Retrato de Colombine, cedido por la Biblioteca Nacional a la Lotería.
Llevo un décimo con su fecha de nacimiento, regalo que nos hizo Roberto Cermeño, presidente de la Agrupación Carmen de Burgos del Ateneo de Madrid, el día de su homenaje por el 155 aniversario de su nacimiento y el 90 de su muerte.
Décimo de Lotería dedicado hoy a Carmen de Burgos con el número de su año de nacimiento.
Aunque no me toque, este décimo es digno de ampliar y enmarcar. O quizás, de tallar en madera, como hice con un sello de mi paisano Nicolás Salmerón, presidente de la I República, en un taco de nogal.
Mi talla del sello de mi paisano Nicolás Salmerón, presidente de la I República.
Naturalmente, el diario La Voz de Almería informa hoy del sorteo de la Lotería Nacional dedicado a a nuestra paisana Carmen de Burgos.
Carmen de Burgos, en la Voz de Almería de hoy.
También llevo algunos décimos del sorteo del Gordo de Navidad con sus números terminados en 78, el año que se votó y aprobó la Constitución más larga y provechosa de la historia de España.
Décimos del sorteo del Gordo terminados en 78
La tradición continúa. Claro que no soy supersticioso porque trae mala suerte.
Acaba de empezar el sorteo del Gordo. Adiós. Cruzo los dedos.
Con emoción contenida, asistí ayer a la entrega del primer premio Albert Camus (de la Asociación Arte y Memoria) al historiador Ángel Viñas y a la Asociación de ex presos y represaliados políticos anti franquistas. Me emocionó el acto en el auditorio de la Academia de Cine (pared con pared con la sede del PP), sobre todo, porque estuvo repleto de jóvenes.
Con el historiador Ángel Viñas, tras recoger su premio Albert Camus.
Fui a abrazar a mi amigo Viñas y me topé, de pronto, con el relevo de una nueva generación que proclama los valores de republicanos de libertad y justicia a través del cine y otros formatos digitales. Los cortos premiados por la Asociación Arte y Memoria expresaban «el deber de la memoria» (no olvidar el Holocausto, la resistencia francesa, la guerra civil española, los refugiados y emigrantes, Ucrania, el hambre, la pobreza, los olvidados, el sinsentido de los totalitarismos…). Hubo menciones a Fahrenheit 451 («la temperatura a la que se inflama y arde el papel») en favor del memoria como «un acto de resistencia».
Ángel Viñas recibe el primer premio Albert Camus de la Asociación Arte y Memoria.
Viñas comparte el primer premio Albert Camus con la Asociación de ex presos y represaliados antifranquistas.
Representantes de la Asociación de Ex presos y Represaliados Anti franquistas reciben el premio Albert Camus.
El Festival Internacional de Cine por la Memoria Democrática (FESCIMED) reunió ayer a un buen grupo de jóvenes artistas cinematográficos. Como premio, recibieron la escultura de un taco de árbol, con las anillas de la memoria, coronado por una piedra de los campos de Brunete, donde murieron 30.000 españoles en una batalla inolvidable de dos semanas. Las piedras de la memoria…
Los jóvenes premiados en el FESCIMED. Sentado, en primera fila, con corbata, Fernando Martinez, secretario de Estado de Memoria Democrática. A la izquierda, Ángel Viñas, con su inseparable pajarita.
El profesor Viñas, el historiador que ha descubierto las vergüenzas corruptas del «millonetis» Francisco Franco, hizo un espléndido discurso de gracias. Anunció su próximo libro sobre la República Española y la URSS en tiempos de Stalin y pregonó su tesis, compartida por nuestro gran amigo Gabriel Jackson, de que «la guerra civil no fue inevitable».
Con Ángel Viñas y Gabriel Jackson, reunidos tras la muerte del dictador.
Ángel Viñas, Gabriel Jackson y un servidor (con barba) tras la muere del dictador.
Viñas nos descubrió la cita real y tremenda de Albert Camus sobre la guerra civil española, publicada en 1945: «Es posible tener razón y ser vencido». Los vencedores no tenían la razón, según Unamuno, solo la fuerza. Y esa fuerza les vino de Hitler y Mussolini… «y de los monárquicos alfonsinos, los falangistas y carlistas, los financiadores del Golpe como Juan March y una parte del Ejército». Ángel Viñas («no hay historia definitiva, no hay historiadores definitivos») nos ofreció también otro de sus hallazgos. La Italia de Mussolini firmó con Sanz Rodríguez contratos de suministro de armas, aviones, etc., para los futuros golpistas, ¡el 1 de julio de 1936! es decir, 18 días antes del golpe de Estado de Franco. Estaba claro que si fracasaba el Golpe, los golpistas tenían prevista la guerra civil con la ayuda infame de Hitler y Mussolini. Gracias a historiadores como Viñas vamos descubriendo la memoria de aquella infamia inolvidable, pese a los medios franquistas que, durante décadas, pretendieron borrar la memoria sin éxito. Uno de los premiados citó al argentino Eduardo Galiano: «Nos mean y los medios dicen llueve».
Fernando Martínez, secretario de Estado de Memoria Democrática, no descansa en su campaña de divulgación pedagógica de su Ley de Memoria Democrática.
