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Homenaje a Juan Marichal: ¡Maestro!

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Nuestros más afamados escritores e intelectuales (Cercas, Marías, Elorza…) corren ahora en auxilio de Felipe VI, el vencedor. Salvo honrosas excepciones (Millás, el Roto, Forges, Boyero, Jordi Soler, Estefanía…) nuestros referentes políticos, incluso éticos, ya bien instalados, parecen cagados de miedo tan solo porque una instititución tan desprestiada como la Monarquía muestra cierta fragiliadad -como todos los seres vivos- al cambiar de piel. Hasta el gran Sabater anda callado como un somormujo o, como hoy, escribe solo de caballos.

¿Donde están ya esas plumas que andaban por el monte solas? ¿Tiritando bajo el polvo? ¡Ay Federico García!

Esta pérdida repentina de referentes intelectuales y éticos en la España actual me ha llevado a recordar a uno de mis maestros más queridos: Juan Marichal. Participé en el libro homenaje que, hace un par de años, le dedicó la Institución Libre de Enseñanza. Don Juan me ratificó en algo que me había enseñado mi padre: amar los ideales de la República. Recupero, copio y pego aquí aquel artículo.

Marichal: Homenaje de la Institución Libre de Enseñanza

04 marzo 2012

Me ha dado un ataque de nostalgia. El libro-homenaje no salda la deuda que tenemos con Juan Marichal pero algo es algo.

Portada del libro-homenaje del BILE a Juan Marichal

Acabo de recibir el número especial del BILE (Boletín de la Institución Libre de Enseñanza) dedicado al profesor de Harvard y me ha llenado de emoción.

Antes que los ensayos de los intelectuales, he leído las crónicas afectuosas de dos colegas: Miguel Angel Aguilar y Juan Cruz. Luego, las cartas inéditas del maestro, hilvanadas por su hijo Carlos Marchal Salinas, y ahora he concluido un artículo magistral de su discípulo y amigo Christopher Maurer de la Universidad de Harvard.

Estoy feliz por haber tenido la oportunidad de participar (entre gente tan principal) en este homenaje a un hombre tan sabio, tan querido y a quien tanto debo.

Para mis hijos, amigos y discípulos de Juan Marichal (para mi archivo, ¡cómo no!), con la venia del director del BILE, y con la del director de www.20minutos.es, copio y pego, a continuación, mi contribución a este homenaje (que, además, es la única que tengo escrita en mi ordenador).

Es un artículo-crónica largísimo. El que avisa no es traidor. Pero es lo que me pidieron los amigos del Boletín de la Institución Libre de Enseñanza, a cuyo Consejo de Redacción pertenezco, desde hace años, por encargo de Marichal. Y, aunque es largo, por el afecto y la deuda personal que tengo con el profesor Marichal, creo que me he quedado corto con este obituario incompleto.  Los restos de Marichal reposan en el cementerio de Cuernavaca (México) junto a los de su esposa Solita Salinas, la hija del poeta Pedro Salinas.

Ahí va mi artículo:

(3.400 palabras para el BILE dedicado a Juan Marichal)

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Marichal saca petróleo de Góngora

Los alumnos de “Humanities 55” le aplaudían siempre al término de sus clases; caso único en la historia de la Universidad de Harvard.

José A. Martínez Soler

(Periodista, profesor titular de Economía Aplicada y, sobre todo, alumno de don Juan en Humanities 55, Universidad de Harvard)

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¿Galdós, el garbancero? ¿Machado, el comunista? Asignaturas manipuladas, bibliotecas amputadas, tertulias con las ventanas cerradas, miedo al conocimiento, librerías clandestinas, maestros represaliados… ¡Válgame dios!

Tuve que ir a Estados Unidos en 1976 –huyendo de las torturas, de mi secuestro por paramilitares franquistas y de amenazas de muerte- para que un profesor republicano exiliado, con España a cuestas, me descubriera quién soy y de donde vengo. Y, lo que es mejor, para reconciliarme pacífica y orgullosamente con mis raíces históricas, literarias, culturales y sociales.  Una asignatura prodigiosa, de apariencia inofensiva, me cambió la vida. Y no soy el único que lo dice. Muchos otros alumnos de Juan Marichal (durante los casi 30 años de Humanities 55) comparten mi opinión.

¿Cómo consigue el profesor Marichal ese milagro de transformar el repudio en amor, la vergüenza en orgullo, el pasado triste y oscuro en futuro luminoso? Trataré de explicarme mediante la crónica de los hechos tal como aún los recuerdo.

Don Juan Marichal, boina, bufanda, gabardina larga, antigua, y cartera de cuero con brillo de décadas, camina cabizbajo y a paso lento desde su casa de Cambridge hasta el Harvard Yard, el centro del campus. “¡Ahí viene!”, avisan desde la puerta del Hall. Más de doscientos alumnos (entre oficiales y oyentes) de toda escuela, raza y condición nos acomodamos en una enorme aula que se abre desde el estrado y asciende como anfiteatro en forma de medio cono invertido.

Allí nos enseña don Juan la asignatura más famosa y aplaudida entre los hispanos e hispanófilos de la Universidad de Harvard: “Humanities 55. La literatura de los pueblos de habla española”. Y allí acudimos, dos veces por semana, los enamorados de la literatura, de la historia y de la vida española, tal como nos la enseña y contagia el profesor Marichal.  Procedemos del Harvard College, de la Kennedy School of Government, de la Law School, de Ingeniería, de Ciencias y hasta –¡quién lo diría!- de la mismísima Harvard Business School quienes se redimen cruzando el Río Charles para oír al maestro con fruición y recogimiento.

Al entrar en el aula, don Juan nos saluda en voz muy baja y sonríe con timidez. Para repartir, deja en la primera fila un montón de fotocopias con el texto del día, ya sea “Aldebarán”, “Escrito está en mi alma vuestro gesto”, “La libertad, Sancho, es uno de los más preciosos dones…”, en inglés y en español.

Sube torpemente al estrado y, ya sin gabardina ni boina, comienza su clase magistral, su transformación. Con tiza, garabatea en la pizarra unas palabras sueltas y desordenadas, para subrayar el tema del día: “noche oscura”, “Juan de la Cruz”, “Orlando furioso”, “sentimiento trágico de la vida”, “sor Juana Inés”, “soledades”, “vasallo”, “Inquisición”, “Machado”, “Borges”, “destierro”, “liberal”…

Se hace el silencio y es otro hombre el que toma la palabra.

Contraportada del BILE

Don Juan pasea por el estrado. Habla despacio, voz alta y grave, pronunciación impecable.  Sus silencios son largos, premeditados, sonoros.  Sus clases son aparentemente sencillas y de comprensión fácil para los estudiantes del Harvard College y doctorandos con nivel de español avanzado. Solo en la forma.

En el fondo, bajo esa suave apariencia formal, el profesor Marichal ataca a la línea de flotación de los alumnos y nos cautiva con un contenido profundo y turbador, bellísimo y tremendamente original.

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Juan Marichal tiene, no cabe duda, el don de enseñar y encarna a las mil maravillas el papel de profesor de Harvard, director del Departamento de Literatura Española. Luce el vestuario de rigor para la ocasión: chaqueta de lana a cuadros con coderas gastadas de cuero y corbata aburrida, prudente. Ordena sus tarjetas de apuntes, pasea por el estrado, escudriña al público y saca esa voz potente, grave y profunda, desconocida fuera del aula.

Abrimos los ojos y nos convertimos, de pronto, en discípulos entregados. El profesor, en provocador, en perturbador de aquellos alumnos a quienes mantiene en vilo.  No me extraña que sus clases superen con mucho a sus libros, por excelentes que estos sean. Maestro de la oratoria y de la retórica, don Juan administra sus silencios a la perfección.

La tensión y la atención obedecen al sube y baja de una sonora montaña rusa porque su discurso, con premeditada improvisación, está construido en dientes de sierra, como el minutado de un telediario. Su entonación es un recurso pedagógico muy bien aprovechado. Como también, la pronunciación de las palabras clave, que silabea con parsimonia y traduce cortésmente al inglés.

