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Acerca de JAMS

Periodista en activo durante los últimos 46 años, doctor en Ciencias de la Información “cum laude” por la Complutense y primer hispano parlante diplomado por la Nieman Foundation for Journalism de la Universidad de Harvard (1976-77). Profesor titular de Economía Aplicada de la Universidad de Almería. Consejero y fundador del Grupo 20 minutos España. Ha sido Director General y fundador de Multiprensa, la empresa editora del diario 20 minutos, líder de la prensa española durante casi una década y de 20minutos.es, número 3 de las webs de noticias de España (1999-2014). Director-fundador de los diarios El Sol (1989-90)y La Gaceta de los Negocios (1988-89), del semanario Doblón (1974-76), del mensual Historia Internacional y de la televisión matinal, con el primer informativo diario “Buenos Días” de TVE (1986); director de la Agencia EFE Nacional (1987), corresponsal en Estados Unidos del semanario El Globo del Grupo Prisa (1987-88), redactor jefe de Internacional y de Economía del diario El País (1977-84) y redactor jefe fundador y director en funciones del semanario Cambio-16 (1971-1974). Director de los Telediarios, en distintas etapas, y de varios programas en directo (Informe del Día, Espiral/Detrás de la Noticia, Economía en la 2, Entrevistas a Candidatos Presidenciales de 1993 y 1996, Debates electorales, etc,) de Televisión Española. Corresponsal-jefe de TVE en Estados Unidos 1995-96 (despedido tras la entrevista preelectoral que realizó al candidato José María Aznar) y autor de varios libros: “Jaque a Polanco” (Temas de Hoy, Planeta), “Los empresarios ante la crisis” (Grijalbo) y “Autopistas de la Información” (Debate), con Francisco Ros e Ignacio Santillana; Es almeriense, presidente de la Junta Rectora del Parque Natural Cabo de Gata-Níjar (Almería) y posee la Medalla de Andalucía. Ejerció el reporterismo de sucesos y de información económica en la Agencia Hispania Press (1968) y fue redactor del diario Nivel (1969) y del diario Arriba (1970-71). Trabajó en Radio Nacional de España y TVE en programas de divulgación económica (Mi Bolsillo, La Aventura del Saber, El Canto de un Duro, etc.). Como director del semanario económico Doblón y autor de un artículo sobre la purga de moderados en la Guardia Civil fue secuestrado, torturado y sometido a una ejecución simulada en marzo de 1976 por fuerzas paramilitares franquistas. Fue el primer desaparecido del final del franquismo. Trabajó para el Gobierno de Adolfo Suarez en la Reforma Fiscal (1978) como ayudante del ministro de Hacienda, Fco. Fdz. Ordóñez y en el programa de ajuste económico de Los Pactos de la Moncloa a las órdenes directas del vicepresidente Fdo. Abril Martorell y del ministro de Economía, Jose L. Leal (1979-80). El 13 de febrero de 2014 dejó el Consejo de 20 minutos, pero mantiene su blog “Se nos ve el Plumero” sobre “Noticias y no noticias comparadas” (dentro de 20minutos.es) que, desde 2005 suma casi 2,9 millones de lectores.

¿Quien perdió Cataluña?

La respuesta más socorrida y fácil sería decir “Fuenteovejuna, señor”. Y no me faltaría algo de razón. Todos, en mayor o menor proporción, por acción o por omisión, somos culpables de la pérdida de Cataluña. Y, si no está perdida del todo, lo somos por haber asistido impasibles al crecimiento de los independentistas desde el 20% de toda la vida hasta el 47 % del domingo pasado. Me duele perder Cataluña, donde hay una parte de mi, y, por omisión, me siento culpable de este desgarro.

La aceptación de la culpabilidad individual o colectiva no resuelve el problema si no va acompañada de un plan de medidas urgentes para recuperar lo perdido. Cher, contraria a los independentistas, nos recordó ayer lo difícil que es, una vez extraída, volver a meter la pasta dental dentro de su tubo. Difícil sí, imposible no.

