Para quienes tengan tiempo libre y ganas de saber algo más sobre mi último libro «La prensa libre no fue un regalo» ofrezco hoy la entrevista que Isidro López Cuadra me hizo el sábado en Radio Villalba. Todo a favor, pues Isidro es un buen amigo.
Este libro («La prensa libre no fue un regalo»), que presenté ayer en la caseta 67 de Marcial Pons en la Feria del Libro de Madrid, lo escribí pensando en mis tres hijos y mis dos nietos. Con todo mi amor, a ellos lo dedico. Los cinco nacieron y están creciendo en libertad. Afortunadamente, no saben lo que es vivir bajo una dictadura tan cruel como la del general Franco, el amigo de Hitler y Mussolini, que sufrimos sus padres y abuelos.
Portada de mi último libro, ya a la venta.
Debido al confinamiento por tan larga pandemia del Covid, he tenido la oportunidad de escribir esas memorias profesionales y, en parte, personales de un mundo que casi no existe. Hablo de una época de lucha por conquistar la libertad, arrebatada por un golpe de Estado en 1936, una guerra civil (1936-1939) y una larga postguerra de represión violenta por parte de a Dictadura franquista hasta que, muerto el tirano en 1975, recuperamos la libertad por la que habíamos luchado en la clandestinidad.
Así quedó mi cara quemada, tras el secuestro y las torturas que sufrí tras la muerte del dictador Francisco Franco
La prensa ayudó como pudo a esa transición a la Democracia. Lo cuento en estas páginas. Es un libro en el que pueden reconocerse muchos padres y abuelos para los que la libertad, como el oxígeno, se valora más cuando falta. Por eso, pienso también que podría ser un buen regalo para la lectura veraniega de hijos y nietos a los que nunca les faltó la libertad en España. Ayer tuve la suerte de que mi nieto Leo viniera a la Feria del Libro a darme un abrazo, cuando solo quedaban ya dos ejemplares por vender. Anuncié la presentación del libro hace unos días en las redes, pero nunca imaginé que sería algo tan emocionante.
Con mi nieto Leo y los dos últimos ejemplares del sábado 4, en la Feria del Libro
Poco antes, Miguel Iceta, ministro de Cultura, de quien soy fan, pasó a saludarnos por nuestra caseta de la Feria. Visita que agradezco. Aunque es mucho más joven que yo, el ministro aprobó y compartió conmigo el título del libro.
Con Miguel Iceta, ministro de Cultura, en la caseta 67 de Marcial Pons en la Feria del Libro y mi libro «La prensa libre no fue un regalo».
Tuve, además, la fortuna de compartir la caseta 67 con el gran Juan Eslava Galán, cuyas obras tanto he disfrutado. En la foto, con Pedro Pons, Juan Eslava y mi hijo Erik Martinez Westley, un trío de ases.
MIguel Iceta, ministro de Cultura y Deportes, se fue inmediatamente a Paris para acompañar al rey Felipe VI en la final gloriosa de Roland Garros que ganó -¡cómo no!- nuestro gran Rafa Nadal.
Hoy he disfrutado con la victoria de Nadal (14 copas de Roland Garros) y ayer, con las visitas inesperadas a la caseta de la Feria del Libro de amigos y colegas de Cambio 16, Doblón, El Pais, TVE, 20 minutos, etc, que no había visto en años, y de colegas de tallasmadera.com, mi actual audiencia cautiva favorita, con quienes, gubia en mano, he compartido muchas anécdotas que ahora verán en el libro que generosamente compraron. A todos ellos, muchas muchas gracias.
Hoy recuerdo uno de los episodios más dolorosos para mi madre, a quien yo tenía por miedosa y cobarde. Hasta que me reveló su historia. Nunca más la tuve por miedosa. Fue una heroína. Lo cuento en La Voz de Almería y en mi blog de 20minutos.es.
Mi articulo publicado hoy en La Voz de Almería
Almería, quién te viera… (25)
“Hijo mío, no te signifiques”
J.A. Martínez Soler
Hasta aquel día, siempre tuve a mi madre por miedosa. Sus frases típicas eran fruto del temor que habitaba entre nosotros durante la Dictadura de Franco. “Las paredes oyen” , “En boca cerrada no entran moscas” o bien, “Hijo mío, no te signifiques” eran sus tres mandamientos favoritos. En el verano de 1963, con 16 años, visité a mi tío Antonio, el miliciano exiliado en Francia. Me llevé un buen chasco. “¿Miedosa, mi Isabel? No sabes lo que dices. Tu madre merece un monumento. Salvó la vida a muchos vecinos de Nacimiento. Pregúntale si sabe algo del hijo de su primo José León”, me replicó mi tío.