He dicho que aplaudimos todas las lecciones que daba de esta asignatura (caso único en Harvard). No exagero nada. Un día llegamos a aplaudir –lo nunca visto- a un magnetofón. Les cuento como fue. A las 12:00 en punto aparece en el estrado un ayudante de don Juan llevando un enorme magnetofón y una cinta de un palmo de diámetro. “El profesor Marichal está de viaje y no podrá dar personalmente la clase de hoy. Por eso, les pide disculpas y les deja esta grabación para que nadie se pierda la lección”. Acto seguido pone en marcha el aparato y, en el silencio habitual del aula, resuena la voz de maestro… Al cabo de 50 minutos, oímos su tradicional “muchas gracias” y el clic final de aquella tremenda caja sonora.  Tras unos segundos de desconcierto, comienzan nuestros aplausos de rigor, más fuertes y largos, si cabe, que cuando don Juan está presente.

Texto de Garcilaso repartido a los alumnos de «Humanities 55» en 1976.

Lo que más nos sorprende es la vigencia, la rabiosa actualidad, de lo que nos cuenta. Desde el Mío Cid hasta los poetas de la generación del 27 y el despertar latinoamericano, pasando por el Siglo de Oro, el maestro desgrana la vida y la obra de cada autor en su contexto histórico, filosófico, íntimo, vital.

Con finísima habilidad y sensibilidad, entronca el pasado con el presente y, burla burlando, lo proyecta al futuro.  Cada autor aparece inmerso en su época y nosotros entramos en ella con él. El análisis es, naturalmente, comparativo con todo lo que se cuece, a la vez, en otros países y por otros autores coetáneos de distintas lenguas.

Cada día nos cuenta, nos recrea, una historia. Y convierte en descomunal algún detalle que, hasta ese momento, nos pareció irrelevante. “¡Hay que ver! ¿será posible?”, es nuestra reacción silenciosa. Y nos cruzamos miradas cómplices llenas de sorpresa, de admiración.   Y así va formando una legión de hispanófilos norteamericanos que completan su formación científica o técnica con la fascinación por España y América Latina.  Al cabo de los años, he sabido que miembros destacados de las actuales élites culturales, sociales y políticas latinoamericanas descubrieron sus orígenes y se reconciliaran con su historia gracias a Humanities 55.

Estas clases, preparadas para el gran público universitario, no para especialistas, son una obra de arte escénico, de orfebrería literaria, con una técnica oratoria capaz de hacer soñar, incluso, a un alumno de la Harvard Business School. Si no habláramos de España y de América Latina, cada lección podría muy bien comenzar con el consabido “Érase una vez…”  y concluir con “…y comieron perdices”.  Pero, ¡ay!, en la literatura, en la historia y en la cultura de los pueblos de habla castellana no siempre acaban los autores ni los personajes “felices y comiendo perdices”. 

Él se preguntaba si no tendríamos los españoles, a lo  largo de los siglos, un regusto por hurgar en nuestras heridas históricas, por alimentar el unamuniano sentimiento trágico de la vida, por tropezar a menudo en la misma piedra del pesimismo o del fatalismo -¿victoria, acaso, del sino sobre el libre albedrío?- y por lapidar, con frivolidad inmisericorde, a los mejores profetas de nuestra tierra.

Y te hace pensar: ¿Acaso nos viene el despilfarro y liberalidad de los hidalgos arruinados de la influencia de la Inquisición que sospechaba como judaizante toda inclinación al ahorro? ¿Es nuestra envidia una herencia de Al Andalus? ¿Tiene algo que ver el exceso de deuda nacional y nuestra secular incapacidad para el ahorro con la persecución y expulsión de los judíos?

Y así, verso a verso, prosa a prosa, caminando de un lado a otro de la tarima, don Juan nos cuela reflexiones sorprendentes por su originalidad y verosimilitud. De pronto, se para en seco, se regodea en el silencio, recorre el anfiteatro con su mirada y nos suelta una frase corta y explosiva de Cervantes, de San Juan de la Cruz o de Miguel Hernández que nos deja de una pieza.

“La física y las matemáticas son extranjeras en España”, nos dice que escribió el padre Feijóo, un reformador del XVIII –al que dedicó su tesis doctoral, bajo la dirección de don Américo Castro- que atribuía el declive nacional a que “los españoles no han estudiado ciencias experimentales”. A menudo, sus citas, admiraciones e interjecciones son como el rayo, como el relámpago inesperado, que te estremece y te ilumina a la vez.

Con Juan Marichal en casa de su hijo Carlos Marichal Salinas en Cuernavaca, Mexico.

Su discurso penetra dulcemente, sin apenas resistencia. Sin embargo, al cabo de un tiempo, fuera del aula, estalla, a partes iguales, en el corazón y en el cerebro de sus discípulos. Se diría que es capaz de subyugar e iluminar al alumnado diseccionando, desmenuzando, el texto más complejo, oscuro y aburrido de cualquier clásico de la lengua castellana. Así lo resume un alumno venezolano procedente de Geología: “Marichal saca petróleo de las piedras más duras de Góngora”.  Y no le falta razón.

Además, al término de cada una de sus clases, tengo la sensación inquietante de que, bajo la ominosa dictadura de Franco, he vivido casi treinta años engañado acerca de lo que es España y de lo que somos los españoles, de lo que es América Latina y de los que son los latinoamericanos.

Hasta entonces (estudiante de Ciencias), yo no supe que mi lengua madre era tan rica, tan bonita, y que podía expresar sentimientos tan bellos y pensamientos tan profundos. Recuerdo, eso sí, que los maestros perdieron la guerra civil, fueron represaliados, y que los frailes del nacional catolicismo nos enseñaron otra Literatura y otra Historia.  Siento que la lengua, la literatura, la historia de España y mis propias raíces me han sido escamoteadas por falta de maestros auténticos, de referentes intelectuales y morales, como éste que tengo delante de mi en un aula extranjera.

Y me pregunto por qué sus palabras tienen, en la mayoría de los casos, un milagroso efecto balsámico, pacificador, sobre nuestras heridas históricas, sobre “los males de la patria” de Lucas Mallada. Apenas tengo respuesta. Quizá el enigma de Marichal reside en que su investigación histórica, su voluntad didáctica, su habilidad pedagógica y su propia crítica literaria,  en la práctica docente, están llenas de amor; amor al ser humano, en general, y al que se expresa en castellano, en particular.

Su discurso va enriquecido por una pertinaz introspección en la vida y en el alma de los pueblos, en su “intrahistoria”. Siempre que puede, cita de rondón, a don Miguel de Unamuno. Lo cita, si cabe, más que a Ortega o a Giner de los Ríos. Por eso, decimos que don Juan Marichal es nuestro Unamuno particular. Con su doble tragedia personal a cuestas (el largo exilio y la muerte prematura de su hijo Miguel), don Juan “unamuniza” y engrandece todo lo que toca.

En la prodigiosa asignatura Humanties 55 hay una línea argumental finísima, casi imperceptible en el día a día, que deja un poso potente al final del curso. Las lecciones rezuman erasmismo, disidencia, compasión, heterodoxia, amor a la creación, a la imaginación y, por encima de todo, a la libertad. Presenta a los autores casi en parejas antagónicas o complementarias: San Juan de la Cruz y Santa Teresa, Quevedo y Góngora, Lope de Vega y Calderón, Rubén Darío y Juan Ramón Jiménez, Machado y García Lorca, Borges y García Márquez…

Sólo Cervantes y Unamuno –y no por llamarse ambos don Miguel- le merecen clases únicas, exclusivas. Los apuntes ya amarillentos de esos días me ponen aún la carne de gallina. Don Juan –un día cervantino y otro unamuniano- se debate entre ambos, los vive, los pregona, los goza y los sufre compasiva y agónicamente. Y en ambos ve el dolor y el clamor de las dos Españas: la que vence y la que convence , parafraseando a Unamuno.

