Hoy me toca presumir. Mi nieta Ana Isabel pudo, al fin, ver mi obra «Sol y sombra juvenil», seleccionada y expuesta en el 90 Salón de Otoño de la AEPE. Tuve suerte ya que la exposición (26 de octubre-26 de noviembre) fue clausurada ayer mismo en la Casa de Vacas del Retiro de Madrid. Mi nieta y sus padres han venido desde Santa Fe (New Mexico) para compartir el pavo de Thanksgiving con toda la familia. Gracias, David, por llevarla. Ana Isabel crecerá cerca de esa obra que tallé pensando en ella y en la coleta que le peina su madre, Chaz Gabriel.
El sábado no puede llevar a mi nieto Leo a la Expo ya que tuve que acompañarle a su clase de tenis, mientras su madre Andrea y sus tíos David y Erik preparaban la comilona de Thanksgiving. Ayer me tocó recoger y fregar.
Hoy vuelvo a tallasmadera.com para resolver la primera prótesis de madera de sapeli (¡qué nervios!) que he colocado en la mano de un colega que sujeta su periódico para golpear a otro colega.
Si tengo que copiar o inspirarme en alguien, prefiero hacerlo con los grandes. En esta ocasión, me inspiro nada menos que en «Duelo a garrotazos» de Francisco de Goya. ¡Ahí queda eso!
Dos semanas de violencia callejera ante la sede del PSOE, aderezada con el «Cara al Sol», brazos en alto, vivas a Franco y a Primo de Rivera y ataques a la Policía de la Democracia, todo ello acompañado de arengas de Esperanza Aguirre, lideresa rabiosa del PP (línea Aznar/Ayuso) y de los líderes de VOX, me han recordado que hoy mismo, 20-N, hace 48 años que murió el tirano, el dictador felón, Francisco Franco.
Desde que publique el año pasado mis memorias, casi me había olvidado de este general genocida, que tanto reivindican ahora los bárbaros de extrema derecha y algunos militares jubilados. Son los mismos oficiales que, el año pasado, publicaron en su chat que había que fusilar a 26 millones de españoles para arreglar los problemas de «su patria». Y no les pasó nada. Ya sabemos que «esa patria» es el último refugio de los canallas.
La actriz Anabel Alonso ha descrito muy bien lo que significa para estos fachas el amor a su patria:
Las imágenes de la violencia callejera en Ferraz y los gritos «vintage» de estos bárbaros me han llevado a recordar cómo vivimos los abuelos demócratas de hoy aquel 20 de noviembre de 1975, dos meses después de los últimos fusilamientos de Franco. Tal como vivió, el dictador murió matando.
Copio y pego a continuación los recuerdos de aquella muerte, tan esperada, que recogí en mi libro «La prensa libre no fue un regalo» (Ed. Macial Pons)
Todas las personas son, a mi juicio, respetables. Las ideas, no. Las ideas pueden y deben estar sometidas toda crítica por demoledora o constructiva que ella sea. Lo he compartido mucho con mi amigo Manolo Saco, otro ateo e internacionalista como yo, cuando hablamos, por ejemplo, de religiones o de naciones. Este viernes, en el Teatro del Barrio de Madrid, Saco presentó con brillantez el proyecto de su libro «No hay Dios (probablemente)» que publicará muy pronto la revista Mongolia (crowdfounding o micro mecenazgo mediante, verkami.com). He disfrutado mucho del manuscrito y, por eso, recomiendo su lectura y divulgación por doquier. No te lo pierdas.
Pere Rusiñol, director de Mongolia, perseguido con cuatro querellas de asociaciones católicas fanáticas por «ofensas a los sentimientos religiosos» (residuo legal anacrónico de la blasfemia medieval), mantuvo un diálogo muy rico con Saco sobre el libro.
Recuerdo aquí la emocionante ruta que nos marcó el gran Ramón Lobo, poco antes de morir el verano pasado, ya que fue durante este paseo por el cementerio civil de Madrid cuando Pere Rusiñol y Manolo Saco acordaron publicar el manuscrito de «No hay Dios (probablemente)». Yo fui testigo privilegiado (casi celestino) de aquel acuerdo. Otro milagro póstumo de nuestro querido Ramón Lobo. ¡Cuánto le echamos de menos!
Mientras, guiados por Nieves Concostrina, íbamos repartiendo las flores del coche fúnebre de Lobo por las tumbas otros famosos ateos («íbamos dando tumbas por el cementerio», según Saco), no pude evitar recordar a mi admirado Herman Melville cuando escribió en Moby Dick que «La fe, como las hienas, busca su alimento alrededor de las tumbas». Así es.