En 1984, el primer gobierno socialista desde la guerra aprobó una Ley por la que se reconocía la paga de jubilado a los españoles que habían pertenecido al Ejército de la II República. Mi padre quiso cobrar su pensión de suboficial republicano y lo consiguió. Siempre estuvo orgulloso de su lucha en defensa de los ideales de la República y esta paga fue para él un símbolo de la reconciliación en España. Tras el éxito de esta gestión burocrática, mi madre me pidió que ayudara también a su prima Paca a cobrar la pensión de viuda de militar de la II República. Lo conseguimos también, pero no fue tan fácil.
La República daba a su marido, el primo José, por “desaparecido”, lo que equivalía a muerto en combate. Entonces fue cuando recordé algo de lo que, en 1963, me contó el tío Antonio cuando le visité en Francia. En una tarde fresquita, invité a mi madre a tomar un helado de chocolate en la terraza de la heladería Adolfo del Paseo Versalles. Le pedí que me contara lo que supiera sobre sus primos José y Paca. Conocía algunos detalles de esa historia, pero me faltaban piezas para armar el puzzle. Para vencer su miedo secular a hablar de la guerra civil, le insistí en que podía fiarse de mí y que no lo contaría jamás sin su permiso. Soltó una carcajada socarrona. Con su sorna habitual, me hizo esta observación:
– “¿Fiarme yo de un periodista? ¡Pero qué cosas tienes, hijo mío! Tú eres mu confiao. Mira lo que te pasó en la mili, por bocazas. ¿Y qué me dices de los que te secuestraron y torturaron? ¡Es que no aprendes!”
Entonces le dije:
– “A mí no me importa tanto, pero el hijo de José y de Paca, que vendrá a verme a Madrid, tiene derecho a saber lo que pasó con su padre. Y me ha pedido que te lo pregunte a ti porque piensa que su madre solo le ha contado una parte pequeña de la historia”.
Con este recurso conseguí que me contara, con algunas lágrimas, algo de lo que pasó en Nacimiento, su pueblo. Me dijo que José y Paca se casaron poco antes de la guerra. Se querían con locura y, por desgracia, solo vivieron juntos unos meses. Mientras José estuvo en el frente, en el de Teruel, como mi padre, no supieron nada de él.
Con gesto de misterio, y aun bajando más la voz, me dijo que, a principios de los años 40, poco después de acabar la guerra, cuando estaba en Nacimiento huyendo del hambre, recibió un recado muy raro de un amigo del tío Antonio, que estaba en la sierra con los maquis. Al atardecer del día siguiente, debía pasar varias veces, pero sin detenerse, por la fuente del Acebuche de Nacimiento. Según le dijo, “era cuestión de vida o muerte”.
“El corazón me dio un vuelco cuando vi a José allí mismo, después de darle por muerto. Parecía totalmente un mendigo. Nos abrazamos.” Mi madre intentó convencerle de que se fuera a Francia como su Antonio. Paca se reuniría allí con él. Le dijo que el pueblo estaba lleno de guardias civiles, y hasta de tropas del Ejército, que buscaban a los maquis de día y de noche por toda la sierra de los Filabres y Monte Negro. Le advirtió de que aún se oían tiroteos no lejos del pueblo.
Mi madre preparó un plan, que había usado otras veces, para que José pudiera bajar del monte, envuelto en mantones negros como si fuera una mujer, sin levantar sospechas en la Guardia Civil. Arriesgando su vida, acompañaba a su primo hasta su casa en el pueblo. Aquellas visitas nocturnas se fueron convirtiendo en una rutina. Cuando aumentaron los golpes de la guerrilla, en algún momento ella llegó a creer que José se había olvidado del proyecto de huir a Francia con su mujer. Por otros maquis, mi madre supo que José era uno de sus cabecillas. Un día encontró a su prima Paca con mala cara. Había estado vomitando. La acompañó, andando rambla arriba, al médico de Gérgal.
