En plena pandemia, Encarna Samitier, directora del diario 20 minutos y de 20minutos.es, me pidió que resucitara mi viejo blog «Se nos ve el plumero» que abandoné, prematuramente, en cuanto comencé a disfrutar de mi feliz jubilación. Para hablar de asuntos de actualidad, con la mirada puesta en el el retrovisor, Melisa Tuya, la redactora jefa, me sugirió cambiar el tiempo del verbo «Se nos ve» por «se nos vio». Y aquí está el enlace al nuevo blog. Que os aproveche.
Ha nacido Goat Knight, una estrella de la televisión y el diseño.
Mis niños Erik Martínez Westley y Elena Ogorodova (mudanza de Hollywood a Madrid) han puesto en marcha esta nueva empresa (“El caballero de la cabra”). “Climb higher” (“Subir más alto”), dicen ellos. Y les creo.
Elena concibió el logotipo y yo lo he tallado en madera de tilo. Con mi taller húmedo y frío, mi chica (Ana Westley) me ha permitido tallar en la cocina (¡!) y mi maestra en tallasmadera.com.
Diréis, con razón, que las letras son una chapuza.
Es cierto. Yo soy de Ciencias. Pero ahí está la talla terminada, firmada y entregada para gran sorpresa de los fundadores de la empresa. He tallado el logotipo con tanto cariño que les traerá suerte. Después de tallarles su tabla de compromiso para cortar el pan, esta es la segunda obra que les dedico. ¡Enhorabuena, Elena y Erik!
De niño, coleccionaba
piedras raras. ¿Quién no? Pequeñas y medianas. Las grandes rompían mis
bolsillos, convertidos en museos del reino mineral. Las recogía en las orillas del
mar o en las ramblas secas por donde debía pasar el agua cuando saliera el río.
Eran cantos rodados de un solo color o de muchos colores, lisos y con vetas.
Cuando las mojaba, pulimentadas por el arrastre, lucían un brillo espectacular.
Luego, me pasé a coleccionar monedas del mundo y abandoné las piedras. Hasta
hoy.
Sentado en la terraza del Bar Pepe Botella (en honor irónico de un rey abstemio), en la plaza del 2 de mayo de Madrid (justo detrás de la Escuela de Arte La Palma), me he reencontrado hoy con las piedras. Sandra Krysiak, mi maestra en tallasmadera.com, me había prestado un libro gordo, con fotos y gráficos, titulado “Escultura en piedra”, de Cami y Santamera (Parramón Ediciones).
La curiosidad mató al
gato. Para matar el tiempo (¡qué paradoja!, pero si es el tiempo el que nos
mata a nosotros), me puse a leerlo. Y me enganchó. Me devolvió a mis paseos
infantiles por el rompeolas de las playas de la Rumina (mi casa en Mojacar,
Almería) y, en ese momento, lamenté haber perdido mi colección de piedras.
Ahora, con este libro, casi enciclopédico, podría identificarlas. Incluso,
ponerles nombre. Su nombre auténtico, científico. Darles otra vida. Las piedras
sin nombre no son nada. Son del montón, como si no existieran. Sin embargo,
como los seres humanos, no hay dos piedras iguales.
Aquí están su nombres y
apellidos:
Silicatos: sílices
(granito, cuarcitas, arenisca) y feldespatos (basalto, grabo)
Carbonatos: cristalizados
(diamante, grafito), amorfos (de organismos vivos) y petrificados (caliza,
alabastro, mármol, travertino).
También se identifican
por sus orígenes como ígneas, sedimentarias o metamórficas o bien por su peso
específico, su dureza, su tenacidad y su labrabilidad. Ya me estoy aficionando
al mármol, sobre todo al blanco de Macael (Almería). La dinastía nazarí lo
utilizó en la Alhambra. Y yo, en el suelo de mi casa.
Desde el primer día de mi
jubilación, estoy apuntado a las clases de talla en madera. Voy progresando
adecuadamente. Me gusta. La madera, con sus vetas y sus anillos, te habla. El
nudo te grita. Por muy dura y noble que sea, la madera es dócil a la gubia, al
formón y a la maza. Puedes hacer maravillas con ella. Pero ¿la piedra?
“Menos da una piedra”, me
decía mi abuela Dolores. En cambio, el banquero Alfonso Escámez, que empezó de
botones, me enseñó una forma de doblegar a las piedras. “Dádivas quebrantan
piedras”, me decía, muy socarrón. Veo que, según este libro, también se
quebrantan, se dominan, con cincel, gradina y maza. ¿Sería yo capaz de hincar
el diente a la piedra, materia tan rebelde y dura, con los conocimientos y
técnicas adquiridos en las clases de talla en madera?
Curiosamente, como si de
una premonición se tratara, las primeras líneas de este libro pertenecen a san
Juan de la Cruz, mi poeta favorito:
“Y luego a las subidas
cavernas de la piedra nos
iremos,
que están escondidas;
y allí nos entraremos
y el mosto de granada
gustaremos”.
Tras esta cita del mayor
místico del mundo, ¿cómo no seguir leyendo? Cobarde, como soy, el índice del tomo me
asustó: talla directa, plantillas, cuadrícula, puntódromo, tres compases…
¡Madre mía! Luego leí nombres de escultores que han dejado su huella pétrea en
la historia del hombre: Miguel Ángel, Bernini, Rodin, Brancusi o Moore. Me
reanimé.
Atribuyen a Buonaroti haber dicho que su Moisés estaba oculto dentro del bloque de mármol de Carrara que había elegido en la propia cantera. Lo único que había que hacer era quitar el material sobrante para que su Moisés emergiera a la luz. O sea, “quitar para construir”. Amaestrar la piedra. ¿Obedece la piedra las órdenes del escultor o se resiste, con frecuencia, fiel a su propia ley natural, marcada durante milenios por su orden de nacimiento y crecimiento? ¿Quién se atreve a contrariar a las piedras? Los artistas, capaces, como Dios, de crear algo desde la nada. ¿Quién si no?
El escultor Cami dice que
la memoria del mundo está en las piedras. Y éstas se ríen de las modas. Ahí
están los dólmenes, menhires y obeliscos para recordarnos el instinto
territorial, ancestral, del ser humano. Y ahí están, ¿por qué no?, las
esculturas, ligadas al poder municipal, que adornan hoy las rotondas, tan de
moda. Estatuas de los poderosos, arcos del triunfo, columnas como la de
Trajano, tablas de la ley, bustos o amuletos de piedra, pirámides, monumentos
funerarios… Obras labradas y pulidas en piedra para vencer al olvido, no a la
muerte.
Llegó la maestra. Le
devolví el libro. Le di las gracias.
Foto de Gabriel Jackson en el acto del Colectivo Juan de Mairena.
Con un homenaje entrañable, el “Colectivo Juan de Mairena” celebró ayer en Barcelona la vida y la obra del historiador Gabriel Jackson, el sabio bueno, íntegro y generoso que nos reconcilió con nuestra historia. Ha sido la primera señal de gratitud de un grupo de españoles hacia el hombre que tanto nos dio durante sus 98 años de vida, 25 de los cuales los pasó en España.
Con Kate Jackson, hija de Gabriel, Carmen Negrín, nieta del doctor Negrín, Ángel Viñas, Francesc Carreras, Gonzalo Pontón y miembros del Colectivo Juan de Mairena en el escenario.
No nos extrañó que ni la prensa española ni las instituciones públicas se hicieran eco del homenaje, tan merecido, para quien tanto hizo por limpiar de mitos falsos nuestra historia reciente, desvirtuada por los palmeros franquistas. Excepto un diputados socialista (del PSC), ningún otro representante del pueblo acudió al homenaje. Nadie del Ayuntamiento de Barcelona (donde se jubiló y vivió 25 años) ni de la Generalitat de Cataluña. Gabriel Jackson aún no tiene una calle con su nombre el la ciudad condal, su ciudad de adopción.