Hoy me siento alguien. The Objective publica el texto de una entrevista grabada sobre mi vida y milagros. La transcripción escrita de lo que dije ante la cámara puede inducir a error. Quienes me conocen saben lo presumido que soy. Por eso puede sorprenderles que yo haya dicho que «en lo que más destaco es en la modestia, como sabes. Soy muy humilde». En cámara podréis notar la sonrisa y el gesto que acompaña a mi ironía, ya que de humilde no tengo nada. Pero una frase escrita, desprovista de la imagen, resulta ingrata por incompleta. Pido disculpas por haber hecho el payaso ante la cámara. Ahí va la transcripción de la entrevista y el enlace a la grabación, que recomiendo. Gracias, Javier, por acordarte de los viejos rockeros… y por haber leído mi libro de memorias «La prensa libre no fue un regalo»...
Su hija Andrea tiene la culpa de que en plena pandemia de la covid comenzara a escribir sus memorias pensando en sus nietos, dejándole un libro en blanco en la puerta de casa. José Antonio Martínez Soler –también conocido como JAMS– ha vivido a salto de mata, con muchos sobresaltos, la profesión de periodista. El 2 de marzo de 1976, siendo director de la revista Doblón, fue secuestrado al salir de su casa en Las Matas (Madrid) para ser torturado e interrogado después, en la Sierra de Guadarrama, por un grupo de individuos –según todos los indicios, guardias civiles franquistas–, empeñados en saber la identidad de sus fuentes de información.
Conociéndole, este dramático episodio y otros más felices se los habría contado igual a sus nietos de palabra, pero escribir sobre su vida podría ser una buena terapia para combatir el confinamiento. Así nació La prensa libre no fue un regalo (Editorial Marcial Pons), un libro de más de quinientas páginas en las que cuenta en primera persona su dilatada trayectoria profesional, con algún ajuste de cuentas y muchas anécdotas, pero «sin acritud», como diría su buen amigo Felipe González.
De familia humilde, Martínez Soler nació en un barrio obrero de Almería en enero de 1947. Su padre, admirador de Nicolás Salmerón, presidente de la Primera República, le inculcó ideas socialdemócratas que todavía defiende. Como también defiende la Transición democrática, que ahora algunos tanto cuestionan. «El miedo en ambas partes –afirma en sus memorias– nos hizo demócratas».
Reconoce el sacrificio y la generosidad de los líderes de entonces, pero critica las actuales posiciones de Felipe González y Alfonso Guerra, contrarios a las concesiones de Sánchez a los partidos independentistas. «Creo que Felipe y Guerra están envejeciendo mal… Pedro Sánchez tenía que haber cautivado a estos dos viejos monstruos del socialismo para que no se pusieran en su contra», explica. En definitiva, darles algo más de cariño.
Casado con la periodista estadounidense Ana Westley (natural de Boston), Martínez Soler cuenta en esta entrevista de Fuera de micrófonoque dejó los estudios de Arquitectura al no aprobar el dibujo, y que esa circunstancia le abocó a tener que buscarse la vida escribiendo donde podía. El periodista almeriense recuerda sus idas y venidas por el diario El País y su participación en la fundación de periódicos, revistas y programas de televisión. «Iba de fundación en fundación, como Santa Teresa de Jesús», afirma divertido. Aunque confiesa: «nunca he estado en ningún partido político y no lo estaré jamás, mientras sea periodista»; tampoco esconde sus afinidades y simpatías socialdemócratas.
PREGUNTA.- En tu libro de memorias, La prensa libre no fue un regalo, resumes una vida dedicada al periodismo. ¿Qué te llevó a escribir sobre tu pasado?
RESPUESTA.- Nunca pensé escribir mis memorias, porque yo en lo que más destaco es en la modestia, como sabes. Soy muy humilde. Me pilló por medio la covid, estaba en casa encerrado, con mi mujer, y mi hija nos traía la comida a la puerta. Durante el confinamiento, para no aburrirme, me puse a escribir para mi nieto. Mi hija, que es muy lista, me regaló un libro con las páginas en blanco y me dijo: escribe ahí tu vida para que la conozca tu nieto, porque creo que él debe conocer cómo fueron tus raíces. Empecé a escribir a mano sobre mi infancia, hasta que me cansé y me puse en el ordenador. Me salieron mil páginas. Mi mujer me dijo: «¡Estás loco! Quién va a querer leer mil páginas sobre tu vida». Así que le dije que las editara ella. Cogió un lápiz rojo, empezó a cortar y dejó el libro en quinientas.
P.- Que «la prensa libre no fue un regalo» lo sabes bien, porque lo sufriste en tus propias carnes.
