Gracias, hijo, por pedirle a Papá Noel que me trajera este libro tan luminoso («El hombre en busca de sentido» de Viktor Frankl), junto con los calcetines de rigor y las bolas de tenis con las que trataré de vencerte en la pista.
Lo leí, despacio, de un tirón. Y, al cerrarlo, pensé en «Si esto es un hombre» de Primo Levi, en «No matarían ni una mosca» de Sventlana Draculik, pero, sobre todo, me vinieron a la memoria estos versos de Quevedo que Viktor Frankl, seguramente, nunca habrá leído:
«Su cuerpo dejarán, no su cuidado, serán ceniza, más tendrá sentido, polvo serán, más polvo enamorado.»
Lo mires por donde lo mires, toda su obra rezuma amor, libertad y ganas de vivir. Prisionero en varios campos de concentración nazis (Auschwitz, entre ellos), este siquiatra vienés aprovecha el sufrimiento indecible para buscarle sentido a su vida y lo encuentra en la libertad del hombre para tomar sus propias decisiones: dejarse morir o gozar de la dulzura de vivir en medio de aquel estercolero humano tan tenebroso.
«No es el dolor físico lo que más hiere (…) sino la humillación y la indignación por la injusticia, el sinsentido de todo eso».
En mi libro de memorias («La prensa libre no fue un regalo») cuento, por fin, muchos detalles de aquel secuestro que, a la luz de este libro, me hicieron más fuerte y orgulloso.
«Quiero testimoniar el incalculable poder del hombre para desafiar y luchar contra las peores circunstancias que quepa imaginar». Y Frankl concluye: «En los campos de concentración (…) mientras unos se comportaban como cerdos, otros lo hicieron como santos. El hombre goza de ambas potencialidades. De sus decisiones, y no tanto de las condiciones, depende cuál de las dos sale a a la luz».
Resume su libro (un grito de libertad y amor) en esta última frase:
«El hombre es ese ser capaz de inventar las cámaras de gas de Auschwitz, pero también es el ser que ha entrado en esas mismas cámaras con la cabeza erguida y el Padrenuestro o el Shemá Israel en los labios».
Es un libro tremendo y útil. El mejor que he leído este año, y eso que en primavera releí Crimen y Castigo, uno de mis favoritos. Lo recomiendo vivamente. Siento no haberlo leído antes, pero nunca es tarde si la dicha es buena. Gracias, hijo, por este regalo.
En un cómic delicioso, mi amigo y colega Rodolfo Serrano reivindica «los años de barro» de Palomeras Bajas (Vallecas), el barrio donde creció sin luz ni agua, con un ataque de nostalgia, cariño y rabia. También, de poesía. Lo he leído del tirón y luego, más despacio, he revisado con gusto las viñetas dibujadas por Román López-Cabrera. Acaba de ser publicado y ya va por la segunda edición. No me sorprende. Note lo pierdas.
Cubierta del libro «Vallecas. Los años de barro» de Hoy es siempre Ediciones.
Contra cubierta del libro
Muchos jubilados de nuestra generación disfrutarán leyendo este cómic a sus nietos. Sus hijos (y el gran Ismael Serrano lo sabe) ya estarán hartos de escuchar las batallas que su padre les ha repetido tantas veces sobre la vida dura, durísima, de los emigrantes que huyeron del hambre del campo soñando con una vida mejor en la ciudad. Mi hijos bromean, tarareando la Internacional, cuando les cuento las penurias de mi infancia en un barrio obrero de Almeria, entre el Hoyo de los Coheteros y el Quemadero, no tan pobre como el de Rodolfo.
Prólogo 1
Prólogo 2
Como si nada, con toda la sencillez, la ternura y la sabiduría que le caracterizan, Rodolfo Serrano ha retratado una parte, la más heroica, de la historia reciente de España. Le conozco bien. Es un gran periodista, el mejor para llenar durante años las páginas de Laboral de El País. Pero, sobre todo, es un poeta. Nunca lo pudo ocultar. Y un excelente compañero.
Los autores: Rodolfo Serrano, del texto, y Román López-Cabrera, de los dibujos.PUBLICIDAD
¿Quién no ha cambiado novelas o tebeos en puestos como el la Antoñita de Vallecas? Yo lo hacía en el quiosco de Miguel, frente la terraza Imperial en Almería.
Muy pronto, en la página 18, aparece -cómo no- el padre José María Llanos, un cura marxista y bravo que defendió a los emigrantes en Vallecas, Palomeras, El Pozo del Tío Raimundo y otros barrios pobres de la zona. Y que, poco antes, había dirigido los ejercicios espirituales del dictador.
El padre Llanos se enfrentaba a «los grises» de Franco para evitar la demolición de las chabolas.
Al llegar a las páginas del padre Llanos fui yo quien sufrió el ataque de nostalgia. En 1965, me uní al SUT (Servicio Universitari0 del Trabajo), fundado por el jesuita José María Llanos. Sus campos de trabajo y sus campañas de alfabetización hicieron mucho bien a los estudiantes que nos sumamos a esos proyectos solidarios, generosos, quizás paternalistas, del padre Llanos. En 1968, el SUT, convertido ya en un nido de jóvenes anti franquistas, acabó como el rosarios de la aurora y fue clausurado por las autoridades franquistas.
Pero eso ya lo he contado en mis memorias («La prensa libre no fue un regalo. Como se gestó a Transición») y no voy a repetirme. Como homenaje al padre Llanos, será mas fácil copiar y pegar las páginas de mi libro dedicadas al SUT. Todos los «sutistas» estamos en deuda con aquel cura comunista ya que su obra, el SUT, creo que nos hizo mejores personas.
Copio y pego:
Curas comunistas como el padre Llanos
Curas comunistas como el padre Llanos. pag. 50
El SUT, embrión de la Transición. Pag. 51
Pag. 52
Ahí estoy sentado en el coche de Extensión Agraria en la campaña de Alfabetización de Jaen. Pag. 53.
Pag. 54
En la página 210, el padre Llanos se cruza de nuevo en mi camino. El embrión de la UMD (Unión Militar Democrática) le debe mucho al fundador del SUT.
El embrión de la UMD también le debe mucho al padre Llanos. Pag. 210.
Cervantes cumple hoy 475 años. Cervantino soy y estoy en deuda con él. Esta fue una de mis primeras tallas, en madera de cedro, al poco de jubilarme en 20 minutos. Su Quijote es mi biblia.
Mi primera talla de Cervantes en madera de cedro
Los apuntes que tomé del profesor Lida sobre El Quijote no están incluidos en mis memorias («La prensa libre no fue un regalo»). No sin dolor, tuve que recortar páginas.
El curso sobre El Quijote, del profesor Lida (Harvard, 1976-77) me cambió, bastante, la vida. Al concluir la segunda lectura del libro de don Miguel de Cervantes, me atreví a decir, como su hidalgo, «yo sé quién soy».
Capitulo 55
Me hice, por siempre, cervantinoSi tuviera que decidir sobre cuál fue la aportación más relevante que recibí de la Universidad de Harvard en 1976-77 lo primero que me vendría a la cabeza sería mi descubrimiento de Cervantes, gracias al curso sobre El Quijote que nos dio Raimundo Lida, el sabio argentino más grande que he conocido. Y ¡ojo!: aunque menos, también he conocido a Borges. No exagero. Mi paso por Estados Unidos me ofreció experiencias fantásticas, conocimientos impensables, horizontes insospechados, pero nada comparables al efecto que me causó mi reencuentro con la obra de don Miguel de Cervantes a 6.000 kilómetros de mi tierra.
En más de una ocasión, he comentado la pasión cervantina de mi padre. Con él, la compartía a medias. Aunque es un libro difícil para un adolescente, por darle gusto, me aficioné, no sin esfuerzo, a su lectura favorita. Mi primer Quijote, el más grande que he tenido en mis manos, pesa varios kilos y mide más de medio metro de alto. Lo heredé, con el permiso de mi hermana, y aún lo conservo sobre un mueble antiguo presidiendo el salón de mi casa. Desde muy joven, lo leía en la cama y, por su peso, se me dormían las piernas. Son dos tomos impresionantes de pastas gruesas negras y letras enormes, aptas para gente con vista cansada. No sé cómo llegó a poder de mi padre una obra como ésta, publicada en 18… , que incluía los nombres impresos de todos sus suscritores empezando por la reina Isabel II. Llegué a pensar que, quizás, procedía de la rica biblioteca de la Señora, doña Serafina Cortés viuda de Cassinello. Ella fue mi proveedora principal de libros infantiles y juveniles a través de mi abuela Dolores, su criada.