Folleto del acto
Excepto el diario El Pais, donde Jackson divulgaba sus análisis, que publicó obituarios de sus discípulos, los demás medios apenas dieron la noticia de su muerte hace tres meses. Sin embargo, en las redes sociales hubo un aluvión de muestras de gratitud personal hacia Jackson por aquellos que , en su juventud, habíamos leído su libro, ya clásico, sobre «La República Española y la guerra civil».
Carmen Negrín (derecha), nieta del presidente del Gobierno de la II República, y Kate Jackson, hija de Gabriel, hablan de su vida y su obra. En la pantalla, portada del último libro de Jackson: la biografía de Juan Negrín.
Él fue el precursor que nos abrió los ojos, nos descubrió otra España y, en la oscuridad de la Dictadura, nos permitió sentirnos orgullosos de ser españoles. Quienes leímos su libro, no superado ni desmentido por los más de 5.500 publicados después sobre la II República, estaremos siempre en deuda con él.
El historiador Ángel Viñas, durante su intervención. Él fue quien me puso en contacto con Jackson en 1974 para que publicara en el mensual Historia Internacional, que yo dirigía. La censura franquista prohibió sus artículos. Los publiqué tras la muerte del dictador.
Esa gratitud y esa deuda fueron destacadas en el escenario por personajes notables como, por ejemplo, Angel Viñas, Francesc Carreras, Gonzalo Pontón o Carmen Negrín, nieta del que fue presidente del Gobierno en la II República. Eso reconocieron también, en sus cartas de adhesión, discípulos tan distinguidos como José Álvarez Junco o Juan Pablo Fusi.
Con Carmen Negrín, Ángel Viñas, Josu Ugarte y Francesc Carreras Martín Alonso, organizador del acto y alma del homenaje a Jackson.Con Gabriel Jackson en mi casa, el día que descubrimos en el sótano el cartel de Miró para el homenaje en Baeza a Machado (1966) que los «grises» disolvieron a palos. Gracias, Martin, por elegir esta foto para la cartelería del homenaje. Todo un honor.
El acto, que duró tres horas y media, se me hizo corto. Constaba de tres partes: la persona, el académico y el activista. Y estuvo animado por cortes de video de entrevistas grabada a Jackson. Fue emocionante ver al maestro, al amigo, defendiendo sus verdades, «la verdad de cada uno». Contrario a ciertas «equidistancias injustificables», Gabriel Jackson, «Gabe» para los amigos, decía lo que pensaba. Por eso, intelectuales de alquiler huían de él como del diablo. Miembro de una familia judía del Este de Europa se fue a Estados Unidos y se salvó del Holocausto nazi, Gabe criticó abiertamente los nacionalismos. «No tienen razón de ser», nos decía. Luchaba contra los falsos mitos:
-«Los vascos y los catalanes son privilegiados, no víctimas».
Era un intelectual entero, austero, sencillo y humilde, comprometido siempre con causas nobles. Nadie le callaba. Quizás, por eso, cuando Jordi Pujol, el ex honorable y presunto delincuente, le llamó a su despacho de presidente de la Generalitat, no se mordió la lengua. El golfo de Pujol le cortó en seco y le despidió con descortesía. Le dijo:
-«Márchese. No le he llamado para escuchar su versión de Cataluña sino para contarle yo la mía».
Como hombre de izquierdas, tampoco ocultó su decepción cuando observó a socialistas catalanes arrimándose a ciertas tesis de los nacionalistas de las que él discrepaba abiertamente.
Gracias a sus investigaciones, libros, artículos y conferencias, Gabriel nos deja un legado inmenso de enorme impacto para nosotros y para las generaciones venideras. Pero, sobre todo, nos deja una vida ejemplar digna de ser imitada. Los interrogatorios y amenazas del FBI para que denunciara a sus colegas izquierdistas durante la guerra fría no le doblegaron. Gabriel Jackson, como nuestra Mariana Pineda, se negó a declarar y sufrió la consiguiente persecución y castigo del macartismo norteamericano.
Celebró nuestra transición pacífica de la Dictadura a la Democracia. Le vi contento con lo que el llamó una «cambio positivo». El 9 de abril de 1977, el mismo día que el presidente Adolfo Suárez había ordenado la legalización del Partido Comunista, se emocionó de tal modo que decidió jubilarse y vivir en España. En 1995, el Gobierno de Zapatero le concedió la nacionalidad española. Le vi emocionado.
Fue un científico social notable, un historiador honesto, una persona alegre, optimista, cabal, cordial , sencilla, pero rica en matices y, en el sentido machadiano, fue un hombre bueno.
¡Qué suerte y qué honor haberle conocido!
Con el yerno de Gabriel Jackson, mi chica Ana Westley, y la hija y la nieta de Gabriel, en el Txapela de la Plaza de Cataluña, al término del homenaje y del almuerzo con los participantes y miembros del Colectivo Juan de Mairena.
Gracias a Martín Alonso y a todo el Colectivo Juan de Mairena. También yo estaré siempre en deuda con él. Y con vosotros, por este cariñoso, conmovedor y generoso homenaje a mi maestro, a mi amigo.
Monumento a los Mártires de la Libertad, conocido y admirado en Almería como «Pingurucho de Los Coloraos».
Mi amigo y paisano Vicente Abad me advirtió del peligro que corría el Monumento a los Mártires de la Libertad, conocido y admirado en Almería como el «Pingurucho de los Coloraos».
Pingurucho de Los Coloraos, fusilados por la espalda y sin juicio por orden de Fernando VII, el rey Felón, el 24 de agosto de 1924.
Me eché a temblar. «¡Vuelven!», pensé. Luego, dije para mí: «En realidad, los enemigos de Los Coloraos nunca se fueron de mi tierra». Entonces, aunque jubilado, me puse el mono de viejo guerrero en defensa de los ideales de libertad y justicia que me enseñaron mis padres. O sea, me puse a escribir este desahogo personal que compartí con los lectores de La Voz de Almería. Copio y pego.
¿Megino? ¡Ah, sí! Aquel enemigo de Los Coloraos…
JOSÉ A. MARTÍNEZ SOLER 11:00 • 19 FEB. 2020
En cuanto salen de la caverna, y cruzan la Plaza Vieja (hoy de la Constitución), les brota un sarpullido por todo el cuerpo que delata su proximidad al monumento a Los Coloraos, los Mártires de la Libertad. No lo pueden remediar. Se les nota. De lejos.
Son los mamporreros de Fernando VII, el rey Felón, que abolió la Constitución de 1812, con la ayuda de los Cien Mil Hijos de San Luis, y mandó fusilar por la espalda a 22 patriotas liberales, el 24 de agosto de 1824, en Almería. ¿Perdonar?, siempre. ¿Olvidar?, nunca.
Uno de esos cavernícolas, conchabado con las tripas de VOX, ha tenido ahora la triste y estulta idea de demoler, por segunda vez, el Pingurucho de Los Coloraos, “bien de interés histórico”, nuestro más querido y glorioso vestigio constitucional.
No nos engañemos. Siguen, de tapadillo, la siniestra senda fernandina contra la Libertad. Ya lo hizo, en 1943, su admirado y cruel dictador, Francisco Franco. Desde el balcón de nuestro Ayuntamiento, el genocida golpista no podía soportar su cercanía física al monumento a Los Coloraos y, para librarse del mismo sarpullido que la libertad produce a los liberticidas, lo mandó demoler.
Una joya de la «España negra», en plena Dictadura del general Franco. Orden del alcalde franquista de demoler el monumento a los Mártires de la Libertad porque «lucharon contra nuestras sagradas tradiciones, obedeciendo a consignas masónicas extranjeras…» ¡Te cagas!
Muerto el dictador y recuperada la Libertad en España, por la Constitución del 78, iniciamos el camino de la recuperación del homenaje que nuestros padres rindieron en silencio a Los Coloraos durante los años de la ominosa dictadura franquista.