R.- Es cierto, pero también lo sufrieron muchos más. No sólo yo. Algunos lo pagaron con su vida. Yo tuve mala suerte. Tras la muerte de Franco, en noviembre de 1975, yo estaba investigando la purga de mandos moderados en la Guardia Civil. En febrero de 1976 publiqué cuatro o cinco casos sueltos, gota a gota, en los que contaba que el general Campano, nombrado por Franco antes de morir, iba destinando a provincias, y sin mando, a guardias civiles importantes que eran demócratas moderados. A sospechosos de no ser franquistas. Aquello provocó una reacción que no me esperaba. Me cruzaron un coche al salir de mi casa, en Las Matas (Madrid), me sacaron del vehículo con metralletas y me llevaron a la sierra de Guadarrama. Me quemaron la cara y me estuvieron interrogando desde las nueve de la mañana hasta las nueve de la noche. Luego supe que era un comando de la Guardia Civil especializado en este tipo de interrogatorios. Eran muy profesionales y todas las preguntas iban dirigidas a que confesara quién me había filtrado la información. Les dije que no lo sabía porque me llamaban por teléfono sin darme el nombre. A pesar de ello, me hicieron firmar un documento acusando al general Sáinz de Santamaría de haberme dado esa información. Le dije que no era verdad, pero con una metralleta en la espalda yo firmo todo lo que me digan.
«El poder se toma la revancha, como hizo Aznar conmigo»
P.- Las memorias sirven a veces para ajustar cuentas y justificar errores. En tus memorias ajustas cuentas con Aznar.
R.- Yo a los malos no los respeto para nada. Pero no tengo enemigos. Como dijo Narváez, el espadón de Loja (Granada), cuando el cura le preguntó, antes de morir, si perdonaba a sus enemigos. «Padre, yo no tengo enemigos: a unos los fusilé y a otros los ahorqué». En ese ten con ten se había quedado sin enemigos. Cuando criticas al poder, el poder se toma la revancha, como hizo Aznar conmigo, echándome de TVE después de entrevistarle como candidato a las elecciones de 1996. Ganó las elecciones por menos votos de los que él pensaba y me despidió de la tele. Estaba yo de corresponsal de TVE en Estados Unidos y no era un cargo político, sino laboral. Me sentó muy mal. Me dio la impresión de que era un hombre rencoroso. Le puse un pleito a la televisión del Gobierno, lo gané, y con el dinero de la indemnización pude comprarme un BMW grande, de segunda mano. Mis tres hijos me decían: «Este cochazo es de la época de Aznar«. Lo tomamos con sentido del humor. Yo creo que no he ajustado cuentas con nadie. Critico un poco a Juan Tomás de Salas porque me despidió de Cambio 16 de mala manera, con un poco de mala fe. Cuento sus luces y sombras. Y no tengo más enemigos… Bueno, otro que quiso quitarme el trabajo fue Miguel Boyer, el pobre, que le pidió a Jesús Polanco mi cabeza. Acabé yéndome de El País por tercera o cuarta vez.
P.- Volviendo a tus inicios, hay que recordar que empezaste Arquitectura y, al no aprobar la asignatura de dibujo de primero, te buscaste la vida en el periodismo.
R.- La suerte me acompaña. Soy cobardica, pero tengo mucha suerte. Eso me ha permitido fundar muchas revistas, muchos periódicos y muchos programas de televisión. Me he divertido mucho. De alguna forma, yo tenía las espaldas cubiertas. Era un mantenido porque mi mujer, que nació en Boston, era corresponsal del New York Times y cobraba en dólares. Entonces, yo podía arriesgarme. Me iba de los sitios porque tenía a mi mujer detrás que mantenía a los niños. No soy ningún valiente, Javier, aunque he tenido mucha suerte.
P.- En las memorias cuentas que fuiste «de fundación en fundación, como Santa Teresa de Jesús».
R.- En lugar de conventos, fundaba medios de comunicación. Yo empecé en TVE haciendo de figurante, porque había hecho cine en Almería como extra. Entonces, conocí a Amestoy. Me pidió un artículo para la revista Don Quijote y después me contrataron. Hacía el ajuste de páginas, mientras estudiaba Periodismo. Estuve seis meses, pero sólo cobré el primero. Después, fui uno de los fundadores del periódico Nivel. Me contrató Manuel Martín Ferrand y conocí allí a gente muy buena. A Martín Ferrand le quise mucho. Era un tipo sensacional. Él era conservador y yo socialdemócrata, así que chocábamos de vez en cuando. No he estado en ningún partido, ni lo estaré jamás, mientras sea periodista. Aquel periódico sólo se publicó un día. Así que de ahí me fui a trabajar de documentalista a un programa de TVE que se llamó España siglo XX, cuyos guiones firmaba José María Pemán, el poeta de Franco. Era el negro de Pemán. Él corregía algunas cositas y ponía su nombre en letras grandes. Debajo, en letras pequeñitas, aparecía: Investigación y documentación, José Antonio Martínez Soler. Y yo tan orgulloso.