Vemos la tensión y el miedo que produce esa dualidad desde el Mío Cid (frontera móvil, exterior) hasta nuestros días (frontera fija, interior):  cristianos y musulmanes, cristianos viejos y cristianos nuevos, eclesiásticos bélicos (inquisidores, en latín) y evangélicos (erasmistas, en castellano), ortodoxos y disidentes, conquistadores y conquistados, católicos y protestantes, dominicos (aristotélicos)  y agustinos (platónicos), conservadores y liberales, nacionales y republicanos …

Y nos pone mil ejemplos. Fray Luis de León (nieto de conversos perseguidos en Belmonte) ganó su cátedra a un dominico (próximo a la Inquisición) que le denunció por ser un profesor “afecto a novedades”.  ¡Qué denuncia tan tristemente española!

Nos desmenuza la lengua y nos sorprende con las influencias de la frontera móvil Norte-Sur, desde Asturias a Granada.  (¿Acaso hay algo más español que el “olé” de las tardes de toros? Pues viene de “Alá”).  Indirectamente, hace guiños a los “WASP (blancos, anglosajones y protestantes, que son mayoría entre los alumnos) con la mezcla de inmigrantes en EE.UU. y su frontera móvil Este-Oeste (“go west!”).  Y también se gana a los judíos y musulmanes norteamericanos con la rica acumulación cultural del “melting pot” de España, Sefarad y Al Ándalus.

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Como buen sabio y erudito de mil disciplinas, don Juan es modesto, muy trabajador y extremadamente austero. Los piropos le turban. Si viviera y leyera esto que escribo hoy, con tanto cariño y nostalgia y a modo de obituario incompleto, me impediría publicarlo y me llamaría “aleluyero” o, peor aún, “¡periodista!” por exagerado. Pero, en lo que a su sabiduría, pedagogía, humildad y timidez se refiere, me quedo corto.

Don Juan tiene arranques de ira, eso sí, pero en defensa de valores –hoy casi desvanecidos- como la integridad, el rigor intelectual, la investigación seria, no sesgada, la exigencia de calidad, el desprecio por la riqueza material, el trabajo duro, sin descanso, o la búsqueda de la excelencia.

Un día, comparando la literatura de Miguel de Cervantes, de Benito Pérez Galdós y de Gabriel García Márquez, exclamó:“Siento una enorme vergüenza al decirles que a García Márquez nunca le permitieron la entrada en los Estados Unidos”. El agradecimiento a su tierra de acogida (tenía pasaporte estadounidense) no le impide criticar con firmeza la política de Washington contra uno de los mayores escritores vivos en lengua castellana.

Claro que don Juan no es perfecto. Es un ser humano excepcional, muy especial, también en el sentido de raro, y, quizás, excesivamente estricto. Marcado por el exilio, “transterrado” lejos de su añorada España, que idealiza sin remedio desde la lejanía, el maestro tiene un perfil algo triste y, a veces, doliente, casi agónico. Le gusta reír, pero es tacaño con la risa. Todo lo contario que su esposa Solita Salinas, una sonrisa viviente.

Don Juan es delgado, enjuto y tiene bastante nervio pero parece físicamente frágil y se mueve con esa torpeza que solemos atribuir a los sabios despistados. Y como catedrático durante más de treinta años, y gran académico, no se priva, desde luego, de sentir los celos típicos de una profesión de envidiosos. Ataca a algunos de sus competidores con ironía compasiva (“cervantina”), no exenta de cierta soberbia intelectual, pese a su modestia aparente. Insobornable y cabal, critica duramente a los intelectuales que cree que se han vendido al poder o a intereses económicos. Tampoco se priva de lanzar contra ciertos colegas anécdotas humorísticas de pellizco de monja, dignas del peor Quevedo, que prometo no contar.

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Juan Marichal y JAMS en Cuernavaca, Mexico.

Por sus enseñanzas compruebo que la guerra “incivil” española nos cortó de raíz los grandes troncos de nuestra cultura: los maestros y líderes intelectuales y morales de referencia. Gruesos olivos poéticos, que acumulaban y trasmitían cultura milenaria, como Antonio Machado, Federico García Lorca o Miguel Hernández, fueron segados de golpe. Otros tuvieron que huir o fueron represaliados.  Perdimos la crema de España. Y volvió, otra vez, la secular tensión interior que Marichal llama “la frontera interior”. ¿Frontera imprecisa entre las dos Españas de siempre? ¿Acaso no sufrieron persecución, destierro o cárcel San Juan de la Cruz, Fray Luis de León, Quevedo, Jovellanos, Goya o Blanco White?

Durante la Dictadura, huérfanos de maestros en aquel prolongado y negro paréntesis de “frontera interior”, vimos, a escondidas, algunos brotes meritorios de aquellos troncos.  Pero en España no pudimos oír, ver ni leer a los exiliados como Pedro Salinas (padre de Solita, esposa y auténtico motor de Marichal), a Américo Castro (maestro de Marichal), a Vicente Llorens, a los tres grandiosos Pablos (Casals, Neruda y Picasso) y a tantos otros grandes.

La Universidad de Harvard cuenta entre sus glorias con el profesor Marichal. Y Marichal, durante décadas, acoge y mima a todos los españoles e hispanoamericanos que acudimos a él. Sus aulas, la Kirkland House (a la que ambos estamos afiliados) y su casa (con bandera republicana, naturalmente, y motivos canarios) son lugar de peregrinación, casi de culto, para quienes buscamos raíces literarias, históricas, políticas, vitales y –como no- el entronque con un pasado más libre, creativo y digno, alejado de la vergüenza, la humillación y la miseria de la Dictadura de Franco o de las dictaduras latinoamericanas.

En privado, don Juan habla poco y pregunta y escucha mucho. Le complace compartir lo que Giner de los Ríos llamó “el santo sacramento de la conversación”. Qué buenas tertulias montan Juan y Solita con invitados de categoría (Octavio Paz, José Ferrater Mora, Raimundo Lida, Josep Lluis Sert o Vicente Llorens) mezclados con jóvenes estudiantes, como yo mismo, o el matrimonio Francisco Ros (más tarde secretario de Estado de Telecomunicaciones) y Clemen Millán (luego profesora titular de Literatura de la UNED).

Por eso decimos que de las manos de Juan Marichal y de Solita Salinas sale otra España y otra Latinoamérica de las que podemos presumir y no sin razón.  Los Marichal-Salinas nos tienen en acogida generosa y cálida, en su particular isla hispana anclada en Cambridge, un refugio para estudiantes en el corazón universitario del imperio norteamericano.

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Después de escucharle, se nos hace muy difícil volver, sin más, a nuestra Facultad. Sus clases nos empujan a hacer novillos en nuestra especialidad.  ¡Qué le voy a hacer! Cuando salgo del aula de Marichal, contagiado por su pasión por los grandes escritores en lengua castellana, cruzo el Harvard Yard, camino de las clases de Federalismo Fiscal, con mi tutor Samuel Beer, y me paro en seco al pie de la escalinata de la descomunal Widener Library. (“Ahí están todas las traducciones del Quijote”, nos ha dicho don Juan, “y hasta el manuscrito de Fortunata y Jacinta”).

Mi duda es razonable: hacer novillos, entrar en la biblioteca y leer al autor del día, elegido por Marichal, o seguir mi camino hacia el despacho del simpático profesor Beer (ex ayudante de Rossevelt, lleno de ricas anécdotas) y mejorar mi tesina de Nieman Fellow.  Más de un día, -lo reconozco- el placer superó al deber y me encerré en aquella inmensa biblioteca, la catedral de los libros, en el área de lengua española. Me di a la lectura. Y a esas lecturas, gracias a la guía del maestro, debo mucho de lo que soy y de lo que pienso.

En la primavera de 2007, tres años antes de su muerte, visité a don Juan en su casa de Cuernavaca, México, con su hijo Carlos. Le encontré, con 85 años, muy delicado de salud. Ambos sabíamos que ese podría ser –como fue- nuestro último encuentro. Al despedirme, le abracé emocionado y le ayudé a sentarse en su sillón. Cuando yo estaba a punto de salir, ya en la puerta de su sala de estar, el profesor Marichal, con la mirada algo perdida en sus estanterías de libros, pronunció con su antigua voz, fuerte y grave -la misma voz, reconocí, que utilizaba 30 años atrás en sus clases de Humanities 55-, las célebres palabras de don Manuel Azaña:

“Paz, piedad, perdón”.  