Sin embargo, en alguna ocasión, mi padre me comentó que había rescatado libros viejos, muy estropeados y abandonados, en una mansión, casi en ruinas, relacionada, no sé cómo, con un general catalán muy franquista y muy poderoso en Almería. Se llamaba Andrés Saliquet. Luego supe que este militar golpista, casado con una almeriense de Fiñana, había participado en el nombramiento de Franco como jefe del Estado y caudillo de España. Durante la guerra civil, el general Saliquet mandó el Ejercito del Centro con medio millón de hombres y es recordado en Castilla y León por su dureza represora, lo que le valió el nombramiento de presidente del Tribunal de Represión de la Masonería y el Comunismo y la concesión de un marquesado por Franco. No estoy seguro de la procedencia de “mi” Quijote. No obstante, a menudo, he fantaseado con la delicia de haberlo rescatado de las garras de un represor franquista, es decir, de lo menos cervantino que imaginarse pueda.
Grabados a cambio de harina
Lo que sí recuerdo claramente es que mi padre cometió un error, que lamentó toda su vida. En los años más duros del hambre en la postguerra, arrancó todos los grabados que ilustraban los dos tomos de El Quijote y los cambió por varios sacos de harina. “Primum vivere…”, claro. Siempre me dijo que don Quijote no se lo habría perdonado nunca. Ni el cura ni el barbero. Sancho Panza, en cambio, habría aplaudido su intercambio. Mi padre era un adicto a los refranes de Sancho y leía El Quijote sin orden alguno. Como hacen quienes leen la Biblia o los Evangelios. Según me comentó Lida, mi padre seguía, seguramente sin saberlo, una recomendación de William Faulkner. Abría el libro, al azar, por cualquier página, y se ponía a leer. A veces, en voz alta. Lo recuerdo, concentrado y orgulloso, leyendo el enorme tomo que, abierto, ocupaba casi la mitad de la mesa del comedor. Con frecuencia, soltaba alguna carcajada y, entre sonrisas, compartía las parodias cervantinas con nosotros. Con estos antecedentes familiares, no tiene nada de extraño que me apuntara, sin dudarlo un instante, al curso que el profesor Lida dedicaba íntegramente al Quijote. No me arrepentí.
Estos fueron sus apuntes que uno al borrador de mis memorias.
Raimundo Lida había nacido en Lambert, en el imperio austrohúngaro, en 1908, en el seno de una familia judía. Desde bebé, creció en Argentina, en una comunidad hebrea laica, y de allí pasó a México y a Estados Unidos. Fue discípulo y heredero intelectual de Amado Alonso. Gracias a Américo Castro, el maestro de Juan Marichal, Lida consiguió una beca para la Universidad de Harvard en la que llegó a ser director del Departamento de Lenguas Romances. Cuando le conocí, tenía casi 70 años. Filólogo, filósofo del lenguaje, ensayista y crítico literario, el maestro Lida era una autoridad indiscutida en el Siglo de Oro (Quevedo) y en el Modernismo (Rubén Darío). Pero me apuesto algo a que el curso del Quijote era el que más disfrutaba. No había más que verle. Saboreaba las palabras y las citas eruditas o mundanas. Se lucía. En clase, con apenas una docena de alumnos de doctorado, Lida se transformaba ora en don Quijote, ora en Sancho. Siempre en Cervantes. Cuando murió, un par de años después de dar ese curso, leí un obituario escrito en su memoria por Ana María Barrenechea en el que decía que “Cervantes era el autor más afín a su hondura humana”. Estuve totalmente de acuerdo con ella.
El vértigo de don Quijote
Nunca dejó de sorprenderme el saber casi enciclopédico del profesor Lida. Con naturalidad, sin petulancia, citaba de memoria a los grandes autores y destacaba, con finura exquisita, la aportación de cada uno de ellos al tema que trataba de explicar: Platón, Cicerón, San Agustín, Averroes, Maimónides, Goethe, Alfonso el Sabio, Ibsen, Flaubert, Dostoievski, Unamuno, Bergson o Kierkegaard. Ninguno escapaba a su vasto conocimiento de la literatura, la filosofía y la historia de Occidente. Estuvo muy bien preparado para analizar la realidad cervantina tan poliédrica, con tantas caras y aristas, tan rica en perspectivas tan distintas. Nos pintaba escenas del Quijote como si detallara los distintos puntos de vista de cada personaje. O sea, como el juego de espejos en las Meninas de Velázquez. Planos distintos entrecruzados. Todo ello formaba parte del “vértigo de don Quijote”, un libro abierto a muchas ricas lecturas. Podía ser cómico para los barrocos o trágico para los románticos. Pero las parodias de Cervantes nunca fueron crueles ni destructivas ni ajenas a cierta ternura. Con razón llegó a decir Dostoievski que “la presentación del Quijote en el juicio final serviría para absolver a la Humanidad”.
Lida lucía un humor finísimo, una ironía propiamente cervantina. Me encantaba su risita maliciosa, sus guiños penetrantes, sus anécdotas definitivas. De pronto, sin darle importancia, dejaba caer alusiones sutiles que encerraban un conocimiento profundo del ser humano. Nos dejaba suspendidos, en un arrobamiento intelectual inesperado, incapaces de seguir tomando apuntes hasta haber digerido su último disparo al corazón de su audiencia. Rezumaba cierto erasmismo en sus lecciones y presumía sin disimulo de los éxitos de judíos y conversos, tan sonoros en la historia, la filosofía y la literatura de Occidente y tan silenciados para los estudiantes españoles educados en la Dictadura franquista y el nacional catolicismo.
Dediqué mi talla de Cervantes a mis maestros cervantinos Lida y Marichal
Nos decía que para los dos Fray Luis (de Granada y de León) la perfección era posible fuera de la Iglesia. Es decir, el hábito no hace al monje. Pero él nos hacía el guiño, naturalmente en latín: “Monacatus non est pietas”. Igualmente, nosotros pensábamos que el escenario y el boato académico no afectaba a la calidad de sus lecciones. Cuando un catarro le retuvo abrigado en su casa de Cambridge, aislada por un metro de nieve, nos convocó para seguir sus clases en su sala de estar. La perfección también era posible en torno a una mesa de camilla, fuera del estrado oficial de su cátedra.
Tomé todos los apuntes que pude. Los guardo como oro en paño. Sin embargo, ahora que los repaso, al cabo de casi cuarenta años, observo muchas lagunas. Lástima que Lida no haya publicado sus notas sobre el Quijote como hizo con Quevedo o Rubén Darío. Con mis recuerdos vagos y mis apuntes concretos, intentaré resumir ahora, casi en titulares, algunas de las ideas que más me llamaron la atención en sus clases, todas ellas magistrales.
“Dime qué ves en el Quijote y te diré quién eres”, nos dijo un día el maestro al hablar de este primer monumento del realismo, lleno de fantasía y verosimilitud, provocador y entretenido. Cervantes tenía muchos ángulos: erasmista, humanista, barroco, anti barroco, heterodoxo, ortodoxo, patriota, antipatriota, cristiano… Escapó a la Inquisición con hábil y sabio disimulo. No así a las cuentas de la Hacienda Pública. Dijo producir un libro para entretener y divertir. Al parecer, nada serio. ¡Válgame Dios! Escribió: “Yo di pasatiempo al pecho melancólico y mohíno”. Pero, a la vez, como el que no hace la cosa, se burló de la caballería andante y del teatro de moda, o sea, de Lope de Vega cuyo éxito le tuvo tan obsesionado. ¡Ay, la envidia que hace tan humano a nuestro gran genio! Así, como si nada, metió una carga de profundidad en el cosmos medieval divinizado, en el mundo escolástico decadente, y nos dejó una nueva conciencia del hombre europeo, capaz de empezar a separar, gracias a la ciencia emergente, el orden físico del espiritual. El panteísmo de Spinoza (“Dios igual a Naturaleza”) y el pacifismo de Erasmo se abren camino en la primera novela del mundo.
El Quijote fue la bisagra entre dos siglos, ambos de Oro, y el símbolo del español de entonces, una alegoría de la locura hispánica vista con simpatía. Su autor pintó como nadie la inadaptación a los tiempos y la entrada en una nueva era. La era, además, de la novela moderna. Inventó la fábrica de hacer novelas. Sus personajes entran y salen de la novela como Juan por su casa. Se independizan. Así abrió la puerta a Galdós, a Unamuno, a Borges, a Pirandello, a Guide, etc.
Tuvo Cervantes un éxito indudable desde la primera edición de su obra. También tuvo críticos muy duros que, de forma panfletaria, le acusaron de antipatriota. Un anónimo del siglo XVIII divulgó que “del honor de España, era el autor (Cervantes) verdugo y cuchillo”. Casi nada. Juega con las apariencias y la realidad. Mezcla críticas y sonrisas ante los ideales trasnochados y hace una meditación destructora de la caballería andante. Parece hablar en serio, pero se ríe de los autores de moda.