– “Me lo temía. Lo que faltaba: preñada. Me rogó, me suplicó, por lo que más quisiera, que no se lo dijera a su José y que no le trajera nunca más al pueblo. Temía por su vida, si alguien más se enteraba de su embarazo. Siendo, como era, una mujer honrá, irían a por él”.
Le prometió no traer más a José al pueblo. Durante varios meses, José envió mensajes desesperados pidiendo ver a mi madre. Ella acudió al lugar de las citas anteriores, pero sin disfraz para él. Él creía que Paca se había cansado de esa vida tan dura de la guerrilla. Llegó a pensar que ya no le quería. Mi madre guardó un largo silencio.
“Eso me dolió mucho. Ahí perdí el control y metí la pata. Fue el error más grande de mi vida. Aún no me lo perdono. Por eso nunca he querido hablar de esto con nadie. Le dije: No puedes bajar más al pueblo porque Paca está preñada y la Guardia Civil lo sabe. Van a por ti”.
José se quedó de una pieza. Solo repetía y repetía:
– “Tengo que verla, prima, tengo que verla; aunque solo sea una vez. Y esta vez va en serio. Te lo prometo: nos iremos a Francia con tu Antonio. Ya lo tengo to arreglao. Díselo”.
Entre suspiros y algún gemido, me madre me dijo: “No volví a verle nunca más. Pobretico mío. A los pocos días, vi mucho movimiento de guardias por to los alrededores del pueblo. Esa noche no pude pegar ojo. De madrugá, me sobresaltó una ensalá de tiros que venían de mu cerca. El tiroteo duró más de una hora o de dos horas. Poco antes de amanecer ya no volví a oír ningún tiro”.
Cuando se hizo de día, mi madre fue, desesperada, a casa de Paca. Allí estaba, con un guardia civil a cada lado. Recibió a mi madre con estas palabras: “Me lo han quitao, prima. A mi José, me lo han quitao. Acribillao a tiros en el terrao. Y se han llevao su cuerpo”.
Aguantó en el terrado hasta que se le acabaron las balas. Mi madre terminó así su relato: «Ya se lo puedes contar así a su hijo José cuando vaya a verte a Madrid. Dile que su padre fue un hombre cabal, enamorao de su madre y fiel a sus ideales”.
Abracé a mi madre y le di las gracias. Después de esa tarde, unidos por aquel doloroso secreto compartido, ya no fuimos los mismos. Nunca más la tuve por miedosa.
Mi madre, Isabel Soler, en 1936
Mi padres
De bebé con mis padres
Con mis padres, mi hija Andrea y mi tío Antonio, el miliciano, cuando vino a mi casa en Almería después de la muerte de Franco.
Me sorprendió que no me publicaran ayer mi artículo de la serie «Almería, quien te viera» que suele salir cada domingo. Hasta que vi la portada de La Voz de Almería. ¡Qué tonto fui! ¿Como no me iba a desplazar del domingo un notición como el pase del equipo de Almería a Primera División? Seis o siete páginas de fútbol. Razón de más. El director de La Voz, Pedro Manuel de la Cruz, me dijo que «el futbol lo trastoca todo». Le comprendí. Yo hubiera hecho lo mismo. Faltaría más.
Portada de La Voz de Almería de ayer domingo
¡Enhorabuena, Almería! Me alegré de la victoria del Real Madrid en la Champion. Pero me alegró mucho más ver al equipo de mi tierra en Primera. ¿Por qué será?
Ya he visto mi libro (LA PRENSA LIBRE NO FUE UN REGALO) y lo he tocado. ¡Qué emoción! Concebido durante el confinamiento por la pandemia del COVID, ha tenido un parto feliz. Soy un hombre con suerte ya que el papel para imprimir libros, por la guerra de Putin y la crisis del COVID, es hoy muy escaso y caro. Mañana estará en las librerías y el sábado 4 de Junio (y no el 11) lo presentaremos al público de la Feria del Libro de Madrid, en la caseta 67 (de Marcial Pons) de 19.00 a 21.00 horas. Allí me encontraréis para repartir firmas y abrazos, si se tercia.