Nunca sabré a qué se refería, por qué me lo dijo ni en qué pensaba, con esa mirada perdida en los libros y su salud tan frágil.  Pero, como en el curso 1976-77, el profesor Marichal consiguió, una vez más, lo que solía lograr con sus clases. Lo consiguió, sí: me dejó descolocado, perturbado, y, como siempre, … me obligó a pensar.

¡Maestro!

FIN

 

 

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5 comentarios · Escribe aquí tu comentario

  1. Dice ser Erik

    Maravilloso. Gracias.

    05 marzo 2012 | 05:07

  2. Dice ser Pacodelcamino

    JAMS,
    muchas gracias por permitirnos leer esta bella página.
    Sólo recordarte que en tu querida Almería, allá en el verano de 1970 durante mis prácticas de IPS en San Viator, un buen librero, del que desgraciadamente no recuerdo el nombre, me permitía en la trastienda de su librería traspasar esa “frontera interior” a la que aludía tu maestro. Así, gracias a ese anónimo librero, pude conocer y poseer libros de autores de los que había oído pero no leído, y cuyos volúmenes luego si fueron leídos por mis hijos con total libertad.

    05 marzo 2012 | 18:47

  3. Excelente artículo, cada vez me deleito con lo que publican en este blog, un saludo

    13 marzo 2012 | 23:01

  4. Dice ser dweb3d

    Muy buen articulo, me gusta mucho la manera en la que escriben, espero visitar su blog mas a menudo

    14 marzo 2012 | 04:08

  5. muy buen articulo amigos… me gusto este y el de baltazar garzon, articulos bastante buenos.. espeor sigan publicando buena informacion en este blog :)

    15 marzo 2012 | 13:46

Los comentarios están cerrados.

Lo llaman Democracia y no lo es. ¡No lo es!

¿Cuando se jodió la Democracia en España?

España está, no solo geográficamente, entre Marruecos y FranciaTenemos una democracia treintañera, joven y débil si nos comparamos con los vecinos del Norte; madura y fuerte, si lo hacemos con los vecinos de Sur. No nos conviene perder la perspectiva. Y estamos infinitamente mejor, en todos los aspectos de la vida, que hace 40 años.

El príncipe de España, Juan Carlos de Borbón, junto al dictador Francisco Franco
El príncipe de España, Juan Carlos de Borbón, junto al dictador Francisco Franco

Desde que murió en la cama el ominoso dictador Francisco Franco, en 1975,  hemos ido ido avanzando y ascendiendo. Azaña diría que «adelantabamos la civilización en España».  Con mucho miedo y algo de concordia, convertimos la Dictadura en Democracia. Sin embargo, ahora tengo la impresión, quizás por la edad, de que vamos hacia atrás, como los cangrejos, y hacia abajo, como los perdedores. 

(Recomiendo vivamente el artículo que publica hoy Joaquín Estefanía en la página 33 de El País, «La debilidad de la democracia«)

¿Desde cuando se está debilitando la democracia en España? O bien, como diría Zabaleta, si saliera de la excelente novela «Conversación en la catedral» de Vargas Llosa:

¿Cuando se jodió la Democracia en España?

El día de la abdicación de Juan Carlos I, la Puerta del Sol estuvo llena de jóvenes con banderas repúblicanas.
El día de la abdicación de Juan Carlos I, la Puerta del Sol estuvo llena de jóvenes con banderas repúblicanas.

El día de la abdicación o claudicación de Juan Carlos I, escuché a miles de jóvenes cantar, a grito pelado, en la Puerta del Sol.  Uno de los estribillos más repetidos era éste:

«¡Lo llaman Democracia y no lo es. No lo es!»

Al escuchar anteayer a Felipe González defender tan ardientemente a Vicente del Bosque y a La Roja, tras la derrota humillante en Brasil, tuve la sensación de que el ex presidente hablaba de sí mismo y defendía su propia historia. Está en su derecho.

El líder del PSOE, con los platos que le cocinaba Alfonso Guerra, llevó a España a las más altas cimas de la modernidad y de la democracia. Un ejemplo mundial.  Pero perdió la gracia… y el poder. Y salió corriendo, como gato escaldado, por la gatera del Palacio de la Moncloa… y de la historia.

En 1996, Felipe González, seleccionador de un partido centenario, fue derrotado no por Holanda -gran selección, subcampeona del mundo- sino nada menos que por José María Aznar, ese «hombrecillo insufrible» (como le llama Manolo Saco).

¿Se puede caer más bajo?

Me puse a hacer memoria, esa traicionera. Felipe González levantó la copa de su Mundial en el glorioso año 1992 (Juegos Olímpicos de Barcelona, Expo de Sevilla). Como en la comunión de la niña, tiramos la casa por la ventana, en plena crisis. El cava del 92 perdió las burbujas y nos dejó una resaca espantosa.

Mariano Rubio, aquel que firmaba los billetes del Banco de España, se lo llevaron los guardias a la cárcel por llevarse los billetes a casa. Y Luis Roldán, el jefe de los guardias, también se llevó los billetes … ¡de los huerfanos! La jefa del Boletín Oficial del Estado, robaba el papel. Miguel Boyer Salvador, fue ministro de Hacienda por parte de padre y delincuente financiero por parte de madre. En la cuentas pecaminosas de Ibercorp y Sistemas Financieros aparecía como Miguel B. Salvador y en los decretos del BOE lo hacia como Miguel Boyer.

Estos pequeños detalles eran la punta del iceberg de la corrupción rampante que se extendía también por ayuntamientos y comunidades autónomas gobernadas por el PSOE, el partido de mis padres y en el que yo había depositado tantos votos y tantos sueños…

La financiación ilegal, el trueque de favores por licencias, el nepotismo/enchufismo, las recalificaciones urbanísticas opacas y/o delictivas, el engreimiento/soberbia de las élites, el alejamiento de los ciudadanos, la pérdida de los valores éticos del socialismo solidario, el triunfo del capitalismo de hojalata y del «pelotazo», de Mario Conde, de los Albertos, la descomunal crisis bancaria, la crisis económica de efectos retrasados por los fastos del 92… Desde luego, no hubo una sola causa ni tampoco una fecha exacta.

En las elecciones generales del 93, me tocó hacer las entrevistas a los canditados presidenciales en Televisión Española. Felipe aún parecía imbatible. Se juntó con el juez Baltasar Garzón -mister Proper, le llamabamos- porque prometía limpiar la mierda acumulada en la vida política. Ese año fue la última vez que le voté, tapándome la nariz. Fue un error.

Felipe González, rendido ante la princesa.
Felipe González, rendido ante la princesa.

Si hubiera perdido en el 93, Felipe González aún habría salido por la puerta grande de la historia y a hombros.  ¿Quien sabe? Sin embargo, siguió arrastrándose tres años más por el fango político. En las elecciones generales del 96, la carroza de oro de Felipe ya se había convertido en calabaza. Aznar, el «hombrecillo insufrible», le tumbó.

La derecha tenía hambre de balón. Mucha hambre. Desde la muerte de su admirado dictador había estado agazapada y temerosa, mientras el centro democrático de Adolfo Suárez desmontaba el franquismo y, a la vez, construía los cimientos de nuestra democracia.

Cuando llegaron al poder, los populares se pusieron las botas. «Mientras dure…», debieron pensar. En cuestiones de corrupción política y económica, la derecha es mucho más hábil y sabia, por costumbre, y menos cutre, que la izquierda. Las veredas de la corrupción socialista ya estaban trazadas. Se ampliaron con Aznar, con Zapatero y con Rajoy.

Haceindo la cuenta de la vieja, la Democracia española lleva, más o menos, 20 años haciendo agua. Vamos hacia atrás y hacia abajo. Los jóvenes republicanos de la Puerta del Sol sabían muy bien lo que cantaban en día de la claudicación del Rey:

«¡Lo llaman Democracia y no lo es. No lo es!»

También cantaban, con la música de Guantanamera:

«¿Quién te ha votado/

Felipe, ¿Quién te ha votado?/

¿Quién te ha votado?»

La Policía "escolta" a los republicanos de Montera a Tirso de Molina.
La Policía «escolta» a los republicanos de Montera a Tirso de Molina.