A medida que avanzaba el curso, Lida nos recomendaba una amplísima bibliografía, que podíamos encontrar en la Widener Library de Harvard. No daba abasto. Por eso, opté por comprar algunos de esos libros, nuevos y usados, para seguir leyéndolos en el resto de mi vida. Una gran sorpresa fue volver a leer El Quijote, próximo yo a la treintena, pero con las notas de Martín de Riquer que el maestro tanto alabó. Lida nos advertía del efecto sorprendente de leerlo a distintas edades. ¡Qué rica fue esa segunda lectura! El curso envolvía el choque de dos mundos: el de la aristocracia minoritaria, que se resistía a morir, atado a sus antiguallas y derechos divinos, y el de la burguesía mercantil, ligado a las ciudades y al progreso, que luchaba por nacer e imponerse con pensamientos sentimientos modernos.
El hombre, hijo de sus obras
Nuestro hidalgo luce un lenguaje y unos ideales arcaicos. Pero nos cuela, casi de rondón, ideales de libertad e igualdad, revolucionarios para su época. Entre ellos está la aristocracia del alma, extendida a mucha más gente, la “gente nova” de Dante. El hombre es hijo de sus obras. Cervantes conoce muy bien la literatura italiana, que desdeña lo medieval, y enlaza con Petrarca. Las virtudes no son solo de la hidalguía de linaje, nobleza de sangre feudal, sino que dependen del modo interior de vida de cada hombre. ¿La verdadera nobleza? La del virtuoso, cualquiera que sea su origen y linaje. Nos lo dice Cervantes dos siglos antes de la Revolución Francesa. Ahí es nada.
¡Cómo se ríe nuestro autor del amor cortés de las leyendas carolingias y artúricas! Ariosto, con su “Orlando furioso”, influye mucho en Cervantes. Había libertad de imitación y de creación. Orlando, bravo en la batalla y torpe en el amor con Angélica. Con ironía y sorna, vemos, de pronto, a Roldán transformado en don Quijote. Desde Homero a Cervantes, el hombre luchaba cuerpo a cuerpo. Ahora, el arcabuz portátil, con su pólvora, se impone a la espada y a la lanza. Gran discurso de las armas y las letras. Con un arma de fuego, un cobarde puede matar a un héroe. Nuestro hidalgo insiste orgulloso en llevar las armas ridículas de su abuelo, en un momento en que se abre camino la pólvora, nada caballeresca, que mata a distancia y no con la fuerza del brazo de un guerrero. Gracián llegó a decir: “Una gallina mata a tiros a un león y el más cobarde al más valiente”. Esa es la injusticia de una guerra que a nuestro hidalgo le parece innoble.
¿Era solo combatir los libros de caballería el propósito de Cervantes? De eso, nada. Dijo Borges que la segunda parte del Quijote es un comentario de la primera. En su novela, trata de asimilar lo bueno de la nueva cultura, de los descubrimientos, de los viajes y de la nueva épica burguesa, y no desesperar agarrados a los viejos tiempos. Nada más actual. Además, las novelas de caballería son su excusa para criticar toda la literatura. El Quijote es mucho más que una parodia contra la caballería andante. El odio es limitado y el amor se antepone al odio en el ataque. El mal, el ser cainita, no existe en el Quijote. Hay ironía, burla, humor. No sátira cruel.
En sus clases, Lida no ocultaba las influencias de Américo Castro, su protector, cuyos libros nos recomendaba. En su prólogo al Quijote, don Américo destacó la alusión directa a comer “los sábados, duelos y quebrantos”. ¿Sufrir y tener quebrantos si comía cerdo el sábado? Ahí se percibe que la limpieza de sangre de don Quijote no corresponde a la de un cristiano viejo sino a la de un cristiano nuevo, descendiente de judíos conversos. Las virtudes de los caballeros andantes le venían “de casta”, por su buena cuna. Eran héroes por linaje. Un hidalgo, por respeto a lo que es, no hace trabajos manuales, cosa de judíos y moriscos. Ahí vemos ciertas raíces profundas del atraso económico de España. El hidalgo desprecia el lucro y el ahorro. Lo suyo es la liberalidad del manirroto. Se dedica al ocio o la guerra. Pero Cervantes no nos ofrece un héroe de 12 años, como Amadís de Gaula, sino un viejo de 50 años, como él mismo. Un hidalgo moderno que sabe leer. Y hace una burla erasmista de los eruditos medievales. Pasa de la debilidad por los libros a otra debilidad peor: la caballería andante.
Nos presenta a un héroe invencible que socorre a los débiles, viudas, huérfanos, desvalidos, doncellas perseguidas por tiranos. Su espada es infalible, mágica, contra reyes, emperadores, gigantes, follones, magos, brujos, demonios o encantamientos. Sus aventuras contra leones, fieras míticas o caballos voladores tienen final feliz. Recorre al azar montes, valles, castillos, cortes fantásticas en las que princesas se casan con el vencedor de un torneo. Puede ser, si quiere, rey de una ínsula. Treinta años antes, el Concilio de Trento había condenado los libros de caballería por “lascivos y obscenos”. Los acusaba de difundir el asombro y el milagro de la magia (del diablo) y no de Cristo y los santos. La Iglesia defendía la “honestidad cristiana” frente a la moralidad caballeresca de origen pagano (“el amor solo para Dios”) y declaraba la guerra a la mundanidad del siglo. “Con la Iglesia hemos dado, Sancho”. Cervantes se ríe de la beatería y de la hipocresía.
Sospechosos de judaísmo
Sabe que, en Italia, los libros españoles eran sospechosos de judaísmo. Por su magia, incluso Amadís, leído por los luteranos, era tenido por hereje y demoniaco. Sin embargo, nuestro autor no odia los libros de caballería. Según Lida, hace otro. El mejor. Tiene su alma dividida: “libros sin igual”. Los elogia: “admirado ante el disparate”. Con sabor agridulce, tiene un desquite irracional: un loco “con bonísimo entendimiento”. Celebra “el estado para el que hemos nacido: la caballería andante”. Y recurre al canónigo para dar otra vuelta de tuerca maliciosa: “si no los leo críticamente corro el peligro de divertirme”.
Tengo la impresión de que Cervantes es un bromista redomado, que juega con el lector, con indecisión y goce dual. Mezcla lo histórico con lo legendario, lo sublime con lo ridículo. Parece decirnos que no debemos fiarnos ni de él mismo. Practica la prosa arcaica, como Garcilaso, y ofrece relajo, equilibrio, salud, distracción y pasatiempo “al pecho melancólico y mohíno”.
Por su modernidad y fuerza moral, uno de los capítulos más impactantes del Quijote ha sido para mí el que da cuenta de los amores y desamores de la pastora Marcela y el estudiante Grisóstomo … ¡en 1606! Se adelanta a cualquier feminista de hoy. “Comprender mejor es estar en condiciones de amar mejor”. Ahí se arriesga y se luce Cervantes. Marcela grita desde lo alto de una roca: “Nací libre”. La pastora quiere “vivir su vida” y celebra su libertad individual sin atender al efecto de su acción en los demás. Todos acusan a Marcela del suicidio de Grisóstomo quien se mata por su amor no correspondido. Ella no se siente culpable. Don Quijote – ¡cómo no! – la defiende. El mundo ha cambiado y nuestro ingenioso hidalgo se lanza contra la hipocresía, la mentira y el cinismo. Es decir, contra el amor provenzal. Sale en defensa de los derechos de la mujer. Da pie a varios mitos: un hombre quijotesco, aventuras quijotescas, quijotismo.
Cervantes parodia, critica, ataca, quiere, imita y mejora los libros de caballería y, burla burlando, pasa el problema al lector. Pero su sátira no es encarnizada como la de Quevedo. “Nunca voló mi pluma por la región satírica…” Critica los libros de caballería no con sarcasmo destructivo sino con la sonrisa, con el humor de un loco ridículo que pronto se convierte en un loco entretenido y crece hasta ser un prodigio de simpatía. Nos hace reír y, sin embargo, ¡qué pena!, muelen a palos al héroe, hacen burlas del derrotado. Según Lida, Dickens, como Cervantes, une a la burla el amor. Son víctimas de la sociedad que no se resignan. Para Galdós, El Quijote es una obra moderna. Un libro lleno de vida, de amor. Su autor se separa de la contrarreforma. Opone la igualdad a la casta, la paz a la guerra, el amor al odio.
Raimundo Lida, catedrático de la Universidad de Harvard.
En este “libro de libros”, “versión de versiones”, no aparece el pecado original, no hay figura del mal ni del pecador arrepentido. No hay seres perversos sino cambiantes. No son de una sola pieza. El bandido Roque es cruel y compasivo. Es la novela de los imposibles. “Yo soy libre”, le hace decir a Marcela ¿a los 16 años? ¿Dónde queda la autoridad paterna? ¿Por qué lo dice si sabe que no es cierto? ¿Cuál era su propósito? Lida no se sorprende. Cita a Valery: “Las intenciones son intenciones y las obras son obras”. Nos dice que sí, que Doctoievski trató de escribir un folletón de moda y, mira por donde, le salió “Crimen y castigo”. ¡Qué diferencia entre la intención y la obra! Recurre a Fichte: “La obra literaria depende del hombre que se es”.
