Doña Paquita Díaz, una anciana de 103 años, de aspecto frágil y principios firmes, cumplió hasta su último suspiro con el deseo de su esposo, José González Montoya.
Al enviudar, decidió conservar la virginidad de 17 kilómetros de la costa más bella de Europa (Los Genoveses, Mónsul, San José, etc.) y de más de 3.000 hectáreas que hoy están dentro del Parque Natural Cabo de Gata-Níjar, la joya de Almería.
Tenía muy claro que debía cumplir la voluntad de su marido. Debía, por tanto, preservar sus fincas, con respeto al medio ambiente, y salvarlas de la voracidad del ladrillo.
Así me lo recalcó el mismo día que tomé posesión como Presidente de la Junta Rectora del P. N. Cabo de Gata-Níjar. El 16 de julio de 2010, le rendí una visita de cortesía en su chalé vasco de la Plaza Circular para agradecerle su compromiso con la conservación y mejora del Parque Natural, su respeto con el medio ambiente en las fincas y costas de su propiedad. Fue mi primer acto como presidente de Parque y lo recuerdo con cariño.
Ella me dijo que eso lo hacía con mucho gusto (pues era deseo de sus esposo) y se mostró muy satisfecha por haber sido nombrada hija predilecta de Andalucía ese mismo año. En un país tan ingrato como el nuestro, me contagió su alegría por el honor recibido de manos del entonces presidente Griñán.
Me mostró su casa señorial, que ha cedido al pueblo de Almería para que sea sede de un Museo municipal. “En esa cama durmió Franco”, me dijo, no sin picardía, bajando un poco la voz, al mostrarme el dormitorio principal. Con gran desparpajo, y preguntando detalles olvidados a un pariente, me contó su vida y sus viajes en barco y en tren por medio mundo.
A punto de cumplir 100 años, doña Paquita me pareció una señora alegre, risueña, coqueta y muy viva. Pero, sobre todo, desprendida y generosa. Creo que los amantes del Cabo de Gata le debemos una estatua en el Pozo de los Frailes en cuyo cementerio reposarán mañan sus restos.
Descanse en paz.