Es bastante raro que un intelectual hable hoy día bien de España y de la democracia española. Sorprende. En efecto, las buenas noticas tienen muy mala prensa. Y, en estos momentos, hay que tener valor para hablar bien de la democracia española.
Por eso, cuando Antonio Muñoz Molina nos hablo el miércoles pasado de «El porvenir inesperado», en la Asociación para la Defensa de la Transición, nos dejó a la mayoría con la boca abierta. No se oía ni una mosca.
Este andaluz de 58 años, prematura y voluntariamente envejecido, nos habló con una ponderación y una mesura propias del más anciano de la tribu.
Junto al autor de «Ardor guerrero» (la critica más demoledora que he leído del servicio militar en el franquismo) estaba su presentador, el teniente general Casinello, padre del capitán que, en la mili, convirtió al futuro escritor en escribiente de su compañía.
Los puentes del diálogo y la tolerancia entre un ex franquista y un antifranquista funcionaron de maravilla. Como en la Transición. Las intervenciones de Casinello y de Muñoz Molina y el coloquio posterior nos dejaron un poso inesperado de optimimo. Ninguna farmacia me hubiera dado un bálsamo más eficaz contra el pesimismo que, con razón o sin ella, nos invade y nos abruma.
Más que sus palabras, que no recuerdo de memoria con exactitud, lo que me cautivó, por desacostumbrado en la España actual, fue el tono del escritor, la forma de contar dulcemente lo que nos pasa, lo que nos perturba, su naturalidad sin exabruptos a la hora de hurgar en las heridas y los males de España. En la Transición decíamos «de este país» o «del Estado español» pues la propia palabra España (incluso su bandera) nos sonaba a fascista, centralista y dictatorial y de la que nos avergonzábamos los antifranquistas, ya fueramos demócratas o no.
Par empezar y resumiendo, Muñoz Molina, que viene de pasar casi una década en Nueva York, hizo un canto a la libertad:
«¡Qué suerte, poder escribir y publicar en democracia! En el año 1975, contra toda previsión, vino la democracia. ¿Pudieron hacer más? ¿Fueron cobardes los padres de la Transición de la dictadura a la democracia? No hay que olvidar que vivíamos atenazados por muchos miedos. Casi un centenar de asesinatos de ETA en 1980. Y recordemos la soledad de España durante la Transición. La democracia, dado el fatalismo de no pocos españoles, era algo bastante improbable en aquellos tiempos. Sin embargo, contra todo pronóstico, España recuperó la libertad. La realidad desmitió a los faltalistas que identifican la historia de España con la morcilla, (´con sangre y se repite´) o la sentencia de Gil de Biedma (´la historia de España termina mal´). Ademas, a los nacionalistas vascos y catalanes les convenía airear los tópicos de la España negra y devaluar interesadamente la historia de la Transición a la democracia.»
Lo que más me llamó la atención fue su autocrítica, una palabra tan extranjera en España:
«En la dictadura, éramos antifranquistas pero no éramos demócratas. Muchos íbamos contra la democracia, que entonces llamábamos burguesa. Sin embargo, la democracia nos hizo demócratas. La democracia tiene muchos beneficiarios pero pocos defensores.»
Hizo también un llamamiento a defender la democracia:
«Falta militancia democrática. ¿Quien la defiende?. El proyecto educativo identitario y separatista tiene un efecto tóxico: está promoviendo comunidades originarias por coacción colectiva y diluye la responsabilidad individual. Si pierdes el paraíso, la culpa la tienen otros. Se basa en el halago a lo propio y el rechazo a lo ajeno. ¿Aqué viene presumir del lugar de nacimiento, una decisión en la que no influimos para nada?.»
Defendió el modelo confederal, que aprendió en Estados Unidos, y solo tuvo una pequeña concesión al pesimismo:
«Las libertades son difíciles de conquistar y fáciles de perder».
Un aviso a caminantes…
Gracias, Antonio. ¡Oído cocina!