A veces, nos parece escrito desde otro mundo. Salta por encima de los valores de su época y se dirige a temas universales. No niega la realidad objetiva ni hay idealismo a lo Berkeley, pero nos muestra una realidad insegura, oscilante. Los libros no son inertes. Actúan sobre el alma humana. Cada libro es distinto para cada lector. Nos muestra distintas posiciones ante la misma aparente realidad. ¿Gigantes o molinos? El ventero defiende los libros de caballería, como don Quijote. El cura los ataca. Cervantes nos va irradiando problemas en cada línea. Inquieta al lector. Hace una “imitación selectiva” de los llantos de Amadís o de Orlando cuando escribe la carta, con lenguaje arcaico, a Dulcinea. Para Pedro Salinas esa es “la mejor carta de amor de la literatura española”. Su Quijote huye de la sociedad… enloqueciendo.
“Tutéame Sancho”
Uno de los grandes aciertos del libro es, a mi juicio, la influencia mutua que se produce entre don Quijote y Sancho. Tengo un dibujo muy querido que el gran Ortuño me dedicó en tiempos de Cambio 16. Muestra al caballero y al escudero por la Mancha, a lomos de sus bestias, bajo un sol de fuego. El globito de texto es muy escueto, lapidario. Don Quijote le dice a su criado: “Tutéame Sancho”. Toda la obra cervantina es una parodia de la parodia, con un estilo que Lida llamaba “mercurial” y zumbón pues nada estaba quieto. “Soberana y alta señora”, empieza diciendo el hidalgo. Sancho lo memoriza así: “Alta y sobajada señora”. De soberana a sobajada.
El autor se ríe de la falsa erudición, de la seudociencia, de la sabiduría inútil. Se ríe de sí mismo. “¿Qué libro tienes ahí?”. El lector responde: “La Galatea, de Miguel de Cervantes”. Inventa aquí el “pirandelismo”, el desdoblamiento entre personaje y autor. De paso, nos mete un corte publicitario. Así es el prisma cervantino. Cuando un asunto llega al prisma queda descompuesto en colores distintos. Así son también las distintas verdades y planos del creador del Quijote y – ¡cómo no! – de Sancho. El creador de un enorme mito doble: el ingenioso hidalgo y su interlocutor o anti personaje que no es Dulcinea (la presencia de una ausencia) sino Sancho. Dulcinea es el gran personaje ausente. Alonso Quijano nunca tuvo el “don”. Don Quijote, sí. Además, “de la Mancha”, como el “de Gaula” o “de Inglaterra”. Don Quijote es un judío converso pero su apellido viene del árabe: Mancha o Manggia, tierra seca y alta, refugio frente a inundaciones. Hay parodia de nombres pomposos (Don Quijote, Dulcinea) con apellidos ridículos (de la Mancha o del Toboso).
También juega con los octosílabos: “don Quijote y Sancho Panza” o bien “en un lugar de la Mancha”. Como a Raimundo Lida no se le escapaba ni una, nos descubrió que el Quijote empieza, sin ponerle comillas, como es costumbre cuando se copia, con ese octosílabo (“En un lugar de la Mancha…”) sacado sin permiso de una coplilla anónima y vulgar. Es una nota de humor, una comicidad para enterados, más propia de la picaresca que del mundo de los sabios. Riza el rizo con esta imprecisión en endecasílabo: “…de cuyo nombre no quiero acordarme…”. De lo que sí se acuerda seguramente Cervantes es de otro endecasílabo de La Eneida: “Callaron todos, tirios y troyanos”. En su juego “mercurial”, recurre al equívoco con frases célebres.
El caballero va contagiando su locura al escudero. Las promesas de una ínsula ayudan. Pero también vemos un cariño gradual de Sancho hacia su amo, una cierta hermandad matizada. Aunque el criado es rústico, hablador, abusador del lenguaje, la relación entre caballero y escudero los iguala como el amor que iguala a la pareja. Hay una dignidad entre señor y criado. Sancho aprende e imita pues tiene fe en su amo. Se hacen inseparables, imprescindibles hasta la muerte. Son dos almas que se van haciendo recíprocamente. Cuando el escudero es gobernador, pasa a primer plano. Sancho Panza no es la sombra de don Quijote sino su complemento. Crecen y se funden el uno en el otro. Son la cara y la cruz del alma humana.
Los refranes de Sancho, píldoras de conocimiento, se le van pegando a su señor. “Cuatro dedos de enjundia tiene de cristiano viejo”. La enjundia es grasa o manteca de cerdo, prohibida a musulmanes y judíos. Con mucha gracia, Sancho corrompe el lenguaje. Su amo dice “pacto tácito o expreso con el demonio” y Sancho lo repite, a su modo, como “patio espeso con el demonio”. En su entrelazamiento, ambos tienen un acuerdo de creerse mutuamente. Para Lida es, sin duda, una novela social. Otro rizo: haciendo la novela explica cómo se hace una novela. El cura habla de Cervantes y de su Galatea. Novela sobre novela. No hay marcos fijos entre novela y realidad. Salen personajes en la segunda parte que han leído la primera, en ediciones piratas por las que Cervantes no cobró ni un maravedí. Lo mismo que hoy con Internet.
“Rey de los hidalgos… ruega por nosotros”
En su continuo juego de perspectivas, el autor hace al lector cómplice del narrador. Es un gran periodista que utiliza diversas fuentes, según se mire, para informar de un mismo hecho. Pone el nombre de Cide Hamette Berengeli (berenjena) al autor del manuscrito. Precisamente, la berenjena, plato favorito de moriscos y judíos. Mi hijo David no olvida una frase que leímos juntos, cuando era niño, antes de dormir: “Llenósele la fantasía de todo aquello que leía en los libros”. La repetimos aún entre risas. La fantasía y la imaginación… “la loca de la casa” para Santa Teresa.
Hay tantas lecturas del Quijote como lectores. Para un romántico perdido como Heine, es “el libro más triste que existe”. Pero también nos da pistas de un pre racionalismo avanzado, de un pensamiento pre siglo XVIII. No pocos aún siguen descifrando los mensajes de Cervantes, los misterios que disimuló hábilmente y no pudo decir con claridad por miedo a la Inquisición, siempre atenta a los peligros de cualquier disidencia.
Mi camiseta favorita para el tenis.
Algunos han querido ver el engrandecimiento de Sancho como un anuncio de la emancipación de la clase obrera o los valores democráticos (libertad, igualdad, fraternidad) en don Quijote. No digamos Pirandelo en su obra, tan cervantina, “Así es si así os parece”. Para Unamuno, nuestro hidalgo sufre una “santa locura”. Para Ortega y Gasset, se trata de la novela de los puntos de vista, del perspectivismo y la realidad oscilante. Cervantes es un Erasmo sin religión. En su obra no hay influencia religiosa pues la moral de Cervantes es filosófica, natural, humana. Lutero, que tiene todo lo español por sospechosamente poco cristiano, llegó a decir que “casi prefiero tener al turco por enemigo que a los españoles que no creen en nada; son marranos seudo convertidos”. Así se abonaba la leyenda negra contra el imperio español de los Austrias.
Para compensar lo de Lutero, no puedo cerrar los apuntes que tomé de las clases magistrales del maestro Raimundo Lida sin copiar aquí una cita que nos regaló de Rubén Darío. En ella, el grandísimo poeta modernista santifica a nuestro don Quijote:
“Rey de los hidalgos,
señor de los tristes,
noble peregrino,
contra las certezas,
contra las mentiras,
contra la verdad,
ruega por nosotros”.
Así sea, maestro Lida. Usted me hizo, por siempre, cervantino. Gracias.