Recuerdo que José Miguel Naveros, Juan Pérez y otros “salmeronianos”, como mi padre, solían recordar a los Mártires de la libertad, sin monumento, en visita silenciosa, cada 24 de agosto, en la Plaza Vieja. El 24 de agosto de agosto de 1988, inauguramos el Pingurucho actual construido con mármol de Macael. Mi amigo Miguel Naveros me pidió que, en el acto inaugural, leyera la carta que un colega periodista, uno de los fusilados sin juicio por el rey Felón, escribió en capilla a sus hijos a los que animó a luchar siempre por la Libertad. Lo hice con la piel de gallina y la voz quebrada por la emoción. Inolvidable.
Pingurucho de Los Coloraos, demolido por orden del alcalde de la Dictadura, en 1943, poco antes de la visita del dictador Francisco Franco a Almería.
La nueva proyectada demolición del Pingurucho “calentó el corazón” de Almudena Grandes (¡Que bonito artículo, Almudena!), erizó el cabello de la ingeniosa Nieves Coscostrina (almeriense consorte) y movilizó a muchos paisanos míos que nos reclaman agitación ciudadana para impedir la felonía de los cavernícolas.
Recuerdo las primeras palabras de Unamuno contra el grito “¡Muera la inteligencia y viva la muerte!” del salvaje fascista Millán Astray en Salamanca:
-“Hay circunstancias en las que callarse es mentir…”
Esta es, para mí, una de ellas. Sí, señor Quevedo:
“No he de callar por más que con el dedo, ya tocando la boca o ya la frente, silencio avises o amenaces miedo.
¿No ha de haber un espíritu valiente?
¿Siempre se ha de sentir lo que se dice?
¿Nunca se ha de decir lo que se siente?”
Felizmente jubilado, con mis niños criados y mi casa pagada, hoy puedo escribir como si fuera libre. No me harán callar estos bárbaros lobos liberticidas, disfrazados con piel de corderos demócratas. En la Plaza Vieja no hay un problema estético ni urbanístico.
Lo que hay es un gravísimo problema ideológico, fruto de una injusticia histórica y una ignorancia aterradora. Son restos, ¡qué lástimica!, de la España negra.
¿Cómo olvidar hoy al alcalde Megino, de tan triste memoria? Habrá hecho cosas importantes por Almería. No lo dudo. Pero los demócratas apenas lo recordamos como aquel cacique, enemigo de Los Coloraos, que prohibió a la banda municipal que tocara La Marsellesa en el homenaje a los Mártires de la Libertad. Pobre Megino.
Quiso matar un símbolo de nuestra identidad constitucional y ha pasado miserablemente a la letra pequeña de nuestra historia. Señalaremos y diremos:
-“Sí. Megino, aquel enemigo de Los Coloraos que prohibió La Marsellesa en el homenaje a los Mártires de la Libertad”.
Por eso, me gustaría saber hoy el nombre y los apellidos (y la foto, si es posible, por favor) del autor de la nueva idea demoledora del Pingurucho. Aunque solo sea para recordárselo a sus nietos y a las generaciones venideras de almerienses orgullosos de nuestra historia. Ya sabemos que la Historia no perdona. Yo, sí. Pero no olvido.
Y, en estas ocasiones, recuerdo a don Quijote:
-“La libertad, Sancho, es uno de los más preciosos dones (…). Por ella se puede y se debe aventurar la vida”.
«Insomnia», la última obra de Ana Westley, con la pintura aún fresca. ¡Madre mía!
«Marea baja», segundo premio del 86 Salón de Otoño de la AEPE en la Casa de Vacas del Parque del Retiro (Madrid)
Aún hay quien se sorprende al ver la obra pictórica, casi completa, de Ana Westley. Yo no. Yo la vi primero, en sus ojos, el 8 de enero de 1968, el día que la conocí al cumplir 21 años. Amor a primera vista. Ella tenía 20. Al año siguiente, nos casamos.
Nuestra boda en un bosque de pinos de Canillas (Madrid)
Ya le gustaba la pintura. Mejor dicho, los colores. En su adolescencia, ganó concursos pictóricos en el área de Boston.
Su primer premio en Boston cuando era una niña.
La universidad (Sicología y Literatura), su viaje a España (¡su boda!), su dedicación al periodismo (New York Times, Wall Street Journal, etc.) y la crianza (compartida, ¡oiga!) de tres hijos maravillosos (Erik, Andrea y David) alejaron temporalmente a Ana Westley de los pinceles.
David, nuestro hijo menor, heredó su gusto por el dibujo y la pintura. Su trazo infantil, pero firme, cuando apenas tenía 7 u 8 años, nos conmovió a todos. Le apuntamos a la Escuela Municipal de Pintura de Villanueva de la Cañada (Madrid). Puedo asegurar, sin temor a equivocarme, que allí renació en mi esposa su pasión por el arte. Tras llevar y/o recoger a David los sábados por la mañana, Ana soñaba con volver a pintar. Por animar a nuestro hijo, cayó en la tentación…
Dibujo de David Martínez Westley, con 7 u 8 años, inspirado en un cartel del Museo del Prado sobre Velazquez que colgaba en su Escuela.
David siguió dibujando y pintando, en el taller «Acuarela» del maestro Angel Torres (Boadilla del Monte, Madrid) al que su madre le llevaba y le traía.
«El pensador», primer premio de pintura de Madrid obtenido por nuestro hijo David cuando apenas tenía 16 o 17 años. Lo vendió por 500 euros. Siempre lamenté no haber llegado a tiempo para comprárselo.
Durante los años de la transición española de la Dictadura a la Democracia, Ana Westley fue una destacada corresponsal para la prensa de habla inglesa. Enamorada de España e implicada desde muy joven en la lucha por la libertad en nuestro país, que también era el suyo, contribuyó muchísimo a divulgar por todo el mundo el proceso ejemplar de nuestra doble transición política y económica para recuperar las libertades y pasar del tercer mundo al primer mundo. Siempre estaremos en deuda con Ana Westley por lo que hizo en favor de la Democracia en España.
Cuando yo fui trasladado a Nueva York, como corresponsal de Televisión Española, Ana dejó su puesto de corresponsal del New York Times en Madrid para mudarse a Estados Unidos con toda la familia. Su plena dedicación al periodismo la había alejado del arte… solo parcial y temporalmente.
Angel Torres, el maestro de David, se interesó por la pintura de Ana y la animó a sumarse a su taller. Desde entonces, la vi renacer como artista plena. Al regresar a España, se olvidó del periodismo y se entregó a los pinceles. Me maravillaban su progreso y su audacia.
-«Mi obra pictórica no es ajena a mi experiencia como periodista durante décadas. El periodismo separa hechos de opiniones. El arte, no. Mi vocación artística actual me permite interpretar la realidad y embellecerla o ensombrecerla con cierta fantasía creativa. Sin abandonar mis raíces figurativas, experimento con nuevas formas, colores y materiales que me permiten fusionar lo figurativo con lo abstracto, lo tranquilizador con lo inquietante.«
La Asociación Española de Pintores y Escultores (AEPE) entregó el 7 de noviembre los premios correspondientes al 85 Salón de Otoño organizado por esta entidad centenaria, en un acto que tuvo lugar en la Casa de Vacas del Parque del Buen Retiro (Madrid, España), la exposición de obras se prolongó hasta el domingo 25 de noviembre de 2018. El acto de inauguración de la exposición, que constó con un total de 76 obras, entre los trabajos premiados y seleccionados. La obra «Encrucijada» (Óleo y acrílico / lienzo. 89 x 130), de la artista Ana Westley, se encuentra entre las seleccionadas por el jurado.
Así es el cuadro («Encrucijada») que tengo colgado en el salón de nuestra casa frente a mi sillón de lectura. Unas veces me tranquiliza y otras, me inquieta. Con razón, fue seleccionado y catalogado por el Jurado del 85 Salón de Otoño de la AEPE (Asociación Española de Pintores y Escultores) de la que ambos somos miembros. Yo fui admitido en la AEPE (con perdón) como escultor en madera (aficionado) del taller de la maestra Sandra Krysiak.