Los nacionalistas, desde su emergencia, tienen un objetivo: conseguir la independencia de lo que ellos consideran su nación, con un Estado propio. Aspiración legítima, naturalmente dentro de los cauces democráticos de respeto a la Ley. Sabemos que la voracidad de los nacionalistas apenas conoce límites: son insaciables y no descansarán hasta conseguir su objetivo. Lo malo es cuando el fin les justifica el recurso a todos los medios posibles, legales o no, dignos o indignos, veraces o falsos. Tengo la impresión de todo les aprovecha para el convento.

La esencia del nacionalismo es emocional/sentimental, más cerca de las tripas que del cerebro. Está tan alejada de la razón que resulta difícil dialogar con ellos con datos reales contrastados y con argumentos racionales. Como ocurre con cualquier otra religión, nos enfrentados con el viejo duelo entre fe y razón. Esa batalla la tenemos perdida si solo recurrimos a las razones que nos dicta el cerebro, sin atender a las emociones que reprimimos en nuestro corazón.

En mayor o menor medida, todos somos algo nacionalistas. Es casi zoológico. Está debajo de nuestra piel y la pelea por superar esa minusvalía animal debe ser permanente. Si bajamos la guardia, el veneno nacionalista, que tantas veces roza con el racismo o el fascismo, se extiende sin remedio perjudicando el sentimiento de solidaridad entre los seres humanos.

Jared Diamond me abrió los ojos con su famosa frase: “Yo contra mi hermano; mi hermano y yo contra mis primos; mis primos, mi hermano y yo contra mis vecinos; mis vecinos, mis primos, mi hermano y yo contra el pueblo de al lado….” Y así podemos explicar, zoológicamente, el origen de casi todas la guerras que en el mundo han sido.

En el caso que nos ocupa, Fuenteovejuna entera bajó la guardia y miró para otro lado. Y en esas estamos. Salvo Adolfo Suárez, que tuvo la visión y el coraje de recuperar del exilio al honorable presidente Tarradellas, para entroncar la democracia con la Generalitat, ningún otro presidente español se libra de haber contribuido, por mantenerse en el poder, a la pérdida de Cataluña.

Tanto Felipe González como José María Aznar celebraron (a cambio del apoyo parlamentario) la total lealtad del poco honorable Jordi Pujol a la Constitución. Creyeron, quizás ingenuamente, en las bondades de la “conllevanza” orteguiana o en el apaciguamiento de la fiera. Jordi Pujol, Artur Mas y sus separatistas se partirían de la risa, mientras seguían tejiendo, ere que erre, con dinero público y escuela pública, su ruta hacia la independencia.

Aunque la “cuestión catalana” viene de lejos, sin tener que remontarnos a la guerra de sucesión entre dinastías europeas (no entre Madrid y Barcelona), lo cierto es que el aumento del sentimiento independentista, desde el 20 al 47 %, ha ido creciendo, tras la crisis del Estatuto, con el lubricante de la gran recesión económica y las políticas de austeridad impuestas desde la Unión Europea.

Es prácticamente imposible, ni siquiera conveniente, extirpar del todo el sentimiento nacionalista, tanto el catalanista como el españolista, el vasco o el gallego. Para volver a meter la pasta dental en su tubo, tenemos que darnos mucha maña, utilizar mucho cerebro y no despreciar las sinrazones que el corazón nos dicta. ¡Ay de mi Cataluña!

Para empezar, un buen gesto sería poner estas Navidades en el Palacio de La Moncloa a un catalán. Alguien como Adolfo Suárez. A ver qué pasa.

 

 

 

 

 

La bandera que me dio repelús

Mi primera reacción al ver al joven líder socialista arropado por una inmensa bandera de España fue de repelús. Sentí un cierto sobresalto. Casi un escalofrío. Pensé en mi padre, socialista y teniente del Ejército de la II República, que se jugó la vida bajo la bandera tricolor.

Pedro Sánchez, lider del PSOE. (22-VI-15)
Pedro Sánchez, lider del PSOE. (22-VI-15)

La segunda reacción fue más fría, cínica quizás: !Qué pillo y opotunista este Pedro Sánchez: gira hacia el centro y le quita símbolos (y votos) a la derecha!

Luego, fugazmente, me acordé de Santiago Carrillo con la bandera bicolor. Ya sin la gallina de Franco. Y de aquella noche en casa de Luis Solana, pergeñando un escudo que sustituyera al águila imperial de la ominosa Dictadura.