Hace unos días anuncié precipitadamente en las redes la salida de mi libro con un video muy profesional, producido por Goat Knight. Al escribir el rótulo, cometí una errata imperdonable en el apellido de mi chica (awestley.com), Después de convivir con ella 53 años casado por la iglesia y 1 en pecado, ¿cómo es posible que cometiera yo esa errata?. Lo siento. Los de Goat Knight me lo han arreglado, con primor, antes de que ella se enterara. Por eso, copio y pego aquí el video bueno que ya he puesto en mi canal de youtube y que pasaré a mis amigos por whatsapp. Desde luego, como decimos en mi hermoso oficio, «las erratas son las últimas que abandonan el barco».
Ahí va el enlace al video de presentación del libro de un minuto y pico.
Si te interesa, por favor, ¡pásalo! Gracias, amiga o amigo.
Estoy tan contento por la primera crítica recibida hoy nada menos de que mi comadre, y enorme periodista, Ana Cañil, que voy a copiar y pegar el tweet que ha publicado tras recibir el libro. Quien lea el libro comprobará lo presumido que soy. Por algo, Manuel Saco, mi hermano por adopción, ha pulido mis borradores y ha desinflado mi vanidad a límites que espero sean soportables por el lector comprensivo y benevolente. Por algo, digo yo, el narciso es mi flor favorita.
Mi comadre Ana Cañil celebra mi libro
Naturalmente, he corrido a darle las gracias.
Mi comadre no es objetiva, pero ¡gracias!
También la Asociación de la Prensa de Almería me anima en las redes. Gracias.
Mis paisanos de la prensa me animan.
Esta es la portada del libro
Esta es la información que Marcial Pons, una editorial boutique de muchas campanillas, ha distribuido sobre mi libro de memorias profesionales (y algunas personales)
Dos veces durmió el dictador en el palacio Fischer, detrás de mi casa: en 1956 y 1961. Como si fuera un santo, el generalísimo Franco entró bajo palio en la Patrona. Cuento estos recuerdos en La Voz de Almería y en mi blog de 20minutos.es
https://bit.ly/3yREQMr
Franco durmió en mi barrio, hoy en La Voz de Almería
Almería, quién te viera… (24)
Franco durmió en mi barrio
J. A. Martínez Soler
Entre el Hoyo de los Coheteros y la
Rambla, entre dos cuevas inmensas, había un palacio espléndido. ¡Qué contraste! Era el Cortijo Fischer. Había pertenecido a un cónsul de
Dinamarca, pero cuando yo vi pasar a Franco por mi barrio, vivía allí Ramón Castilla Pérez, un señor
muy bajito, con gafas oscuras y gran bigote. Era el gobernador civil y jefe
provincial del Movimiento (el partido único procedente de Falange) a quien conocí
años más tarde como empleado menor de Campsa.
Los niños soñábamos con entrar algún día, incluso a escondidas, en aquel
palacio. Una tarde, yo tenía 9 años, casi lo conseguimos. Saltamos la tapia más
baja y nos colamos en el jardín. Avanzamos bastante ocultándonos tras los
troncos de enormes ficus y algunos arbustos. Los “grises” de la Policía Armada nos
descubrieron y nos echaron a voces, sin necesidad de desenvainar sus porras.
Como la pandilla de Guillermo Brown (“Los proscritos”), queríamos comprobar si eran ciertas las
leyendas oídas en mi barrio sobre los tesoros que se guardaban allí de los
antiguos dueños, unos ricos extranjeros que exportaban la uva “de barco” de Almería,
en toneles de madera, al mundo entero.
El edificio, por fuera, era imponente.
¿Cómo sería de lujoso por dentro? Debía de ser espectacular pues allí durmió el
mismísimo Franco cuando vino a Almería el 1 y 2 de mayo de 1956. En la prensa y
en los carteles le llamaban generalísimo Franco o “Caudillo”. Un pelotas del Régimen
escribió entonces que Franco era como Carlos V (“otro Caudillo español del
siglo XVI”)
Colocaban su foto, de tamaño enorme y
vestido de militar, por todas las calles por donde pasaba, con el texto “Viva Franco”, “Almería saluda al Generalísimo”, “Almería con el Caudillo”. También
habían colocado pancartas y pintadas reclamando “Más agua”, “Más árboles”. Me
recordaban las rogativas a la Virgen para que lloviera.
