Gracias, hijo, por pedirle a Papá Noel que me trajera este libro tan luminoso («El hombre en busca de sentido» de Viktor Frankl), junto con los calcetines de rigor y las bolas de tenis con las que trataré de vencerte en la pista.
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Lo leí, despacio, de un tirón. Y, al cerrarlo, pensé en «Si esto es un hombre» de Primo Levi, en «No matarían ni una mosca» de Sventlana Draculik, pero, sobre todo, me vinieron a la memoria estos versos de Quevedo que Viktor Frankl, seguramente, nunca habrá leído:
«Su cuerpo dejarán, no su cuidado,
serán ceniza, más tendrá sentido,
polvo serán, más polvo enamorado.»
Lo mires por donde lo mires, toda su obra rezuma amor, libertad y ganas de vivir. Prisionero en varios campos de concentración nazis (Auschwitz, entre ellos), este siquiatra vienés aprovecha el sufrimiento indecible para buscarle sentido a su vida y lo encuentra en la libertad del hombre para tomar sus propias decisiones: dejarse morir o gozar de la dulzura de vivir en medio de aquel estercolero humano tan tenebroso.
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Una frase me golpeó y sacudió los recuerdos de mis torturas (insignificantes, ridículas, si me comparo con las suyas) durante mi secuestro por un comando franquista de la Guardia Civil:
«No es el dolor físico lo que más hiere (…) sino la humillación y la indignación por la injusticia, el sinsentido de todo eso».
En mi libro de memorias («La prensa libre no fue un regalo») cuento, por fin, muchos detalles de aquel secuestro que, a la luz de este libro, me hicieron más fuerte y orgulloso.
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«Quiero testimoniar el incalculable poder del hombre para desafiar y luchar contra las peores circunstancias que quepa imaginar». Y Frankl concluye: «En los campos de concentración (…) mientras unos se comportaban como cerdos, otros lo hicieron como santos. El hombre goza de ambas potencialidades. De sus decisiones, y no tanto de las condiciones, depende cuál de las dos sale a a la luz».
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Resume su libro (un grito de libertad y amor) en esta última frase:
«El hombre es ese ser capaz de inventar las cámaras de gas de Auschwitz, pero también es el ser que ha entrado en esas mismas cámaras con la cabeza erguida y el Padrenuestro o el Shemá Israel en los labios».
Es un libro tremendo y útil. El mejor que he leído este año, y eso que en primavera releí Crimen y Castigo, uno de mis favoritos. Lo recomiendo vivamente. Siento no haberlo leído antes, pero nunca es tarde si la dicha es buena. Gracias, hijo, por este regalo.
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