Hay un pequeño debate soterrado entre legitimistas monárquicos y expertos en casas reales sobre el nombre que debería elegir el próximo rey de España. Casi todo el mundo da por hecho que el principe de Asturias, Felipe Juan Pablo Alfonso de Todos los Santos de Borbón y Grecia, jurará su cargo como Felipe VI. Pero aún no hemos oído la opinión del candidato a rey sobre este asunto.
Acabo de regar mis geranios y, antes del tenis, voy a enredar un poco y añadir confusión a este asunto, algo más que anecdótico, que ocupó ayer un espacio en nuestra tertulia almeriense.
En el Reino Unido los reyes pueden cambiarse de nombre. De hecho, el padre de la reina Isabel II (el tartamudo) adoptó el nombre de Jorge y enterró el suyo de toda la vida. Los papas se cambian de nombre al acceder al trono. Incluso muchos frailes y monjas cambian de nombre con sus votos. Por tanto, si el príncipe de Asturias quisiera adoptar la tradición de su tío abuelo, el rey Jorge del Reino Unido, podría reinar con el nombre que le diera la gana.
Su padre, Juan Carlos I, ya sentó un precedente. Cuando los españoles votamos mayoritariamente (yo entre ellos) entre la Constitución del 78, que incluía la monarquía parlamentaria, y la dictadura militar de la que veníamos, el entonces príncipe de España (nombrado así por Franco) eligió el nombre de Juan Carlos I y no el de Juan III (nombre que los monárquicos daban extraoficialmente a su padre, el conde de Barcelona) o Juan IV si hubiera querido respetar, por cortesía filial, el orden de su padre que nunca reinó.
Los franquistas y neodemócratas insistieron en que no se trataba de una «restauración» de la monarquía tradicional (como ocurrió con Alfonso XII) sino de una «instauración» de una nueva monarquía que nacía por voluntad de su caudillo Franco. Otros jugaron con la palabra «reinstauración». (Por cierto, en estos días de alabanzas a al rey saliente, no he visto en ningún medio de impreso foto alguna de Juan Carlos con su mentor el dictador Francisco Franco).
Quizás, por eso, el príncipe de España eligió (o le impusieron) el nombre de Juan Carlos I. primer rey de España con nombre compuesto que yo recuerde. Así, con el I, comenzaba una nueva dinastía, sin necesidad de contar con el órden dinástico que daba a su padre, don Juan (o Juan III) la corona de España.
Pero hay una razón histórica más para enredar en este debate de nombres reales. Los catalanes y los aragoneses no tuvieron ningún Felipe I. El marido de Juana I de Castilla y padre de Carlos I de España y V de Alemania, era rey de Castilla pero nunca fue rey de Aragón. Ese título lo conservó y ejereció su suegro, Fernando el Católico. Por tanto, para el reino de Aragón que incluye el condado de Barcelona, el Felipe II de Escorial sería su Felipe I (ya rey de Aragón por ser bisnieto de Fernando el Católico. O sea, que para Aragón y Cataluña, el orden dinástico impondría al próximo rey el nombre de Felipe V aunque para el resto de España podría ser Felipe VI.
Pero el nombre de Felipe V, de Anjou, el primer Borbón, tiene malos recuerdos para algunos catalanes. Recuerdo que, cuando yo vivía en Barcelona, algunos le llamaban «Felipe V» al retrete. Por tanto, por razones más que olorosas, queda descartado el nombre de Felipe V de Aragón.
Hay quien se aventura a decir que todos los españoles quedarían contentos con que el principe de Asturias decidiera llamarse Felipe Juan I.
Ahí queda eso.
Alguno me dirá que ¡vaya tontería! Y no le faltará razón. Pero yo le recordaría que Metternich, el cochero de Europa, afirmaba que valía la pena «morir por el protocolo».
El nombre del futuro rey de España lo sabremos muy pronto. Quizás el mismo día 24 de Junio, festividad de San Juan, santo del primer nombre de pila de su padre y de su segundo nombre de pila.
En todo caso, como buen republicano, le deseo mucha suerte. Por nuestro bien. Hasta que, por mayoría, reformemos la Constitución del 78 para elegir entre monarquía o república. En el 78 elegimos entre monarquía parlamentaria o dictadura militar. Lo tuvimos bastante claro.
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