«No he sido nunca felipista, guerrista, ni maoísta del Niño Jesús»
P.- Lo primero que hiciste en TVE fue presentar un programa escolar, gracias a una recomendación de Adolfo Suárez.
R.- Era una especie de videoclub que se ofrecía a los colegios de los pueblos, y que se llamaba Televisión escolar. Era una prueba, que duró un año. Yo había conocido a las secretarias de Adolfo Suárez, entonces uno de los jefes de producción en la Primera Cadena de TVE. Ellas me dijeron que estaban buscando una cara para presentar aquel programa y Suárez me dio una tarjeta para que se la entregaran a quienes hacían las pruebas. Hice la prueba con gente de más experiencia y, al finalizar, el realizador me dice: «¿Te habrás dado cuenta de que eres el peor de todos?». Me puse colorao y le dije que el problema era que estaba acostumbrado a las cámaras de cine, más pequeñas. Al final, me dijo que si en quince días perdía el acento de Almería el trabajo sería mío. Lo conseguí y fui presentador de Televisión escolar con 20 años.
P.- Volviste muchos años después a TVE, en los años 80, para hacer Telediarios y el programa matinal en TVE, Buenos días.
R.- He tenido mucha suerte. Un día, cuando yo era director del TD1, estaba yo preparando las preguntas para una entrevista al ministro de Obras Pública, Julián Campo, sobre la Ley de Aguas, y me llamaron al control para decirme que el ministro no iba a llegar a tiempo. ¿Qué hacemos? Me bajé al estudio, me maquillaron corriendo y Manuel Campo Vidal y Concha García Campoy me hicieron a mí las preguntas que había preparado para el ministro. Esa misma tarde, Ramón Colom me dijo que dónde había aprendido a hablar en televisión con tanta naturalidad. Le conté que había estado un año presentando Televisión escolar. Al poco tiempo, me llamó José María Calviño, el gran jefe, y me dijo si podría hacer el Buenos días, en la televisión matinal. Me fui una semana a Nueva York a copiar los matinales que se habían en EEUU. y los adapté al gusto español. Y el 13 de enero de 1986 había nacido una estrella.
P.- Recuerdo que dabas los buenos días en los cuatro idiomas que tenemos en España.
R.- Es verdad. Ahora me copian en el Parlamento. Yo saludaba todas las mañanas diciendo Buenos días, Bon dia, Bos días y Egun on. Excepto un día en que cambié el saludo. Me llamó a las dos de la mañana nuestro corresponsal en Ámsterdam anunciándome que se iniciaban relaciones diplomáticas de España con Israel. Cambié todo el programa y abrí el Buenos días diciendo Shalom, shalom, Israel. Un saludo, recordé, que se remontaba a hace quinientos años. Yo oí decir entonces: Buenos días, Shefarad. Era emocionante. Se te ponían los pelos de punta. Dimos la exclusiva.
P.- TVE era la única cadena de televisión y esa circunstancia permitía alcanzar grandes audiencias, pero también incrementaba las presiones políticas.
R.- Yo he dirigido telediarios en el año 1985 y en los años 1993 y 1994. En dos etapas distintas. Los políticos siempre quieren manejar el monigote que sale en la tele. Es normal. Y el periodista tiene que oponerse y tratar de equilibrar esas presiones. Lo que se publica o se emite es la resultante de todas las presiones que llegan: del jefe, del amigo, del cuñado, del vecino, del político o del anunciante. Nosotros tratamos de hacer la resultante de todas esas presiones. Yo recibía llamadas del ministro portavoz o del líder de la oposición continuamente. Pero en el Buenos días ¿quién me iba a llamar a mí a las cuatro o a las cinco de la mañana? Todos estaban durmiendo. Yo era libre y hacía lo que me daba la gana. A posteriori, podían criticarme, pero ya daba igual. Era maravilloso. Éramos los más libres de España porque los jefes estaban durmiendo.
P.- ¿Por qué se cargaron el programa matinal, nada más llegar a la dirección general de RTVE Pilar Miró?
R.- Hay cosas que no se pueden contar. Yo no he sido nunca ni felipista, ni guerrista. Ni maoísta del Niño Jesús. He sido siempre independiente. Soy de centro izquierda porque mi padre era republicano salmeroniano. Fíjate, yo soy de Salmerón, de la Primera República. Y también de Indalecio Prieto, si quieres, socialista a fuer de liberal. Pero nunca he estado en ningún partido político, ni lo voy a estar. Porque me interesa ser libre. Mi corazón está un poco en el centro izquierda. ¿Qué ocurre? Pues que inmediatamente tratan de ponerte una etiqueta. Cuando Calviño me llamó para dirigir un Telediario, la gente decía: si le ha llamado Calviño, es que este es guerrista. Yo ni conocía a Guerra. No lo había visto en mi vida. Bueno, le conocí indirectamente cuando fui ayudante de Fernando Abril Martorell, vicepresidente del Gobierno con Suárez, y ellos dos negociaban la Constitución. Los padres de la Constitución de verdad son Alfonso Guerra y Fernando Abril Martorell. Ellos negociaban de madrugada y luego le decían a Felipe y a Suárez lo que habían aprobado. Las matronas de la Constitución fueron Abril Martorell y Guerra. Me decían que era guerrista, pero de guerrista nada.
