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Guerra elogia a Suárez

Hace casi 40 años, nadie lo hubiera imaginado. Alfonso Guerra arrancó un largo aplauso del público, mayoritariamente conservador,  que asistió el miércoles al homenaje a Adolfo Suárez, en el segundo aniversario de su muerte.  ¿Cambió Suárez, cambió Guerra, cambiamos todos nosotros?

Homenaje a Adolfo Suárez en el segundo aniversario de su muerte.
Homenaje a Adolfo Suárez en el segundo aniversario de su muerte.

El retrato, casi literario, que Guerra nos hizo el ex vicepresidente del Gobierno socialista sobre aquel a quien dicen que llamó  “tahúr del Misisipi” fue magistral.

Empezó con lord Byron (“el único profeta verdadero es el pasado”) para defender la necesidad de mantener los valores que hicieron posible la transición en paz de la dictadura a la democracia. Siguió con la crítica a los nuevos “adanes” que consideran que antes de ellos no hubo nada. Y concluyó con la mejor valoración que se puede hacer de una persona: “Suárez marcó una línea en la Historia».

Ha aquí algunas de las pinceladas que Alfonso Guerra dio al  retrato de Adolfo Suárez:

Ni timorato ni temerario, el presidente Suárez fue un ejemplo de reflexión y decisión, de tolerancia y de educación. El hombre es duda que busca seguridad, se mueve entre la tentación de dudar y la necesidad de decidir.

Suárez no buscó la auto redención. Fue numerario desclasado de un régimen oprobioso. En él ascendió a la cumbre de lo que quiso derribar. Nadie le comprendió. Los suyos desconfiaban de él como jefe del Movimiento. «Qué error, qué inmenso error», escribió La Cierva, uno de los suyos, cuando el Rey le encargó formar Gobierno. Sin ningún rencor, Suárez le hizo ministro.

Tuvo que navegar entre la descomposición desde arriba y la presión y alta conflictividad social desde abajo. Atrajo a los conservadores a la democracia. Sobre el pilar del consenso, todos cedieron para conseguir el acuerdo el 78. La ayudaron grandes personajes: Felipe González, Santiago Carrillo, Fernando Abril Martorell, Gutiérrez Mellado, el Rey y otros.

Portada del semanario DOBLON, 10-16 de Julio de 1976. Nadie dada un duro por Suárez.
Portada del semanario DOBLON, 10-16 de Julio de 1976. Nadie dada un duro por Suárez.

En aquellos años difíciles de incertidumbres, crisis, víctimas, libertad y consenso, todos tenemos una nómina de las renuncias que hicimos para restaurar la democracia sin venganzas. Se limitaba la libertad de recordar de los vencidos. Objetivo: que los nietos no sufran nunca más la guerra civil ni la dictadura.

Hubo muchas críticas erradas. Para unos, no se llegó todo lo lejos que se debía. Para otros, fuimos demasiado lejos. Se hizo lo que convenía a todos para que fuera aceptado por todos. Con ese punto medio, Adolfo Suárez cambió la Historia.

A menudo se ha destacado que yo tenía animadversión hacia Suárez. No hagan caso. No es cierto. Durante muchos años, he mantenido una intensa relación con él. Tengo, eso sí, una conciencia culpable porque el 10 de abril de 2002 no le creí. Le pregunté cómo llevaba sus memorias. Me replicó: «No habrá tal cosa, Alfonso, porque estoy perdiendo la memoria». Yo no le creí.

En enero de 1981 me anunció su dimisión. Once meses después del golpe de Estado, en diciembre de 1981, le pregunté el por qué de su dimisión: «Al final, estaba solo», me dijo.

La soledad del corredor de fondo: líder y nada. Comprendí que la amistad es la relación inconclusa de dos soledades.

Guerra terminó su elogio a Adolfo Suárez con esta frase: «No ha dejado de pensar en España».

En mi opinión, desde que le conozco, Alfonso Guerra, tampoco.

Al ex vicepresidente socialista le pasa como al buen vino. Mejora con la edad. Aplaudí, con gusto, su elogio de Suárez.

Abundaban en el público las canas y las calvas. Pocos jóvenes. Lástima. Echamos de menos a la joven duquesa de Suárez, Alejandra Romero, que se excusó por un viaje. Los salones del Instituto de Estudios Constitucionales estaban a rebosar. Presidió el acto mi paisano almeriense el teniente general Andrés Casinello, presidente de la ADVT (Asociación para la Defensa de los Valores de la Transición). De la vida y la obra de Suárez habló también uno de sus ministros: Rafael Calvo Ortega.

En un país de desagradecidos, el homenaje póstumo al presidente Suárez nos reconcilia con un puñado de españoles.

 

 

 

No matarían ni una mosca… ¿en Cataluña?

Acabo de leer, no sin dolor, un libro que me ha puesto los pelos de punta y que recomiendo vivamente sobre todo a mis amigos catalanes y no catalanes: No matarían ni una mosca. Criminales de guerra en el banquillo” de Slavenka Drakulic.