Por si quedaba alguna duda de que, en efecto, lo llaman Democracia y no lo es, anteayer, esos jóvenes republicanos no pudieron cantar el mismo estribillo en la esquina de Montera con Sol, donde la Policía les mantenía «escoltados» para llevarlos a Tirso de Molina, más lejos de la procesión monáquica de Felipe VI.  La razón: «Para evitar conflictos, como se separan a los hinchas del Real Madrid de los del Barça». Pero -¡oiga!- esto no es un partido de fútbol sino el nombramiento del jefe del Estado, de mi Estado, y tengo todo el derecho a opinar, a expresarme y a manifestarme a favor o en contra.

No les dejaron cantar. (Me recuerda mi juventud en tiempos de la Dictadura). Los jóvenes y los viejos se pusieron a silbar la música, tan pegadiza y popular, del Guantanamera. Todoso conocíamos la letra prohibida que yacía bajo los silbidos.

¿Quien te ha votado?

Felipe ¿Quien te ha votado?

¿Quien te ha votado?

Algunos polícias no pudieron evitar guardar la porra y echarse a reir. Debo reconocer -lo cortés no quita lo valiente- que la policía nacional que yo vi el día de la coronación de nuevo Rey se portó bien, dentro de lo que cabe, cumplió las órdenes de Rajoy con su mejor cara. La Policía se portó mejor que el Gobierno que la mandó reprimir la libertad de expresión.

Y la Policía, con la sonrisa en los labios,  dejó silbar Guantamera a los republicanos. Silbaban con tanta emoción como si se tratara del mismísimo himno del Riego.

¿Quien se atreve a poner puertas al campo? No se enteran.

A mi me gusta más escribir con las plumas que me prohiben...
Esta es mi colección de plumas…

Como a Joan Manuel Serrat (que le gusta más cantar en la lengua que le prohiben), a mi me gusta más escribir con las plumas que me prohiben. ¿Y silbar Guantamera? ¡No digamos!

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Algo muy grave. Acabo de escuchar en La Sexta a la delegada de Rajoy en Madrid, Cristina Cifuentes.  Si no fuera por la mala fe y las intenciones políticas premeditadas del Gobierno de Rajoy, al prohibir los derechos constitucionales de expresión y manifestación, pensaría que esta señora es tonta de remate. Resultaba patétcio escuchar sus mentiras patentes, mientras veiamos a la policía prohibiendo el paso a una joven por llevar un pin republicano en la solapa.

Su lenguaje ha sido premeditamente guerracivilista y extremadamente peligroso. Habló de «evitar actitudes que persiguen la confrontación», » de no propiciar el enfrentamiento», «evitar el conflicto». Creo que la señora Cifuentes debería dimitir mañana mismo, sobre todo por haber ultrajado a la Policía, que sigue las órdenes del Gobierno. Ha dicho que la Policia actuó por su cuenta al pedir a los ciudadanos que retiraran «voluntariamente» las banderas republicanas de sus balcones.

Como pienso que los líderes del PP no son tontos de remate, debo admitir que lo que hecen es premeditado, para meter miedo en el cuerpo a los ciudadanos y dar la impresión -como trata Esperanza Aguirre-  de que son los republicanos los violentos que pretenden «volver a las andadas». Afortunadamente, sus pervesas intenciones no han colado.   Los que violentan la Constitución son los gobernantes del PP.

Rajoy contra Felipe VI: No cabemos todos

Con amigos como Rajoy, Felipe VI no necesita enemigos. Menudo favor le hizo ayer el presidente del Gobierno conservador a los republicanos españoles al conculcar la Constitución, en sus derechos fundamentales de expresión, reunión y manifestación. Con estas actitudes represivas, y de marcha atrás en la democracia, crecerán inevitablemente quienes demanden más democracia…

Concentracion-Republicana-proclamacion-Olmo-Calvo_EDIIMA20140620_0117_13Mientras el flamante Rey decía ante Las Cortes con palabras -seguramente de buena fe- que en la España que él quería «cabemos  todos», la policía de Rajoy nos demostraba con hechos, con violencia gratuita e innecesaria, que en su España no cabemos todos.

Rajoy prohibió la concentración republicana pacifica en la Puerta del Sol (que cerró a cal y canto) así como lucir símbolos republicanos. Los siete detenidos por entrar en Sol con símbolos republicanos han salido hoy en libertad con cargos. ¿Qué cargos? Ahora dirán que eran «violentos». Como querían demostrar al cercenar el derecho de reunión y expresión… y, de paso, meter miedo al  público.

Vestringe, ex diputado de Alianza Popular, detenido con camiseta republicana.
Vestringe, ex diputado de Alianza Popular, detenido con camiseta republicana.

¿A qué tienen nuestros gobernantes tanto miedo?

Desde luego, empezamos este nuevo reinado, en el Reino de la Impunidad, con muy mal pie. Para colmo, Rajoy y Rubalcaba le buscan ahora aforamientos extravagantes y urgentes (penal y civil) al ex Rey Juan Carlos I a quien, no se por qué arbitrariedad, siguen manteniendo el título de Rey.

Ya tenemos dos reyes para confusión y menosprecio del auténtico.

La bandera repulbicana no cabe en este Reino.
La bandera repulbicana no cabe en este Reino.

Además, aquí tenemos miles de aforados privilegiados mientras en los paises serios de Europa (Francia, Italia, Alemania, etc.) tienen media docena o ninguno.

¡Pobre Felipe VI con esta herencia envenenadaNo parece mal hombre. Y es de agradecer que haya reconocido que quiere «una Corona integra, honesta y transparente».  Ya veremos. 

Sabemos que su padre ganó muchos puntos al delvover al pueblo los poderes ilegitimos que heredó del dictador Francisco Franco.

La Policía "escolta" a los republicanos de Montera a Tirso de Molina.
La Policía «escolta» a los republicanos de Montera a Tirso de Molina.

Pero también sabemos que, sobre todo en los últimos años, su Corona no estuvo precisamente decorada por las virtudes que ahora pide su hijo para la suya: integridad, honestidad y transparencia. Todo lo contrario.

A las 12:45 pude lucir mi bandera en Sol hasta que vino la Policía a por ella. La guardé a tiempo.
A las 12:45 pude lucir mi bandera en Sol hasta que vino la Policía a por ella. La guardé a tiempo.
A este no le quitaron la bandera inconstitucional con la "gallina" de Franco
A este no le quitaron la bandera inconstitucional con la «gallina» de Franco

¡Qué lástima que le haya tocado reinar con este Gobierno, con estos partidos políticos y con este sistema judicial (al que ni siquiera mencionó) tan desprestigiados. Los tres poderes del Estado (Ejecutivo, Legislativo y Judicial) , del que Felipe VI es el jefe simbólico, están por los suelos. Por eso, su discurso, frío y tedioso, me pareció una oportunidad perdida.

Afortunadamente, Felipe VI no tiene el poder que tuvo su padre para cesar al presidente franquista Carlos Arias y sustituirle por Adolfo Suárez para desmontar el franquismo.

No podemos ni debemos pedirle que se salte la Constitución. Faltaría más. Pero, al menos, tiene legalmente la palabra y tiene los gestos. Si quiere tener un comportamiento distinto a de su padre, podría empezar renunciando, por ejemplo, a su sospechoso privilegio de  inviolabilidad en la próxima reforma de la Constitución

A petición del público, la policia pidió a esta señora franquista que "no provocara y guardara su bandera" en la Plaza de Oriente. Ella respondió que el nuevo Rey estaba allí gracias a Franco. No le faltaba razón.
A petición del público, la policia pidió a esta señora franquista que «no provocara y guardara su bandera» en la Plaza de Oriente. Ella respondió que el nuevo Rey estaba allí gracias a Franco. No le faltaba razón.

 

Una valiente "Mariana Pineda" luce un modelo con lindos colores republicanos en su balcón de la calle Felipe V.
Una valiente «Mariana Pineda» luce un modelo con lindos colores republicanos en su balcón de la calle Felipe V.

El nuevo Rey perdió ayer una oportunidad histórica para para dar esperanza a los desesperados, para emocionar con su palabra y con sus gestos. Todo fue demasiado color rosa y cargado de almíbar. Una coronación empalagosa y con decorados (como los de la zarina Catalina) pagados con dinero público. Todo muy apropiado para la revista Hola y no para los 6 millones de parados y muchos más millones de decepcionados con la deriva que llevan los dos grandes partidos políticos que, en El Jueves, llaman PP-SOE.