Algunos dirán, y no les faltará razón, ¿qué va a decir de ella si es su marido desde hace medio siglo? ¡Ah! pero no lo digo solo yo. Lo ha dicho, y con voz muy alta, clara y sonora, el Jurado del 86 Salón de Otoño de la AEPE al concederle el segundo premio de España en la Exposición de la Casa de Vacas del Retiro en noviembre de 2019. Su obra «Marea Baja es espectacular:
Ana Westley recibe su premio.
Y posa, feliz, junto a «Marea baja»
Ella misma lo reconoce en su web:
«Nunca pensé que el reconocimiento de un jurado pudiera producirme tanta satisfacción. La verdad que el segundo premio del 86 Salón de Otoño (AEPE), patrocinado por la ciudad de Getafe me hizo muy feliz. Estoy deseando mostrar mis últimas obras en la exposición individual que tendrá lugar en la Vieja Fabrica de Harina en la ciudad de Getafe entre los días 04 y 22 de Mayo de 2020 .
«La artista Ana Westley se ha alzado con el premio ‘Ciudad de Getafe’ por su obra ‘Marea Baja’. El concejal de Cultura de Getafe, Luis Domínguez, fue el encargado de entregar este premio que ha celebrado su IV edición, en el marco del 86 Salón de Otoño que organiza la Asociación Española de Pintores y Escultores (AEPE).
PREMIO CIUDAD DE GETAFE, Dotado con la realización de una exposición individual, con su correspondiente catálogo, en la Sala Municipal de Exposiciones “Lorenzo Vaquero”, en la Antigua Fábrica de Harinas y diploma de la AEPE. Entregó el premio el Concejal de Cultura y Juventud del Ayuntamiento de Getafe, Luis Domínguez, a Ana Westley Benson.
La Asociación Española de Pintores y Escultores entrega los premios del 86 Salón de Otoño La Asociación Española de Pintores y Escultores (AEPE) entregó el pasado jueves los premios del 86 Salón de Otoño, organizado por esta entidad en colaboración con la Fundación Maxam. El premio Ciudad de Getafe, dotado con una exposición individual, recayó en Ana Westley Benson. Enlace 20 minutos
Ana Westley ante la Antigua Fabrica de Harina en la ciudad de Getafe donde podréis ver su Exposición individual entre los días 4 y 22 de Mayo de 2020.
Yo no me la pierdo. Faltaría más.
Allí está el Centro de las Artes Ciudad de Getafe (Sala Lorenzo Vaquero) en la calle Ramón y Cajal, 22. Tel. 91 208 04 61. Horarios: de L a V de 10 a 14 y de 17 a 21 h. Entrada gratuita.
Hay maderas preciosas y maderas puñeteras. La de «ukola» reúne las dos cualidades: belleza y veneno. Es una madera noble, de color rojizo, semejante a la caoba, y fácil de tallar. Da gusto.
Desbaste del tablón de ukola con formón y maza en la clase de tallasmadera.com
Sin embargo, al pasar de las gubias a las lijas, desprende un polvo tóxico que provoca mocos, estornudos, picor en los ojos, nariz y garganta, tanto en el escultor como en los compañeros de taller, incluida la maestra Sandra Krysiak.
No prevengo el coronavirus, sino el polvo tóxico de ukola. Mientras lijaba mi «Chica con coleta» nadie podría entrar en mi sótano.
Durante varias sesiones de muchas horas, con canto gregoriano de música de fondo, me apliqué con las lijas Abranet de 40, 80, 120, 240 y 360 granos. Las mascarillas estaban agotadas en todas la farmacias de Madrid. Menos mal que mi yerno, el padre de Leo, me dio una de las suyas. Quedé aislado y, finalmente, satisfecho. Con esas lijas, buscaba la perfección. Ningún fallo. Sufrí un ataque de soberbia. Ni rastro de las marcas de gubia. Todo perfectamente liso… Hasta que cubrí mi talla con el tapaporos.
¡Madre mía! El tapaporos resultó ser un chivato terrible. En cuestión de minutos, denunció todos mis fallos. Cualquier muesca, por microscópica que fuera, saltaba a la vista.
Con el tapaporos, la madera de ukola cambió de color (del rojizo al nazareno) y mostró cantidad de fallos. La maestra Krysiak me mandó volver a lijar todo «hasta que los dedos huelan a ajo»
¡Qué gran lección de humildad me dio el tapaporos! Aprendí que la perfección no existe. Es inalcanzable, salvo para los creyentes en divinidades todopoderosas. Para mí, la perfección solo es una tendencia. Maravillosa, sí, pero solo tendencia. Recordé el «Camino de perfección» de santa Teresa y el de Pio Baroja. Claro que una cosas es escribir y otra, lijar madera de ukola. Allí donde yo había visto perfección, encontré infinidad de fallos. Digno castigo a mi actitud soberbia, ufana y pretenciosa. Volví a lijar. ¡Qué remedio! Horas de mascarilla, polvillo tóxico y Abranet.
Los restos del tapaporos blanco no dejaban lugar a dudas. Mi ego, casi argentino, cayó por los suelos. Vuelta a empezar.
Convencido ya de que la perfección era inalcanzable, en vísperas del día de San Valentín, no sin temor al fracaso, volví a dar tapaporos a la madera de ukola. Solo los tiquismiquis podrían descubrir las muescas diminutas que delataba el segundo tapaporos.
Porque he tropezado y fracasado mucho, estoy acostumbrado a levantarme después de las caídas. No suelo rendirme fácilmente. Esta vez, sí. ¡Jodida ukola! Sin atender a las críticas de mi maestra, cerré los ojos, apliqué una lija de 1.000 granos al tapaporos y me lancé a cubrir de cera mi «Chica con coleta». Tras la cera, no hay macha atrás.
Ayer, antes de que llegaran los invitados a casa, para celebrar el cumpleaños de mi hijo Erik, le di una pasada de «muñequilla» a la cera. Por cierto, a mi hijo Erik, sin mucho mérito, le propiné una paliza al tenis esa misma mañana por su cumpleaños.
Claro que la noche anterior había regresado de Bogotá y entró en la pista muerto de sueño.
«El Grito», que tallé en duramen de nogal. Mi chica, Ana Westley, pintó la tulipa inspirándose en el cuadro de Munch
Le saqué todo el brillo que pude a mi escultura medio abstracta y medio figurativa. Hasta hace poco me consideraba un copista de obras famosas. Por ejemplo: «El Grito» de Munch, en nogal, o el «Duelo a garrotazos» de Goya, en sapeli.
«Fake news», relieve a medio hacer, que tallo en madera de sapeli, inspirado en «Duelo a garrotazos de Goya.
Mi primera obra original abstracta fue «La idea», en tilo, que dediqué a mi amiga Isabel Ruiz Curto.
«La idea», que tallé en madera de tilo de una sola pieza sobre base de acero.
Coloqué a mi «Chica con coleta» en un pedestal de granito que tengo en el sótano, uno de los pocos sitios que quedan libres en casa. Eso, con el permiso de mi chica, Ana Westley, que es una grandísima pintora, catalogada y premiada. Las paredes lucen (con razón) sus óleos espléndidos, unos tiernos y otros inquietantes.
La «Chica con coleta» en su pedestal de granito. No es mal sitio. De lejos, no se ve ningún fallo. Pero yo no me engaño. Los conozco.Esta foto me salió torcida y no sé cómo quitarla de aquí. Así se queda. Sorry.
Cualquier obra, por mala que sea, parece algo especial si la pones en un pedestal. De lejos, no se aprecian los fallos. Todos me felicitaron. ¡Qué amables! Disimulé. Eso se me da bien. Yo sabía que, de cerca, mi obra tenía muchos fallos. Solo me felicité por haber aceptado la lección de humildad que me dio el tapaporos aplicado sobre la preciosa y puñetera madera de ukola. Desde luego, falta me hacía. No somos nadie.
Gabriel Jackson, el historiador, maestro y amigo, que ha influido a tantos españoles y nos ha ayudado a reconciliarnos con nuestra historia, ha muerto a los 98 años cerca de su hija Kate en Oregon (EE.UU.) Escribo estas líneas, no sin dolor, en la “Sala Gabriel”, la habitación que ocupaba mi historiador favorito en sus frecuentes visitas a nuestra casa. En ella lucimos sus grandes obras (La República Española y la Guerra Civil, Civilización y Barbarie, Juan Negrín, La España medieval, Mozart, A pesar de los pesares, Historia de un historiador…).