P.- Te llevabas bien con Felipe González… Te mandó una carta cuando te secuestraron.
R.- Es verdad. La primera foto de Felipe González la publiqué yo en la revista Doblón. Le tapamos los ojos, porque era todavía ilegal. Cuando me secuestraron y torturaron, me mandó una carta muy cariñosa, firmando ya con el nombre de Felipe González. También me mandó otra carta Nicolás Franco, sobrino del dictador. Yo soy amigo de Nicolás Franco porque me salvó la revista. El día que murió el caudillo nos la secuestró la policía. La portada era un sello de correos, con la cara de Franco ampliada y un titular que decía Ha muerto. Nada más. Luego me enteré que el secuestro se debió a que habíamos ofendido a la viuda, Doña Carmen Polo de Franco, por decir que era «inteligente para los negocios». No pagaba los collares en las joyerías. Lo tengo confirmado. Le hicimos llegar una carta al entonces todavía príncipe Don Juan Carlos y por la tarde nos dieron permiso para repartir la revista. Yo le estaré siempre agradecido al rey Juan Carlos y a Nicolás Franco. Aunque el rey Juan Carlos nos salió luego un poco rana, hizo mucho por la democracia y salvó mi revista.
P.- Después de tan larga trayectoria, ¿somos ahora más libres o menos libres que hace cuarenta años?
R.- Es una reflexión difícil. Depende. Está claro que España es un país democrático. Somos libres. La mayor libertad que yo he tenido, como periodista, fue desde la muerte de Franco hasta la aprobación de la Constitución, años 76, 77 y 78. Me sentía más libre porque los poderes antiguos de la dictadura no acababan de morir y los poderes nuevos de la democracia no acababan de nacer. No había unos poderes claros. Yo era entonces director de Doblón y publicábamos cosas increíbles. La clave de la Transición fue que los demócratas no sabían la fuerza que tenían los franquistas y viceversa. Y tenían miedo a volver a las andadas. En aquellos tres años he sido más libre que nunca. Nadie es objetivo; somos sujetos, no objetos.
«Los españoles perdonamos los pecados del amor, pero no los de robar»
P.- En la Transición conociste bien a Felipe González y a Alfonso Guerra. ¿Qué te parecen sus críticas a lo que está haciendo Pedro Sánchez?
R.- El Rey emérito, con el que he tenido una relación de afecto y de agradecimiento, ha envejecido mal. Constitucionalmente, lo ha hecho bien, pero la bragueta le fue mal y la cartera también. Los españoles perdonamos siempre los pecados de amor, pero los de robar no. Aunque no se ha probado todavía, todo el mundo sabe que ha habido un comportamiento no ejemplar del Rey emérito. ¿Qué pasa con Felipe y Guerra? Yo quiero a los dos, y les he votado muchas veces. Para mí, Felipe es un hombre imprescindible en la historia de España. Ha sido fundamental, como lo fue Suárez, como lo fue Carrillo, como lo fue incluso Fraga, Guerra o Abril Martorell. Pero, cuando pierdes el poder -por vejez o porque te retiras-, no te acostumbras a que los guardias no se cuadren y den el taconazo, ni a que el coche oficial no te esté esperando en la puerta. No se acostumbran a que las nuevas generaciones no les pregunten. Felipe y Guerra están dolidos por eso. Pedro Sánchez tenía que haber cautivado a estos dos viejos monstruos del socialismo para que no se pusieran en contra. Tanto Guerra como Felipe están envejeciendo un poco mal. Han hecho mucho bueno por la democracia, pero ahora es tiempo de los jóvenes.
«Felipe González, Alfonso Guerra y el rey Juan Carlos I están envejeciendo mal»
P.- Pero ¿no crees que se están haciendo demasiadas concesiones por parte del presidente en funciones?
R.- Pero, ¿cuándo no se han hecho?
P.- Tendrá que haber algún límite.
R.- El que marque la ley. Yo soy demócrata y republicano. Por ese orden. Acepto la Constitución y apoyo al Rey, aunque soy republicano. Y la princesa Leonor me parece encantadora. El Rey es soberano, no como Franco que era caudillo por la gracia de Dios. Felipe VI es rey constitucional de España, por designio del pueblo. Envejecer es muy difícil. Yo me he buscado otra vida para no molestar a los jóvenes. Hay gente que envejece mal. Y creo que Felipe, Guerra y el rey Juan Carlos I están envejeciendo mal.