Mis padres, vencidos por Franco en la
guerra civil, nunca le dieron el título de “generalísimo” a ese general que, como los oí decir
alguna vez, sin que me vieran, “dio un golpe de Estado contra la República”. ¿Nunca, nunca? Si lo pienso,
quizás, alguna vez le dieron el tratamiento de “caudillo” en público. Por si acaso. Los
años del miedo.
En familia nunca los oí hablar bien de
Franco. Cuando hablaban mal lo hacían en voz baja y lejos de los niños. Pronto
supe que lo hacían para
protegernos. “Por si nos íbamos de la lengua”,
decía mi madre, tan previsora. No querían correr el riesgo de que repitiéramos
en nuestros colegios de pago cosas inconvenientes escuchadas en nuestra casa.
Por lo visto, muchos de los padres de nuestros compañeros de colegio habían
ganado la guerra. Otros, no. Durante el nazismo de
Hitler, aliado de Franco, y el comunismo de Stalin, enemigo de Franco, todos
dictadores autoritarios, algunos niños denunciaron a sus padres. Un sistema
cruel que usaba el miedo para destrozar familias. También era sabido que, cada
vez que se anunciaba la visita del dictador, la policía hacía redadas
temporales de sospechosos de poca adhesión a la Dictadura. En tiempos de
Fernando VII, el rey felón que mandó fusilar en Almería a Los Coloraos,
condenaban a quienes mostraban “escaso fervor en el aplauso”.
Pronto me percaté de que teníamos dos lenguajes: el privado y el público, el real y el
oficial. Éramos pequeños, pero no tontos. Esa lección la memorizaría de
maravilla durante los nueve años que pasé en colegio La Salle. Allí me quedó
claro que los frailes habían ganado la guerra que ellos llamaban “Cruzada”. Mis
padres y mis tíos (no todos, pues yo tenía un tío de Falange) la habían perdido. Vaya
lío.
En vísperas de la segunda visita del Caudillo a mi tierra y de
su paso por la Calle Ramos, esquina al barrio de la Caridad, para dormir en el
Cortijo Fischer, vimos mucha actividad por la zona. Albañiles y paletas
construían, a toda prisa, tabiques provisionales y enclenques, hechos con cañas
y yeso o escayola, para que Franco no viera las chabolas de los pobres ni los
solares abandonados llenos de basura y miseria.
Como si fuera un santo, el generalísimo Franco entró
bajo palio en la Patrona. También le llevaron a las minas de Rodalquilar donde
vio fundir un lingote de oro almeriense. Todo eso lo vimos -cómo no- en el NoDo
Ese mismo día, en mi calle, celebramos
“las mayas”, niñas engalanadas y pintadas, sentadas en un trono, para las que
pedíamos “una perrica pa la maya, por favor”. Por la noche, celebrábamos las
cruces de mayo. La mejor del Distrito Quinto era, sin duda, la del electricista
de la calle Restoy que lucía un montón de bombillas de colores que, de niño, me resultaba fascinante.
El día 3 de mayo, con Franco camino de
Granada, tumbamos a patadas las endebles tapias falsas de mi barrio. Mucho más
tarde supe que lo de tapar la miseria no era solo cosa del dictador español.
Por ejemplo, la zarina de Rusia, Catalina la Grande (a la que, por lo visto,
quiere imitar ahora el sangriento Putin), viajaba precedida de una tropa de
sirvientes que colocaban decorados a ambos lados del camino imperial para que
la emperatriz de las todas las Rusias no viera la pobreza del pueblo.
Mucho
más trabajo costó a los falangistas almerienses la demolición del Monumento a
Los Coloraos (fusilados por Fernando VII en 1824). No pudieron tirarlo a patadas.
Seguramente confundieron “coloraos” (el color de las chaquetas británicas que
vistieron en Gibraltar los liberales en el siglo XIX) con los “rojos” de la
guerra civil del siglo XX. La razón para demoler ese símbolo excelso de la
historia de nuestra tierra reza así en un documento de marzo de 1943, dos meses
antes de la visita de Franco: “Orden de demolición del monumento a los
Coloraos, “…porque lucharon contra nuestras sagradas tradiciones, obedeciendo a
consignas extranjeras…”. Quizás viene de ahí la manía que el PP le tiene al
Pingurucho.
