Hoy mismo leo en El País que el jefe de prensa del nuevo Rey puede ser el periodista Jordi Gutiérrez, actual jefe de prensa del imputado Arturo Fernández, presidente de la patronal madrileña CEIM desde que sustituyó en el cargo a Gerardo Diez Ferrán ( ex presidente de la CEOE, que está en la cárcel).
Arturo Fernández, promotor de las miles de banderitas bicolor regaladas el jueves al público de Madrid, está imputado por la Justicia por el caso Bankia y ha sido denunciado por sus trabajadores por pargarles en negro. Por tanto, a Jordi Gutiérrez, posible próximo jefe de prensa de Felipe VI no le falta experiencia en lidiar con escándalos de corrupción de su jefe actual. Por si acaso.
Conozco poco personalmente a Jordi Gutiérrez pero profesionalmente, cuando estuvo en La Zarzuela antes de ser reclutado por Arturo Fernández, siempre me pareció un colega eficiente y amable. Le deseo mucha suerte, aunque su procedencia de la CEIM le perjudica mucho. Como le dijo don Luis a don Juan Tenorio (refiriéndose, claro, a doña Inés): «Imposible lo dejáis para vos y para mi».
Sin embargo, no están los tiempos como para dar pasos en falso. La nueva Casa Real, como la mujer del César, no solo debe ser honrada sino también parecerlo. Las amistades del rey-padre con Arturo Fernández, un empresario típico de antesala, maestro en manejar influencias políticas para obtener licencias, no ayudarán al Rey hijo a reducir la corrupción rampante.
En el Reino de la Impunidad que es España, el Rey es una figura inviolable (con impunidad total) y prácticamente decorativa. Afortunadamente, reina pero no gobierna.
Por eso, me sorprende que abunden las personas que, de buena fe, mantienen aún la esperanza de que Felipe VI pueda cambiar algo relevante en la política española. Cuando la expectativa de conseguir algo es alta y el resultado es muy inferior a lo esperado, la diferencia se llama frustración y resulta inevitable y dolorosa.
El nuevo Rey es decorativo, como lo fue su padre, una vez aprobada la Constitución. Pero le quedan, al menos, la palabra y los gestos. Su frío y comedido discurso de coronación ante Las Cortes fue decepcionante en fondo y forma. Una oportunidad perdida. Pasó de puntillas, o dando saltos de rayuela, por el paro y la pobreza insoportables, la corrupción generalizada, la desigualdad rampante, el separatismo de una parte creciente de los catalanes, la incrustación parasitaria y cínica de la Iglesia Católica en el Estado aconfesional, el deterioro abrumador de los partidos políticos, convertidos en chiringuitos de colocación de amigos y parientes más que de atender al interés general, la destrucción paulatina del estado del bienestar (educación, sanidad, vivienda…) y sobre tantos otros problemas que tiene pendientes la sociedad española. Hizo un discurso limpito y monocorde. Sin pasión alguna. Para salir del paso. Pero aún es pronto para juzgar sus intenciones. La sombra de su padre es alargada…
Puestos a escribir una carta a los nuevos reyes (y gracias a lo que han debido aprender de la anterior familia real) yo les pediría únicamente que incitaran a los poderes públicos a reducir la impunidad y aumentar la integridad en nuestro país. Esa es, a mi juicio, la mejor forma de defender la Democracia, es decir, de imponer y respetar el imperio de la Ley igual para todos. ¡Casi na!. Para eso, Felipe VI tiene que ser muy claro en su lucha contra la injusticia y contra la ignorancia. Paro, pobreza, corrupción, separatismo, desprecio de los partidos tradicionales y políticos golfos, financiados ilegalmente, hay en todos los países de nuestro entorno europeo. La diferencia fundamental que tenemos con ellos es que en los paises del Norte tratan de cumplir las leyes en mayor grado que en España. O, quizás, lo aparentan mejor. Aquí, los poderosos se las saltan a la torera. Y, para decepción y desesperación de la gente honrada, a los delincuentes de alta cuna no les suele pasar nada.
España es diferente, desgraciadamente, insisto, por la falta de integridad y el exceso de impunidad. Y esa impunidad reinante, tan escandalosa, es lo que deteriora la confianza de los ciudadanos en las instituciones del Estado, cada día menos democráticas.
Ya se que, en la práctica, los ricos y los pobres no son iguales ante la Ley en ningún país del mundo, y en ninguna época. Para empezar, los ricos pueden pagar a mejores abogados y, si nada se lo impide, sobornar a jueces, legisladores y gobernantes. Pero, en la teoría, en la letra de la Ley, sí que somos iguales. Solo nos falta que se aplique mejor la Ley y se reduzcan los niveles asfixiantes de impunidad.
Decimos que el que la hace la paga. No es cierto en España. Aquí hay demasiada manga ancha con la golfería de cierto nivel y excesiva mano dura con los débiles. Esta doble vara de medir es un misil contra la línea de flotación de la Democracia. Tarde o temprano pagaremos tan flagrante injusticia.
Que Felipe VI, por su bien y el nuestro, vaya tomando nota.