La Ley que Fernando Martínez promovió, desde el ministerio de Félix Bolaños, «pone en el centro a las víctimas». Nos recordó su lema: «Verdad, Justicia y Reparación» para que no vuelva a ocurrir jamás. Según el secretario de Estado, «el deber de la memoria (memoria intergeneracional) es una garantía de no repetición de la barbarie».
Una de las premiadas me impresionó con su breve discurso («mujer joven y libre me siento») y otra cerró su discurso de gracias con un grito, ya clásico: «Honor y gloria a las víctimas de la barbarie».
Seguramente sin querer, y sin citarlo, Willy Meyer, ex eurodiputado con Izquierda Unida, hizo propaganda de mi libro «La prensa libre no fue un regalo». Me gustó. Dijo que «la libertad nunca ha sido un regalo sino una conquista… y las conquistas no son definitivas». Gracias, Willy. Te recomiendo mi libro. Buen regalo de Navidad para los amantes de la libertad. No digo más.
Ayer colocamos el retrato de Carmen de Burgos en su sitio, en la Galería de ilustres del Ateneo de Madrid. Ya era hora. El ministro Bolaños celebró el acontecimiento con un discurso feminista y progresista. Hizo justicia a la memoria de esta descomunal periodista y maravillosa persona tan maltratada por la dictadura de Franco.
Antonio Sevillano, Fernando Martínez,Mar Abad, Felix Bolaños, un servidor y Roberto Cermeño junto al retrato de Carmen de Burgos, colocado al lado del de Clara Campoamor.
Algunos de sus libros, que se salvaron de las hogueras franquistas, fueron expuestos junto a su retrato.
Roberto Cermeño, presidente de la Agrupación ateneísta Carmen de Burgos, muestra obras salvadas de las hogueras franquistas
En La Voz de Almería de hoy
Naturalmente, La Voz de Almería, se hizo hoy eco del acontecimiento.
Durante el acto de homenaje del día anterior, Antonio Sevillano, historiador y periodista almeriense, nos regaló unos documentos impresionantes de la quema de libros de Carmen de Burgos, 1940, por orden de las autoridades franquistas.
Quema de libros en Almería. Carmen de Burgos no se libró de las llamas. Documento que produce escalofríos.
Libros «purgados» en la Biblioteca del Círculo Mercantil de Almería.
«Han sido quemados, ante mi presencia, los libros…» ¡Madre mía! Me pone los pelos de punta.
En la lista de autores prohibidos, cuyas obras fueron destinadas a la hoguera, Carmen de Burgos aparece, con el número 9, como la primera española condenada por Franco. Atención! Que no vuelvan los quemadores de libros. Están al acecho. Y la libertad de expresión no nos tocó en un tómbola. Luchamos por ella.
Ante la tumba de Carmen de Burgos en el Cementerio Civil de Madrid en octubre de 2009.
Anoche rescatamos la memoria de la descomunal figura de Carmen de Burgos en el venerable Ateneo de Madrid. Con tres ilustres colegas (Antonio Sevillano, Asunción Valdés y Mar Abad) y el presidente de la Agrupación Carmen de Burgos (Roberto Cermeño), me tocó defender su vida y su obra, borrada sin éxito por el tirano Francisco Franco. Como Carmen de Burgos, yo también soy almeriense, periodista, feminista, laico, ateneísta y de corazón republicano. Fue un acto emocionante.
Participantes en el homenaje de ayer a Carmen de Burgos en el Ateneo de Madrid
Copio y pego aquí mi intervención:
Carmen de Burgos, la mujer más odiada o temida por Franco
J. A. Martínez Soler
Buenas tardes. Muchas gracias al Ateneo y a Fernando Martínez, secretario de Estado de Memoria Democrática, por invitarme a este homenaje a Carmen de Burgos.
Como Carmen de Burgos, yo también soy almeriense, periodista, feminista, laico, ateneísta y de corazón republicano.
De joven, descubrí la figura de esta paisana mía por puro azar. Con 21 años, recibí una auténtica beca de Televisión Española para investigar y documentar el programa “España, Siglo XX”, lo que me permitió pasar varios años, como rata de hemeroteca, hurgando en la prensa española, desde el desastre del 98 hasta el golpe de Estado del general Franco.
Mis pre guiones eran firmados por un tal José María Pemán, el poeta de la ominosa Dictadura. Así me convertí en el “negro” de Pemán. Luego supe que José María Pemán, para quien yo había trabajado, era uno de los quemadores de libros del franquismo entre los que destacaban los de Carmen de Burgos. Pemán acusó a los escritores disidentes de ser «envenenadores del alma popular, primero, y mayores responsables de todos los crímenes y destrucciones que sobrecogen al mundo».
Gracias a TVE me convertí, también, en el único español vivo que ha visto la colección completa de el segundo diario El Sol, el de Ortega y Gasset, página a página. El primer Sol lo fundó Ríos Rosas y el tercero lo fundé yo. Fue uno de mis grandes fracasos. También pude repasar en la hemeroteca varias revistas y diarios del primer tercio del siglo XX como el Heraldo de Madrid, el Diario Universal, El Globo o el Nuevo Mundo.
