Una ola de pesimismo entristece hoy a muchos, muchísimos, periodistas honestos. El escándalo de Ferreras/Inda/Évole (¡joder, qué tropa!), periodistas que no merecen tal nombre pues se alimentan en charcos putrefactos para contaminar a su público, ha removido, zarandeado, la conciencia de muchos colegas que, de buena fe, contrastan las noticias, siempre interesadas, de sus fuentes.
Escándalo, sí, tristeza, no. A menudo, como optimista empedernido, voy contra corriente para sacarle a la vida el mayor provecho posible. Podéis llamarme ingenuo. Pero, ¿y si el escándalo Ferreras (por publicar mentiras a sabiendas) fuera una bendición para nuestra maltrecha y desacreditada profesión? Apretamos la pupa infectada, sacamos la pus y con ella fabricamos una vacuna contra lo que Íñigo Domínguez llama hoy en El País «la trola sistémica».
¿Y qué pasa contigo Jordi Évole? Ayer leí «Lo de Ferreras» que has publicado en La Vanguardia, gran periódico del que soy suscriptor. Siempre tuve el corazón partido (entre admiración y decepción) con tu trabajo periodístico, pero defendiendo «Lo de Ferreras» te has pasado tres pueblos.
Te seguiré leyendo, pero ahora con lupa. Dejaste escapar a Aznar y a Felipe sin rasguños.Te entiendo. El miedo nos protege. Son morlacos peligrosos. «Quien lo probó lo sabe». Pero, ¿qué le debes al pobre Ferreras? La amistad es la fuente principal de corrupción para el periodista. ¿Acaso piensas como Mafalda? Ella decía: «El dinero no lo es todo en la vida, también están los cheques». Cuídate, Jordi. Y borra a Ferreras y a Inda de tu agenda.
Por mucho que se empeñen las plumas de alquiler, el periodismo no ha muerto. ¡Viva el periodismo! Sin periodismo no hay democracia.