicionamientos familiares y sociales. Si no has podido ir a una universidad privada, es exclusivamente tu culpa. Nosotros, admiten, las hemos abastecido de subvenciones y concesiones de dinero público a cambio de unas cuotas difícilmente alcanzables para grandes sectores sociales.
Para ellos lo público es el gasto y el derroche, mientras lo privado es la eficiencia. Siempre y cuando seas capaz de traspasar sus amurallados recintos. No alcanzo a comprender cómo la mayoría de las personas que están inmersas en esta diabólica dicotomía son capaces de reforzar con su voto las posiciones huecas y excluyentes de los que solo saben predicar las glorias del pasado, sin ofrecer alternativa económica alguna a la gigantesca brecha entre los obscenamente ricos y los, cada vez más numerosos, núcleos de población que traspasan el umbral de la pobreza.
Se han celebrado elecciones en Andalucía. Una región española que vivió la represión de la guerra y la posguerra con una mayor intensidad que en otras zonas del territorio español. Gran parte de su población fue perseguida, asesinada y reprimida. Los programas y las propuestas son las mismas que se esgrimieron en Castilla y León. Así serán en el futuro si no se produce un giro en las tendencias. Quizá con la excepción de Cataluña y el País Vasco. A los que han votado, me gustaría recordarles una estrofa de la canción de Cecilia en la que se pregunta: ¿quién pasó tu hambre? ¿Quién bebió tu sangre cuando estaba seca?
Es cierto que el presente no es lo mismo o no tiene nada que ver con las tragedias del pasado, pero no es menos cierto que se está jugando un debate dialéctico entre la solidaridad y el sálvese quien pueda. Ante la incapacidad de la derecha para rebatir lo evidente, acude a esquemáticas irracionalidades, como poner al votante ante el falso dilema del comunismo y la libertad, entendida como la posibilidad de elegir voluntariamente las marcas de las cañas de cerveza. La derecha lo tiene fácil. Ni siquiera necesita vender sus recetas apolilladas. Le basta con presentar candidatos con rostro afable y lenguaje moderado y sin contenido. Su lema ha sido muy simple: vota al “bueno de Juanma” y que todo siga como está ahora: la sanidad, la educación, los contratos laborales, la reducción hasta la irrelevancia de lo público, la dependencia y las pensiones.
El espectáculo de la fragmentación y del personalismo de la izquierda les ha pasado una dura factura. Habría que preguntarles, volviendo a la canción de Cecilia: ¿dónde están tus ojos?, ¿dónde están tus manos?, ¿dónde tu cabeza? Las limitaciones y carencias del capitalismo se han puesto de relieve en el último Foro de Davos. Un economista de la talla de Joseph E. Stiglitz lo ha comentado recientemente en las páginas de este periódico. Le llama la atención que un foro tradicionalmente comprometido con la globalización se ocupase principalmente del fracaso de la globalización. Denuncia que el régimen de la propiedad intelectual ha dejado a millones de personas sin vacunas covid-19, enriqueciendo, inmoral y criminalmente, a unas pocas empresas farmacéuticas. Acude a una cita de Adam Smith (siglo XVIII): “El capitalismo no es un sistema autosostenible porque hay una tendencia natural al monopolio”. Explicar con sencillez esta patología del sistema es una tarea irrenunciable para salvar la democracia. Al margen de la confrontación ideológica, no podemos permitir que nos arrebaten el amor a nuestra querida España, la que trabaja duramente para ampliar los derechos y libertades, llegar a fin de mes y reclama una digna cobertura para su futuro. Podemos ofrecer, además, el respeto por la diversidad de sus nacionalidades y regiones, sus lenguas, sus culturas y la solidaridad entre sus territorios.
La cultura de la libertad nos pertenece y no podemos dejar que nos la arrebaten. Hemos padecido demasiadas frustraciones y es necesario corregirlas. Además, desde hace tiempo tenemos un nuevo desafío: ¡Salvar al planeta Tierra! El calentamiento de la atmósfera no es un negro vaticinio. Ya está presente y nos afecta a todos. Es vergonzoso y deprimente escuchar las barbaridades de los negacionistas. Lamentablemente, están todos alineados con la extrema derecha.
