El 11-M de 2004, tras la matanza en Atocha por terroristas islámicos, Aznar dio una puñalada a la Democracia. Mintió (no fue ETA sino el yihadismo inspirado por Al Qaeda) y quitó la legitimidad a la victoria electoral de Zapatero. «Presidente por accidente», dijeron. Antes que Trump, Aznar quebró la alternancia legítima en el Poder, base de la Democracia. Y para mantener la mentira y no enmendarla, el sector más duro del PP, su prensa adicta (Pedro J. Ramirez, Jiménez Losantos, la pecaminosa COPE, etc) y algunos jueces inmorales (como el juez Hidalgo del «Caso Bono») alimentaron una conspiración maliciosa que atribuía a Rodolfo Ruiz, comisario de Vallecas, una presunta manipulación de las pruebas que llevaron a la identificación de los yihadistas islámicos autores de la mayor matanza terrorista de la historia reciente de España.
La mochila de Vallecas, con la bomba que no explotó, dio la puntilla a las mentiras burdas de José María Aznar y sus acólitos políticos y periodísticos. Si el público llegaba a creer la mentira aznarista de que fue ETA, el PP ganaría las elecciones del 14-M. Si se descubría que había sido obra de terroristas islámicos ligados a Al Qaeda, como venganza por la invasión ilegal de Irak por Bush, Blair y Aznar, el PP perdería las elecciones.
Cada 11-M, el recuerdo de la injusticia que sufrió el comisario encargado de la «mochila de Vallecas» me subleva. Y la entereza y nobleza del comisario Rodolfo Ruiz para vencer a «los malos», ser absuelto de todo en el Supremo y rehacer su vida con honor y dignidad, me conmueve. Gracias, Rodolfo Ruiz, por no rendirte jamás.
Texto en word del artículo de La Voz de Almería:
Un policía, solo, frente a los dioses
José A. Martínez Soler y
Erik Martínez Westley
Un policía ejemplar, galardonado, aplaudido y luego abandonado y machacado injustamente por los dioses, me recuerda a la ascensión, caída y redención de personajes propios de Shakespeare. Esa injusticia, como una espina en el corazón, la llevo clavada desde la tragedia del 11-M en Atocha, el mayor atentado terrorista de la historia de España. Mi hijo Erik, con quien comparto esas líneas, ha criticado este silencio sonoro que brota de mis memorias de la Transición (“Y seguimos vivos”). He cortado el capítulo dedicado al comisario Rodolfo Ruiz, el encargado de la línea de custodia de la mochila de Vallecas que incriminaba a Al Qaeda y no a ETA en el 11-M.
Erik me interpeló: ¿Dónde están los daños irreparables sufridos por el comisario Rodolfo Ruiz, el guardián de la mochila de Vallecas, perseguido con saña por los grupos mediáticos afines al Partido Popular, para justificar el bulo de que fue un atentado ETA y no de Al Qaeda? El daño que le causó el vacío que le hicieron también los políticos de izquierdas y los grupos mediáticos afines, que no querían generar ruido, es igual de imperdonable. Acusaciones infames. Silencio cobarde.Los dos grandes partidos y sus grupos mediáticos afines colisionaron en un incidente, la mochila de Vallecas, y en un hombre mortal de carne y hueso, el comisario que la custodiaba. A este hombre le tocó estar en el sitio y en el momento en que el partido que gobernaba hizo palanca para mover sus intereses colosales (las elecciones y el Poder). Pensamos que, si le pasó a Rodolfo, nos podría haber pasado a cualquiera de nosotros. Nos echamos a temblar. Un hombre cabal y su familia, sin haberlo buscado, están de golpe en el ojo que te mira desde el Poder. La presión miserable de unos y el abandono cobarde de otros, cercándole por todos lados, solo ante los dos partidos y sus medios, le pasaron una factura durísima. Rodolfo ha rehecho su vida, no sin heridas. Han pasado varios años y esta injusticia colosal aún me conmueve. Hay circunstancias, decía Unamuno, en las que callarse es mentir.