Y allí se me apareció, por primera vez, con sus “Notas femeninas”, Carmen de Burgos, colando con disimulo sus ideas europeas y modernas en una sociedad atrasada, intolerante, anclada en el pasado. Ella quería “adelantar la civilización en España”, el sueño de Azaña.
En 1903, Augusto Figueroa la fichó como redactora del Universal, la primera periodista en nómina de nuestra historia, y le sugirió que firmara como Colombine su columna diaria “Lecturas para la mujer”. Ahí le perdí la pista, pues, al dejar el programa España siglo XX de Televisión Española, me dediqué, como ella, a fundar revistas y diarios y a recorrer medio mundo como corresponsal de prensa.
El segundo flash de Colombine le recibí cuando, hace 13 años, mis colegas almerienses Miguel Naveros y Federico Utrera (coautor de “La voz silenciada. Memorias de Colombine”) y la escritora Marijé Orbegozo me llevaron un día al Cementerio Civil de Madrid. Fue en octubre de 2009. Asistí allí a un emotivo homenaje, con música de Bach y Casals, con poemas de José Hierro, Pablo Neruda y Miguel Hernández, con flores tricolor y discursos de María Soriano y Concha Núñez, ante la tumba recién restaurada de Carmen de Burgos. Estaba muy cerca del mausoleo de don Nicolás Salmerón, un almeriense como ella que fue presidente de la Primera República y cuyo retrato cuelga de estas paredes venerables del Ateneo como colgará mañana, por fin, el retrato de nuestra Colombine.
Aquella conmemoración íntima del aniversario de la muerte de Carmen de Burgos en 1932 (hace ahora 90 años) despertó definitivamente mi interés por rescatar la memoria, verdaderamente democrática, de mi paisana. Muy pronto, al conocer parte de su obra (La rampa, Puñal de claveles, El arte de ser mujer, etc.) la fui descubriendo como una “figura descomunal y universal”, tal como como la define Concha Núñez, su gran biógrafa. (Por cierto, publicó su “Puñal de Claveles” en 1931, un año antes de que Federico García Lorca publicara su “Bodas de sangre” sobre el mismo crimen de Níjar (Almería). Carmen había crecido en Rodalquilar, muy cerca del lugar del trágico suceso y Federico había vivido en Almería donde conoció los hechos que relató la prensa).
Desde que empecé a conocer su obra, pregono, sin mucho éxito, las excelencias de Carmen de Burgos (Colombine): primera redactora fija de España, primera corresponsal de guerra, progresista, autora de mas de 250 obras (100 novelas cortas, 12 largas, 40 traducciones y más de 10.000 artículos de prensa), activista incansable, vanguardista, defensora de los derechos de la mujer y del niño, de los marginados y desfavorecidos, del voto femenino y del divorcio, contraria a la pena de muerte… Ella fundó la Alianza Hispano Israelí en favor de la comunidad sefardita. Fue maestra de ciegos y sordomudos, profesora de arte en La Palma y contertulia de los intelectuales y artistas más prominentes de su época. Triunfó en La Sorbona y en otras universidades extranjeras. Como pionera, se anticipaba a sus colegas. De ella dice Wikipedia que “defendía la liberad y el goce de vivir”. La dulzura de vivir… ¿Cómo no admirarla y, por tanto, quererla? Lástima que hasta que recuperamos la libertad en España haya sido tan desconocida para nosotros.
¿Por qué, durante la larga Dictadura franquista, casi nadie en España sabía quien era Carmen de Burgos? Sencillamente, por haber tenido el dudoso honor de haber sido la mujer más odiada y/o temida por el dictador Francisco Franco y toda su clerigalla. Sufrió un asesinato biográfico, no solo de su carácter sino también de su obra literaria y periodística. Desde el golpe de Estado militar de 1936, su nombre fue extirpado de la historia de España y sus obras quemadas.
En su primer número, el 1 de agosto de 1936, el diario falangista Arriba, del que yo fui redactor, incitaba a la destrucción de libros: «Camarada, tienes obligación de perseguir al judaísmo, a la masonería, al marxismo y al separatismo. Destruye y quema sus periódicos, sus libros, sus revistas, sus propagandas».
El 2 de mayo de 1939, el mismo diario Arriba publicó un comentario, titulado “Letras de humo”, en el que se decía:
“Con esta quema de libros también contribuimos al edificio de la España, Una, Grande y Libre. Condenamos al fuego a los libros separatistas, liberales, marxistas; a los de la leyenda negra, anticatólicos; a los del romanticismo enfermizo, a los pesimistas, a los del modernismo extravagante, a los cursis, a los cobardes, a los seudocientíficos, a los textos malos, a los periódicos chabacanos. En España los hombres jóvenes tienen el valor de quemar vuestros libros y, sobre todo, de quemarlos sin un gesto de aflicción”.
Siguieron la línea, tan española, del inquisidor Torquemada quien, en el siglo XV, mandó quemar todos los libros no cristianos. Antes de que los nazis y Franco le dieran la razón, el poeta alemán Heine, del siglo XIX, lo tuvo muy claro:
– “Allí donde queman libros, acaban quemando personas”.
En el índice de los condenados a arder estaban, entre otros, libros de Rousseau, Marx, Voltaire, Lamartine, Gorki, Freud, el Heraldo de Madrid y, con el número 9 de la lista de los prohibidos, aparece la primera mujer: Carmen de Burgos. La segunda mujer perseguida fue otra ateneísta: Emilia Pardo Bazán por su excelente obra “Los Pazos de Ulloa”.