No pueden poner puertas al campo. La libertad de expresión se cuela, con imaginación, por las rendijas que dejan sus represores.
No pueden poner puertas al campo. La libertad de expresión se cuela, con imaginación, por las rendijas que dejan sus represores.

El miedo a la libertad lleva a los gobernantes del PP a situaciones tan ridículas como esta: la Policía impide el paso a una joven porque lleva una chapa en la solapa con los colores de la bandera constitucional de la II República Española, aniquilada por un golpe de Estado y una Dictadura militar de casi 40 años. Video publicado por El Intermedio en La Sexta:

http://twitpic.com/e6jrug

 

 

 

 

 

 

Felipe VI, primer militar en el Congreso despues de Tejero

Que el nuevo Rey entre mañana en el hemiciclo de Las Cortes vestido con uniforme militar es un pésimo gesto que, algún día, le pasará factura. Un error garrafal. Basta con recordar que Felipe VI será mañana el primer ciudadano español que subirá a la tribuna del Congreso de los Diputados con ropa militar después de que el 23-F lo hiciera, pistola en mano, el golpista teniente coronel Tejero y su gente

Tte. Ccornel Tejero, último militar en la tribuna del Congreso antes de Felipe VI.
Tte. Coronel Tejero, último militar en la tribuna del Congreso antes de Felipe VI.

Mal precedente. ¿Se quiere recordar precisamente al pueblo español aquel hecho terrorífico luciendo mañana estrellas de capitán general?

El nuevo Rey debería jurar o prometer la Constitución vestido de civil y rodeado de civiles. Es lo suyo. Para empezar con buen pie.

Y luego podría presidir los desfiles o paradas militares o la recepciones cortesanas en el Palacio Real vestido de militar o de lo que le plazca. A cada uno lo suyo.

 

mafalda monarquia

Me gusta más ir a las «manis» que me prohiben

Parece mentira (con lo lista que parece) que la señora Cifuentes, delegada de Rajoy en Madrid, haya prohibido la concentración en la Puerta del Sol solicitada por la JER (Junta Estatal Republicana) para pasado mañana.

Con la camiseta repúblicana del Mundial.
Con la camiseta republicana del Mundial.

¿A qué tienen miedo? Comprendo que desautorice una marcha que pueda cruzarse, a la misma hora, con la comitiva del nuevo rey Felipe VI. Respetando la libertad de expresión y manifestación, conviene que evitar cruces, provocaciones y/o choques innecesarios entre los derechos de unos y de otros. No comprendo, en cambio, que prohiba una concentración republicana en la Puerta del Sol por donde no está prevista la procesión monárquica.  A menos que la señora Cifuentes sea republicana y, con esta prohibición, quiera hacer un favor a nuestra causa.

Yo diré como el grandísimo Joan Manuel Serrat. Las autoridades franquistas le prohibieron cantar en catalán en un concurso intenacional (no recuerdo si fue Eurovisón u otro del estilo). Serrat canta igual de bien en castellano y en catalán. Cuando le preguntaron en qué lengua le gustaba más cantar, respodió sabiamente:

«Me gusta más cantar en la lengua que me prohiben».

Yo digo lo mismo  que Serrat:

«Me gusta más ir a las manifestaciones que me prohiben. Por eso, el jueves iré a la Puerta del Sol con mi camiseta del Mundial. Claro que si, al final, el Gobierno permite la concentración republicana, a lo mejor me quedo en casa. ¿A qué tienen tanto miedo?» 

Como decía J.F. Kennedy, citando F.D. Roossevelt:

«Solo hay que tener miedo al miedo mismo».

Aprendí esa anécdota mi profesor Samuel Beer, tutor de mi tesina en la Universidad de Harvard. Un día preguntó en clase a quien atribuíamos la famosa frase anterior sobre «el miedo al miedo mismo».  Unos señalaron a Kennedy y otros a Roosevelt.

«Ninguno de los dos fue el autor original de tal frase. Y se lo que digo porque fui yo mismo quien la introdujo en aquel celebre dircurso del presidente Roosevelt».

Pues eso: «Solo debemos tener miedo al miedo mismo. ¡El jueves vamos a Sol!». 

Concentración republican en la Puerta del Sol, sin incidentes, el dia de la abdicación del rey Juan Carlos.
Concentración republicana en la Puerta del Sol, sin incidentes, el dia de la abdicación del rey Juan Carlos.

 

Felipe acelera que (sin prisas) viene la Tercera

En vísperas de su coronación, incapaz de atisbar la fragilidad de su inminente empleo, el futuro rey  Felipe VI ya empieza a cometer errores garrafales.  El principal es, sin duda, aceptar el cargo, ante Las Cortes civiles, vistiendo uniforme de gala de capitán general de los Ejércitos. Cuando los seres vivos  (o las instituciones) cambian de piel es cuando más se nota su fragilidad.

Entendí que su padre vistiera de militar ante Las Cortes de Franco, en 1975 . Con el miedo que todos teníamos en el cuerpo, hasta lo celebré y lo aplaudí.  Aquel Ejército de Franco tenía, entonces, la imagen de sostén de la Dictadura y, por tanto, de enemigo del pueblo.  Sin embargo, al cabo de casi 40 años de democracia, el Ejército se ha ganado el afecto de los españoles. En las encuestas aparece como una de las instituciones más valoradas por los ciudadanos, por encima de los partidos políticos y de la propia monarquía. Ya no hay que temer a nuestro Ejército ni, por tanto, hacerle la pelota con uniformes de gala y condecoraciones propias de actos militares y no de actos civiles.

¿A qué viene, entonces, este gesto castrense tan inoportuno como innecesario e inamistoso?

¿Quiere el próximo rey chupar rueda de la popularidad que goza el Ejército o bien decir «aquí estoy yo» que soy útil por si hay otro golpe de Estado militar como el del 23-F?

¿Acaso no tiene el aún príncipe de Asturias quien le aconseje gestos sabios y prudentes, alejados del origen franquista-militar de la corona de su padre? ¿Quien le obliga a presentarse ante la soberanía popular vestido de capitán general? Su padre, que parece más pillo que él, debería aconsejarle que se presentara de civil ante Las Cortes. Para no asustar con  malos recuerdos…

Con la camiseta repúblicana del Mundial.
Con la camiseta repúblicana del Mundial.

Ya no estamos en el 6 de diciembre de 1978. Entre dictadura militar o monarquía parlamentaria, los españoles elegimos entonces esta última. «A la fuerza ahorcan…» dicen en mi pueblo. Era como elegir entre susto o muerte. Y, sabia y prudentemente, con la libertad recién estrenada, elegimos susto. Y, la verdad, es que no nos ha ido tan mal en los casi 40 años que van desde la muerte del dictador. Gracias, eso sí, al espíritu de la Transición y a la complicidad y el empuje de la mayoría de los españoles.

No tengo confirmación (solo rumores) de que la Iglesia Católica quiera también meter la pata ahora en la coronación del futuro Felipe VI con alguna misa, te deum, o cualquier otro «hocus pocus» o abracadabra mágico-religioso o poniendo, quizás, un crucifijo junto al texto de nuestra Carta Magna.  Sería el colmo. En un Estado aconfesional como el nuestro, veríamos otra vez, el altar y el trono, juntos, llevándonos hacia atrás en el túnel del tiempo…  ¿Qué pintan militares y curas  en actos tan puramente civiles como es la jura del futuro monarca ante la Constitución y los representantes del pueblo español?

Estos errores inciales, por muy insignificantes que parezcan,  no harán más que acelerar la llegada de la Tercera República. Si el futuro rey Felipe VI propiciara una reforma constitucional en toda regla y un referendum legal sobre monarquía o república lo ganaría con holgura. Estoy convencido de ello. Y tendría, a partir de entonces, toda la legitimidad que ahora le falta por el pecado franquista-original de su padre.

