¿Quién me iba a decir a mí que algún día saldría mi nombre citado en un artículo del maestro Manolo Vicent? Pues ahí está, con este título algo excesivo («Los que no agacharon la cabeza»), en la pagina 41 de El País de hoy, 21 de junio. Gracias, Manolo. Reconozco que alguna vez sí que la agaché para seguir con vida. Imposible no recordar hoy los consejos cervantinos que me daba mi padre, vencido en la guerra civil y nunca callado ante las injusticias de la Dictadura. Solía decirme: «Recuerda, hijo mío, que cuando alguien te pida que sientes la cabeza lo que realmente quiere decirte es que la agaches». ¡Qué razón tenía!

Copio y pego el texto de Manuel Vicent ya que no sé si se podrá leer bien en la foto que hice del papel o de la web.
Los que no agacharon la cabeza
El 9 de junio se celebró un acto de homenaje a un grupo de periodistas que durante la dictadura puso de su parte el esfuerzo necesario para recuperar la libertad y la democracia
MANUEL VICENT
21 JUN 2025 – 05:30 CEST
En la calle Larra, 14, de Madrid, se hallaban las redacciones y rotativas donde antes de la Guerra Civil se editaban varias revistas y periódicos que hoy tienen una resonancia mítica en la historia del periodismo. El edificio original se construyó en 1906 como sede del semanario ilustrado Nuevo Mundo, en el que publicaron Unamuno y Ramiro de Maeztu. En 1917 se alumbró allí el periódico El Sol, fundado por el industrial papelero Urgoiti bajo la inspiración intelectual de José Ortega y Gasset, quien había abandonado el diario de su familia, El Imparcial, para convertir El Sol en el periódico referente y de mayor prestigio de la época. En 1931, apenas unas semanas antes de la proclamación de la República, Ortega publicó en sus páginas el famoso artículo El error Berenguer, que fue el golpe de gracia que acabó con la monarquía.
Cien años de ‘El Sol’
El uso del edificio evolucionó a lo largo del tiempo. De esas rotativas salió también la revista La esfera, se instalaron las cabeceras de La Voz y de la editorial Calpe. Por ese edificio pasaron todos los periodistas famosos del momento, Azorín, Mariano de Cavia, Chávez Nogales, Julio Camba, Araquistáin, Díaz Canedo, Corpus Barga, Juan de la Encina, Bergamín. Durante el franquismo la Falange se incautó del edificio e instaló allí el diario Arriba, su órgano oficial y posteriormente, también el deportivo Marca hasta 1963, en que el edificio fue abandonado. En 1987 lo adquirió la Fundación del Diario Madrid, una institución que pastorea Miguel Ángel Aguilar, un periodista muy singular que no deja por un momento en reposo su imaginación.
Bajo su iniciativa, el pasado 9 de junio se celebró en esos salones históricos de Larra, 14, un acto de homenaje a un grupo de periodistas que durante la dictadura franquista, cada uno a su manera y con distinta influencia e intensidad en la prensa, la radio y la imagen, puso de su parte el esfuerzo necesario para recuperar la libertad y la democracia perdidas después de la guerra. Un comité de expertos seleccionó 20 nombres. Lógicamente, había muchos más, que quedaron fuera de la lista, pero la muestra fue sacada entre los supervivientes y con eso bastaba. La lista la componían José Antonio Martínez Soler, Gorka Landaburu, Iñaki Gabilondo, Nativel Preciado, Soledad Gallego Díaz, Andrés Rábago, El Roto; Román Orozco, Víctor Márquez Reviriego, Manuel Pérez Barriopedro, Juan Luis Cebrián, Joan Tapia, Luis del Olmo, Raúl Cancio, César Lucas, Rosa Montero, Pilar Cernuda, Juan de Dios Mellado, Maruja Torres, Rosa María Mateo y el que esto firma.
Tuve que improvisar unas palabras en nombre de los homenajeados. Como en un ejercicio de autocomplacencia recordé que durante el Imperio Romano, cuando el ejército llegaba a Roma por la vía Apia después de una gran batalla victoriosa, solo desfilaban los soldados que habían agachado la cabeza mientras pasaban las flechas. Los valientes que lucharon en primera fila y dieron el pecho con bravura cayeron en combate y se quedaron sin poder recibir el premio a su valor ante el pueblo pasando bajo todos los arcos del triunfo. Añadí que todos los que estábamos allí puede que no fuéramos héroes, pero no habíamos agachado la cabeza durante la dictadura y unos frontalmente y otros mediante el humor habíamos puesto algo por nuestra parte para recuperar la libertad, salvar el honor del periodismo y contribuir a sacar la carreta del charco durante la Transición en el camino hacia la nueva frontera de Europa. Algunos que estaban de pie en aquella tarima habían sido torturados por la policía política del dictador, otros habían sido víctimas de los atentados de Eta.
No obstante, mientras hablaba sobre los pequeños sueños de cada día que se alcanzan simplemente cumpliendo con el deber, imaginaba que en aquel edificio de Larra, 14, permanecían las sombras de los periodistas míticos que pasaron por allí hasta altas horas de la madrugada escribiendo sus crónicas. Me acordaba de Cháves Nogales, que siempre estaba donde debía estar para contar las cosas que sucedían en la calle. Fue famoso en su tiempo, pero después de la guerra cayó en el olvido, tal vez porque ninguno de los dos bandos le consideraba uno de los nuestros, sino el dueño de una voz libre, propia, comprometida con la democracia y consigo mismo. Me acordaba del fotógrafo Alfonso, del dibujante satírico Luis Bagaría, dueño de un lápiz mordaz y revolucionario, de quien Ortega decía: “El perfil con que Bagaría nos pinte será el que de nosotros perdure”. Y sobre todo me acordaba de cuatro periodistas contemporáneos que no estaban en la tarima porque se los había llevado la muerte hacia su reino. Eduardo Haro Tecglen, cuyo pesimismo congénito era un estado de lucidez; Luis Carandell, un espíritu burlón capaz de convertir la historia en una divertida anécdota; Francisco Umbral, que utilizó el éxito en una forma de venganza; Manuel Vázquez Montalbán, que se movió entre el marxismo pop y la gente derrotada. Y tantos otros que practicaron el periodismo como si fuera un arte y dieron lo mejor de su talento por la libertad.