El diario Ya escribió en su crónica que «las llamas subían al cielo con alegre y purificador chisporroteo» y que «la juventud universitaria, brazo en alto, cantó con ardimiento y valentía el himno Cara al Sol».
La Ley de Prensa regularizó la censura en 1938, obligando a retirar libros, revistas, publicaciones, grabados e impresos con «ideas disolventes, conceptos inmorales, propaganda de doctrinas marxistas y todo cuanto signifique una falta de respeto a la dignidad de nuestro glorioso Ejército, atentados a la unidad de la Patria, menosprecio de la religión católica y de cuanto se oponga al significado y fines de nuestra Cruzada Nacional».
Franco aplicó a Carmen de Burgos la “damnatio memoriae”, un latinajo que significa ‘condena de la memoria’. En la antigua Roma, condenaban el recuerdo de un enemigo del Estado tras su muerte. Cuando el Senado romano decretaba la “damnatio memoriae”, se eliminaba todo recuerdo del condenado: imágenes, monumentos, inscripciones, e incluso se llegaba a la prohibición de usar su nombre.
En la Unión Soviética, Stalin aplicó la “damnatio memoriae” contra sus enemigos políticos. Prohibía toda mención de sus nombres y los eliminó de la prensa, libros, registros históricos y documentos de archivo.
En la película 300, dirigida por Zack Snyder, Jerjes amenaza a Leónidas:
“Borraré incluso la memoria de Esparta de las historias. Cada pedazo de pergamino griego será quemado. A cada historiador griego y a cada escriba se les arrancarán los ojos y se les cortará la lengua mientras que honrar el nombre de Esparta o de Leónidas será castigado con la muerte. El mundo ni siquiera sabrá que ustedes existieron.”
Franco no llegó a tanto, pero casi…
Gracias a la Biblioteca Nacional, que salvó de la hoguera algunas de sus obras, y a Concha Núñez, que resucitó su figura «descomunal y universal», y ahora a Asunción Valdés, flamante biógrafa de Colombine, quienes sobrevivimos a la censura del tirano hemos podido conocer a la grandísima feminista y progresista que fue Carmen de Burgos.
Franco fracasó en su felonía contra Colombine. Y ahora, el Gobierno legítimo de España y el Ateneo de Madrid ponen su grano de arena en la recuperación de su memoria con este merecido acto de homenaje, en el 90 aniversario de su muerte en Madrid y en el 155 aniversario de su nacimiento en la Plaza Vieja de Almería. También con la colocación, mañana, de su retrato entre los personajes más ilustres de la historia de nuestro Ateneo. Más vale tarde que nunca. No olvidemos que Carmen de Burgos fue la tercera mujer socia del Ateneo, después de Blanca de los Ríos y la insigne condesa de Pardo Bazán, la dueña del Pazo de Meirás que usurpó el dictador para sus vacaciones. El cuadro de la doña Emilia, pícara sutil y genial escritora, cuelga en nuestra galería no muy lejos del de su amante, don Benito Pérez Galdós.
¿Por qué se ensañó tanto el dictador con nuestra paisana? ¿Por qué concentró contra ella toda la carga explosiva de su odio? ¿Tanto miedo le daba su vida como su obra? Se me ocurre un abanico de motivos. Periodista, corresponsal en Europa y Norte de África, librepensadora, divorciada, laica, maestra y educadora, regeneracionista, no revolucionaria, activista defensora de los derechos humanos, especialmente los de la igualdad de la mujer, progresista, republicana, culta, atractiva, amancebada con un escritor ambicioso muchos años más joven que ella, una mujer valiente, que decía lo que pensaba, primero con disimulo y luego sin pelos en la lengua, que gozaba de la libertad de pensar y escribir y, por encima de todo, Carmen de Burgos era masona, algo insoportable, no sabemos por qué, para el dictador fascista. Bueno, quizás sí sabemos por qué. Franco pidió el ingreso en una logia masónica, pero nunca le admitieron. Cristóbal de Lora, también militar, hizo un informe muy negativo contra el ingreso de Franco en la masonería. Una de las razones aportadas en dicho informe fue que su biografía estaba “muy lejos de los principios humanistas de la masonería”
En la cobertura informativa crítica que Carmen de Burgos, primera mujer corresponsal de guerra, hizo de los fracasos del Ejército español en el Norte de África podemos encontrar otras claves de la persecución que sufrió después de muerta. Fue a Melilla en 1909 para hablar con los soldados y contar lo que descubría. Entre aquellos desastres del norte de Marruecos, como el del Barranco del Lobo en 1909 o el de Anual en 1921, forjó el “tenientillo” Francisco Franco su carrera militar tan meteórica. Los militares “africanistas”, que en 1936 apoyaron el golpe de Estado de Franco contra la II República, conocían y detestaban las crónicas de Carmen de Burgos sobre la guerra de África. Ella escribía lo que veía y lo que veía era insoportable para los futuros golpistas. Como había sufrido mucho desde muy joven, niña enferma y con un marido borracho y maltratador, Carmen veía cosas que otros no veían. Y las contaba en su periódico. Sus crónicas me recuerdan, a veces, al pícaro de Tormes: “He sido lazarillo de un ciego y por eso veo cosas que otros no ven”.