Nos gustara o no, cuando se aprobó la Constitución de 1978, la bandera  de Carlos III, de la I República y de la Dictadura (sin águila) se convirtió legalmente, por voluntad popular, en la de todos los españoles.

No fue fácil. Hice de tripas corazón, compré un metro de tela bicolor y, el 6 de diciembre de aquel año, armado de valor y con el corazón partido entre el amor y el temor, la clavé en la puerta de mi casa. A la hora del aperitivo llamaron a mi puerta. Eran los vecinos de la parcela de atrás: el coronel Lisarrague (hermano de un profesor de Sociología que tuve en la Facultad) y su esposa.

¿Qué hace usted con mi bandera en su puerta?», me dijo el viejo coronel, sin ocultar cierto brillo cómplice en sus ojos.

Le repliqué, entre sonrisas:

-Hasta ayer ésta era su bandera y no la mía. Pero desde hoy es también la mía. Y deberíamos celebrarlo… mi coronel».

Pasaron a casa y, no sin emoción, tomamos juntos el aperitivo con nuestro primer brindis de la concordia.

A partir de entonces, hice esfuerzos para perderle el miedo a la bandera bicolor. Había sido la del enemigo durante los años de lucha antifranquista. Y aún era paseada por las calles de Madrid, con brabuconería -gallina incluida-, por los nostálgicos de la Dictadura.

Al año siguiente, al cruzar por Isaac Peral, en la Plaza de Cristo Rey, me vi sorprendido por una manifestación, pequeña pero ruidosa, de franquistas armados de banderas bicolores, aguilucho negro incluido. Otra vez volví a tener miedo antes semejantes símbolos. Miedo y rabia.

Trabajaba yo entonces a las órdenes de Fernando Abril Martorell, vicepresidente económico del Gobierno de Adolfo Suárez. Al despachar con él, le conté mi reacción ante el uso y abuso callejero de la bandera franquista, que ya era anticonstitucional. Le insistí en el daño que eso producía a la ansiada concordia en torno a un símbolo que debería ser querido y no temido por todos los españoles.

No dijo ni pío. Siguió fumando y paseando a grandes zancadas por aquel despacho de Castellana, 3, que había sido del almirante Carrero Blanco. («Y de don Manuel Azaña», solía añadir Abril Martorell, coautor de la Constitución del 78, maestro y amigo).

Unas semanas más tarde, en otra hora de despacho, el vicepresidente me entregó un ejemplar abierto del Boletín Oficial del Estado. Con el índice me señalaba un párrafo. Apuntaba nada menos que a un artículo por el que quedaba prohibido el uso público de símbolos anticonstitucionales, etc.

Con la camiseta repúblicana del Mundial.
Con la camiseta repúblicana del Mundial.

Fue un nuevo pequeño paso en la transición desde la guerra civil (que, para mi, habia terminado con la muerte del dictador en noviembre de 1975 precedida, dos meses antes, por sus últimos fusilamientos) hacia la paz y la concordia constitucional nacida el 6 de diciembre de 1978. (Pese a lo que dicen algunos libros de historia, la guerra civil no acabó en 1939 sino en 1975. En 1939 no empezó la paz sino la victoria, simbolizada por la bandera bicolor con el aguila imperial y por la de Falange.)

Debo reconocer que aún me impresionan las banderas bicolores, aunque, al segundo, digo para mi que ya no hay nada que temer. Que esos colores ya no son, de hace 37 años, los del enemigo sino los míos, los nuestros, los de todos. Afortunadamente, mis tres hijos han crecido viendo dos banderas juntas en casa: la de España y la de Estados Unidos. Con naturalidad, representando a sus dos culturas.

A mi me gusta más escribir con las plumas que me prohiben...
A mi me gusta escribir con las plumas que me prohiben…

Pero sin olvidar los ideales y la historia familiar republicana. En lugar de honor, tenemos la tricolor, también constitucional, aprobada por los españoles en 1931. Lindos colores. En el salon y el jardín. Y en nuestro corazón.