P.- En el libro dices que el miedo de unos y de otros nos hizo demócratas. ¿Qué está pasando ahora?
R.- Efectivamente. El miedo nos hizo demócratas porque, como te decía antes, ninguno bando sabía la fuerza del otro bando. El miedo fue fundamental, pero también la generosidad. Hubo un punto de generosidad. Miedo a no volver a las andadas y generosidad para perdonar a los asesinos del lado franquista y a los asesinos del lado republicano. En la guerra civil hubo asesinos en los dos lados, pero en la posguerra los asesinos estaban todos en el mismo lado: en el lado de la represión franquista y policial. Creo que la izquierda perdonó más, pero ambos perdonaron. Los jóvenes han nacido en libertad y la libertad, como el oxígeno, sólo la valoras cuando te falta. A mí me faltó durante muchos años y la valoro; que ahora no me la quiten. La libertad no fue un regalo, ni lo es ahora. Hay que estar alerta defendiendo permanentemente la libertad, porque un país libre siempre es un país mejor.
Javier del Castillo@jdelcastillo60Ha sido director de Comunicación de Onda Cero y de Relaciones Institucionales en RTVE. Comenzó su trayectoria en el ‘Diario Ya’, fue… Ver más
Entre VOX y la Amnistía, me quedo, sin dudarlo y aunque no me guste, con la Amnistía. Los !Viva Franco! que, brazo en alto, se oyen en las manifestaciones frente a la sede del PSOE en Madrid, en presencia de Santiago Abascal y Esperanza Aguirre (como delegada de Aznar y Ayuso), me producen algo más que repelús. Me asustan.
El PP y VOX están jugando con una bomba de relojería de consecuencias insospechadas. También, con un boumerang que golpeará al pobre Feijóo y, cuando pasen las elecciones europeas del año 2024, le llevará de regreso a su Galicia natal. Menos mal que nuestra Democracia, anclada firmemente en la monarquía parlamentaria de la Constitución del 78, es sólida y aguanta bien los ataques de los neofranquistas de VOX (que llaman Felpudo VI al Rey) y de algunos otros nostálgicos totalitarios emboscados aún en el PP.
Mientras tanto, Ayuso, marcando el paso a Feijóo, de la mano de Aznar, en el papel de Trump, está exultante. Solo cuando la mayoría del PP vuelva al centro derecha podrá aspirar, sin VOX, a ocupar algún día la Moncloa. Con VOX ya se ha visto que es imposible. ¿Por qué no lo entienden y lo asumen de una vez? De ahí su desesperación, su rabia mal disimulada, su violencia contenida, y sus mentiras repetidas de que han ganado las elecciones. En Democracia, señores del PP, si respetan la Constitución y las leyes, deben saber que las elecciones las gana quien puede formar Gobierno con los votos del Congreso donde reside la soberanía popular. No insistan con sus mentiras repetidas en la línea Trump. Solo crearán frustración entre los suyos.
La crueldad de la Dictadura de Franco, el dictador felón, perdura en el recuerdo imborrable de muchos demócratas. Gritar ¡Viva Franco!, a estas alturas, no llevará nunca a los PP a buen puerto. Lo saben, pero no se atreven a atar corto a Abascal, su doberman. Lástima. Con lo bien bien que sentaría a la Democracia la posibilidad de la alternancia en el Poder…
Ayer recibí mensajes de amigos que sentían miedo. Veían en directo las imágenes de la violencia desatada por los neofranquistas y nazis contra la Policía y la sede del PSOE. Como los caducados miembros vergonzantes del PP en el Poder Judicial, estos salvajes protestaban también contra la amnistía que está por llegar (y que nadie conoce aún) si hay acuerdo de investidura de Pedro Sánchez con Junts.
No recuerdo violencia semejante cuando Aznar indultó a los terroristas de Terra Lliure a cambio del apoyo de los antecesores de Junts a su investidura en 1996. Lo que sí recuerdo de aquel año es que el flamante presidente Aznar me despidió como corresponsal de TVE en Nueva York tras la entrevista preelectoral que le hice como candidato. Se ve que no le gustaron mis preguntas. Gajes del oficio. Lo cuento con más detalle en mi libro de memorias («La prensa libre no fue un regalo»).
Recuerdo una frase inolvidable que me enseñó entonces Felipe González (el de antes de envejecer): «La intolerancia es la enfermedad de la derecha española». Lástima. Aznar nunca reconoció la victoria electoral legítima de Zapatero («presidente por accidente», le llamaron). La victoria del PSOE se debió, entre otras razones, a las propias y gravísimas mentiras de Aznar sobre ETA en la tragedia yihadista del 11-M. Mentir sobre tantos muertos y heridos para no perder el Poder. ¡Qué vergüenza!