El día de la abdicación de Juan Carlos I, la Puerta del Sol estuvo llena de jóvenes con banderas repúblicanas.
El día de la abdicación de Juan Carlos I, la Puerta del Sol estuvo llena de jóvenes con banderas repúblicanas.

Cada año que pase, manteniéndose el status quo de desprestigio de la clase política, enquistada en el reino de la corrupción y la impunidad, el empleo del nuevo rey se irá haciendo más y más frágil. Y las esperanzas de cambio de los jóvenes se irán depositanto, sin prisa pero sin pausa, en los ideales siempre vivos de la Tercera República.

En su articulo “Monarquía y referendum”,  el profesor Javier Pérez Royo escribe en El País:

«El referéndum del 6 de diciembre de 1978 fue un acto de liquidación de las Leyes Fundamentales, pero no de legitimación de la Monarquía. Conllevaba la incorporación de la Monarquía a la fórmula de Gobierno que la Constitución establecía, pero no era esa incorporación lo que había sido objeto del debate constituyente y lo que específicamente se sometía a referéndum.

Esta es la razón por la que la Monarquía tiene una posición tan frágil en nuestro sistema político, como la reacción de pánico ante la abdicación del Rey ha puesto de manifiesto. Un órgano constitucional que no dispone de una legitimación democrática inequívoca está permanentemente amenazado de extinción. Y a una magistratura hereditaria, a estas alturas de la historia, la legitimación democrática solo puede proporcionársela un referéndum. La Transición como instancia legitimadora ha tenido una vigencia de 40 años, que no son pocos. Ya no da más de sí.»

Estoy de acuerdo con casi todo lo que dice. Pero no estoy de acuerdo con la afirmación de que la Transición ya no da más de sí. La Transición sigue viva y dará mucho más de sí porque está basada en el espíritu de diálogo, de consenso y de paz entre los españoles que tanta falta nos hizo durante siglos.

Nunca olvidaré el proyecto fabuloso del presidente Aldolfo Suárez cuando tenía que dar agua y, a la vez, cambiar las cañerías del Estado. Se resumía en esta frase, ya histórica: «De la Ley a la Ley, pasando por la Ley».  

Y que no nos diga el futuro rey Felipe VI que no tiene poderes para ello. Josep M. Colomer lo deja bien claro en su artículo «Como Italia», publicado en El Pais:

«De acuerdo con la Constitución española, el jefe del Estado puede destituir al jefe del Gobierno, disolver el Parlamento, convocar elecciones, nombrar un nuevo presidente del Gobierno, así como a los ministros que este proponga, presidir personalmente las reuniones del Consejo de Ministros, expedir los decretos gubernamentales, promulgar las leyes y, de acuerdo con el jefe del Gobierno nombrado por él, convocar referéndums sobre decisiones políticas de especial importancia. Se espera en general que el jefe del Estado use estas capacidades de acuerdo con los resultados electorales. Pero en una situación de emergencia —como sin duda es la española—, los poderes del jefe del Estado están para usarlos —como en el caso italiano— de acuerdo con la letra del texto legal.»

Lindos colores 14 de abril.
Lindos colores 14 de abril.

Así, legalmente, con ese mismo espíritu de la Transición, vendrá la Tercera República si el próximo Rey no espabila y no acierta al propiciar las reformas que su reino (el actual reino de la impunidad) necesita con urgencia.

Aunque soy republicano, no me importaría que acertara.

 

 

 

 

Arriba y abajo en la Inglaterra profunda

(Mis vacaciones en Inglaterra, y II)

Cartel anunciando la carrera de cerdos del domingo
Cartel anunciando la carrera de cerdos del domingo

La «Carrera de Cerdos» (Pig Racing) del próximo domingo es lo primero que ves en un cartel colocado en el pub-cantina-banco-oficina de correos-tienda para todo de Devonshire.

Llegamos con buen tiempo. En lugar de «nubes y claros», como dicen en España, aquí los meteorólogos hablan simplemente de «ratitos de sol«(«suny spells») . Los campos están «moteados por el sol» («sun dappled»). Entiendo por qué la carrera de cerdos se hace bajo techo. Para que la lluvia, tan amiga de estos lares, no estropee la diversión de los escasos pobladores que sobreviven, mal que bien, en la Inglaterra profunda.

Correos-banco-tienda-pub, etc. en Devonshire
Correos-banco-tienda-pub, etc. en Devonshire

Apenas hay montes entre Londres y Devonshire, al noroeste de Nothingham. Abundan los campos de colza. Mantos inmensos de flores amarillas a ambos lados de la M-1 North. Pasamos Leicester donde Ricardo III murió en batalla. Sus huesos reposan en un parking. Los pueblos de las Midlands lucen banderas nacionalistas de Inglaterra: blancas con la cruz roja de San Jorge. No se ven las del Reino Unido. Las casas son de piedra, musgo y ladrillo rojo.

Caballos con mantas frente a la "Vieja Casa del Vicario" de Wetton
Caballos con mantas frente a la «Vieja Casa del Vicario» de Wetton

Pese a saberlo de sobra, me sorprenden los nombres de las aldeas que coinciden con los que tantas veces vi en Nueva Inglaterra (EE.UU.). Claro que aquí no llevan la palabra «New» delante.  También se que los ingleses conducen por la izquierda, al revés que en el continente europeo. Sin embargo, eso no impide que me asusten los coches y camiones que parecen acometernos sin piedad por la derecha. Voy de susto en susto.

El te de las cinco lo tomamos con «scone» (galleta con nata y mermelada) en «The Old Vicarage», la antigua casa del cura de Wetton, convertida en excelente pensión «Bed and Breakfast» (cama y desayuno). La cena, en «Ye Olde Royal Oak», con pintas de Ale, me permite descubrir que en la Inglaterra profunda hay gastronomía propia (y muy buena), distinta de la variada y riquísima cocina india-pakistaní-árabe-africana de Londres. Y no digamos nada de la cerverza Ale a temperatura ambiente… Un cartel del Pub nos advierte que «No se permiten jodidas blasfemias».

Mapa mundi de las cervezas Ale y Lager
Mapa mundi de las cervezas Ale y Lager

Las caminatas por los senderos públicos que atraviesan los campos y los pueblos del duque son un atracón de verdes maravillosos, sorprendentes,

Arroyo en Davonsdale antes de la tormenta.
Arroyo en Davonsdale antes de la tormenta.

Para donde mires hay docenas de verdes distintos, color pastel, verde oliva, verde limón, albahaca… y muros milenarios de piedra serpenteando por los prados plagados de ovejas y vacas.

Muros milenarios en zig zag separan los rebaños.
Muros milenarios en zig zag separan los rebaños.
Verdes ingleses para todos los gustos. Musgo de siglos...
Verdes ingleses para todos los gustos. Musgo de siglos…
No te puedes perder. Hay carteles por los senderos que te avisan: "Pub a media milla"
No te puedes perder. Hay carteles por los senderos que te avisan: «Pub a media milla»
Puerta de entrada a los jardines del duque.
Puerta de entrada a los jardines del duque.

El land lord del Pub «The Devonshire Arms» nos desea «bon apetit» y nos explica un poco de historia.  Casi todo lo que han vistos nuestros ojos (casas, prados, rebaños) son propiedad del XII duque de Devonshire y marqués de Hartington («Cavendo tutus», reza su escudo de armas). Su mansión, que visitamos al día siguiente, sirvió de escenario a la serie «Orgullo y Prejuicio» de Jane Austen.

 

David y yo sobre el puente de Chatsworth. Al fondo, la mansión del duque.
David White y yo sobre el puente de Chatsworth. Al fondo, la mansión del duque.

Naturalmente, me compré una gorra, copia de la que usó el XI duque de Devonshire, muy conveniente para mi calva en el clima lluvioso de la región.

Con la gorra de XI duque. Las caballerizas, al fondo
Con la gorra de XI duque. Las caballerizas, al fondo.

El palacio de los duques (todo es cuidadosamente victoriano) se mantiene con lo que pagan los turistas que lo visitan, y con el alquiler que cobran para bodas, rodajes y todo tipo de reuniones y eventos.

A la entrada del palacio  no puede faltar el "Agua para perros". Es gratis. La embotellada se compra en la caballerizas.
A la entrada del palacio no puede faltar el «Agua para perros». Es gratis. La embotellada se compra en la caballerizas.