Colombine, como diría Machado, era una de esas personas «universales del corazón». Carmen luchó toda su vida contra la injusticia y la ignorancia. Por eso, quienes creemos en la igualdad entre el hombre y la mujer, la tenemos como modelo ético y profesional y compartimos sus ideales democráticos estamos en deuda con ella. Con actos como este, queremos hacer justicia, rescatar la memoria democrática de esta creadora genial, cuya vida y obra nos reconcilia con la condición humana.
“Lleva quien deja y vive el que ha vivido”, escribió don Antonio Machado. Carmen de Burgos viajó y vivió apasionada e intensamente, hizo muchas preguntas para conocer lo diferente y, con sus obras salvadas de la hoguera por sus admiradores, nos ha dejado mucho. Por eso, ni siquiera Franco, con todo su poder y su odio, consiguió borrarla del mapa. Carmen de Burgos resucita cada día en nuestra memoria. Así sea.
Muchas gracias.
Entre Asunción Valdés y Mar Abad, doble lujo.
Cena (a escote) con Fernando Martínez, secretario de Estado de memoria Democrática.
Mi madre hubiera pensado ayer que estábamos en la ruina. «¿Tomates verdes fritos? Válgame Dios?». Esa habría sido, sin duda, su reacción al verme cocinar los últimos restos de tomates raff, duros, verdes y feísimos, de mi huerta. Mi chica me animó a probar lo que en Nueva Inglaterra era comida habitual en otoño.
Tomates raff en su tomatera. Con el frío nunca se pondrán rojos.
En Boston pasan del verano al invierno en un par de días. En septiembre, los tomates se quedan verdes sin remedio hasta que la nieve prematura los destroza. En mi primera visita a Estados Unidos me dijeron que «lo mejor de Nueva Inglaterra era la primavera y el otoño, ambos días».
Ultima cosecha de otoño
En 1970, mi suegra me sorprendió con un primer plato exquisito de lo que yo creí que eran berenjenas rebozadas al estilo almeriense de mi madre. ¡Qué va! Eran tomates verdes fritos. ¡No me lo podía creer! A los pocos días comprobé que, a la orilla de las carreteras locales, vendían tomates verdes. Los comían como si se tratara de un majar. Ha pasado medio siglo que aquella experiencia y ayer, al retirar los restos semi congelados de mi huerta, recordé la receta de mi suegra. Su hija, Ana Westley (awestley.com), me animó a repetir la receta de mi madre con las berenjenas rebozadas pero… sin berenjenas.
Todo preparado para repetir la receta (de Boston o de Dakota) de mi suegra
Me recordó que nuestras pensiones de jubilados se estaban resintiendo por las tarifas del gas y de la electricidad y que debíamos ahorrar en lo que fuera posible. Me convenció. Manos a la obra. Coseché una buena cesta de tomates raff, verdes y durísimos. En lugar de tirarlos a la basura, como hacía todos los años, antes de esta crisis energética, los llevé a la cocina.
Los tomates verdes sueltan más agua que las berenjenas. Por eso, puse el aceite de oliva al 9 y luego lo bajé al 6.
Como no recordaba la receta de mi suegra (de Boston o, quizás, de Dakota) apliqué la de mi madre con las berenjenas. Rebocé las lonchas de tomates verdes con huevo batido y luego con harina se trigo y las eché a la sartén con aceite de oliva muy caliente. Un par de vueltas y bajé la temperatura de la placa del 9 al 6. Mi nieto Leo me dijo un día que, en su casa, el agua hierve a 9 grados.
Parecen berenjenas rebozadas, pero sin berenjenas. Nos chupamos los dedos.
El resultado ha sido espléndido. Rodajas fritas de tomates verdes rebozadas con huevo y harina… exquisitas. Os lo recomiendo. Solo me faltó ponerles un poco de miel. No era necesario, pues resultaron más dulces que las berenjenas. Hemos recuperado una tradición de la familia Westley que ya habíamos perdido. Y hemos ahorrado unos euros. Ya no volveré a tirar a la basura los tomates verdes de fin de temporada que nunca van a madurar.
El libro del ex ministro de Economía, José Luis Leal, («Hacia a libertad») me ha abierto los ojos y me ha iluminado zonas claves de nuestra transición de la Dictadura a la Democracia. ¡Enhorabuena y gracias, José Luis!
Cubierta del libro de Leal
Si estoy convencido de que, a pesar de los pesares, hay nobleza y generosidad en la acción política es porque compartí (1978-1980) el sueño de Camelot en el palacete de Castellana, 3. Servir a los intereses generales de España, a las órdenes directas del ministro José Luis Leal e indirectas del vicepresidente Fernando Abril Martorell, marcó mi admiración y lealtad por aquel equipo reducido y eficaz que promovió y cumplió los Pactos de la Moncloa, imprescindibles para poder aprobar, con estabilidad socio económica, la Constitución más larga y provechosa de nuestra historia. Los demócratas le debemos mucho a esa pareja de patriotas.
José Luis Leal con su esposa Joseline y Fernando Abril Martorell.