Acerca de JAMS
Periodista en activo durante los últimos 55 años, doctor en Ciencias de la Información “cum laude” por la Complutense y primer hispano parlante diplomado por la Nieman Foundation for Journalism de la Universidad de Harvard (1976-77). Profesor titular de Economía Aplicada de la Universidad de Almería. Consejero y fundador del Grupo 20 minutos España. Ha sido Director General y fundador de Multiprensa, la empresa editora del diario 20 minutos, líder de la prensa española durante casi una década y de 20minutos.es, número 3 de las webs de noticias de España (1999-2014). Director-fundador de los diarios El Sol (1989-90)y La Gaceta de los Negocios (1988-89), del semanario Doblón (1974-76), del mensual Historia Internacional y de la televisión matinal, con el primer informativo diario “Buenos Días” de TVE (1986); director de la Agencia EFE Nacional (1987), corresponsal en Estados Unidos del semanario El Globo del Grupo Prisa (1987-88), redactor jefe de Internacional y de Economía del diario El País (1977-84) y redactor jefe fundador y director en funciones del semanario Cambio-16 (1971-1974). Director de los Telediarios, en distintas etapas, y de varios programas en directo (Informe del Día, Espiral/Detrás de la Noticia, Economía en la 2, Entrevistas a Candidatos Presidenciales de 1993 y 1996, Debates electorales, etc,) de Televisión Española. Corresponsal-jefe de TVE en Estados Unidos 1995-96 (despedido tras la entrevista preelectoral que realizó al candidato José María Aznar) y autor de varios libros: “Jaque a Polanco” (Temas de Hoy, Planeta), “Los empresarios ante la crisis” (Grijalbo) y “Autopistas de la Información” (Debate), con Francisco Ros e Ignacio Santillana; Es almeriense, presidente de la Junta Rectora del Parque Natural Cabo de Gata-Níjar (Almería) y posee la Medalla de Andalucía. Ejerció el reporterismo de sucesos y de información económica en la Agencia Hispania Press (1968) y fue redactor del diario Nivel (1969) y del diario Arriba (1970-71). Trabajó en Radio Nacional de España y TVE en programas de divulgación económica (Mi Bolsillo, La Aventura del Saber, El Canto de un Duro, etc.). Como director del semanario económico Doblón y autor de un artículo sobre la purga de moderados en la Guardia Civil fue secuestrado, torturado y sometido a una ejecución simulada en marzo de 1976 por fuerzas paramilitares franquistas. Fue el primer desaparecido del final del franquismo. Trabajó para el Gobierno de Adolfo Suarez en la Reforma Fiscal (1978) como ayudante del ministro de Hacienda, Fco. Fdz. Ordóñez y en el programa de ajuste económico de Los Pactos de la Moncloa a las órdenes directas del vicepresidente Fdo. Abril Martorell y del ministro de Economía, Jose L. Leal (1979-80). El 13 de febrero de 2014 dejó el Consejo de 20 minutos, pero mantiene su blog “Se nos ve el Plumero” sobre “Noticias y no noticias comparadas” (dentro de 20minutos.es) que, desde 2005 suma casi 2,9 millones de lectores. Ver todas las entradas por JAMS →
Llevo un décimo con su fecha de nacimiento, regalo que nos hizo Roberto Cermeño, presidente de la Agrupación Carmen de Burgos del Ateneo de Madrid, el día de su homenaje por el 155 aniversario de su nacimiento y el 90 de su muerte.
Aunque no me toque, este décimo es digno de ampliar y enmarcar. O quizás, de tallar en madera, como hice con un sello de mi paisano Nicolás Salmerón, presidente de la I República, en un taco de nogal.
Naturalmente, el diario La Voz de Almería informa hoy del sorteo de la Lotería Nacional dedicado a a nuestra paisana Carmen de Burgos.
También llevo algunos décimos del sorteo del Gordo de Navidad con sus números terminados en 78, el año que se votó y aprobó la Constitución más larga y provechosa de la historia de España.
La tradición continúa. Claro que no soy supersticioso porque trae mala suerte.
Acaba de empezar el sorteo del Gordo. Adiós. Cruzo los dedos.
Con emoción contenida, asistí ayer a la entrega del primer premio Albert Camus (de la Asociación Arte y Memoria) al historiador Ángel Viñas y a la Asociación de ex presos y represaliados políticos anti franquistas. Me emocionó el acto en el auditorio de la Academia de Cine (pared con pared con la sede del PP), sobre todo, porque estuvo repleto de jóvenes.
Fui a abrazar a mi amigo Viñas y me topé, de pronto, con el relevo de una nueva generación que proclama los valores de republicanos de libertad y justicia a través del cine y otros formatos digitales. Los cortos premiados por la Asociación Arte y Memoria expresaban «el deber de la memoria» (no olvidar el Holocausto, la resistencia francesa, la guerra civil española, los refugiados y emigrantes, Ucrania, el hambre, la pobreza, los olvidados, el sinsentido de los totalitarismos…). Hubo menciones a Fahrenheit 451 («la temperatura a la que se inflama y arde el papel») en favor del memoria como «un acto de resistencia».
Viñas comparte el primer premio Albert Camus con la Asociación de ex presos y represaliados antifranquistas.
El Festival Internacional de Cine por la Memoria Democrática (FESCIMED) reunió ayer a un buen grupo de jóvenes artistas cinematográficos. Como premio, recibieron la escultura de un taco de árbol, con las anillas de la memoria, coronado por una piedra de los campos de Brunete, donde murieron 30.000 españoles en una batalla inolvidable de dos semanas. Las piedras de la memoria…
El profesor Viñas, el historiador que ha descubierto las vergüenzas corruptas del «millonetis» Francisco Franco, hizo un espléndido discurso de gracias. Anunció su próximo libro sobre la República Española y la URSS en tiempos de Stalin y pregonó su tesis, compartida por nuestro gran amigo Gabriel Jackson, de que «la guerra civil no fue inevitable».
Viñas nos descubrió la cita real y tremenda de Albert Camus sobre la guerra civil española, publicada en 1945: «Es posible tener razón y ser vencido». Los vencedores no tenían la razón, según Unamuno, solo la fuerza. Y esa fuerza les vino de Hitler y Mussolini… «y de los monárquicos alfonsinos, los falangistas y carlistas, los financiadores del Golpe como Juan March y una parte del Ejército». Ángel Viñas («no hay historia definitiva, no hay historiadores definitivos») nos ofreció también otro de sus hallazgos. La Italia de Mussolini firmó con Sanz Rodríguez contratos de suministro de armas, aviones, etc., para los futuros golpistas, ¡el 1 de julio de 1936! es decir, 18 días antes del golpe de Estado de Franco. Estaba claro que si fracasaba el Golpe, los golpistas tenían prevista la guerra civil con la ayuda infame de Hitler y Mussolini. Gracias a historiadores como Viñas vamos descubriendo la memoria de aquella infamia inolvidable, pese a los medios franquistas que, durante décadas, pretendieron borrar la memoria sin éxito. Uno de los premiados citó al argentino Eduardo Galiano: «Nos mean y los medios dicen llueve».
La Ley que Fernando Martínez promovió, desde el ministerio de Félix Bolaños, «pone en el centro a las víctimas». Nos recordó su lema: «Verdad, Justicia y Reparación» para que no vuelva a ocurrir jamás. Según el secretario de Estado, «el deber de la memoria (memoria intergeneracional) es una garantía de no repetición de la barbarie».
Una de las premiadas me impresionó con su breve discurso («mujer joven y libre me siento») y otra cerró su discurso de gracias con un grito, ya clásico: «Honor y gloria a las víctimas de la barbarie».
Seguramente sin querer, y sin citarlo, Willy Meyer, ex eurodiputado con Izquierda Unida, hizo propaganda de mi libro «La prensa libre no fue un regalo». Me gustó. Dijo que «la libertad nunca ha sido un regalo sino una conquista… y las conquistas no son definitivas». Gracias, Willy. Te recomiendo mi libro. Buen regalo de Navidad para los amantes de la libertad. No digo más.
Ayer colocamos el retrato de Carmen de Burgos en su sitio, en la Galería de ilustres del Ateneo de Madrid. Ya era hora. El ministro Bolaños celebró el acontecimiento con un discurso feminista y progresista. Hizo justicia a la memoria de esta descomunal periodista y maravillosa persona tan maltratada por la dictadura de Franco.
Algunos de sus libros, que se salvaron de las hogueras franquistas, fueron expuestos junto a su retrato.
Naturalmente, La Voz de Almería, se hizo hoy eco del acontecimiento.
Durante el acto de homenaje del día anterior, Antonio Sevillano, historiador y periodista almeriense, nos regaló unos documentos impresionantes de la quema de libros de Carmen de Burgos, 1940, por orden de las autoridades franquistas.
En la lista de autores prohibidos, cuyas obras fueron destinadas a la hoguera, Carmen de Burgos aparece, con el número 9, como la primera española condenada por Franco. Atención! Que no vuelvan los quemadores de libros. Están al acecho. Y la libertad de expresión no nos tocó en un tómbola. Luchamos por ella.
Anoche rescatamos la memoria de la descomunal figura de Carmen de Burgos en el venerable Ateneo de Madrid. Con tres ilustres colegas (Antonio Sevillano, Asunción Valdés y Mar Abad) y el presidente de la Agrupación Carmen de Burgos (Roberto Cermeño), me tocó defender su vida y su obra, borrada sin éxito por el tirano Francisco Franco. Como Carmen de Burgos, yo también soy almeriense, periodista, feminista, laico, ateneísta y de corazón republicano. Fue un acto emocionante.
Copio y pego aquí mi intervención:
Carmen de Burgos, la mujer más odiada o temida por Franco
J. A. Martínez Soler
Buenas tardes. Muchas gracias al Ateneo y a Fernando Martínez, secretario de Estado de Memoria Democrática, por invitarme a este homenaje a Carmen de Burgos.