Los de VOX y una parte del PP se han echado al monte. Cuánto lo siento. Les costará bajarse de ahí. El ex presidente Aznar les moviliza y les azuza para conquistar las calles. La ex presidenta de Madrid, Esperanza Aguirre, le obedece ciegamente y acude a cortar la calle Ferraz, rodeada de vivas a Franco (sí, al tirano) y de banderas con la gallina del dictador felón. No en vano circulan chistes por las redes sobre su papel en primera fila en la algarada callejera frente a la sede del PSOE en la calle Ferraz.
¡Pobre Savater! Yo le admiraba desde muy joven y leí con gusto muchas de sus obras. Era un referente lúcido e ingenioso. Ya no es lo que era. Hoy, este ex filósofo, convertido en un cascarrabias amargado y resentido contra el mundo actual, no da pie con bola. Se ríe de quienes fuimos abusados por curas y frailes ¡Qué lastima, con lo que ha sido para tantos jóvenes el autor de «Ética para Amador». Mal que me pese, me obligo siempre a leer su columna sabatina en la última de El País. Me sirve de vacuna contra el mal envejecimiento. ¿Qué pensará Amador de la acelerada evolución, hacia atrás, de su padre? Mi amigo Manolo Saco («Mozart» para quienes le admiramos) me dice que siente asco y náuseas y no sale de su asombro por lo que escribe ahora Fernando Savater. No sin dolor, comparto su opinión.
Hipocresía
La pederastia clerical, cuyos casos suelen ser a veces bastante remotos, tiene gran resonancia en los medios que no quieren hablar de abusos más recientes
Los soldados del fuerte otean la llanura muy inquietos. Con la mano como visera sobre los ojos, el sargento demuestra vista de lince. “¡Mi capitán, vienen 1.005 indios!”. “¿Estás seguro?”. “Bueno, delante vienen cinco y luego unos mil…”. Este tipo de cálculo es parecido al de los casos de abusos sexuales a menores por parte de clérigos que ha establecido el Defensor del Pueblo. Parece que se documentan unos 400 y luego, aplicando el embeleco de la estadística, otros 400.000. Pues a lo mejor, vaya usted a saber. A mí, perdonen la franqueza, me quita menos el sueño que a Sánchez dormir con Pablo Iglesias. Seguro que ha habido magreos indebidos en colegios religiosos, en institutos laicos, en consultas médicas, en gimnasios, en probadores de grandes almacenes, en la mili y sus derivados, en la sala de espera de dentistas, en transportes públicos, en familia… Algunas víctimas cayeron en manos de auténticos maníacos (seguro que menos de medio millón) y han sufrido dolorosos traumas que les han marcado para toda la vida. Otros pasaron por el trance de modo distinto: algunos lo cuentan años después con su mezcla de sorpresa y susto. Guardan el recuerdo de algo que les repugnó, pero no les traumatizó. Los que fuimos feos de pequeños nunca pasamos por ahí…
La pederastia clerical, cuyos casos suelen ser a veces bastante remotos, tiene gran resonancia en los medios que no quieren hablar de abusos más recientes (la contagiosa moda de metamorfosis trans entre niños, por ejemplo). Y por el escándalo de que sean los que alardean de mayor moralidad quienes dan peor ejemplo. Justo como la izquierda, por cierto: ellos, tan demócratas, promulgan una amnistía que se cisca en los derechos de 47 millones y medio de españoles. El mayor abuso.
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Artículo de Alejandro Palomas, en respuesta al de Savater del sábado, en El Pais de hoy
La náusea (respuesta a Fernando Savater sobre la pederastia)
A los niños y niñas que sufrieron abusos sexuales en el ámbito de la Iglesia se les robó la infancia y se les silenció. Negar la verdad en una columna periodística es una mentira
Alejandro Palomas
Asco. Profundo. Hoy es un día especialmente nefasto para la lírica porque la música de la palabra ha sonado fea. Señor Savater, a usted me dirijo. Toca —quiero— responder a su columna de opinión, publicada en este mismo medio hace apenas unas horas. Y digo “opinión” porque soy respetuoso y porque, por primera vez, voy a hablar en nombre de todas las víctimas de abuso sexual en la infancia por miembros de la Iglesia católica española, esos —los miembros— que, según usted, cometieron apenas unos “magreos indebidos” que no le quitan el sueño y que a algunos nos dejaron algo de susto pero ningún trauma.