En esa
fecha había más de 45.000 españoles de la División Azul de Franco luchando
junto a Hitler con uniforme alemán. Un año antes, el 11 de agosto de 1942, ocho
almerienses fueron fusilados en la tapia del cementerio, condenados por
repartir un folleto (“el parte inglés”) con noticias de la BBC. Ese era el
ambiente de entonces.
Afortunadamente,
con la llegada de la Democracia (y la ayuda del mármol de Macael) pudimos
reconstruir el Pingurucho en la Plaza Vieja donde en 2024 celebraremos por todo
lo alto el bicentenario de los asesinatos de los mártires por la libertad por
orden del rey felón.
Dos
veces durmió el dictador en el palacio Fischer, detrás de mi casa: en 1956 y
1961. En cambio, cuando vino por primera vez a Almería, el 9 de mayo de 1943,
durmió en otro palacete privado que está en la plaza Circular: la espléndida
casa de los González Montoya.
El 16 de julio de 2010, le rendí una visita
de cortesía a doña Paquita,
viuda de José González
Montoya, en su espléndido chalé vasco. Quise
agradecerle su compromiso con la conservación y mejora del Parque Natural Cabo
de Gata-Níjar que yo presidía entonces. Me mostró su casa señorial. “En esa
cama durmió Franco con
doña Carmen”, me dijo,
no sin picardía, bajando un poco la voz y dándome un codazo cómplice,
al mostrarme el dormitorio principal. Nos miramos y ambos, a la vez, soltamos
una carcajada.
Su marido,
contrario al desarrollo inmobiliario de su finca, la había reservado para sus
cacerías. Doña Paquita mantuvo virgen el Cabo de Gata y, en su testamento,
cedió el palacete donde durmió el dictador al Ayuntamiento de Almería para sede
de un Museo. Me gustó conocerla. A punto de cumplir los 100 años, había
evolucionado. Como tantos almerienses.
Con 16 años y mi mochila a cuestas, fui paseando por la Kaiser Strasse, de Fráncfort. Mi primer viaje, solo, al extranjero. Iba muy excitado y nervioso. Mirándolo todo. Anochecía. Todo estaba repleto de letreros luminosos en alemán. Yo solo sabía un poco de francés. Canturreaba para engañar al miedo que tenía en el cuerpo. Lo cuento hoy en La Voz de Almería y en mi blog de 20minutos.es
De niño, solíamos lanzar piedras a los gatos que abundaban por las calles, los solares abandonados y los terrados de las casas. Darle una pedrada a uno de ellos, a ser posible en la cabeza, merecía el aplauso de los demás. Me horroriza recordarlo y reconocerlo. Ahora duermo con mis gatos. Hoy lo publico en La Voz de Almería y en este blog.
Ramón Lobo, un abrazador que reparte toneladas de ternura y adarmes de tristeza, se pregunta: “¿Qué fue del niño soñador que fui?”. Aquí lo tenéis, negro sobre blanco, en su último libro (Las ciudades evanescentes), con palabras bien elegidas y mejor juntadas, en un texto de buena calidad literaria que rezuma un cierto “miedo durmiente” endulzado por su humor británico por parte de madre. Con ellas se desnuda y nos desnuda, a partir de las causas posibles y las consecuencias previsibles de la Gran Pandemia y del Gran Confinamiento. Se retrata a sí mismo, sin tapujos, y nos retrata a muchos de nosotros, más expertos que él en Al taqiyya, el arte del disimulo de los árabes. Si lo sabré yo. Hoy publico mi critica en el diario La Voz de Almería y en mi blog de 20minutos.es.
Ninguna quiebra podía rendir a mi padre, convertido, otra vez, en héroe que cae y se levanta, cae y se levanta. Un día nos dijo: “Ya lo tengo. No más obras públicas con las que solo ganan los ladrones o quienes tienen buenos enchufes con el Régimen”. Recuerdo un proverbio suyo de entonces: “De contratista a ladrón/ no hay más que un escalón/ y es tan bajo/ que lo salta un escarabajo”. Y nos lanzó su nueva idea: “Ya que tienen agua, ahora es el momento de vender los plásticos para construir invernaderos. Es el paso siguiente a las acequias que hice en el Campo de Dalías.” Hoy lo cuento en mi blog de 20 minutos y en el diario La Voz de Almería.