Como Carmen de Burgos, yo también soy almeriense, periodista, feminista, laico, ateneísta y de corazón republicano.
De joven, descubrí la figura de esta paisana mía por puro azar. Con 21 años, recibí una auténtica beca de Televisión Española para investigar y documentar el programa “España, Siglo XX”, lo que me permitió pasar varios años, como rata de hemeroteca, hurgando en la prensa española, desde el desastre del 98 hasta el golpe de Estado del general Franco.
Mis pre guiones eran firmados por un tal José María Pemán, el poeta de la ominosa Dictadura. Así me convertí en el “negro” de Pemán. Luego supe que José María Pemán, para quien yo había trabajado, era uno de los quemadores de libros del franquismo entre los que destacaban los de Carmen de Burgos. Pemán acusó a los escritores disidentes de ser «envenenadores del alma popular, primero, y mayores responsables de todos los crímenes y destrucciones que sobrecogen al mundo».
Gracias a TVE me convertí, también, en el único español vivo que ha visto la colección completa de el segundo diario El Sol, el de Ortega y Gasset, página a página. El primer Sol lo fundó Ríos Rosas y el tercero lo fundé yo. Fue uno de mis grandes fracasos. También pude repasar en la hemeroteca varias revistas y diarios del primer tercio del siglo XX como el Heraldo de Madrid, el Diario Universal, El Globo o el Nuevo Mundo.
Y allí se me apareció, por primera vez, con sus “Notas femeninas”, Carmen de Burgos, colando con disimulo sus ideas europeas y modernas en una sociedad atrasada, intolerante, anclada en el pasado. Ella quería “adelantar la civilización en España”, el sueño de Azaña.
En 1903, Augusto Figueroa la fichó como redactora del Universal, la primera periodista en nómina de nuestra historia, y le sugirió que firmara como Colombine su columna diaria “Lecturas para la mujer”. Ahí le perdí la pista, pues, al dejar el programa España siglo XX de Televisión Española, me dediqué, como ella, a fundar revistas y diarios y a recorrer medio mundo como corresponsal de prensa.
El segundo flash de Colombine le recibí cuando, hace 13 años, mis colegas almerienses Miguel Naveros y Federico Utrera (coautor de “La voz silenciada. Memorias de Colombine”) y la escritora Marijé Orbegozo me llevaron un día al Cementerio Civil de Madrid. Fue en octubre de 2009. Asistí allí a un emotivo homenaje, con música de Bach y Casals, con poemas de José Hierro, Pablo Neruda y Miguel Hernández, con flores tricolor y discursos de María Soriano y Concha Núñez, ante la tumba recién restaurada de Carmen de Burgos. Estaba muy cerca del mausoleo de don Nicolás Salmerón, un almeriense como ella que fue presidente de la Primera República y cuyo retrato cuelga de estas paredes venerables del Ateneo como colgará mañana, por fin, el retrato de nuestra Colombine.
Aquella conmemoración íntima del aniversario de la muerte de Carmen de Burgos en 1932 (hace ahora 90 años) despertó definitivamente mi interés por rescatar la memoria, verdaderamente democrática, de mi paisana. Muy pronto, al conocer parte de su obra (La rampa, Puñal de claveles, El arte de ser mujer, etc.) la fui descubriendo como una “figura descomunal y universal”, tal como como la define Concha Núñez, su gran biógrafa. (Por cierto, publicó su “Puñal de Claveles” en 1931, un año antes de que Federico García Lorca publicara su “Bodas de sangre” sobre el mismo crimen de Níjar (Almería). Carmen había crecido en Rodalquilar, muy cerca del lugar del trágico suceso y Federico había vivido en Almería donde conoció los hechos que relató la prensa).
Desde que empecé a conocer su obra, pregono, sin mucho éxito, las excelencias de Carmen de Burgos (Colombine): primera redactora fija de España, primera corresponsal de guerra, progresista, autora de mas de 250 obras (100 novelas cortas, 12 largas, 40 traducciones y más de 10.000 artículos de prensa), activista incansable, vanguardista, defensora de los derechos de la mujer y del niño, de los marginados y desfavorecidos, del voto femenino y del divorcio, contraria a la pena de muerte… Ella fundó la Alianza Hispano Israelí en favor de la comunidad sefardita. Fue maestra de ciegos y sordomudos, profesora de arte en La Palma y contertulia de los intelectuales y artistas más prominentes de su época. Triunfó en La Sorbona y en otras universidades extranjeras. Como pionera, se anticipaba a sus colegas. De ella dice Wikipedia que “defendía la liberad y el goce de vivir”. La dulzura de vivir… ¿Cómo no admirarla y, por tanto, quererla? Lástima que hasta que recuperamos la libertad en España haya sido tan desconocida para nosotros.
¿Por qué, durante la larga Dictadura franquista, casi nadie en España sabía quien era Carmen de Burgos? Sencillamente, por haber tenido el dudoso honor de haber sido la mujer más odiada y/o temida por el dictador Francisco Franco y toda su clerigalla. Sufrió un asesinato biográfico, no solo de su carácter sino también de su obra literaria y periodística. Desde el golpe de Estado militar de 1936, su nombre fue extirpado de la historia de España y sus obras quemadas.
En su primer número, el 1 de agosto de 1936, el diario falangista Arriba, del que yo fui redactor, incitaba a la destrucción de libros: «Camarada, tienes obligación de perseguir al judaísmo, a la masonería, al marxismo y al separatismo. Destruye y quema sus periódicos, sus libros, sus revistas, sus propagandas».
El 2 de mayo de 1939, el mismo diario Arriba publicó un comentario, titulado “Letras de humo”, en el que se decía:
“Con esta quema de libros también contribuimos al edificio de la España, Una, Grande y Libre. Condenamos al fuego a los libros separatistas, liberales, marxistas; a los de la leyenda negra, anticatólicos; a los del romanticismo enfermizo, a los pesimistas, a los del modernismo extravagante, a los cursis, a los cobardes, a los seudocientíficos, a los textos malos, a los periódicos chabacanos. En España los hombres jóvenes tienen el valor de quemar vuestros libros y, sobre todo, de quemarlos sin un gesto de aflicción”.
Siguieron la línea, tan española, del inquisidor Torquemada quien, en el siglo XV, mandó quemar todos los libros no cristianos. Antes de que los nazis y Franco le dieran la razón, el poeta alemán Heine, del siglo XIX, lo tuvo muy claro:
– “Allí donde queman libros, acaban quemando personas”.
En el índice de los condenados a arder estaban, entre otros, libros de Rousseau, Marx, Voltaire, Lamartine, Gorki, Freud, el Heraldo de Madrid y, con el número 9 de la lista de los prohibidos, aparece la primera mujer: Carmen de Burgos. La segunda mujer perseguida fue otra ateneísta: Emilia Pardo Bazán por su excelente obra “Los Pazos de Ulloa”.
El diario Ya escribió en su crónica que «las llamas subían al cielo con alegre y purificador chisporroteo» y que «la juventud universitaria, brazo en alto, cantó con ardimiento y valentía el himno Cara al Sol».
La Ley de Prensa regularizó la censura en 1938, obligando a retirar libros, revistas, publicaciones, grabados e impresos con «ideas disolventes, conceptos inmorales, propaganda de doctrinas marxistas y todo cuanto signifique una falta de respeto a la dignidad de nuestro glorioso Ejército, atentados a la unidad de la Patria, menosprecio de la religión católica y de cuanto se oponga al significado y fines de nuestra Cruzada Nacional».
Franco aplicó a Carmen de Burgos la “damnatio memoriae”, un latinajo que significa ‘condena de la memoria’. En la antigua Roma, condenaban el recuerdo de un enemigo del Estado tras su muerte. Cuando el Senado romano decretaba la “damnatio memoriae”, se eliminaba todo recuerdo del condenado: imágenes, monumentos, inscripciones, e incluso se llegaba a la prohibición de usar su nombre.
En la Unión Soviética, Stalin aplicó la “damnatio memoriae” contra sus enemigos políticos. Prohibía toda mención de sus nombres y los eliminó de la prensa, libros, registros históricos y documentos de archivo.
En la película 300, dirigida por Zack Snyder, Jerjes amenaza a Leónidas:
“Borraré incluso la memoria de Esparta de las historias. Cada pedazo de pergamino griego será quemado. A cada historiador griego y a cada escriba se les arrancarán los ojos y se les cortará la lengua mientras que honrar el nombre de Esparta o de Leónidas será castigado con la muerte. El mundo ni siquiera sabrá que ustedes existieron.”
