Recibí el golpe por Facebook. Mi amigo y colega Zvi Dor Ner murió el jueves 6 de abril en Cambridge, Mass, la ciudad donde le conocí hace más de 40 años. Aunque era previsible, por la gravedad de su enfermedad, la noticia me estremeció. Ambos tuvimos la fortuna de compartir, casi siempre sonriendo, una amistad de más de 2.000 años, 500 de ellos en el exilio. Gracias a él descubrí Sefarad, la España judía que los Reyes Católicos quisieron exterminar, en 1492, sin éxito.
Bajé a mi sótano, en las afueras de Madrid, donde ahora escribo estas líneas, y puse el último CD que habíamos escuchado juntos: “Sons of Sephardians”. Dicen que la música y la comida es lo más difícil de borrar de la memoria de los pueblos. Estas canciones, naturalmente en menor, son cantadas en ladino, el castellano medieval que, tras su expulsión de España, los sefarditas llevaron con ellos por el mundo entero. Juntos saboreamos unos mazapanes de Toledo. ¡Ay, Toledo! La capital de las tres culturas: judía, mora y cristiana.
Fui educado en un colegio de frailes católicos, en la España fascista del dictador Francisco Franco, aliado de Hitler y Mussolini. Por eso, mis conocimientos sobre el pueblo judío eran no solo pobres sino perversamente distorsionados por el nacional catolicismo y el antisemitismo de mis educadores.
El castellano sigue impregnado aún de cierto antisemitismo. Mi propia abuela, que se había casado con Mariano Soler, probablemente de origen judeo-converso, solía regañarme y perseguirme, con la zapatilla en la mano, gritándome su insulto favorito: ¡”Ven aquí, judío, más que judío!”. O bien: “Lo que has hecho es una judiada”.
Las autoridades del régimen fascista del generalísimo Franco apenas reconocían el Holocausto del pueblo judío a manos de los nazis. Y los niños cantábamos Lily Marlem, en español, con una letra que ensalzaba a los militares de la División Azul que Franco envió a Hitler en la II Guerra Mundial. (“Cuando vuelva a España con mi División/ llenará de flores mi niña su balcón/ Adiós Lilly Marlem, mi amor es para ti…”)
Ni siquiera los comunistas, que apoyaban la causa palestina, se libraban del antisemitismo. Mi mujer, Ana Westley, cuyo padre luchó contra los Nazis en la Segunda Guerra Mundial y vio en persona los campos de concentración, recién liberados por los aliados, y los hornos crematorios, se quedó atónita al oír en España las mentiras de que “el Holocausto era propaganda de los Aliados.” Gracias a la re-educación de mi mujer, tras siete años de matrimonio, me fui liberando del antisemitismo tradicional español.
Con un bagaje cultural árabe-israelí bastante incompleto, incluso contradictorio, llegué, en 1976, a la Nieman Foundation for Journalism, de la Universidad de Harvard. Allí conocí a Zvi Dor Ner, de la Televisión de Jerusalén, y a Jamil Mroue, de un diario árabe de Beirut. Hacia varios meses que había muerto el dictador Francisco Franco. En mi rostro aún quedaban marcadas las huellas de las quemaduras que sufrí al ser secuestrado y torturado por la Brigada de Inteligencia de la Dictadura. Me interrogaron sobre las fuentes de información que tuve para escribir un artículo contra la purga de mandos militares moderados en la Guardia Civil.
Fue muy fácil hacerme amigo de Jamil. La tradicional amistad hispano-árabe lo favorecía. Ambos jugábamos al squash y desayunábamos con frecuencia en la Dunster House o en la Kirkland House a las que estábamos afiliados. En los debates de los “beer and cheese seminar”, celebrados cada semana en la Nieman House con algún invitado célebre, yo solía apoyar las tesis pro palestinas de Jamil sobre el conflicto de Oriente Medio. Naturalmente, Zvi Dor Ner, pro israelí, disentía de nosotros. Así comenzó a formarse un trío de debate semanal bastante singular: las emociones y las razones se cruzaban entre nosotros como los espadachines cruzan sus floretes en el esgrima deportivo. Sin sangre.
Cuando mejoró mi nivel de inglés, favorecido por el “six pack” de cervezas locales, pude discutir con Zvi y Jamil, sin restricciones académicas, por los bares de Harvard Square. Jim Thomson, curator de la Nieman de Harvard, nos enviaba a los tres a hacer presentaciones públicas sobre escenarios como el Boston World Council y otros sobre Oriente Medio y las tres culturas. Así nació, privada y públicamente, nuestra triple alianza entre judíos, moros y cristianos: una amistad que ha crecido y perdurado hasta el último suspiro de nuestro querido amigo Zvi Dor Ner en la mañana del pasado jueves.
Era imposible conocer a Zvi y no quererle. Su sonrisa, casi permanente, que solo cambiaba por sus carcajadas sonoras, acompañaba a sus argumentos más serios y profundos. Pronto apoyé la tesis de Zvi sobre la necesidad de que la nueva España pre democrática reconociera oficialmente al Estado de Israel si quería jugar algún papel a favor de la paz en la región. Lo publiqué en una columna de la página de opinión del New York Times (“Spain and de arabs”) el 23 de abril de 1980.
A los diez años de conocerle, el 17 de enero de 1986, quiso el destino que precisara la ayuda de Zvi para dar una noticia exclusiva en mi programa informativo matinal “Buenos Días” de Televisión Española: España e Israel establecían relaciones diplomáticas. Se había cumplido uno de los proyectos que yo había acariciado con Zvi y Jamil por los bares de Cambridge, Mass.
Necesitaba que abrieran los estudios de la televisión de Jerusalén, a las 5 de madrugada, para conectar vía satélite, en directo, con algún colega con quien comentar la noticia exclusiva que ningún otro periodista conocía. Era difícil. Pero no imposible. Sobre todo para Zvi. Despertó a medio Israel.
A las 7:30 de la mañana, abrí mi programa con un saludo especial que debió sorprender a los espectadores de toda España. Dije: “Shalom Israel”. No obtuve respuesta. Los técnicos ajustaban la conexión. En menos de un minuto, mientras daba la noticia del reconocimiento de Israel por parte de España, sonó un voz clara, potente y parsimoniosa en los hogares de los españoles conectados al primer informativo de la mañana: “Buenos días, Sefarad”.
Al cabo de 500 años de intolerancia, los españoles del interior invitábamos, por fin, a los sefarditas, los españoles del exilio, a que volvieran a casa. Gracias, amigo Zvi. Lo conseguimos. Descansa en paz.
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