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Arriba y abajo en la Inglaterra profunda

(Mis vacaciones en Inglaterra, y II)

Cartel anunciando la carrera de cerdos del domingo
Cartel anunciando la carrera de cerdos del domingo

La «Carrera de Cerdos» (Pig Racing) del próximo domingo es lo primero que ves en un cartel colocado en el pub-cantina-banco-oficina de correos-tienda para todo de Devonshire.

Llegamos con buen tiempo. En lugar de «nubes y claros», como dicen en España, aquí los meteorólogos hablan simplemente de «ratitos de sol«(«suny spells») . Los campos están «moteados por el sol» («sun dappled»). Entiendo por qué la carrera de cerdos se hace bajo techo. Para que la lluvia, tan amiga de estos lares, no estropee la diversión de los escasos pobladores que sobreviven, mal que bien, en la Inglaterra profunda.

Correos-banco-tienda-pub, etc. en Devonshire
Correos-banco-tienda-pub, etc. en Devonshire

Apenas hay montes entre Londres y Devonshire, al noroeste de Nothingham. Abundan los campos de colza. Mantos inmensos de flores amarillas a ambos lados de la M-1 North. Pasamos Leicester donde Ricardo III murió en batalla. Sus huesos reposan en un parking. Los pueblos de las Midlands lucen banderas nacionalistas de Inglaterra: blancas con la cruz roja de San Jorge. No se ven las del Reino Unido. Las casas son de piedra, musgo y ladrillo rojo.

Caballos con mantas frente a la "Vieja Casa del Vicario" de Wetton
Caballos con mantas frente a la «Vieja Casa del Vicario» de Wetton

Pese a saberlo de sobra, me sorprenden los nombres de las aldeas que coinciden con los que tantas veces vi en Nueva Inglaterra (EE.UU.). Claro que aquí no llevan la palabra «New» delante.  También se que los ingleses conducen por la izquierda, al revés que en el continente europeo. Sin embargo, eso no impide que me asusten los coches y camiones que parecen acometernos sin piedad por la derecha. Voy de susto en susto.

El te de las cinco lo tomamos con «scone» (galleta con nata y mermelada) en «The Old Vicarage», la antigua casa del cura de Wetton, convertida en excelente pensión «Bed and Breakfast» (cama y desayuno). La cena, en «Ye Olde Royal Oak», con pintas de Ale, me permite descubrir que en la Inglaterra profunda hay gastronomía propia (y muy buena), distinta de la variada y riquísima cocina india-pakistaní-árabe-africana de Londres. Y no digamos nada de la cerverza Ale a temperatura ambiente… Un cartel del Pub nos advierte que «No se permiten jodidas blasfemias».

Mapa mundi de las cervezas Ale y Lager
Mapa mundi de las cervezas Ale y Lager

Las caminatas por los senderos públicos que atraviesan los campos y los pueblos del duque son un atracón de verdes maravillosos, sorprendentes,

Arroyo en Davonsdale antes de la tormenta.
Arroyo en Davonsdale antes de la tormenta.

Para donde mires hay docenas de verdes distintos, color pastel, verde oliva, verde limón, albahaca… y muros milenarios de piedra serpenteando por los prados plagados de ovejas y vacas.

Muros milenarios en zig zag separan los rebaños.
Muros milenarios en zig zag separan los rebaños.
Verdes ingleses para todos los gustos. Musgo de siglos...
Verdes ingleses para todos los gustos. Musgo de siglos…
No te puedes perder. Hay carteles por los senderos que te avisan: "Pub a media milla"
No te puedes perder. Hay carteles por los senderos que te avisan: «Pub a media milla»
Puerta de entrada a los jardines del duque.
Puerta de entrada a los jardines del duque.

El land lord del Pub «The Devonshire Arms» nos desea «bon apetit» y nos explica un poco de historia.  Casi todo lo que han vistos nuestros ojos (casas, prados, rebaños) son propiedad del XII duque de Devonshire y marqués de Hartington («Cavendo tutus», reza su escudo de armas). Su mansión, que visitamos al día siguiente, sirvió de escenario a la serie «Orgullo y Prejuicio» de Jane Austen.

 

David y yo sobre el puente de Chatsworth. Al fondo, la mansión del duque.
David White y yo sobre el puente de Chatsworth. Al fondo, la mansión del duque.

Naturalmente, me compré una gorra, copia de la que usó el XI duque de Devonshire, muy conveniente para mi calva en el clima lluvioso de la región.

Con la gorra de XI duque. Las caballerizas, al fondo
Con la gorra de XI duque. Las caballerizas, al fondo.

El palacio de los duques (todo es cuidadosamente victoriano) se mantiene con lo que pagan los turistas que lo visitan, y con el alquiler que cobran para bodas, rodajes y todo tipo de reuniones y eventos.