Franco no llegó a tanto, pero casi…
Gracias a la Biblioteca Nacional, que salvó de la hoguera algunas de sus obras, y a Concha Núñez, que resucitó su figura «descomunal y universal», y ahora a Asunción Valdés, flamante biógrafa de Colombine, quienes sobrevivimos a la censura del tirano hemos podido conocer a la grandísima feminista y progresista que fue Carmen de Burgos.
Franco fracasó en su felonía contra Colombine. Y ahora, el Gobierno legítimo de España y el Ateneo de Madrid ponen su grano de arena en la recuperación de su memoria con este merecido acto de homenaje, en el 90 aniversario de su muerte en Madrid y en el 155 aniversario de su nacimiento en la Plaza Vieja de Almería. También con la colocación, mañana, de su retrato entre los personajes más ilustres de la historia de nuestro Ateneo. Más vale tarde que nunca. No olvidemos que Carmen de Burgos fue la tercera mujer socia del Ateneo, después de Blanca de los Ríos y la insigne condesa de Pardo Bazán, la dueña del Pazo de Meirás que usurpó el dictador para sus vacaciones. El cuadro de la doña Emilia, pícara sutil y genial escritora, cuelga en nuestra galería no muy lejos del de su amante, don Benito Pérez Galdós.
¿Por qué se ensañó tanto el dictador con nuestra paisana? ¿Por qué concentró contra ella toda la carga explosiva de su odio? ¿Tanto miedo le daba su vida como su obra? Se me ocurre un abanico de motivos. Periodista, corresponsal en Europa y Norte de África, librepensadora, divorciada, laica, maestra y educadora, regeneracionista, no revolucionaria, activista defensora de los derechos humanos, especialmente los de la igualdad de la mujer, progresista, republicana, culta, atractiva, amancebada con un escritor ambicioso muchos años más joven que ella, una mujer valiente, que decía lo que pensaba, primero con disimulo y luego sin pelos en la lengua, que gozaba de la libertad de pensar y escribir y, por encima de todo, Carmen de Burgos era masona, algo insoportable, no sabemos por qué, para el dictador fascista. Bueno, quizás sí sabemos por qué. Franco pidió el ingreso en una logia masónica, pero nunca le admitieron. Cristóbal de Lora, también militar, hizo un informe muy negativo contra el ingreso de Franco en la masonería. Una de las razones aportadas en dicho informe fue que su biografía estaba “muy lejos de los principios humanistas de la masonería”
En la cobertura informativa crítica que Carmen de Burgos, primera mujer corresponsal de guerra, hizo de los fracasos del Ejército español en el Norte de África podemos encontrar otras claves de la persecución que sufrió después de muerta. Fue a Melilla en 1909 para hablar con los soldados y contar lo que descubría. Entre aquellos desastres del norte de Marruecos, como el del Barranco del Lobo en 1909 o el de Anual en 1921, forjó el “tenientillo” Francisco Franco su carrera militar tan meteórica. Los militares “africanistas”, que en 1936 apoyaron el golpe de Estado de Franco contra la II República, conocían y detestaban las crónicas de Carmen de Burgos sobre la guerra de África. Ella escribía lo que veía y lo que veía era insoportable para los futuros golpistas. Como había sufrido mucho desde muy joven, niña enferma y con un marido borracho y maltratador, Carmen veía cosas que otros no veían. Y las contaba en su periódico. Sus crónicas me recuerdan, a veces, al pícaro de Tormes: “He sido lazarillo de un ciego y por eso veo cosas que otros no ven”.
Colombine, como diría Machado, era una de esas personas «universales del corazón». Carmen luchó toda su vida contra la injusticia y la ignorancia. Por eso, quienes creemos en la igualdad entre el hombre y la mujer, la tenemos como modelo ético y profesional y compartimos sus ideales democráticos estamos en deuda con ella. Con actos como este, queremos hacer justicia, rescatar la memoria democrática de esta creadora genial, cuya vida y obra nos reconcilia con la condición humana.
“Lleva quien deja y vive el que ha vivido”, escribió don Antonio Machado. Carmen de Burgos viajó y vivió apasionada e intensamente, hizo muchas preguntas para conocer lo diferente y, con sus obras salvadas de la hoguera por sus admiradores, nos ha dejado mucho. Por eso, ni siquiera Franco, con todo su poder y su odio, consiguió borrarla del mapa. Carmen de Burgos resucita cada día en nuestra memoria. Así sea.
Mi madre hubiera pensado ayer que estábamos en la ruina. «¿Tomates verdes fritos? Válgame Dios?». Esa habría sido, sin duda, su reacción al verme cocinar los últimos restos de tomates raff, duros, verdes y feísimos, de mi huerta. Mi chica me animó a probar lo que en Nueva Inglaterra era comida habitual en otoño.
En Boston pasan del verano al invierno en un par de días. En septiembre, los tomates se quedan verdes sin remedio hasta que la nieve prematura los destroza. En mi primera visita a Estados Unidos me dijeron que «lo mejor de Nueva Inglaterra era la primavera y el otoño, ambos días».
En 1970, mi suegra me sorprendió con un primer plato exquisito de lo que yo creí que eran berenjenas rebozadas al estilo almeriense de mi madre. ¡Qué va! Eran tomates verdes fritos. ¡No me lo podía creer! A los pocos días comprobé que, a la orilla de las carreteras locales, vendían tomates verdes. Los comían como si se tratara de un majar. Ha pasado medio siglo que aquella experiencia y ayer, al retirar los restos semi congelados de mi huerta, recordé la receta de mi suegra. Su hija, Ana Westley (awestley.com), me animó a repetir la receta de mi madre con las berenjenas rebozadas pero… sin berenjenas.
Me recordó que nuestras pensiones de jubilados se estaban resintiendo por las tarifas del gas y de la electricidad y que debíamos ahorrar en lo que fuera posible. Me convenció. Manos a la obra. Coseché una buena cesta de tomates raff, verdes y durísimos. En lugar de tirarlos a la basura, como hacía todos los años, antes de esta crisis energética, los llevé a la cocina.
Como no recordaba la receta de mi suegra (de Boston o, quizás, de Dakota) apliqué la de mi madre con las berenjenas. Rebocé las lonchas de tomates verdes con huevo batido y luego con harina se trigo y las eché a la sartén con aceite de oliva muy caliente. Un par de vueltas y bajé la temperatura de la placa del 9 al 6. Mi nieto Leo me dijo un día que, en su casa, el agua hierve a 9 grados.
El resultado ha sido espléndido. Rodajas fritas de tomates verdes rebozadas con huevo y harina… exquisitas. Os lo recomiendo. Solo me faltó ponerles un poco de miel. No era necesario, pues resultaron más dulces que las berenjenas. Hemos recuperado una tradición de la familia Westley que ya habíamos perdido. Y hemos ahorrado unos euros. Ya no volveré a tirar a la basura los tomates verdes de fin de temporada que nunca van a madurar.
El libro del ex ministro de Economía, José Luis Leal, («Hacia a libertad») me ha abierto los ojos y me ha iluminado zonas claves de nuestra transición de la Dictadura a la Democracia. ¡Enhorabuena y gracias, José Luis!
Si estoy convencido de que, a pesar de los pesares, hay nobleza y generosidad en la acción política es porque compartí (1978-1980) el sueño de Camelot en el palacete de Castellana, 3. Servir a los intereses generales de España, a las órdenes directas del ministro José Luis Leal e indirectas del vicepresidente Fernando Abril Martorell, marcó mi admiración y lealtad por aquel equipo reducido y eficaz que promovió y cumplió los Pactos de la Moncloa, imprescindibles para poder aprobar, con estabilidad socio económica, la Constitución más larga y provechosa de nuestra historia. Los demócratas le debemos mucho a esa pareja de patriotas.
Yo ganaba allí muy poco dinero, comparado con el sueldo anterior y posterior de redactor jefe de El País, pero nunca gané tanta felicidad por la satisfacción del deber cumplido al servicio de la Democracia. Era como hacer otra vez la «mili», pero de verdad. Una de las mejores etapas de mi vida.
En la planta baja de Castellana, 3, despachaba yo cada día con José Luis Leal, ministro de Economía, condiscípulo juvenil del rey emérito, luchador anti franquista, exiliado, doctor por la Sorbona, sabio entre los sabios y, sobre todo, poeta.
En ocasiones, también me tocaba asistir al vicepresidente Abril Martorell, que trabajaba, a cualquier hora del día o de la noche, en el primer piso, al que se accedía a trompicones por un viejo ascensor barroco que llamábamos «la bombonera». El primer día, me sorprendió que el despacho del ministro fuera más del doble de grande que el del vicepresidente, un político que valoraba más el contenido que el envoltorio de los muchos problemas que se echaba a sus anchas espaldas.