Mis ideales son republicanos. Respeto la bandera bicolor actual, la que luce sin complejos Pedro Sánchez, porque es la que ha sido aceptada por los españoles y, por tanto, también es la mía y la de Rafa Nadal y la selección española de fútbol y baloncesto…

Pero los sueños son libres. Algún día, los españoles podremos decidir recuperar legal y pacíficamente la bandera tricolor que representará los ideales de la III República.

Desde muy niño, mi padre me la cantaba así: «…bandera republicana…llevas sangre, llevas oro, y, por tus penas, morada…».

Lindos colores "14 de abril".
Lindos colores «14 de abril».

Amén.

 

  

 

 

 

Las memorias de Siles acarician y arañan el corazón

Solo para los amantes y sufridores de Almería. Las memorias de José Siles Artés te acarician y arañan el corazón. http://t.co/fhOpHw5HuQ

Las memorias de Siles acarician y arañan el corazón Posted on 4 marzo, 2015 por Jose Antonio Martínez Soler Acabo de leer, casi de un tirón, un libro sencillo y espléndido, de esos que te hacen cosquillas, que te…
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Van cien años que mi hermano Francisco no trabaja…

Don Francisco Giner de los Ríos
Don Francisco Giner de los Ríos

Van cien años (menos tres dias) que mi hermano Francisco no trabaja. El 20 de febrero de 1915 murió Giner de los Rios, el gran maestro que trató de sacar a los jóvenes del humo de los billares para llevarlos al aire puro del Guadarrama. Como escribió Machado, Francisco Giner de los Ríos, creador de la Institución Libre de Enseñanza, soñó «con nuevo florecer de España». Sus ideales siguen tan vigentes… Nos lo recuerda el profesor Francisco J. Laporta, en un artículo magistral y emocionante, que ha publicado hoy en El Pais, cuya lectura recomiendo vivamente.

Como otro homenaje al maestro, también recomiendo la lectura de este cariñoso y admirable poema que Machado dedicó al «hermano Francisco»:

A Don Francisco Giner De Los Ríos

Como se fue el maestro,
la luz de esta mañana
me dijo: Van tres días
que mi hermano Francisco no trabaja.
¿Murió?… Sólo sabemos
que se nos fue por una senda clara,
diciéndonos: Hacedme
un duelo de labores y esperanzas.
Sed buenos y no más, sed lo que he sido
entre vosotros: alma.
Vivid, la vida sigue,
los muertos mueren y las sombras pasan;
lleva quien deja y vive el que ha vivido.
¡Yunques, sonad; enmudeced, campanas!

Y hacia otra luz más pura
partió el hermano de la luz del alba,
del sol de los talleres,
el viejo alegre de la vida santa.
…¡Oh, sí!, llevad, amigos,
su cuerpo a la montaña,
a los azules montes
del ancho Guadarrama.
Allí hay barrancos hondos
de pinos verdes donde el viento canta.
Su corazón repose
bajo una encina casta,
en tierra de tomillos, donde juegan
mariposas doradas…

Allí el maestro un día
soñaba un nuevo florecer de España.»

El maestro de la educación interior

Francisco Giner de los Ríos dedicó su alma a convencer a los españoles de que podían ser un pueblo adulto, dueño de sí mismo. Para la Institución Libre de Enseñanza, la vida debía ser vista como una obra de arte

 Es muy difícil acostumbrarse a carecer del calor de aquella llama viva”. Así escribía José Castillejo, alma de la Junta para Ampliación de Estudios, el 20 de febrero de 1915 tras haber acompañado al cementerio civil de Madrid los restos de don Francisco Giner de los Ríos en un sudario blanco y rodeados de romero, cantueso y mejorana del Pardo, sus pequeñas amigas del monte. Una consternación profunda se apoderó de todos. De los de siempre (Azcárate, Cossio, Rubio, Jiménez Frau), pero también de los grandes del 98, como Azorín, Unamuno o Machado, y de los jóvenes europeístas del 14, como Ortega, Azaña o Fernando de los Ríos. Unas violetas de Emilia Pardo Bazán, y quizás unas flores traídas por Juan Ramón acompañaban también, junto al pesar de los poetas nuevos, a la sencilla comitiva.