Hace dos años nos cruzamos la última carta. Había perdido la visión, y el Alzheimer le privaba de muchos recuerdos. Yo los mantengo muy vivos. Conocer a Gabriel, en los últimos años del franquismo, fue un privilegio y un gran honor para quienes hacíamos el semanario Doblón y el mensual “Historia Internacional”. Allí publicó su primer análisis sobre “La era de Franco”, recién muerto el dictador. Fue la primera vez que imprimimos en España las palabras “Dictadura” y “bunker” para describir aquel régimen moribundo. Hasta entonces, la censura nos había prohibido publicar su artículo.
Con Gabriel Jackson en mi casa, el día que descubrimos en el sótano el cartel de Miró para el homenaje en Baeza a Machado (1966) que los «grises» disolvieron a palos
Su obra monumental “La República Española
y la Guerra Civil”, que podíamos comprar fuera de España o, a escondidas, en la
librería Fuentetaja de Madrid, nos cambió la visión de nuestro país a muchos
jóvenes. Nos iluminó la noche oscura de la guerra y de la postguerra y nos
ayudó a entender mejor a nuestros padres, a los vencedores y a los vencidos.
Con sus investigaciones rigurosas, sus
lecciones de tolerancia política y religiosa y su buen hacer, dejó con el culo
al aire a quienes falsificaron la historia buscando el aplauso del dictador. Gracias
a él, pudimos sentirnos orgullosos de nuestra historia reciente, escamoteada y
falseada por la censura y por los palmeros de Franco. Como historiador, Jackson
era partidario de no ocultar sus preferencias políticas republicanas y de
izquierdas. Consideraba más honesto darlas a conocer y que juzgara el lector.
Aún le imagino dormitando en mi sofá, con
la voz de María Callas de fondo. Había sido un buen profesor de música, de
enorme sensibilidad, y tocaba la flauta de maravilla hasta que sus dedos se lo
impidieron. De niño, Gabriel caminaba a su escuela silbando por la calle. Los
vecinos le preguntaban por qué silbaba siempre música tan triste. Así definían ellos
la música clásica que tanto le gustaba.
En su última visita, con 95 años, almorzamos con amigos comunes (Ángel Viñas, David Trueba, Ángel Berenguer, Juan Pablo Fusi, etc.). En Segovia, se zampó media de cordero y media de cochinillo que no se las saltaba un galgo. Gozaba de buen apetito, caminaba con buen paso y tenía muchas ganar de reír y de vivir. Era una buena persona, un hombre cabal, un intelectual entero, un historiador íntegro, insobornable, y un demócrata auténtico como he conocido pocos. Quizás por eso, el macartismo le persiguió, le incluyó en su caza de brujas y le dejó sin trabajos docentes en Estados Unidos por negarse a denunciar ante el FBI a otros colegas sospechosos de ser izquierdistas.
Era firme en sus principios y lealtades.
Y era, sobre todo, muy generoso y honesto a la hora de compartir sus
conocimientos y reflexiones, que hemos seguido regularmente en las páginas
nobles de El País. Le gustaba mucho participar en lo que Giner de los Ríos
llamaba “el santo sacramento de la conversación”. Le escuchábamos con la boca abierta.
Como renacentista moderno, nada del mundo actual le resultaba ajeno. Era, lo
que se dice, un sabio; un sabio enamorado de España, desde muy joven, y de
Barcelona, donde vivió muchos años y ha tenido grandes amigos.
Cuando alguien joven, que no sufrió la
Dictadura, se siente decepcionado con la Democracia, yo suelo citar con
frecuencia una frase suya que conservo en mi memoria:
“La democracia es muy aburrida. Requiere
escuchar tanto a los mediocres como a los brillantes”.
Mientras viva, estaré en deuda con él. Con su ejemplo de integridad moral e intelectual, ha ejercido una enorme influencia en gran parte de mi generación. Le vamos a echar mucho de menos. Gabriel Jackson, nuestro querido Gabe, vivirá siempre en nuestro recuerdo. Gracias, maestro.
Gabriel Jackson reconciled us with
our own history
He
influenced many lives
José
A. Martínez Soler
Gabriel
Jackson, historian, maestro, and friend, who influenced so many Spaniards and
who helped us reconcile ourselves with our history, has died at the age of 98
close to his daughter Kate in Oregon (USA). I write these lines, not without
pain, in “Sala Gabriel,” Gabriel´s Room, the room that my favorite historian
occupied on his frequent visits to our home. In this room his great works (The
Spanish Republic and the Civil War, Civilization and Barbarism, Juan Negrin,
Medieval Spain, Mozart, In the Folded and Quiet Yesterdays, History of a
Historian…) are prominently displayed.
Two years
ago we exchanged our last letter. He had lost vision, and Alzheimer’s had
robbed him of many memories. I keep
these memories very much alive. Meeting
Gabriel in the last years of Francoism, was a privilege and a great honor for those of us who were working in the weekly
magazine Doblón and the monthly International History. It was there that he
published his first analysis about “The Era of Franco,” soon after the death of
the dictator. It was the first time that we could print in Spain the words
“Dictator” and “bunker” to describe that dying regime. Up until then,
censorship had banned publishing his article.
His other
monumental work, “The Spanish Republic and the Civil War,” that we could buy
outside Spain, or, hidden in the bookstore Fuentetaja of Madrid, changed our
vision of our country for many young people.
He shed light on the dark night of the war and post war and helped us
better understand our parents, the winners and the vanquished. Thanks to him, we could feel proud of our
recent history, retracted and falsified by censorship and by the adulators of
Franco.
I can still
imagine him sleeping on our sofa-bed, with the voice of María Callas in the
background. He was a good teacher of
music, of great sensitivity, and played the flute marvellously well until his
fingers failed him. As a boy, Gabriel walked to school whistling down the
street. Neighbors would ask him why he was whistling such sad
music. That is how they defined the classic
music that he loved so much.
In his last
visit, at age 95, we had lunch with some common friends (Angel Viñas, David
Trueba, Angel Berenguer, etc.). In
Segovia, he devoured half a serving of lamb, and another of suckling pig. He had a great appetite and loved laughing and
living. He was a good person, a thorough man, a total intellectual, an integral
historian, honest, and an authentic democrat of whom there are few. Perhaps for this reason, McCarthyism pursued
him, and included him on their black list and left him without work as a
professor in the United States for refusing to denounce other colleagues who
were suspicious as being communists. He was
steadfast in his principles and loyalties. And, above all, very generous and
honest in sharing his knowledge and reflections, which we followed regularly in
the noble opinion pages of El País. He loved to participate in what Giner de
los Ríos called “the sacred sacrament of conversation.» We listened with our mouths open. As a modern
Renaissance man, nothing in this world was foreign to him. He was, what we
would call a wise man; a wise man in love with Spain, since the days when he
was a young man in Barcelona, where he lived many years and maintained great
friendships.
When some
young person, who did not suffer living under the Dictatorship, feels disappoionted
with Democracy, I usually quote frequently a phrase of Gabriel that I conserve
in my memory:
“Democracy
is very boring. It requires listening to
both mediocre people as well as to brilliant people.”
For as long as I live, I remain in debt with him. His example of moral and intellectual integrity, has had an enormous influence in a great part of my generation. We will miss him. Gabriel Jackson, our dear Gabe, will live on forever in our memories. Thank you, Maestro.
Con Gabriel, de excursión al Castillo de Villafranca (Madrid)
Gabriel con mi esposa, Ana Westley, en nuestro jardín.Gabriel con David Trueba, tras almorzar en Casa Domingo (Madrid)Visita de Gabriel a la redacción de El País, conmigo y con Joaquín Estefania (derecha)
Gabriel no se priva del postre después de zamparse el cordero y el cochinillo de SegoviaEntrevistamos a Gabriel en Doblón con Angel Viñas.