En el equipo de Abril-Leal había muy pocos funcionarios y procedían de todos los colores políticos. A nadie se le preguntó por su origen o sus afinidades ideológicas. Importaba la entrega a los ideales básicos de consolidar la Democracia y construir un país más justo y próspero. Esto que digo, en favor aquellos dirigentes generosos, eficaces y honestos, les parecerá cuento chino a muchos desencantados por la polarización y la corrupción política de nuestros días. La verdad, en ocasiones, parece increíble. Pero, lo crean o no, esa es mi verdad, vivida en primera persona y contaba con toda la honestidad de que soy capaz.
Al cabo de más de medio siglo de ejercicio del Periodismo, también he llegado a la conclusión de que, en situaciones graves y extraordinarias, la sociedad produce líderes extraordinarios. Lo queramos o no. Por eso, emergieron entonces personajes excepcionales, quizás irrepetibles, como Fernando Abril Martorell, José Luis Leal, Adolfo Suárez, Felipe González, Alfonso Guerra, Manuel Fraga, Santiago Carrillo, el teniente general Gutiérrez Mellado, el cardenal Tarancón y, naturalmente, sé por qué lo digo, el teniente general Andres Cassinello, el creador del CNI de Suárez. Fueron hombres capaces de actuar y llegar a acuerdos patrióticos cuando estábamos al borde del abismo. La izquierda y la derecha desconocían la fuerza del contrario y tenían miedo. Los vencedores de la guerra civil temían a la revancha violenta de los vencidos y los perdedores, a una nueva dictadura de los franquistas sin Franco. El miedo compartido (y algo de generosidad, no digo que no) nos hizo demócratas.
Ahora estoy disfrutando mucho con la lectura de las memorias de mi antiguo jefe, José Luis Leal, una figura demasiado modesta y que fue clave para llevar a buen puerto la Transición española. Aunque estuve en aquel Camelot, como el último de los becarios, desde el otoño del 78 al invierno del 80, el libro me aclara ahora muchos secretos, usos y costumbres de aquellos tiempos que yo solo sospechaba. El objetivo era no volver a las andadas de otra guerra civil. Quitar la razón al gran poeta Ángel González que nos decía: «La historia de España es como la morcilla de mi pueblo: se hace con sangre y se repite». Gracias a gigantes políticos, como los que he nombrado en el párrafo anterior, se equivocó el poeta. También se equivocaron mis colegas de la prensa extranjera que, al morir el tirano, volaron hacia España en busca de otra guerra fratricida. Era costumbre. Decepcionados, tuvieron que marcharse con sus plumas a otra parte.
El libro de José Luis Leal, editado por Turner, será presentado mañana lunes, 12 de diciembre, a las 19:00 h. en la Fundación Carlos de Amberes, calle Claudio Coello, 99, Madrid. No te lo pierdas.
En mi libro de memorias, «La prensa libre no fue un regalo», he intentado describir y, a veces, explicar, torpe y brevemente, lo que hacíamos desde aquel antiguo palacete, algo versallesco y nada funcional, que había sido ocupado antes por Azaña, Carrero Blanco y Suárez.
Copio y peo, a continuación, algunas páginas de mi libro en las que me refiero, de pasada, a los trabajos de aquella Corte del rey Arturo en la que respirabamos el sueño de una España mejor, más libre y más justa que la que no deparó el tirano Francisco Franco durante su ominosa y cruel Dictadura de vencedores contra vencidos.
El País, donde pasé tantos años felices, me ha dado esta mañana una alegría. Mi colega Rafael Fraguas publica hoy en Babelia un artículo interesante sobre mi libro de memorias personales y periodísticas. Gracias, querido Rafa. Comprendo tus criticas por la descripción que hago de algunos aspectos casi religiosos del comunismo que nunca me gustaron. También reconozco y valoro positivamente en mi libro la contribución extraordinaria que muchos comunistas, empezando por Santiago Carrillo, hicieron a la Transición de la Dictadura a la Democracia. Lo cortés no quita lo valiente. En su edición digital, que copio y pego a continuación, su comentario sobre «La prensa libre no fue un regalo» es más amplio que en la versión impresa. Me ha sorprendido la foto de la Agencia EFE (que yo desconocía) sobre los preparativos de la manifestación en protesta por el secuestro y las torturas que sufrí en marzo de 1976 por un comando de la Guardia Civil de Campano, un general del bunker franquista.
‘La prensa libre no fue un regalo’, recuerdos de un combate inacabado
José Antonio Martínez Soler relata los avatares del periodismo profesional en una coyuntura social y política tan singular como la Transición de la dictadura franquista a la democracia constitucional
RAFAEL FRAGUAS10 DIC 2022 – 05:30 CETLos libros de memorias, cuando son sinceros, se asemejan a aquellos melones cuya tajadura descubre un suculento contenido. La dulce pulpa de los testimonios veraces surge así ante nuestros ojos. Pero, para saborearla, será preciso quitar las numerosas pipas o pepitas que la envuelven. Es el caso de La prensa libre no fue un regalo (Marcial Pons Editores), memorial del veterano periodista y gestor de medios, José Antonio Martínez Soler (Almería, 1947). La pulpa de este interesante libro la compone una trepidante narración, descrita con amenidad y desenvoltura, sobre los avatares del Periodismo profesional en una coyuntura social y política tan singular como la Transición de la dictadura franquista a la democracia constitucional. Proceso coral y de masas que Martínez Soler individúa amparándose en un género que, como tal, se lo permite.
Prosa limpia, libre y ligera, acreditada por cinco décadas de oficio, con una destreza especialmente didáctica acuñada, sobre todo, en la Prensa económica. Destacó como director, subdirector o redactor-jefe de numerosas publicaciones, ora fundadas, impulsadas por él mismo, así como en distintos programas de la televisión estatal. Nada que objetar sobre la elevada carga testimonial, familiar y de relaciones amistosas y profesionales desplegada por el autor, materias tan sagradas como la subjetividad de sus percepciones, ante las cuales la crítica debe obligadamente plegar velas.
Empero, las pipas del melón abierto por el autor conciernen a las distintas interpretaciones opinables que le cabe extraer de los hechos por él así tratados. Las numerosas alusiones y referencias a la libertad de expresión que el libro contiene demandan su atinencia obligada y explícita al derecho a la información, atributo patrimonial que pertenece a la sociedad, no únicamente al individuo. Desprovista de tal condición, la libertad no dejaría de ser un privilegio, caro y seductor, pero meramente privado.
Por otra parte, el autor hace alarde reiterado de anticomunismo, actitud inelegante hacia los profesionales comunistas que, desde el Movimiento Democrático de Periodistas, se arriesgaron a sufrir y sufrieron persecución judicial y marcaje policial tras haberse volcado en defenderle a él, secuestrado y malherido por delincuentes de uniforme vestidos de civiles, metralleta en mano. Martínez Soler se esfuerza en demostrar, en sus juicios y valoraciones ideológicas, que en aquella turbulenta y esperanzadora transición política, el antifranquismo no implicaba necesariamente ser anticapitalista, ni ser contrario a la política estadounidense en su conjunto, tomas de posición consideradas ayer y hoy como señas de identidad de la izquierda real.
Numerosas pinceladas esmaltan la narración, donde aflora un entusiasmo creativo amparado en la iniciativa que ha de presidir el quehacer periodístico. Pero el entusiasmo es tanto y tan contagioso que esconde algún índice de adanismo, sobre todo en lo que se refiere a su paso por TVE. En cuanto a distintos emprendimientos empresariales personales, la línea entre la propiedad de los medios y el oficio de los profesionales queda casi siempre nítidamente demarcada, pero no obstante, hay iniciativas que persiguen repicar y marchar en procesión simultáneamente, con curiosos resultados, como los obtenidos por el autor en tales iniciativas.Una correlación de fuerzas equilibrada entre la izquierda, depositaria de eticidad y memoria, y la derecha, heredera del poder, hizo viable la salida de la tiniebla franquista en un momento excepcional de la Historia de España
Amenidad, interés y euforia singularizan este libro donde la sorpresa y la emoción dan paso, también, al estupor de unos hechos tan irrepetibles como los vividos por la sociedad española, en general y desde la Prensa democrática, en particular, durante aquel trance sociopolítico. El miedo fue, para el autor, la clave de aquel histórico tránsito; razón no le falta; pero ante y frente al temor se irguió la audacia de generaciones anteriores que laboraron tan arriesgadamente para que la suya disfrutara de las mieles del triunfo. Una correlación de fuerzas equilibrada entre la izquierda, depositaria de eticidad y memoria, y la derecha, heredera del poder, hizo viable la salida de la tiniebla franquista en un momento excepcional de la Historia de España. Mas, cuando aquel equilibrio se torció luego, algunos de los demonios conjurados entonces reaparecieron y hoy se asoman con altanería en la escena, como un siniestro ritornello. Libros como este dan cuenta de aquellas batallas ganadas para la libertad por el autor y numerosos otros periodistas, en la guerra que la democracia libra contra una parte del pasado que, en verdad, merecía ser hecho añicos.