Todos quedaron como suspendidos en una honda sensación de orfandad. Por esperada que fuera, la muerte de Giner dejó a la cultura española sin aliento, sin calor, sin luz. Aquel hombre incomparable había sido su más importante referencia moral durante medio siglo. Y la más decisiva incitación educativa de la España contemporánea. Con un sereno gesto histórico, con pasión pero con paciencia, sin ceremonias ni grandilocuencias vacías, que tanto despreciaba, había dicho suavemente su gran verdad a todos los maestros hambrientos y desasistidos de España: que el oficio de educar era la más importante empresa nacional. Una lección que aún nos sigue repitiendo desde entonces y que tenemos que aprender de nuevo una y otra vez.

En su pequeña escuela de la calle del Obelisco, la Institución Libre de Enseñanza, fundada en 1876, había tomado sobre sí la tarea de enseñar a los españoles a ser dueños de sí mismos. Para ello tuvo que luchar denodadamente contra la resistencia sorda y rencorosa de las viejas rutinas hispanas. Lo hizo durante toda su vida, con un sentido profundo de su deber civil y una resolución inquebrantable. Y con un gran respeto por todos. Tenía una viva conciencia de que la Institución era observada y cuestionada, y que no iba a permitírsele el más mínimo error, pero tenía también palabras de gratitud para quienes la hostigaban y perseguían porque también eso era estímulo para el cuidado y la mejora.

Enseñó que la integridad moral es el señorío sobre sí mismo que surge de convicciones profundas

Giner de los Ríos había nacido en Ronda en 1839 y recaló en Madrid a hacer sus estudios del doctorado en la década de los sesenta. Allí encontró a sus maestros Julián Sanz del Río y Fernando de Castro, a cuyo lado reposa todavía hoy. La filosofía krausista que estos habían introducido en la Universidad española fue el prisma por el que miró la realidad española. En ella aprendió la tolerancia religiosa, el culto a la razón y a la ciencia, la integridad moral y el liberalismo político genuino (no el meramente exterior y postizo). Pero con estos pertrechos no se encajaba bien en la Universidad de la época, vigilada hasta la asfixia por el dogmatismo intransigente de los católicos. Esa manía tan nuestra de exigir juramentos a los profesores, sobre esta o aquella constitución, le llevó dos veces a ser expulsado de su cátedra. Simplemente pensaba que no debía hacerlo y no estaba dispuesto a hacer componendas con su propia conciencia. Al no ceder, puso en pie en España junto a sus maestros la primera piedra de esa libertad de cátedra que hemos tardado cien años más en poder disfrutar.

Giner experimentó una profunda decepción ante la conducta política de la juventud liberal durante el sexenio revolucionario (1868-1873). Sus palabras, que también nos hieren hoy, son el mejor comentario: “¿Qué hicieron los hombres nuevos? ¿Qué ha hecho la juventud? ¡Qué ha hecho! Respondan por nosotros el desencanto del espíritu público, el indiferente apartamiento de todas las clases, la sorda desesperación de todos los oprimidos, la hostilidad creciente de todos los instintos generosos. Ha afirmado principios en la legislación y violado esos principios en la práctica; ha proclamado la libertad y ejercido la tiranía; ha consignado la igualdad y erigido en ley universal el privilegio; ha pedido lealtad y vive en el perjurio; ha abominado de todas las vetustas iniquidades y sólo de ellas se alimenta”.

Para quien sepa leer, poco hay que añadir. Desalentado, expulsado de nuevo de la Universidad por negarse a jurar nada ni aceptar textos oficiales, se perfila en su ánimo la convicción de que sólo la educación “interior” de los pueblos (como él la llama) es eficaz para promover las reformas y los cambios que la sociedad necesita, aunque nunca parece querer. Ni medidas políticas, ni pronunciamientos, ni revoluciones. Oigámosle otra vez algunos años después, tras el desastre del 98: “En los días críticos en que se acentúan el tedio, la vergüenza, el remordimiento de esta vida actual de las clases directoras, es más cómodo para muchos pedir alborotados a gritos ‘una revolución’, ‘un gobierno’, ‘un hombre’, cualquier cosa, que dar en voz baja el alma entera para contribuir a crear lo único que nos hace falta: un pueblo adulto”.