Yo ganaba allí muy poco dinero, comparado con el sueldo anterior y posterior de redactor jefe de El País, pero nunca gané tanta felicidad por la satisfacción del deber cumplido al servicio de la Democracia. Era como hacer otra vez la «mili», pero de verdad. Una de las mejores etapas de mi vida.
En la planta baja de Castellana, 3, despachaba yo cada día con José Luis Leal, ministro de Economía, condiscípulo juvenil del rey emérito, luchador anti franquista, exiliado, doctor por la Sorbona, sabio entre los sabios y, sobre todo, poeta.
Leal estudió con el entonces príncipe Juan Carlos de Borbón.
En ocasiones, también me tocaba asistir al vicepresidente Abril Martorell, que trabajaba, a cualquier hora del día o de la noche, en el primer piso, al que se accedía a trompicones por un viejo ascensor barroco que llamábamos «la bombonera». El primer día, me sorprendió que el despacho del ministro fuera más del doble de grande que el del vicepresidente, un político que valoraba más el contenido que el envoltorio de los muchos problemas que se echaba a sus anchas espaldas.
En el equipo de Abril-Leal había muy pocos funcionarios y procedían de todos los colores políticos. A nadie se le preguntó por su origen o sus afinidades ideológicas. Importaba la entrega a los ideales básicos de consolidar la Democracia y construir un país más justo y próspero. Esto que digo, en favor aquellos dirigentes generosos, eficaces y honestos, les parecerá cuento chino a muchos desencantados por la polarización y la corrupción política de nuestros días. La verdad, en ocasiones, parece increíble. Pero, lo crean o no, esa es mi verdad, vivida en primera persona y contaba con toda la honestidad de que soy capaz.
Al cabo de más de medio siglo de ejercicio del Periodismo, también he llegado a la conclusión de que, en situaciones graves y extraordinarias, la sociedad produce líderes extraordinarios. Lo queramos o no. Por eso, emergieron entonces personajes excepcionales, quizás irrepetibles, como Fernando Abril Martorell, José Luis Leal, Adolfo Suárez, Felipe González, Alfonso Guerra, Manuel Fraga, Santiago Carrillo, el teniente general Gutiérrez Mellado, el cardenal Tarancón y, naturalmente, sé por qué lo digo, el teniente general Andres Cassinello, el creador del CNI de Suárez. Fueron hombres capaces de actuar y llegar a acuerdos patrióticos cuando estábamos al borde del abismo. La izquierda y la derecha desconocían la fuerza del contrario y tenían miedo. Los vencedores de la guerra civil temían a la revancha violenta de los vencidos y los perdedores, a una nueva dictadura de los franquistas sin Franco. El miedo compartido (y algo de generosidad, no digo que no) nos hizo demócratas.
Ahora estoy disfrutando mucho con la lectura de las memorias de mi antiguo jefe, José Luis Leal, una figura demasiado modesta y que fue clave para llevar a buen puerto la Transición española. Aunque estuve en aquel Camelot, como el último de los becarios, desde el otoño del 78 al invierno del 80, el libro me aclara ahora muchos secretos, usos y costumbres de aquellos tiempos que yo solo sospechaba. El objetivo era no volver a las andadas de otra guerra civil. Quitar la razón al gran poeta Ángel González que nos decía: «La historia de España es como la morcilla de mi pueblo: se hace con sangre y se repite». Gracias a gigantes políticos, como los que he nombrado en el párrafo anterior, se equivocó el poeta. También se equivocaron mis colegas de la prensa extranjera que, al morir el tirano, volaron hacia España en busca de otra guerra fratricida. Era costumbre. Decepcionados, tuvieron que marcharse con sus plumas a otra parte.
El libro de José Luis Leal, editado por Turner, será presentado mañana lunes, 12 de diciembre, a las 19:00 h. en la Fundación Carlos de Amberes, calle Claudio Coello, 99, Madrid. No te lo pierdas.
En Claudio Coello, 99, a las 19:00 h del lunes 12 de diciembre, con Leguina y García Vargas, dos viejos amigos.
En mi libro de memorias, «La prensa libre no fue un regalo», he intentado describir y, a veces, explicar, torpe y brevemente, lo que hacíamos desde aquel antiguo palacete, algo versallesco y nada funcional, que había sido ocupado antes por Azaña, Carrero Blanco y Suárez.
Copio y peo, a continuación, algunas páginas de mi libro en las que me refiero, de pasada, a los trabajos de aquella Corte del rey Arturo en la que respirabamos el sueño de una España mejor, más libre y más justa que la que no deparó el tirano Francisco Franco durante su ominosa y cruel Dictadura de vencedores contra vencidos.
El País, donde pasé tantos años felices, me ha dado esta mañana una alegría. Mi colega Rafael Fraguas publica hoy en Babelia un artículo interesante sobre mi libro de memorias personales y periodísticas. Gracias, querido Rafa. Comprendo tus criticas por la descripción que hago de algunos aspectos casi religiosos del comunismo que nunca me gustaron. También reconozco y valoro positivamente en mi libro la contribución extraordinaria que muchos comunistas, empezando por Santiago Carrillo, hicieron a la Transición de la Dictadura a la Democracia. Lo cortés no quita lo valiente. En su edición digital, que copio y pego a continuación, su comentario sobre «La prensa libre no fue un regalo» es más amplio que en la versión impresa. Me ha sorprendido la foto de la Agencia EFE (que yo desconocía) sobre los preparativos de la manifestación en protesta por el secuestro y las torturas que sufrí en marzo de 1976 por un comando de la Guardia Civil de Campano, un general del bunker franquista.