Asco, más profundo aún. Utilizar —¿“magrear”?— al medio millón de víctimas de abuso sexual clerical como arma arrojadiza para vertebrar su crítica a las maniobras de un partido político —”la izquierda”, dice usted— que pretende promulgar “una amnistía” no es sólo irrespetuoso sino perverso. Hemos sido niños y niñas abusados, violados, silenciados, revictimizados una y otra vez por esa siniestra cúpula de encubridores y delincuentes que se expresan como usted, que se burlan de su propia maldad como usted, que nos ridiculizan como usted, que nos acusan de oportunistas, de exagerados, de ser sospechosos de mentir, de inventar… como usted.
Asco. Espantosamente profundo. Dice usted que la gran mayoría de los casos pertenecen a un pasado remoto. Se equivoca. La infancia no es pasado remoto cuando has sido un niño violado. Ni siquiera es pasado del todo. El niño está ahí, camina a tu lado, como una voz pequeña que en cualquier momento te pide que la acunes porque tiene miedo, porque la vida lo aterra desde que a los ocho años un hombre —un docente religioso— dedicó un año de la vida de ambos a abusar sistemáticamente de él dos veces por semana —tres, si había fútbol los sábados— y le enseñó que la maldad anidaba en los hombres y que la confianza era error. Le contaré algo, señor Savater: yo morí a los ocho años, como muchos y muchas de nosotros. Vivimos con lo que podemos, con ninguna fe, intentando confiar en que ese pasado deje algún día de ser presente. A los ocho años un niño tiene que ser niño, ese es su derecho. El de nosotros, los adultos, es velar porque nada lo impida.
Asco. Irremediablemente físico. “Los que fuimos feos de pequeños nunca pasamos por ahí”, dice usted. Es tan demoledor leer una frase construida así, con esa música y con todo lo que respira que debo tomar aire para volver a ella. Es la desubicación y la absoluta falta de empatía, y es también el discurso que todo lo ensucia porque todo lo banaliza. No, señor Savater, usted no se libró del abuso por ser feo. Se libró porque si había algún perverso en su entorno no detectó en usted la vulnerabilidad, la confianza, la inocencia, la orfandad emocional que sí vio en los que, a diferencia de usted, sufrimos el infierno en sus manos. Si se libró no fue por usted, sino porque él no adivinó en usted una diana fácil. Lo feo es el chiste, ese chascarrillo de café, copa, puro y amiguetes de sobremesa tardía. Feo es que un niño se convierta en un hombre que escribe de los que fueron niños con él como si la cuota de “elegidos” para el abuso hubiera tenido que ver con ellos, con su “no fealdad”, y no con el perverso que los destruyó. Decir “los que fuimos feos de pequeños nunca pasamos por ahí”, es desenterrar una vez más el manido “a una mujer la violan por ser como es, por vestir como viste, por estar en el lugar equivocado en el momento equivocado”. O lo que es lo mismo, recurrir al “A las feas seguro que no les pasa” y reírse con sus amigotes en privado, porque en público ya no, aunque un poco sí, venga, ánimo, una frasecita aunque sea, que no se diga que he dejado de ser aquel niño feo del que lo único que se conserva es justamente eso, la fealdad.
Asco. Ya no tan profundo. Las víctimas no hacemos política. No nos acerque a esa hoguera porque no nos quema. Yo conocí el infierno, ardí allí siendo muy niño y no es mi deseo alimentar esos fuegos. Bastante tenemos con salvarnos de las brasas que los miembros de la Iglesia católica de este país dejaron prendidas bajo nuestros pies con su mala fe y su encubrimiento sistemático. No nos torture usted y no mezcle nuestro dolor con esa proclama contra la amnistía que no procede. Aquí, al lado de los 440.000 niños y niñas no. Nunca.
Quizá, y tómese esto como humilde sugerencia, podría usted acompañar a los cuarenta obispos españoles que el Papa ha convocado de urgencia en el Vaticano, puede que para pasar cuentas por recuerdos, delitos y encubrimientos varios. Me aventuro a suponer que le parecerá una buena idea pedir para ellos —para ellos sí— una amnistía por todo el daño causado. Acompáñelos, y recuérdeles, de paso, que negar la verdad es también mentira, que mentir es faltar al octavo mandamiento y que los miles de niños que nos quedamos sin infancia ya hemos aprendido a defendernos. Y a hablar.
…
He leído y recomendado muchas de las obras de Fernando Savater. Incluso le propuse y le voté para el Premio Fernado Abril Martorel a la Concordia. Entonces, pensé que lo merecía. Lo publiqué en mis memorias («La prensa libre no fue un regalo»). Hoy, ya no lo merece. ¡Lástima! No es el único ex referente intelectual o político que camina hacia atrás como los cangrejos. Va peor que el duque de Rivas, fundador del Ateneo, quien, con los años, pasó de liberal a reaccionario. Copio y pego las dos páginas de mi libro sobre el Premio Concordia que concedimos a Savater.