A la entrada del palacio  no puede faltar el "Agua para perros". Es gratis. La embotellada se compra en la caballerizas.
A la entrada del palacio no puede faltar el «Agua para perros». Es gratis. La embotellada se compra en la caballerizas.

 

La aristocracia inglesa ya no es lo que era, pero aún se respira por doquier el clasismo que penetra sutilmente en todas las manifestaciones de la vida en esta Inglaterra profunda.  Pobres abajo y ricos arriba. Como hace tantos siglos. Comprendo que los habitantes de estos pueblos, perdidos entre prados verdes y rebaños sin esquilar, emigren a las ciudades.  Y yo, que procedo de los desiertos de Almería, sin duda volveré a este «verde que te quiero verde…»

arco iris

 

(Mañana no me pierdo el Teatro Globe de Shakespeare en Londres). Vale la pena.

 

 

“Oír o no oír…” en el Globe de Shakespeare

To hear or not to hear! That is the question!

Mis vacaciones en Inglaterra (1)

En Londres he descubierto otra forma de leer y/o escuchar las obras de Shakespeare. Una ambulancia atiende en el Globe a quienes se desmayan en plena representación.

William Shakespeare
William Shakespeare

Como si la maestra me hubiera puesto la tarea de escribir la obligada redacción de “cómo pasé mis vacaciones en el pueblo”, voy a resumir, sin intención alguna de dar envidia, lo que hice en Inglaterra en 7 días de primavera. Lo último es, naturalmente, lo que tengo más fresco y, quizás, una de las visitas más recomendables de Londres. Pasen y vean…

El teatro Globe quedó reconstruido en 1997 con donativos por iniciativa de Sam Wanamaker, un actor y director yanqui. Por fuera parece una plaza de toros de pueblo. Paredes encaladas, sostenidas por grandes vigas, listones y travesaños de roble verde, dan un aspecto casi medieval a la reproducción fiel del Globe, el teatro donde se representaban principalmente las obras de William Shakespeare desde 1599 hasta 1642. El yeso va reforzado con pelos de vaca.  (La entrada cuesta 11 libras para estudiantes y jubilados y, desde luego, se amortiza en risas).

En la puerta del teatro Globe de Shakespeare
En la puerta del teatro Globe de Shakespeare

En 1613, para imitar fielmente el sonido de un cañonazo en “Enrique VIII”, utilizaron un cañón de verdad.  Pero la industria de los efectos especiales con cañones de atrezo no había avanzado lo suficiente. El disparo incendió el tejado de paja y junco y convirtió el Goble en ruinas.  Fue reconstruido inmediatamente y aguantó todas inclemencias del tiempo meteorológico. Pero no las del tiempo político ni religioso. No sobrevivió a los cañonazos del Gobierno puritano de Inglaterra que, en 1642, mandó clausurar, por inmorales, todos los teatros. Cromwell demolió el Globe en 1644.

Londres había crecido lejos del pecado (que se sepa) en el lado Norte del río Támesis, una orilla llena de puritanos serios y aburridos. Y de abogados, en Temple, casi enfrente del Globe. Para divertirse un poco había que cruzar al lado Sur y pecaminoso del río.

Si no te bastaba con el teatro, ofrecían peleas brutales de osos y toros contra perros (“bears and bulls”, hoy sublimados en Wall Street). El oso, atado con una cuerda a una estaca, era atacado por perros a los que despedazaba. Algo parecido ocurría con el toro. El oso, un bien más escaso que el toro, siempre ganaba la pelea. Al Sur del Támesis no faltaban el alcohol, la música, las risas ni los burdeles. Hasta los niños bebían entonces cerveza pues el agua de Londres no era potable.

Como en el escenario del Globe, el río separaba ambos mundos. Los ángeles y dioses del teatro bajaban del Cielo/ático mediante una trampa de poleas bastante ingeniosa. Los diablos, fantasmas y brujas del Averno eran elevados desde una trampilla del sótano. Los mortales de la Tierra caminaban por el escenario.

Trompetistas ensayando en el Globe

Trompetistas ensayando en el Globe

En el patio (yard) caben cómodamente 600 espectadores de pie. Hasta 1.000, un poco apretados. Sentados en los palcos que rodean el escenario, como los tendidos de un coso taurino, caben 900. No hay techo ni luces artificiales, por lo que las representaciones se hacían, y se hacen, de día, a partir de las 2 de la tarde. Ese detalle luminoso, solo con luz natural, ayuda a comprender mejor las obras del genio inglés.

En aquel tiempo (y no como ahora, que el patio del butacas está oscuro), los actores veían las caras del público. Y viceversa. Y oían sus réplicas. Había diálogo entre actores y público. “¡Mátalo!”, le gritaban a Bruto. O bien, “No vayas”, le advertían a voces a Julio César. ”¡Mata a tu padrastro!”, le gritaban a Hamlet.