Con Gabriel, Carlta Witzum, Luis Santos, Matt Feinberg y Ari Feinberg sobre mis hombros después de una paella en casa.
Con Gabriel en el Salon del Trono de los Reyes Católicos en Segovia
Gabriel entre Angel Viñas (Izquierda) y yo , con barba, en Doblón, tras la muerte del dictador
Ahí va mi última carta a Gabriel Jackson.
Villanueva de la Cañada, Madrid,
12 de Noviembre de 2017
Querido Gabriel,
Como cada año, a finales de noviembre, se
acerca la fecha de cocinar un pavo gigante para “Thanksgiven” y compartirlo en
nuestra casa con los amigos más queridos que mantienen alguna relación con las
tradiciones de los Estados Unidos. Hace varios años que no te sientas a nuestra
mesa. Por eso, yo me como tu ración de pavo y de tartas. Nunca te olvidamos.
Con tu ración de pavo me como también, y saboreo, los recuerdos de los ratos
tan hermosos que hemos compartido juntos desde el fin de la Dictadura de Franco
hasta tu última visita a nuestra casa hace tres o cuatro años. Por cierto, he
instalado mi ordenador en tu habitación, que todo el mundo llama “la Sala
Gabriel”, donde están tus obras que tanto he disfrutado. Hoy te escribo, pues,
en la “Sala Gabriel” rodeado de libros y de música.
Me dice Ana que, según tu hija, te falla
un poco la memoria. Te voy a refrescar algunos recuerdos compartidos antes de que
yo también los olvide. Tengo un iTunes con mi música favorita y lo conecto en
forma aleatoria. Acaba de terminar de sonar la trompeta de El Mesías de Haendel
(“And the trumpet shall sound”, ¡qué maravilla!), y, mira por dónde, ahora
suena la voz de María Callas. ¡Cómo olvidar tus siestecitas en mi sofá,
mientras escuchabas, absorto, mi colección de arias de la Callas! Hablando de música, cada vez que oigo a
alguien silbar una canción pienso inevitablemente en ti. Me imagino al niño
Gabriel Jackson que va silbando por la calle camino de la escuela. “¿Por qué
silbas música tan triste?”, te preguntaría algún vecino. Silbabas tu vocación secreta: música clásica.
Desde que te conocí, siempre he querido
imitarte en tantas cosas. Naturalmente, sin éxito. Cuando leí tu novela “A
pesar de los pesares”, envidié tus sensibilidades musicales y tus conocimientos
y habilidades con tu flauta travesera. Disfruté mucho de tu biografía de
“Mozart”. Para seguir tus pasos musicales, me apliqué con mis clases de
clarinete. Reconozco que mis prácticas eran una tortura para mis vecinos y para
mis gatos. Llegué a tocar en el auditorio de mi pueblo (“La casa del sol
naciente”) pero nunca me aceptaron en la banda municipal. Mis problemas con un
dedo resorte me obligaron de abandonar el clarinete que tantas alegrías me dio
a mi como pesares a mis vecinos. El día que regalé mi clarinete hubo fiesta en
mi barrio.
Tengo muy cerca de mí un librito precioso
tuyo (“La España Medieval”). Aunque yo era estudiante de ciencias, me abrió el
apetito por conocer la historia de la Edad Media. Con tu “Historia de un
historiador” me aficioné aún más a estudiar nuestro pasado. Y tu “Civilización
Barbarie” me inspiró para mi tesis doctoral. No digamos tu obra, ya clásica,
(“La República española y la guerra civil”), un libro de cabecera que nos ayudó
a salir de la noche oscura del franquismo. Soy pregonero apasionado de ese
libro que tanto me ayudó a comprender la historia de mi familia republicana y
de izquierdas. También me sirvió para escribir con los pre guiones de la serie
“España, siglo XX” de Televisión Española que firmaba (y cobraba) José María
Pemán.
A menudo me has recomendado que
escribiera recuerdos sobre mi paso por el periodismo, bajo censura, y sobre mi
experiencia personal en la transición de la Dictadura a la Democracia. Ocupado
como estaba con el día a día, y como persona de acción más que de reflexión,
nunca te hice caso. Sin embargo, desde tu última visita, mi jubilación como
responsable del diario 20 minutos me ha dejado algún tiempo libre que dedico al
tenis, al jardín y a la escultura en madera. Por otra parte, el nacimiento de Leo,
mi primer nieto, hijo de Andrea, me ha animado a escribir esas memorias para
que algún día él pueda saber de dónde viene y cómo era aquel mundo que nunca
conoció. Por ello, con tiempo libre y motivación, me puse a escribir recuerdos de
memoria (tan traicionera). Ya voy, con más de 800 páginas, por mi llegada a
Harvard en 1976, mientras me recuperaba física y síquicamente de mi secuestro y
de las torturas de la Guardia Civil. ¿Qué te parece? Al fin, te hice caso.
Nuestro amigo Ángel Viñas me animó a seguir desde el capítulo 1.
Como te puedes imaginar, mi infancia (“la
verdadera patria del hombre” según Rilke) y mi adolescencia están descritas sin
recurrir a ningún dato. Pura imaginación. Solo fotografías y cartas. A medida
que avanzaba, me di cuenta de que necesitaba algunas muletas para recordar
fechas y acontecimientos. El doctor Google no era suficiente. Me vi obligado a
abrir mis cajas viejas del sótano, algunas llenas de humedad y con revistas,
periódicos, correspondencia y otros documentos medio podridos. Salvé algunos
que tiene que ver con la enorme influencia que, con tu ejemplo de integridad
moral e intelectual, siempre has ejercido sobre mí. Tu recuerdo está por todas
partes. He recuperado cartas, artículos y ejemplares de Don Quijote, Cambio 16,
Doblón, El País, La Gaceta de los Negocios, El Sol, etc., que creía perdidos
después de tres mudanzas familiares a Estados Unidos.
Cuando alguien joven, que no sufrió la
Dictadura, se siente decepcionado con la Democracia, yo suelo citar con
frecuencia una frase que aprendí de un artículo tuyo y que conservo en mi
memoria. Naturalmente, para presumir de amigo y maestro, te cito como fuente.
Escribías esto en El País:
“La democracia es muy aburrida. Requiere
escuchar tanto a los mediocres como a los brillantes”.
No te lo vas a creer. Hace poco encontré el
recorte de ese artículo tuyo, en papel amarillento, medio roto. Se titula
“Perspectivas para España, hoy” y fue publicado en la página de Opinión de El
País, el 1 de Junio de 1978, cinco meses antes de ser aprobada la Constitución
más democrática de nuestra historia. Te mando foto. Terminabas tu artículo
hablando de “la primera genuina convivencia de la historia española” y con este
párrafo final:
“Será la España soñada y por la que han
luchado, pero que nunca pudieron vivir, los Giner de los Ríos, los Azaña, los
Besteiro, los Prieto y (…) miles que…”
Ahí quedó roto el papel del periódico de
1978 que guardé milagrosamente durante tantos años. Encontré otro artículo tuyo
memorable (“Fe de errores”) publicado en El País en 24 de Junio de 1988. Ya sé
por qué lo guardé. No fue porque Francisco Franco Bahamonde “tuviera su propio
linaje de judío converso a través de sus antepasados maternos, los Bahamonde”,
sino por la primera gran frase de tu artículo, que también suelo citar
atribuyendo, como tú, su procedencia al mismísimo Voltaire:
“La historia es un paquete de mentiras
adjudicadas a los muertos”.
Y ahora, para presumir y para refrescar
tu memoria (en ese orden), voy a hablar de mi tema favorito que, como sabes,
soy yo, “la contradicción a 100 Km. por hora”, tal como me has definido más de
una vez. Con toda razón. Se trata de una carta tuya manuscrita, fechada el 7 de
noviembre de 1983 y enviada a El País. Dice así:
“Querido amigo José Antonio-
¡Qué bien tus artículos explicando la
cosa de Rumasa! Me acuerdo de Samuel Insoll y el “Holding Co. Empire” en
Chicago antes del New Deal, y las reformas de la Bolsa, exigiendo más “margin”
antes de comprar “stocks”, etc. En cuantos sentidos la España socialdemócrata
del PSOE pasa por los mismos apuros en 1983 que EE.UU. en 1933.