‘La prensa libre no fue un regalo’, recuerdos de un combate inacabado
José Antonio Martínez Soler relata los avatares del periodismo profesional en una coyuntura social y política tan singular como la Transición de la dictadura franquista a la democracia constitucional
Manifestación en Madrid en marzo de 1976 en la que 300 periodistas se solidarizaban con José Antonio Martínez Soler, secuestrado, torturado y amenazado de muerte si no abandonaba el país.EFE
RAFAEL FRAGUAS10 DIC 2022 – 05:30 CETLos libros de memorias, cuando son sinceros, se asemejan a aquellos melones cuya tajadura descubre un suculento contenido. La dulce pulpa de los testimonios veraces surge así ante nuestros ojos. Pero, para saborearla, será preciso quitar las numerosas pipas o pepitas que la envuelven. Es el caso de La prensa libre no fue un regalo (Marcial Pons Editores), memorial del veterano periodista y gestor de medios, José Antonio Martínez Soler (Almería, 1947). La pulpa de este interesante libro la compone una trepidante narración, descrita con amenidad y desenvoltura, sobre los avatares del Periodismo profesional en una coyuntura social y política tan singular como la Transición de la dictadura franquista a la democracia constitucional. Proceso coral y de masas que Martínez Soler individúa amparándose en un género que, como tal, se lo permite.
Prosa limpia, libre y ligera, acreditada por cinco décadas de oficio, con una destreza especialmente didáctica acuñada, sobre todo, en la Prensa económica. Destacó como director, subdirector o redactor-jefe de numerosas publicaciones, ora fundadas, impulsadas por él mismo, así como en distintos programas de la televisión estatal. Nada que objetar sobre la elevada carga testimonial, familiar y de relaciones amistosas y profesionales desplegada por el autor, materias tan sagradas como la subjetividad de sus percepciones, ante las cuales la crítica debe obligadamente plegar velas.
Empero, las pipas del melón abierto por el autor conciernen a las distintas interpretaciones opinables que le cabe extraer de los hechos por él así tratados. Las numerosas alusiones y referencias a la libertad de expresión que el libro contiene demandan su atinencia obligada y explícita al derecho a la información, atributo patrimonial que pertenece a la sociedad, no únicamente al individuo. Desprovista de tal condición, la libertad no dejaría de ser un privilegio, caro y seductor, pero meramente privado.
Por otra parte, el autor hace alarde reiterado de anticomunismo, actitud inelegante hacia los profesionales comunistas que, desde el Movimiento Democrático de Periodistas, se arriesgaron a sufrir y sufrieron persecución judicial y marcaje policial tras haberse volcado en defenderle a él, secuestrado y malherido por delincuentes de uniforme vestidos de civiles, metralleta en mano. Martínez Soler se esfuerza en demostrar, en sus juicios y valoraciones ideológicas, que en aquella turbulenta y esperanzadora transición política, el antifranquismo no implicaba necesariamente ser anticapitalista, ni ser contrario a la política estadounidense en su conjunto, tomas de posición consideradas ayer y hoy como señas de identidad de la izquierda real.
Numerosas pinceladas esmaltan la narración, donde aflora un entusiasmo creativo amparado en la iniciativa que ha de presidir el quehacer periodístico. Pero el entusiasmo es tanto y tan contagioso que esconde algún índice de adanismo, sobre todo en lo que se refiere a su paso por TVE. En cuanto a distintos emprendimientos empresariales personales, la línea entre la propiedad de los medios y el oficio de los profesionales queda casi siempre nítidamente demarcada, pero no obstante, hay iniciativas que persiguen repicar y marchar en procesión simultáneamente, con curiosos resultados, como los obtenidos por el autor en tales iniciativas.Una correlación de fuerzas equilibrada entre la izquierda, depositaria de eticidad y memoria, y la derecha, heredera del poder, hizo viable la salida de la tiniebla franquista en un momento excepcional de la Historia de España
Amenidad, interés y euforia singularizan este libro donde la sorpresa y la emoción dan paso, también, al estupor de unos hechos tan irrepetibles como los vividos por la sociedad española, en general y desde la Prensa democrática, en particular, durante aquel trance sociopolítico. El miedo fue, para el autor, la clave de aquel histórico tránsito; razón no le falta; pero ante y frente al temor se irguió la audacia de generaciones anteriores que laboraron tan arriesgadamente para que la suya disfrutara de las mieles del triunfo. Una correlación de fuerzas equilibrada entre la izquierda, depositaria de eticidad y memoria, y la derecha, heredera del poder, hizo viable la salida de la tiniebla franquista en un momento excepcional de la Historia de España. Mas, cuando aquel equilibrio se torció luego, algunos de los demonios conjurados entonces reaparecieron y hoy se asoman con altanería en la escena, como un siniestro ritornello. Libros como este dan cuenta de aquellas batallas ganadas para la libertad por el autor y numerosos otros periodistas, en la guerra que la democracia libra contra una parte del pasado que, en verdad, merecía ser hecho añicos.