Tuvo que luchar contra la resistencia sorda y rencorosa de las viejas rutinas hispanas

Un pueblo adulto, dueño de sí mismo. Por eso entregó Giner en voz baja su alma entera. Y la expresión más cabal de esa entrega fue la Institución Libre de Enseñanza. Con ella se vino a saber entre nosotros que la implantación memorística de textos y letanías no era educar, sino a lo sumo instruir, y de mala manera. Que para aprender era necesario pensar ante las cosas mismas, activamente, tratando de descifrar su disposición y su razón de ser. Se supo también que la integridad moral no tenía nada que ver con reglamentos externos, y premios y castigos; era más bien una suerte de señorío sobre sí mismo que surgía de convicciones profundas.

Que la catequesis religiosa debería desaparecer de la escuela, pues no hacía sino adelantar las diferencias que dividen a los seres humanos, ignorando la raíz común de humanidad que los une a todos. Que una creencia religiosa impuesta coactivamente traiciona la propia religión y profana las mentes vulnerables de los niños. Que las conquistas de la ciencia expresan el camino del ser humano hacia la verdad, la única verdad que hay que respetar por encima de tradiciones, prejuicios y supersticiones. Que estudiar para examinarse una y otra vez es necio y dañino, pues mina la salud sin descubrir al niño el goce del estudio y el descubrimiento. O que las niñas (estamos en 1876, no se olvide) deben educarse no sólo como los niños, sino con los niños, porque establecer una división artificial en la escuela no sólo es una discriminación errónea, sino una solemne estupidez. Y tantas otras cosas.

Para Giner de los Ríos había que transmitir en la educación la idea de que la propia vida ha de ser vista como una obra de arte, como la realización libre y capaz de las ideas que cada uno se forja en el espíritu, la plasmación de un proyecto personal. En eso consistía ser dueño de uno mismo. Y a eso se entregó en la Institución Libre de Enseñanza. Desde ahí irradió a todo el país con una brillantez y una profundidad que todavía hoy nos causan asombro y apenas hemos sido capaces de asumir. Esas entre otras son las razones que hoy, cien años después, nos llevan con unas flores al cementerio civil.

Francisco J. Laporta es catedrático de Filosofía del Derecho de la Universidad Autónoma de Madrid.

Gracias, profesor Laporta, por este articulo precioso de homenaje al maestro.

Francisco Giner de los Rios en El Pardo (1910)
Francisco Giner de los Rios en El Pardo (1910)

Mi primer recuerdo adolescente de la obra de Giner de los Rios me vino gracias a mi paisano don Nicolas Salmerón, presidente de la I República, a quien mi padre citaba con devoción. En un viaje a Madrid, camino de Soria, mi padre me llevó al cementerio civil. Visitamos las tumbas de Nicolas Salmerón, de Pablo Iglesias y de Francisco Giner de los Rios.   Mi segundo y más profundo recuerdo procede de las lecciones del profesor Juan Marichal en la Universidad de Harvad (1976-77). 

Tras la muerte de Franco, Juan Marichal regresó a España, visitamos la casa de Salmerón en Alhama de Almería y fue nombrado director del BILE (Boletín de la Institución Libre de Enseñanza). A propuesta suya, desde entonces tengo el honor de ser miembro del Consejo de Redacción del BILE, una revista en cuyo primer número (7 de marzo de 1877) apareció un articulo magistral de mi admirado paisano don NIcolas Salmerón. 

«Lleva quien deja y vive el que ha vivido»,  dice Machado de don Francisco Giner de los Ríos. Por eso, el «hermano Francisco» sigue tan vivo dentro de nosotros…

 

No matarían ni una mosca… ¿en Cataluña?

Acabo de leer, no sin dolor, un libro que me ha puesto los pelos de punta y que recomiendo vivamente sobre todo a mis amigos catalanes y no catalanes: No matarían ni una mosca. Criminales de guerra en el banquillo” de Slavenka Drakulic.

Portada del libro "No matarían ni una mosca"
Portada del libro «No matarían ni una mosca»

Durante su lectura, mi cerebro ha sido un hervidero de estampas terroríficas de las matanzas en la antigua Yugoslavia (1991-95) y de una pesadilla atroz sobre el futuro de los jóvenes envenenados por el nacionalismo excluyente en Cataluña. No, no estoy loco…

Como director del telediario de TVE, me tocó entonces recibir y seleccionar imágenes horribles de los crímenes más inimaginables cometidos entre vecinos (antes amigos) de la civilizada Sarajevo, ciudad tan olímpica como Barcelona. (El gobierno bosnio calculó, por ejemplo, más de 60.000 mujeres violadas).