Taza de recuerdo de Hamlet

Taza de recuerdo de Hamlet

Cuando estrenaron la tele en mi casa, mi madre solía hablar a los actores en medio de la película. Les llamaba de todo. “Guarra, que eres una guarra”, les decía a las más descocadas de la pequeña pantalla.  Así como los niños avisan a la señá Rosita para que se esconda de don Cristobita, el malo de las marionetas de García Lorca, así mismo los londinenses advertían a gritos a los actores de los peligros que corrían sus personajes o los increpaban.  Cuando Hamlet dice, por ejemplo, “To be or not to be…” (“Ser o no ser”) una parte del público podía interrumpirle al grito de “¡Not to be, not to be!”. Un crítico de la época cuenta que le resultaba difícil entender a los actores a causa del griterío del público. Con razón, en Julio César, Marco Antonio reclama la atención del público cuando grita a los del patio: «¡Amigos, romanos, compatriotas, prestadme atención!» .

Las obras no eran inocuas. Tenían una carga política de actualidad y daban al público (y, sobre todo, al mecenas) lo que éste quería oír.  Los mecenas encargaban y financiaban  las obras de Shakespeare como hoy imprimen panfletos o producen videos electorales. La gran joroba y exagerada fealdad de Ricardo III (el ultimo rey inglés de la dinastía Plantagenet) no eran casuales.  Ni tampoco la belleza o la bondad de los nuevos Tudor.

De pie en el patio (1 penique) o sentados en un tendido frente al escenario (2 peniques), los más pobres, vestidos con su mejor gabán o sayal de lino bruto o lana basta y sucia (que lavaban dos veces al año) podían ver la cara y la expresión de los actores pero (¡ay!) también podían verle la cara (y sus ropajes de fina seda) a los aristócratas y otras gentes principales del reino. Los pobres tenían prohibido usar la seda. Los palcos que hay a los lados y detrás del escenario, de cara al público, eran los más caros (6 peniques, más 3 por cojín). Sus nobles abonados no iban solo a ver el teatro sino a ser vistos por la plebe maloliente.

Cabían mil personas apretujadas en el patio: los “penny stinkers” o “apestosos de perra gorda”, que bebían cerveza y meaban allí mismo. Para sus necesidades de arte mayor (o sea, cagar) disponían de una fila de cubos abiertos en los bordes del patio.

Público entrando al patio de los "apestosos de perra gorda"
Público entrando al patio de los «apestosos de perra gorda».

Otro detalle relevante: el teatro no se hacía entonces solo para ser visto sino, sobre todo, para ser oído. No podían ver bien las expresiones de los actores. En cambio, sí podían oír sus voces y los pensamientos que expresaban en voz alta. Así se entienden mejor los monólogos o soliloquios de Hamlet o de lady Macbeth. No eran tales sino, más bien, diálogos con el público. Cuando un actor muere apuñalado en el escenario del Globe, cae muerto pero, además, tiene que gritar, sin micro, en voz muy alta: “I am dead” (“Estoy muerto”) . Para que el público se entere. Y entonces, el recién asesinado se levanta y hace mutis caminando tranquilamente por el entablado.

Grandísimas obras… para ser oídas. (To hear or not to hear, that is the question). Por eso, por razones acústicas, el coso de Shakespeare era redondo: para servir mejor a los oídos que a los ojos. Las obras seguían su curso pese al aguacero tradicional de Londres que lavaba las ropas y diluía la orina del público. Para el olfato solo había un remedio eficacísimo: alto consumo de ajos.+

Las mujeres no podían actuar. Los hombres lo hacían en su lugar, con voz de falsete y maquillaje a base de plomo. Eso explica, al cabo del tiempo, la parálisis de sus nervios y el envejecimiento prematuro de su rostro. Quienes habían actuado de bellas mujeres acababan interpretando a brujas feas y demonios terroríficos.

Al salir del edificio, poco antes de que empezara “Titus Andronicus”, la primera tragedia de Shakespeare, que está hora en cartel, llama la atención una ambulancia a la puerta del teatro. “Todos los días se desmaya alguien del público”, me dicen.  Las crónicas del Times me lo confirman. En el escenario cortan manos y lenguas y brota sangre por doquier. Demasiada carnicería para los sensibles espectadores de hoy.

Me refugié en la tienda turística del Globe. Compré varias chucherías y una ingeniosa goma de borrar con manchas color sangre y la frase más famosa de lady Macbeth tras el crimen regio, al final, poco antes de morir: «Out, damned spot! Out, I say!» Y también: «Here’s the smell of the blood still. All the perfumes of Arabia will not sweeten this little hand».

Goma para borrar la sangre de las manos de los Macbeth.
Goma para borrar la sangre de las manos de lady Macbeth.

“Out damned spot! Out, I say”! (“¡Fuera mancha maldita! ¡Fuera, digo yo!”).

Y, felizmente impresionado, salí corriendo de allí.