¡Ataque de nostalgia al pisar de nuevo la Casa de la Radio! ¡Qué placer! Ayer, jueves, 8 de diciembre, en pleno puente, me citó mi amigo, paisano y colega Carlos Santos, a las 11:00 h. en Radio Nacional de España, para hablar de «La prensa libre no fue un regalo. Cómo se gestó la Transición». ¿Hablar de mí y de mi libro? Imposible negarme. Y además, poder dar un abrazo a Carlos Santos. Lujo doble. Me lo pasé muy bien. Os recomiendo que escuchéis esta media hora de programa.
Con Carlos y Ramón en el estudio de RNE
Me gusta mucho la radio. Más que la tele. Hace años, cuando hablaba de divulgación económica en mi sección «El bolsillo» y otros programas de RNE, me sentía unido a cada oyente por un hilo de plata… Aún me reconocen más por mi voz en RNE que por mi cara en TVE.
Mi último retrato, obra nada menos que del gran Bernardo Pérez, un amigo.
Claro que ahora, sin pelo y con algunas arrugas gloriosas de abuelo jubilado, ¿quién me va a reconocer?
Quienes me vieron en la tele en 1986 difícilmente podrán reconocer mi cara ahora por la calle. En cambio, por la voz, sí. Ya es algo.
Es costumbre en la radio y en la tele que los encargados de producción se aseguren de que los invitados lleguen a tiempo a la hora programada para a entrar al aire en directo. Aunque yo me sabía el camino, se empeñaron en enviarme un coche de producción a mi casa. Lo comprendí. Me sentí alguien. Yo también hacía lo mismo cuando fundé el primer informativo matinal «Buenos Días» en TVE (1986). Claro que despertarse de madrugada para acudir al Pirulí a un programa en directo de de 7:00 a 9:00 h. tenía sus riesgos. No había costumbre. La vanidad de verte en la pantalla ayudaba a madrugar. Claro que el conductor de TVE tuvo que despertar a más de uno de mis invitados.
Ayer me recogió Manolo, un conductor veterano de RTVE. En cuanto le saludé, en la puerta de mi casa, me reconoció por mi voz más que por mi cara. Me gustó. Gracias, Manolo, por recogerme a tiempo, gracias a David por asegurar la producción del programa y muchísimas gracias Carlos Santos por hacerme sentir de nuevo que estaba en mi casa, en la Casa de la Radio de Prado del Rey.
«La belleza subsiste siempre en el recuerdo» (William Wordsworth, en Esplendor en la Hierba).
Mi libro estaba ayer entre los micrófonos del Estudio de RNE. Carlos Santos lo tenía dedicado por mí pues acudió a la presentación del libro en el Ateneo de Madrid. Le debo otra copa.
Tal día como hoy, hace 44 años, colgué la bandera de España en la puerta de mi casa. Sin la gallina de Franco, claro. Desde aquel día, ya era la bandera de todos.
Feliz Día de la Constitución
No me daba repelús. Eso le dije al mi vecino, el coronel Lisarrague, franquista de toda la vida, cuando llamó a mi puerta. Hace 4 años, en el 40 aniversario de la Constitución del 78, la más larga y provechosa de la historia de España, un puñado de periodistas publicamos un libro de recuerdos y nos reunimos en el Congreso de los Diputados para celebrar ese feliz acontecimiento.
El gran Forges lo hizo antes que nosotros.
La anécdota del coronel Lisarrague, tan entrañable, la he incluido en mi libro de memorias (La prensa libre no fe un regalo. Cómo se gestó la Transición). La recuerdo con ternura cuando, en días como hoy, coloco la bandera española en la mesa del comedor.
Pagina 349 de La prensa libre no fue un regalo.
Pagina 350 de La prensa libre no fue un regalo.
Portada del libro «La prensa libre no fue un regalo», editado por Marcial Pons.
No todos los que hoy besan la Constitución, con fruición, votaron a favor el 6 de diciembre del 78.
De hecho al Partido Popular, heredero directo de la Alianza Popular de Fraga, que se abstuvo en el referendo, sigue incumpliendo el mandato de la Constitución, con mil excusas extravagantes, al bloquear, desde hace 4 años, la renovación del Poder Judicial que exige la Carta Magna. Ojalá no se cumpla eso de que «la cabra tira al monte» y los del PP vuelvan pronto a la senda constitucional. Las posiciones de la extrema derecha de VOX se parecen mucho a las de Fuerza Nueva que voto NO a la Constitución.
A pesar de todo, ahí está a Constitución del 78 garantizando nuestra libertad que tanto nos costó conquistar, después de la ominosa y larga Dictadura de Franco. Desde luego, la libertad no nos tocó en una tómbola. Cuidémosla y celebremos, con alegría, este día de fiesta democrática.
Facebook me envía hoy un recuerdo bonito de hace ¡tres años! Yo pensaba que fue ayer… Es un reportaje de Canal Sur sobre mi vida y milagros (de jubilado) en el que ya anticipaba que «la libertad no nos tocó en una tómbola».
En Canal Sur, poco antes del confinamiento por el COVID que me permitió escribir «La prensa libre no fue un regalo».