Un abrazo fuerte,
Gabriel”
También encontré una conferencia que di
hace años en la Universidad, a petición del profesor Quirosa, un historiador de
mi tierra que nunca olvida la paella que compartió contigo en nuestra casa de
Almería a la orilla del Mediterráneo. Voy a cortar y pegar algunos párrafos que
se refieren a tu artículo sobre “La era de Franco”, publicado en la revista
“Historia Internacional” que yo fundé antes de la muerte del dictador.
Jackson:
“La era de Franco
A
la Dictadura la llamamos Dictadura
“Con más anécdotas que categorías, intenté describir una realidad
concreta: el papel de la prensa (exactamente de tres medios: Cambio 16, Doblón e Historia Internacional),
a través de la conquista de algunas palabras, en los últimos años de la Dictadura de Franco.
La palabra que mejor podía definir
al Régimen del “generalísimo” Franco era, obviamente, “dictadura”. Imposible ponerla en letra impresa. Estuvo en la lista
negra de vocablos prohibidos hasta la muerte del dictador. Hicimos algunos
intentos para colársela a la censura. Todos fueron coronados por el fracaso.
Unas semanas antes de dar esta
charla, tuve el privilegio de convivir varios días en mi casa con mi amigo Gabriel Jackson, el historiador –a mi
juicio- que mejor ha dado a conocer al mundo entero “La República Española y la guerra civil”, un libro imprescindible. Recordamos
nuestra correspondencia en 1974 y 1975 en torno a un artículo que yo le había
pedido para el mensual “Historia
Internacional” sobre un balance del franquismo después de la tromboflebitis
de Franco. No había que ser un
lince para sospechar que la muerte rondaba ya al tirano.
En cuanto leí el manuscrito del
profesor Jackson, uno de
los intelectuales norteamericanos perseguidos por el “macartismo” durante su
“caza de brujas” en los años 50, supe que no pasaría la censura. Experimentado
como era yo, pese a mi juventud, en el arte de escribir entre líneas y de
sortear con humor a la severa censura (es sabido que los censores carecen de
humor propio) le propuse a Gabriel que
probáramos a quitar algunos párrafos y a cambiar algunas palabras. El título de
su artículo (“La dictadura”)
presagiaba lo peor.
Confiando en el posibilismo de
quienes crecimos en el exilio interior, le dije que “publicar algo suyo en España era mejor que nada”.Sin
embargo, conociéndole un poco, presumía su respuesta.
-“El artículo –me respondió- debía publicarse íntegro
ahora o esperar hasta que hubiera libertad en España para poder publicarlo”.
Imprimirlo así, sin someterlo a la
censura previa (llamada “consulta
voluntaria”), hubiera sido un suicido económico. Sobre todo, porque no
era un artículo para el pliego central –fácil de desencuadernar, para salvar el
resto en caso de secuestro policial- sino para lucirlo a toda página en la
portada de la revista. Decidí, pues, someterlo a censura previa para poder
publicarlo sin riesgo de secuestro y/o expediente administrativo o
procesamiento judicial.
Tal como me temía, no tuve éxito.
El censor marcó con su lápiz fatal los párrafos y palabras que, a su juicio,
eran “inconvenientes”. No le
dije nada al profesor Jackson.
Le escribí a La Joya (California) para
decirle que ojalá tuviéramos pronto libertad de expresión en España para poder ofrecer su artículo
completo a nuestros lectores. No sin dolor, metí el manuscrito inédito en un
cajón.
Meses más tarde, recién
muerto Franco, quiso el
azar, y la perseverancia de uno de mis redactores, Fernando González, que Serrano
Suñer, ex ministro de Asuntos
Exteriores de Franco durante
los tiempos más duros de la postguerra española y de la II Guerra Mundial, nos concediera una larga entrevista exclusiva.
El amigo de Hitler y Goebbels hizo
un minucioso balance del régimen de su cuñado. Nada sospechoso había en aquel
viejo nazi para los censores de Franco.
Yo les conocía bien. Seguían en activo, sí, pero censuraban de otra manera. Buscaban
el calorcillo del eventual nuevo régimen pre democrático del sucesor del
dictador a título de Rey. En
vida de Franco, los censores tardaban varias horas en dar el visto bueno o en
rechazar los artículos sometidos a censura previa. Muerto el dictador,
despachaban las consultas en cuestión de minutos.
El caso es que, bajo la protección
del nombre de Serrano Suñer, nada
dudoso de su inquebrantable lealtad al Caudillo, “Historia Internacional” fue la primera revista española que
publicó un amplio reportaje titulado “La
Dictadura”. Así había definido el entrevistado, con sus propias
palabras, al régimen franquista al que tanto había servido. Fue en el número de
febrero de 1976, dos meses después de la muerte de Franco y bajo el Gobierno igualmente
dictatorial de Arias Navarro.
De pronto, para nuestra sorpresa, la
palabra “dictadura” había salido
de la lista negra y había pasado a ser legal. Animados por este precedente,
aprovechamos la ocasión para publicar en portada el artículo de Gabriel Jackson(“La era de Franco”)
que conservaba en la nevera y en el que hablaba de la dictadura con todas sus
letras.
Nuestra entrevista con Serrano Suñer había sido mano de
santo. Nadie puso pegas a “La Dictadura”
ni a “La era de Franco”. La portada de Historia Internacional de febrero de
1976 ya no era de Fernando VII, el rey felón, sino del mismísimo dictador, en
plano medio, con uniforme inconfundible de fascista: camisa azul y boina roja. De
modo que, partir de entonces, a la dictadura la llamaríamos dictadura.”
¡Qué recuerdos, querido Gabriel!
Entre Ana y yo hemos encontrado
fotografías de tu paso por nuestra casa, no solo del pavo de Thanksgiven sino
también de las paellas multitudinarias y de nuestros paseos por las trincheras
de la Batalla de Brunete que descubrimos, gracias a ti, cerca de nuestra casa.
Te las adjunto.
Hoy es domingo y me toca cocinar y
sacar la ropa de la secadora antes de que regrese Ana. Más delante te escribiré
más poniendo pie a nuestras fotos.
Me despido copiándote la última
carta que he recibido de ti y que tanta emoción me causó:
25 de Marzo
de 2014
Hola Jose!
camarada JAMS, just passed a delightful hour reading your various messages
concerning retirement, reminding me of your TV days before Aznar fired you,
interpretation of the fates of your journalist colleagues, your tributes to the
working years with the Norwegian owners, memories of the reestablishment of
Spanish-Israeli good relations after centuries of silence, Ole.
Looking
forward happily to a visit with you in a couple of months! Muchos abrazos,
Gabe”
¡Que gran visita! Disfruté mucho contigo.
¿Recuerdas el cochinillo y el cordero de Segovia, la visita al trono de los
Reyes Católicos, el almuerzo con David Trueba, la tarde que pasamos en El País
con mi compadre Joaquín Estefanía, la cena con Ángel Viñas y tantos otros
recados que hicimos juntos. Fue un viaje muy bien aprovechado y, para mí,
inolvidable.
Cuando vayamos a visitar a Erik a
Hollywood intentaremos pasar a verte. No te librarás fácilmente de nosotros.
Nuestra muy querida amiga Kathryn Johnson, reportera pionera en cubrir derechos civiles en Estados Unidos, murió en Atlanta el 23 de octubre. Tenía 93 años. Lo acabo de saber por nuestro común amigo Bill Wheatly, Nieman`77 en Harvard.
Kathryn Johnson con Coretta King
Por su enfermedad y por la lejanía física, hacía algunos años que había perdido el contacto con ella. ¡Cuánto lo he lamentado hoy al perderla para siempre! Los recuerdos y los afectos se agolpan en mi mente. Kathryn vivirá mientras la recordemos quienes la queríamos y admirábamos.