No sé si serán los años o las circunstancias del presente, pero cada vez me siento más español cuanto más lejos estoy de España. En mis correrías por gran parte del mundo, he tenido la oportunidad de realizar algunos gestos que a muchos les pueden parecer infantiles. En más de un hotel donde lucían las banderas de muchos países y observaba la falta de la española me he dirigido a la recepción para pedirles amablemente que pusieran la bandera de España, constitucionalmente refrendada. No quisiera que para sentirme verdaderamente español tuviera que exiliarme para huir de esta atmósfera asfixiante que han creado los fundamentalistas hispánicos. Como dice la última estrofa de Mi querida España: quiero ser tu tierra, quiero ser tu hierba, cuando yo me muera.
José Antonio Martín Pallín es comisionado español de la Comisión Internacional de Juristas (Ginebra) y abogado. Ha sido fiscal y magistrado del Tribunal Supremo.
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Gracias, tocayo, por esta reflexión tuya que he leído mientras acariciaba, como si fuera libre, a mi vieja «vietnamita». Hace tiempo, le había perdido la pista. Desde luego, por los servicios prestados a la liberad de expresión, su foto debería estar incluida en mi último libro «La prensa libre no fue un regalo». La olvidé. Otra injusticia.
He vuelto a escuchar, como si estuviera viva, la dulce voz de Cecilia. La conocí en el piso de Jesús Torbado de Moratalaz, en 1971 (estábamos preparando el lanzamiento de Cambio 16, en plena Dictadura). Un grupo de amigos, sentados el suelo de la salita de estar, quedamos embobados por aquella chica que nos cantaba con el corazón. Vino acompañada por Joaquín Díaz, un genio rastreador de canciones del pueblo. Recital inolvidable. Como inolvidable es mi «vietnamita» de aquellos tiempos… convertida hoy en juguete de mi nieto Leo.
Cada 24 de agosto, muchos almerienses rendimos homenaje a los liberales Mártires de la Libertad, ejecutados en 1824 por orden del rey felón. Desde la muerte de Fernando VII, el peor rey de la historia de España, tal día como hoy, se dejan flores junto a las cenizas de los Coloraos y ante el monumento (el Pingurucho) que conmemora su lucha por la libertad.
Flores en la tumba donde reposan las cenizas de los Mártires de la Libertad
Miembros de la Asociación Bicentenario de los Coloraos, ante el monumento de la Plaza de la Constitución.
Muchos compañeros de la Asociación por el Bicentenario de los Coloraos cumplieron con una tradición más que centenaria.
Allí acudí muchos años con mis hijos y mi nieto, pero hoy, lejos de Almería, no sin pesar, no pude asistir.
Este fue el himno de los Coloraos, compuesto por Benigno Morales, líder de los sublevados en Almería contra el tirano Fernando VII:
Eso mismo, querido colega Benigno Morales (1795-1824): ¡Viva la libertad! y ¡Mueran las cadenas!
El monumento a los Coloraos sigue, por ahora, en su sitio, mal que les pese a algunos del PP (afortunadamente, no a todos) que aún no han comprendido que los Coloraos lucharon por nuestra libertad frente a los partidarios de las cadenas, la represión absolutista y la ominosa Inquisición del rey felón.
Y este es mi PIN conmemorativo del Bicentenario (24/08/2024). Ya lo tengo reservado en mi agenda. Solo faltan dos años. ¡Vivan los Coloraos!
Dice Luis, con mucha razón, que «los dictadores y los demagogos hacen bien en temer a la poesía». Y dice más: «¿Lo contrario del bulo y del engaños? La poesía, el diálogo con la propia conciencia». Ya nos lo dijo Machado en su autorretrato: «Converso con el hombre que siempre va conmigo».
Cada aniversario de Antonio Machado recuerdo inevitablemente, no sin dolor ni emoción, el del 20 de febrero de 1966. No pude evitar incluirlo en mi libro de memorias personales y periodísticas («La prensa libre no fue un regalo», Ed. Marcial Pons) ya que aquel homenaje que quisimos rendir a Machado en Baeza, frustrado por las porras de los «grises» (la Policía Armada de Franco), marcó un antes y un después en mi proceso de politización acelerada, con 19 años recién cumplidos, en aquellos años universitarios tan convulsos.
Copio y pego el capítulo de mi libro dedicado al homenaje a Machado en Baeza en 1966. ¿Olvidar? Nunca.