Votar es fácil… con los ojos cerrados
La democracia, también. Ambas tienen la ventaja de que son mejores que su alternativa: muerte o dictadura. Por eso, celebramos la dulzura de vivir y la responsabilidad de votar. Que cada uno viva y vote como quiera o como pueda. Pero que sepa, eso sí, que no hay vida ni voto gratis. Lo queramos o no, todo tiene su precio.
Lo que no vale es vivir ni votar con los ojos cerrados para quejarse luego de las consecuencias de tal idiotez. Votar con los ojos abiertos no es fácil. Todo lo contrario. Nos obliga a sopesar lo que producirá mayor beneficio o menor daño a nuestros principios e intereses.
Dilucidar cuánto hay de cerebro, de corazón o de tripas en nuestro voto. Cuánto de miedo o de audacia, de pensamiento o de sentimiento, de sentido común o de temeridad.
También cuenta, a veces, el placer dar una patada al otro, con tal de que no nos salga el tiro por la culata y resulte ser una patada en nuestro culo.
Votar con los ojos abiertos exige informarse bien, pensar y decidir para que no nos den gato por liebre. Y no es fácil.
En vísperas del 20-D, en un almuerzo presidido por el teniente general Casinello, pregunté a Rubalcaba si debía votar al PSOE, tapándome la nariz, o a otro, tapándome los ojos. Rápido e ingenioso, como de costumbre, Rubalcaba me respondió:
-“Puestos a elegir, yo preferiría perder el olfato antes que la vista”.
Le hice caso. Después de haber votado antes contra el bipartidismo, que tanto me había decepcionado, decidí volver a mis orígenes y, tapándome la nariz, el 20-D voté a la nueva generación del PSOE.
Visto lo visto, no me arrepiento. Por responsabilidad y, por qué no decirlo, por miedo a los extremos del PP y de Podemos (ambos con piel de cordero), volveré a votar al PSOE.
¡Bendito voto del miedo! El miedo es fantástico. Nos abre los ojos, nos avisa y nos protege de muchos peligros.
—–