Portada del libro "No matarían ni una mosca"
Portada del libro «No matarían ni una mosca»

Durante su lectura, mi cerebro ha sido un hervidero de estampas terroríficas de las matanzas en la antigua Yugoslavia (1991-95) y de una pesadilla atroz sobre el futuro de los jóvenes envenenados por el nacionalismo excluyente en Cataluña. No, no estoy loco…

Como director del telediario de TVE, me tocó entonces recibir y seleccionar imágenes horribles de los crímenes más inimaginables cometidos entre vecinos (antes amigos) de la civilizada Sarajevo, ciudad tan olímpica como Barcelona. (El gobierno bosnio calculó, por ejemplo, más de 60.000 mujeres violadas).

Entre el 13 y el 19 de julio de 1995, los asesinatos masivos de casi 8.000 civiles (hombres, mujeres, ancianos y niños) en Srebrenica, ciudad presuntamente protegida por cascos azules de la ONU, elevó el listón de la crueldad nacionalista y de la limpieza ética a niveles inéditos en Europa desde los crímenes de la Alemania de Hitler y la Unión Soviética de Stalin.

La guerra de Bosnia, Serbia y Croacia concluyó en el otoño-invierno de 1995, tras los Acuerdos de Dayton (Ohio, EE.UU.) dejando más de 200.000 muertos y dos millones de desplazados. Como corresponsal de TVE en Estados Unidos en aquel tiempo, envié docenas de crónicas sobre las negociaciones de paz en la base aérea de Dayton, con los aviones de los tres belicosos líderes como telón de fondo y las manifestaciones permanentes de feroces inmigrantes de las tres naciones emergentes en la puerta de la base, vigilados por la policía norteamericana.

¿Cómo pudo pasar aquello hace apenas 19 años? Y, lo que es peor, ¿puede volver a repetirse en cualquier tiempo y lugar por gente normal y corriente, como nosotros, y no por monstruos?

Si la pregunta es inquietante, lo es más aún la respuesta que la autora pone, al comienzo del libro, en boca de la gran Hannah Arendt (“Ensayos de comprensión, 1930-1954”), que zarandeó a medio mundo con su teoría sobre “la banalidad del mal”, tras cubrir el juicio del criminal nazi Eichmann:

“Cuando su trabajo le lleva a asesinar a alguien, no se considera un asesino, ya que no lo hace por inclinación personal, sino a título profesional. Por pura pasión, él no mataría ni una mosca”.

Como el herpes, el nacionalismo es para toda la vida, lo llevamos todos dentro, en mayor o menor medida, y nos ataca cuando nuestro organismo está más débil. En su introducción, Slavenska Drakulic se plantea preguntas muy pertinentes y que no debemos olvidar al enfrentarnos al virus de cualquier nacionalismo excluyente:

“Es posible que la guerra se colara en nuestras vidas, lenta y furtivamente, como un ladrón?

¿Por qué no la vimos venir?

¿Por qué no hicimos algo para evitarla?

¿Por qué fuimos tan arrogantes como para pensar que algo así no podía pasarnos a nosotros?

¿Éramos realmente prisioneros de un cuento de hadas?”

La lectura de este reportaje sobre los criminales de guerra ante el Tribunal de La Haya te desasosiega, te quita el aliento. La autora es croata, hace autocrítica y su vida es la vida de muchos otros compatriotas, normales y corrientes, de la antigua “feliz” Yugoslavia que se vieron arrastrados y/o atraídos a huir, a no querer saber o a cometer los actos más crueles.

Además, está muy bien escrito. Me recordaba, en ocasiones, a la gran obra “Si esto es un hombre” en la que Primo Levi nos describe la vida en un campo de concentración nazi como si nada, con la asepsia desesperante de un químico.

Carme Chacón, el tte. general Casinello y un servidor en la ADVT (Asociación para la Defensa de los Valores de la Transición)
Carme Chacón, el tte. general Andrés Casinello y un servidor, ayer, 11 de febrero de 2015, en la ADVT (Asociación para la Defensa de los Valores de la Transición).

Compartiendo mesa y mantel con Carme Chacón y con viejos roqueros de la ADVT (Asociación para la Defensa de los Valores de la Transición), ayer mismo, la socialista catalana y ex ministra de Defensa nos recordó el titulo, tan actual y oportuno, de Chaves Nogales: “¿Qué pasa en Cataluña?”.

No hace tanto tiempo, en la cena de Navidad de hace un par de meses, hubo madres catalanas que, ante el incremento preocupante de los brotes de intolerancia, pidieron, por favor, no hablar de política en la mesa familiar.

¿Cuándo comenzaron a guardar silencio en las cenas familiares de Serbia, Bosnia o Croacia?

¿Cuándo empezamos nosotros con la terapia de afectos mutuos entres los catalanes y el resto de los españoles para reducir la creciente y peligrosa brecha que nos separa?

¿Es quizás demasiado tarde para extirpar el veneno del nacionalismo excluyente inoculado en tantos jóvenes de Cataluña y del resto de España?

Por algo habrá que empezar… Digo yo.