Entre el 13 y el 19 de julio de 1995, los asesinatos masivos de casi 8.000 civiles (hombres, mujeres, ancianos y niños) en Srebrenica, ciudad presuntamente protegida por cascos azules de la ONU, elevó el listón de la crueldad nacionalista y de la limpieza ética a niveles inéditos en Europa desde los crímenes de la Alemania de Hitler y la Unión Soviética de Stalin.

La guerra de Bosnia, Serbia y Croacia concluyó en el otoño-invierno de 1995, tras los Acuerdos de Dayton (Ohio, EE.UU.) dejando más de 200.000 muertos y dos millones de desplazados. Como corresponsal de TVE en Estados Unidos en aquel tiempo, envié docenas de crónicas sobre las negociaciones de paz en la base aérea de Dayton, con los aviones de los tres belicosos líderes como telón de fondo y las manifestaciones permanentes de feroces inmigrantes de las tres naciones emergentes en la puerta de la base, vigilados por la policía norteamericana.

¿Cómo pudo pasar aquello hace apenas 19 años? Y, lo que es peor, ¿puede volver a repetirse en cualquier tiempo y lugar por gente normal y corriente, como nosotros, y no por monstruos?

Si la pregunta es inquietante, lo es más aún la respuesta que la autora pone, al comienzo del libro, en boca de la gran Hannah Arendt (“Ensayos de comprensión, 1930-1954”), que zarandeó a medio mundo con su teoría sobre “la banalidad del mal”, tras cubrir el juicio del criminal nazi Eichmann:

“Cuando su trabajo le lleva a asesinar a alguien, no se considera un asesino, ya que no lo hace por inclinación personal, sino a título profesional. Por pura pasión, él no mataría ni una mosca”.

Como el herpes, el nacionalismo es para toda la vida, lo llevamos todos dentro, en mayor o menor medida, y nos ataca cuando nuestro organismo está más débil. En su introducción, Slavenska Drakulic se plantea preguntas muy pertinentes y que no debemos olvidar al enfrentarnos al virus de cualquier nacionalismo excluyente:

“Es posible que la guerra se colara en nuestras vidas, lenta y furtivamente, como un ladrón?

¿Por qué no la vimos venir?

¿Por qué no hicimos algo para evitarla?

¿Por qué fuimos tan arrogantes como para pensar que algo así no podía pasarnos a nosotros?

¿Éramos realmente prisioneros de un cuento de hadas?”

La lectura de este reportaje sobre los criminales de guerra ante el Tribunal de La Haya te desasosiega, te quita el aliento. La autora es croata, hace autocrítica y su vida es la vida de muchos otros compatriotas, normales y corrientes, de la antigua “feliz” Yugoslavia que se vieron arrastrados y/o atraídos a huir, a no querer saber o a cometer los actos más crueles.

Además, está muy bien escrito. Me recordaba, en ocasiones, a la gran obra “Si esto es un hombre” en la que Primo Levi nos describe la vida en un campo de concentración nazi como si nada, con la asepsia desesperante de un químico.

Carme Chacón, el tte. general Casinello y un servidor en la ADVT (Asociación para la Defensa de los Valores de la Transición)
Carme Chacón, el tte. general Andrés Casinello y un servidor, ayer, 11 de febrero de 2015, en la ADVT (Asociación para la Defensa de los Valores de la Transición).

Compartiendo mesa y mantel con Carme Chacón y con viejos roqueros de la ADVT (Asociación para la Defensa de los Valores de la Transición), ayer mismo, la socialista catalana y ex ministra de Defensa nos recordó el titulo, tan actual y oportuno, de Chaves Nogales: “¿Qué pasa en Cataluña?”.

No hace tanto tiempo, en la cena de Navidad de hace un par de meses, hubo madres catalanas que, ante el incremento preocupante de los brotes de intolerancia, pidieron, por favor, no hablar de política en la mesa familiar.