Entre Kathryn Johnson y Louise Gubb durante el año Nieman en Harvard. Between Kathryn Johnson and Louise Gubb
Fue una amiga oportunísima. Apareció en mi vida cuando más necesitaba que alguien me devolviera la confianza en el periodismo y me explicara las contradicciones y excelencias de Estados Unidos, el país de Ana Westley, mi esposa. Yo era anti yanqui, desde que el presidente Eisenhower abrazó a Franco y sostuvo su Dictadura. Yo estaba en contra de la guerra de Vietnam. Kathryn, mi mujer y otros muchos norteamericanos, también.
En su cumpleaños, con Allie DorNer y Jamil Mroue/ Her birthday with Allie DorNer and Jamil Mroue
Ella me ayudó a conocer y amar al pueblo norteamericano y a comprender mejor la cultura de mi mujer, el amor de mi vida. Daba gusto estar a su lado. Le dolía la espalda, pero eso no le impedía sonreír. Pasamos mucho tiempo juntos: clases, tertulias, conferencias, seminarios, viajes, fiestas… Compartimos el curso 1976-1977 en la Universidad de Harvard como miembros de la Nieman Foundation for Journalism. Kathryn destacaba con sus preguntas certeras, incisivas, inteligentes que te dejaban huella. La visité varias veces en su casa de Washington y de Atlanta. Para mi hijo Erik ella era la tía Kathryn.
Con Ana Westley y conmigo en Harvard Square en 1976-1977/ With Ana Westley and with me in Harvard Square in 1976-77
Su trabajo como reportera
de Associated Press (AP) marcó un antes y un después en la cobertura fiel de la
larga y justa batalla por los derechos civiles en Estados Unidos. ¡Tanto dolor!
Sus historias periodísticas, su lucha contra la injusticia y la ignorancia y su
integridad moral se me quedaron grabadas para siempre. Pronto la adopté como mi
maestra de periodismo de calidad.
En 1988, cuando cubría yo la Convención Demócrata de Atlanta (Georgia), que eligió a Dukakis como candidato a la Casa Blanca, Kathryn fue mi guía en el sur profundo. Me llevó ante la tumba de Martin Luther King. Allí guardamos ambos un largo silencio de respeto y gratitud por el líder de los derechos civiles asesinado en 1968. Ella estaba muy unida a la familia del reverendo King. El día que le asesinaron, ella fue la única periodista que pudo entrar en su casa, invitada personalmente por Coretta King, su viuda.
En 1963, George Wallace
prohibió la entrada de estudiantes negros en la Universidad de Alabama. El
presidente Kennedy envió al fiscal general adjunto. Kathryn Johnson y otros reporteros
fueron encerrados en un cuarto, lejos del enfrentamiento entre el gobernador
racista y el enviado de Kennedy. Ella le dijo al policía que tenía que usar el
baño. Se escapó y se escondió bajo una mesa. Desde allí escuchó la bronca entre
el fiscal general adjunto y el gobernador de Alabama. Pudo contarlo como nadie.
Cubrió la vida de los veteranos de Vietnam y de sus familias. Antes del veredicto del Consejo de Guerra, ella consiguió dos entrevistas con el teniente William Calley, acusado de la matanza de 22 civiles vietnamitas desarmados en la aldea de My Lai. Su libro sobre el asesino de My Lai fue una pieza fundamental en la época. Son imborrables mis conversaciones con ella y con mi suegro, el teniente coronel Westley, sobre la guerra de Vietnam y la política exterior de los Estados Unidos, tan pragmática como hipócrita.
Con Kathryn Johnson recorrimos Canadá en diez días. Inolvidable entrevista en Toronto con los desertores de la guerra de Vietnam./With Kathryn Johnson we travelled around Canada in 10 days
En 1979, Kathryn pasó de AP a U.S. News & World Report y, en 1988, se unió a CNN en su sede de Atlanta donde se jubiló en 1999. Hablando con ella de sus experiencias profesionales y personales nunca te ibas de vacío. Me dio fuerzas para seguir en la brecha ejerciendo esta profesión tan hermosa y tan peligrosa, un año después de haber sufrido secuestro, torturas y fusilamiento simulado en una sierra de Madrid.
Gracias, querida y admirada Kathryn. Nunca olvidaré tus enseñanzas y tu bondad. Descansa en Paz.
English version follows below.
Kathryn Johnson, a pioneering reporter in civil rights, has died.
I just
learned from Bill Wheatly, a fellow member of the Nieman Foundation for
Journalism, class of 1976-77, that our very dear friend and fellow Nieman,
Kathryn Johnson, died in Atlanta October 23.
She was a pioneering reporter in covering civil rights in the United
States. She was 93. Due to her illness
and physical distance, I lost contact with her several years ago. Today I am so sorry for her loss. Fond memories of her run through my brain.
She will live on in the hearts and minds of those of us who loved and admired
her.
Kathryn was
a very opportune friend who appeared in my life when I most needed someone to
restore my confidence in journalism. She
also helped me understand the contradictions and excellences of the United
States, the country of my wife, Ana Westley. At the time, I was anti-Yankee
ever since President Dwight Eisenhower embraced Spain´s dictator, Francisco
Franco, thereby supporting the 40 year Dictatorship. I was against the war in Vietnam. So was
Kathryn, my wife Ana, and many other Americans.
Kathryn
helped me to understand and love the American people and to understand better
the culture of my wife, the love of my life.
It was a pleasure to be by her side. Her back ached, but this did not
prevent her from smiling. We spent much time together: classes, discussions,
conferences, seminars, trips, fiestas… We were part of the class of 1976-79 at
Harvard University as members of the Nieman Foundation for Journalism. Kathryn
stood out for her incisive and intelligent questions.
I visited
her several times at her home in Washington D.C. and Atlanta. For our son Erik, she was Aunt Kathryn in
America.
Her work as a reporter in the Associated Press (AP) marked a before
and after in her compelling and well-informed coverage in the long and just
battle for civil rights in America for African Americans. Her journalistic reports, her fight against
injustice and ignorance and her moral integrity were engraved in my mind
forever. I would soon adopt her as my mentor of quality journalism.
In 1988,
when I was covering the Democratic Convention in Atlanta (Georgia), that
elected Michael Dukakis as the candidate for the White House, Kathryn was my
guide to the Deep South. She took me before the tomb of Martin Luther
King. There we stood silent in respect
and gratitude for the leader of the Civil Rights movement who was assassinated
in 1968. Kathryn was very close to the family of Reverend King. On the day of his assassination, she was the
only journalist who could enter the King´s family house, invited personally by
Coretta King, his widow.
In 1963, Governor George Wallace of Alabama banned the entrance of African American students to the University of Alabama. President Kennedy sent a Deputy Attorney General to order Governor Wallace aside. Kathryn and other reporters were locked in a room, far from the confrontation between the racist governor and President Kennedy’s envoy. She told the police she had to use the bathroom. There she escaped and hid under a table where she could clearly hear the arguing and yelling between the Deputy General Attorney and the Governor of Alabama and the famous ultimatum, “Governor Wallace… step aside.” She had literal “inside information.”
She covered
the life of the Vietnam veterans and their families Before the verdict of the
Court Marshall against Lt. William Calley, she managed to get two interviews
with him. He was accused of killing 22
unarmed Vietnamese civilians in the village of My Lai. Her book about the murderer
of My Lai was a fundamental journalistic book of that era. My conversations with her and with my father
in law, Lt. Col. Alph Westley, about the Vietnam war and the pragmatic as well
as hypocritical foreign policies of the United States remain ingrained in my
memory.
In 1979
Kathryn left AP and went to U.S. News & World Report and, in 1988, she
joined CNN in it’s headquarters in Atlanta where she retired in 1999. Talking
with her about her professional and personal experiences never left you empty
handed. She gave me strength to carry on in this wonderful and sometimes
dangerous profession of ours after my kidnapping, interrogation, and torturing
in the mountains outside Madrid a year earlier.
Thank you
dear and much admired Kathryn. I will not forget your teachings and your
kindness. Rest in Peace.