Me sentí mal por haber recortado en mis memorias los párrafos del bulo sobre la custodia de “la mochila de Vallecas”, esa herida tan mal cerrada de la historia reciente de nuestra democracia. Ayer mismo me disculpé con el comisario Ruiz quien, afortunadamente, está rehaciendo su vida y prefiere olvidar tantos sufrimientos pasados. Recuerdo muy bien el día que Rodolfo Ruiz me visitó en mi despacho del diario 20 minutos. Venía de parte de mi hijo Erik y de su hijo Pablo. Ambos se conocían por amigos comunes y eso cimentó nuestra confianza mutua. El comisario estaba muy afectado, casi abatido, por la campaña insidiosa, terrorífico bullying, que machaconamente difundía el Gobierno de Aznar y su prensa afín contra él. Le habían convertido en el muñeco a tumbar. Nadie le recibía. Su versión de los hechos no importaba. No sabía a quién acudir. Al final, como padre de un conocido de su hijo, mostré interés en su caso. Me impresionó. Las confidencias entre un policía y un periodista suelen estar sometidas al off the record. Sin su permiso no podré contar algunas de ellas que me llenaron de rabia contra tamaña injusticia. ¡Ay, si pudiera!
Me encontré con un hombre entero pese a estar solo, indefenso, frente a los poderes del Estado y a sus medios próximos. Desprestigiando su labor policial en la custodia de la mochila de Vallecas, cuyo contenido incriminaba a Al Qaeda, los partidarios del bulo de ETA en los trenes Atocha, creían ganar posiciones. El comisario Ruiz era la pieza a abatir. Como un junco imposible de quebrar, aguantó, solo, contra viento y marea. Después de ganar todos los pleitos, la acción profesional y heroica de Rodolfo Ruiz solo fue celebrada y premiada, hace unos años, por la “Asociación 11-M de Afectados por el Terrorismo”. Aunque insuficiente, algo es algo. Allí nos dimos un abrazo.
Cuando conocí a Rodolfo, Aznar había sido sustituido por Zapatero y Acebes por Rubalcaba. Sin embargo, el vía crucis del comisario de Vallecas continuó durante demasiados años. El diario El Mundo seguía sacando portada tras portada con falsedades sobre la mochila de Vallecas. Abundaron las teorías conspiratorias. Jiménez Losantos y sus calumnias infames… Millones de personas consumían estas teorías del odio, aceptando disparates antes de admitir que el presidente Aznar había mentido miserablemente por aferrarse al Poder.
Antes del 11-M, cuando Rodolfo era jefe de la Brigada de Información de la Policía, en la cumbre de su carrera, desarticuló con su equipo peligrosas bandas criminales. Él y todos sus colaboradores fueron galardonados con medallas al mérito por aquella acción policial. Cuando la propuesta de concesión de esas medallas llegó a la mesa del ministro del Interior, mi admirado Rubalcaba, el nombre de Rodolfo, el jefe del equipo, fue eliminado del grupo de condecorados. No fue borrado de la lista por arte de magia.
Ese clavo agravó la depresión de la esposa del comisario que, al poco tiempo, la llevó al suicidio. (Quizás, quién sabe, agotada por esta pesadilla, esta injusta persecución que no parecía acabar nunca…) Intercedí ante el ministro Rubalcaba para que le devolvieran la medalla que, nunca supimos por qué, le habían quitado. Las respuestas evasivas escritas por mi querido Alfredo, poco valeroso por no decir cobarde, me llenaron de tristeza y decepción. ¡Ay, la política y el miedo a la prensa canalla!
El presidente Aznar precedió al presidente Trump en la invención de bulos de gran calibre para conservar el Poder y deslegitimar a su sucesor. Ambos demostraron no ser demócratas. A veces, conviene hacer memoria. No olvidar. Lo que le pasó al comisario Ruiz podría pasarnos a cualquiera de nosotros. Todos corremos el peligro de ser víctimas de la injusticia.
Pasados los años, Rodolfo ha ganado todos los juicios por calumnias, ha sido restituido en su puesto, cobra su pensión y, pese al daño sufrido, ha rehecho su vida con éxito. Aprendimos de él -y de Don Quijote, cómo no- que no hay que ceder si la razón y la justicia están de tu parte. Claro que, con todos los dioses en contra, la integridad tiene un precio. Es un héroe anónimo que sobrevivió a una tormenta que ni te cuento. Por eso, merece el reconocimiento de los demócratas.
En esta hora de revisión de memorias, Erik y yo ofrecemos estos párrafos a nuestro amigo Rodolfo, el comisario que salvó la línea de custodia de la mochila de Vallecas y, de paso, el honor de muchos demócratas. De aquel primer encuentro en el diario 20 minutos, propiciado por nuestros hijos, surgió una gran amistad entre un policía integro, que aguantó en solitario la embestida de los dioses, y un periodista miedoso. Gracias, Rodolfo. Los demócratas estamos en deuda contigo.