 

La aristocracia inglesa ya no es lo que era, pero aún se respira por doquier el clasismo que penetra sutilmente en todas las manifestaciones de la vida en esta Inglaterra profunda.  Pobres abajo y ricos arriba. Como hace tantos siglos. Comprendo que los habitantes de estos pueblos, perdidos entre prados verdes y rebaños sin esquilar, emigren a las ciudades.  Y yo, que procedo de los desiertos de Almería, sin duda volveré a este «verde que te quiero verde…»

arco iris

 

(Mañana no me pierdo el Teatro Globe de Shakespeare en Londres). Vale la pena.

 

 

Conocí a un español con 16 apellidos catalanes

Josep Ramón Bosch no tiene ocho apellidos catalanes sino dieciseis. Los separatistas le temen más que a un nublado y le atacan (escraches incluidos) sin comtemplaciones. Quizás lo hacen porque es más catalan que la mayoría de ellos.

«Mi abuela tiene 97 años, habla catalán y no habla castellano pero ella dice es española», nos cuenta Bosch.

Josep Ramón Bosch, presidente de la Societat Civil Catalana.
Josep Ramón Bosch, presidente de la Societat Civil Catalana.

Este directivo de una famacéutica -gran vendedor- es el presidente de la recién nacida SCC (Societat Civil Catalana). Se define como de centro derecha y convive en la SCC con 12.000 asociados de todos los colores políticos.

He compartido con él mesa y mantel en la ADT (Asociación para la Defensa de la Transición). Y me ha sorprendido que hablara con tanta claridad y sin apenas miedo a los secesionistas de su tierra. A mi el nacionalismo, sobre todo cuando se engaña creyéndose de izquierdas -nunca lo es-, me da bastante miedo.

Nos habló del plan separatista: «referendum consultivo tramposo, sin legitimidad democrática, con dinero público, sin base jurídica, manipulando nuestra propia historia y mintiendo sobre los costes de la separación y sobre nuestra salida automática de la Unión Europea».

Bosch quiere convencer a los que «sentimentalmente no se sienten españoles» debido al discurso de los secesionistas basado en tres pilares falsos:

1.- «España nos roba».  Atribuyen a Madrid los recortes que les ha impuesto la crisis económica: «Madrid nos quita nuestro dinero para dárselo a los andaluces y extremeños».

2.- «España nos ataca y nos humilla».

3.- «España contra Cataluña». La guerra de sucesión (y no de secesión, como dicen) de 1714 no fue  entre España y Cataluña sino entre los partidarios de los borbones y los de los austrias que se disputaban la corona de España. Los secesionistas plantean el tricentenario del 11 de septiembre de 1714 falseando la historia.

La Societat Civil Catalana acaba de enviar un memorandum a las embajadas con su versión sobre la situación actual en Cataluña, tan distinta de la «propaganda» de la Generalitat. Según ellos, la mayoría de los catalanes son contrarios al separatismo pero carecen de cauces para expresarse: «Somos una nación cutural catalana y una nación política española en cuya fundación participó también Cataluña. La lengua catalana es una lengua española y la bandera catalana dio origen a la española. Los separatista le han puesto la estrella del odio y nos han dejado nuestra bandera cuatribarrada a los demás catalanes que no queremos la secesión».

Bosch critica la actuación del Gobierno de Rajoy, desaparecido, porque no hace nada: «El único ministro que habla del problema catalán es Margallo, ¡el de Asuntos Exteriores!.  Y no habrá ningún choque de trenes porque frente al de Artur Mas no hay ningún tren que lo frene: nos van a atropellar. El próximo rey Felipe VI se enfrenta a un gran problema. Cataluña será su 23-F».

Ahí queda eso.

 

 

 

 

¿Por qué no rey Felipe Juan I?

Hay un pequeño debate soterrado entre legitimistas monárquicos y expertos en casas reales sobre el nombre que debería elegir el próximo rey de España. Casi todo el mundo da por hecho que el principe de Asturias, Felipe Juan Pablo Alfonso de Todos los Santos de Borbón y Grecia, jurará su cargo como Felipe VI.  Pero aún no hemos oído la opinión del candidato a rey sobre este asunto.

Acabo de regar mis geranios y, antes del tenis, voy a enredar un poco y añadir confusión a este asunto, algo más que anecdótico, que ocupó ayer un espacio en nuestra tertulia almeriense.

En el Reino Unido los reyes pueden cambiarse de nombre. De hecho, el padre de la reina Isabel II (el tartamudo) adoptó el nombre de Jorge y enterró el suyo de toda la vida. Los papas se cambian de nombre al acceder al trono. Incluso muchos frailes y monjas cambian de nombre con sus votos. Por tanto, si el príncipe de Asturias quisiera adoptar la tradición de su tío abuelo, el rey Jorge del Reino Unido, podría reinar con el nombre que le diera la gana.

Su padre, Juan Carlos I,  ya sentó un precedente. Cuando los españoles votamos mayoritariamente (yo entre ellos) entre la Constitución del 78, que incluía la monarquía parlamentaria, y la dictadura militar de la que veníamos, el entonces príncipe de España (nombrado así por Franco) eligió el nombre de Juan Carlos I y no el de Juan III (nombre que los monárquicos daban extraoficialmente a su padre, el conde de Barcelona)  o Juan IV si hubiera querido respetar, por cortesía filial,  el orden de su padre que nunca reinó.

Los franquistas y neodemócratas insistieron en que no se trataba de una «restauración» de la monarquía tradicional (como ocurrió con Alfonso XII) sino de una «instauración» de una nueva monarquía que nacía por voluntad de su caudillo Franco.  Otros jugaron con la palabra «reinstauración». (Por cierto, en estos días de alabanzas a al rey saliente, no he visto en ningún medio de impreso foto alguna de Juan Carlos con su mentor el dictador Francisco Franco). 

El príncipe de España, Juan Carlos de Borbón, junto al dictador Francisco Franco
El príncipe de España, Juan Carlos de Borbón, junto al dictador Francisco Franco

Quizás, por eso, el príncipe de España eligió (o le impusieron) el nombre de Juan Carlos I. primer rey de España con nombre compuesto que yo recuerde.  Así, con el I, comenzaba una nueva dinastía, sin necesidad de contar con el órden dinástico que daba a su padre, don Juan (o Juan III) la corona de España.

Pero hay una razón histórica más para enredar en este debate de nombres reales. Los catalanes y los aragoneses no tuvieron ningún Felipe I. El marido de Juana I de Castilla y padre de Carlos I de España y V de Alemania, era rey de Castilla pero nunca fue rey de Aragón.  Ese título lo conservó y ejereció su suegro, Fernando el Católico. Por tanto, para el reino de Aragón que incluye el condado de Barcelona, el Felipe II de Escorial sería su Felipe I (ya rey de Aragón por ser bisnieto de Fernando el Católico. O sea, que para Aragón y Cataluña, el orden dinástico impondría al próximo rey el nombre de Felipe V aunque para el resto de España podría ser Felipe VI. 

Pero el nombre de Felipe V, de Anjou, el primer Borbón, tiene malos recuerdos para algunos catalanes. Recuerdo que, cuando yo vivía en Barcelona, algunos le llamaban «Felipe V» al retrete.  Por tanto, por razones más que olorosas, queda descartado el nombre de Felipe V de Aragón.

Hay quien se aventura a decir que todos los españoles quedarían contentos con que el principe de Asturias decidiera llamarse Felipe Juan I.

Ahí queda eso.

Alguno me dirá que ¡vaya tontería! Y no le faltará razón. Pero yo le recordaría que Metternich, el cochero de Europa, afirmaba que valía la pena «morir por el protocolo».

El nombre del futuro rey de España lo sabremos muy pronto. Quizás el mismo día 24 de Junio, festividad de San Juan, santo del primer nombre de pila de su padre y de su segundo nombre de pila.

En todo caso, como buen republicano, le deseo mucha suerte. Por nuestro bien. Hasta que, por mayoría, reformemos la Constitución del 78 para elegir entre monarquía o república. En el 78 elegimos entre monarquía parlamentaria o dictadura militar. Lo tuvimos bastante claro.