Se me cayó el alma a los pies.
Al cabo de varios años, hoy regresé, en peregrinación, al Cortijo del Fraile, en el corazón del Parque Natural Cabo de Gata-Níjar. Allí se originó, hace casi un siglo, el múltiple «Crimen de Níjar». Su capilla monumental, donde en 1828 se iba a celebrar la boda frustrada de Francisca Cañadas, aún está en pie. Lo demás, una lástima.
La visita me ha provocado -por qué no decirlo- un ataque de rabiosa impotencia. ¡Vergüenza para nuestros líderes políticos y para todos los almerienses, yo el primero!
Las imágenes de Clint Eastwood («El bueno, el feo y el malo») se me han cruzado, a velocidad de vértigo, con las de Federico García Lorca en «Bodas de sangre» o las de nuestra genial paisana, La Colombine, en «Puñal de claveles».
En un rato, han pasado por allí docenas de peregrinos de la cultura. Fotos y lamentos. Una pena.
Abel La Calle y yo trabajamos en un borrador de documento sobre el salvamento «in extremis» de esta joya en ruinas de la arquitectura rural almeriense. Lo estudiaremos en la próxima Junta Rectora del Parque Natural del 1 de abril. Y pediremos auxilio a la presidenta de la Junta de Andalucía, Susana Díaz, al alcalde de Níjar, Antono Jesús Rodríguez, y a la empresa Agrícola Mar Menor, S.L., propietaria del monumento, para que lleguen a un acuerdo tripartito urgente (por convenio de uso o por permuta de la propiedad) que salve de la ruina total a este «Bien de Interés Cultural» tan despreciado por los políticos locales y regionales y tan ignorado por nosotros mismos.
Mienten quienes dicen que es un problema de dinero. Que no me vengan con cuentos chinos. Es únicamente un problema grave de falta de voluntad política. Y de pereza mental y luces cortas…
Con el estómago aún encogido por la pena, fui con unos amigos norteamericanos que nos visitan, Shaun y Courtnay Worthington, a almorzar en la Isleta del Moro. La cuajadera de gallo pedro y el mar me devolvieron cierto optimismo y nuevas ganas de luchar para recuperar este icono de nuestra arquitectura rural tradicional que está al borde de la muerte.
Como veis, las imágenes espectaculares y deprimentes del monumento, herido por la desidia de los líderes y la pusilanimidad/dejadez de los almerienses, no me abandonaron ni a la hora de estudiar el menú del restaurante.
Guardé un minuto de silencio por el Cortijo del Fraile y por todos nosotros. Si al fin no queda piedra sobre piedra, lo tendremos merecido. Pero nuestros hijos y nietos no merecen que les hagamos esa putada. ¡Indignaos!
En el silencio, recordé mis excursiones botánicas estudiantiles por el Parque Natural con el sabio hermano Rufino (otra ingratitud de los almerienses) y me vino a la mente este soneto de Quevedo, que aprendí de pequeño, y que ahora recuerdo entero gracias a Google. Os lo recomiendo:
Miré los muros de la patria mía,
si un tiempo fuertes ya desmoronados,
de la carrera de la edad cansados,
por quien caduca ya su valentía.
Salíme al campo: vi que el sol bebía
los arroyos del hielo desatados,
y del monte quejosos los ganados,
que con sombras hurtó su luz al día.
Entré en mi casa: vi que amancillada
de anciana habitación era despojos;
mi báculo más corvo y menos fuerte;
Vencida de la edad sentí mi espada.
Y no hallé cosa en que poner los ojos
que no fuese recuerdo de la muerte.
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