¿Cuándo comenzaron a guardar silencio en las cenas familiares de Serbia, Bosnia o Croacia?

¿Cuándo empezamos nosotros con la terapia de afectos mutuos entres los catalanes y el resto de los españoles para reducir la creciente y peligrosa brecha que nos separa?

¿Es quizás demasiado tarde para extirpar el veneno del nacionalismo excluyente inoculado en tantos jóvenes de Cataluña y del resto de España?

Por algo habrá que empezar… Digo yo.

 

 

 

¡Viva la radio! Un ataque de nostalgia…

Hoy madrugué y valió la pena. Javier del Pino me había invitado su programa «A vivir que son dos días» de la SER. Llegué pronto y sin saber muy bien el motivo de la entrevista. Se había encontrado en Washington con Bill Kovak, un amigo común ex New York Times y ex Harvard, y me mandaba saludos.

Contra mi costumbre, de cuando trabajaba en la radio o en la televisión, esta vez no iba preparado para enfrentarme a las ondas. Quizás por eso, Javier  del Pino y José Martí-Gómez me pillaron desprevenido y, en una atmósfera tan cordialy con la guardia baja, hablé como si fuera libre… de mi vida y milagros.

No se por qué, fuí con la idea de que íbamos a hablar de periodismo en general… al año casi de jubilarme. Pero no. Hablamos de mi tema favorito, con perdón, o sea de mi. Tampoco se si fue más fuerte el ataque de vanidad, por preguntarme sobre mi curriculum, o el ataque de nostalgia por verme de nuevo ante un micrófono…   El caso es que me sentí tan cómodo con los viejos colegas, los cascos y el micro que me solté el pelo y conté cosas sobre mi secuestro, al final de la Dictadura, que no había contado nunca en la radio ni en la televisión. Aunque sí en este blog.

También me comprometí a seguir dando guerra, a no jubilarme del todo, en honor a mi nieto Leo, que ayer cumplió tres meses. Como sabéis algunos, desde que nació este bebé yo creo y practico el ¡Leocentrismo!

Esta es la primera entrevista que mi hija Andrea le ha hecho a su hijo Leo:

VID-20150115-WA0000 (3)

Por un lado, después de diez meses de pensionista y (¿merecido?) relajo casi total (tenis, talla de madera, jardinería, huerta, pesca, etc.) me siento algo culpable de pasarlo tan bien cuando parece que el mundo se nos cae encima a pedazos. Puede ser un reflejo del sentimiento judeo-cristiano de culpabilidad que nos inculcaron los frailes de La Salle. Parece que todo aquello que nos produce placer es pecado, engorda o da cáncer.

Por otro lado, el pasado 23 de octubre nació Leo Jiménez Martínez, mi primer nieto, y ese acontecimiento tan singular trastornó mis planes de jubilado feliz y despreocupado.  ¿Como no seguir la actualidad y no estar al día de lo que pasa en el mundo que se va a encontrar este niño? La verdad es que Leo, sin ningún mérito por su parte, ha tenido doble suerte: nació varón y en Occidente.  Las mujeres lo tienen todo más difícil, incluso en Occidente.

¿Acaso los abuelos (o yayoflautas) no tenemos el deber de intentar mejorar este mundo para entregarlo a las generaciones venideras mejor de como lo recibimos?

Estas fueron mis reflexiones cuando salí esta mañana de la cadena SER, al concluir esta entrevista que copio y pego aquí mismocamino de las pistas de tenis de Villanueva de la Cañada.

Jugué como nunca y perdí como siempre (4-6, 0-6). Mantengo estable mi posición en el ranking de tenis de mi pueblo. Ni subo ni bajo: sigo siendo el último. Claro que hoy me enfrenté a un joven de la Policía Nacional, que está en plena forma física para perseguir a los malos y que me ha hecho correr de lo lindo.  Lo pasé tan bien tanto en la pista como en la SER. Gracias a Hugo y a Javier.

 

Todas las opiniones no son respetables

Mi admirado Fernando Savater cabalga de nuevo. Llevaba mucho tiempo callado o hablando  apenas de carreras de caballos y diversiones por el estilo. No se qué le pasa a este intelectual de cabecera. Desde hace muchos años, en realidad desde que dejó de tontear en favor de los nacionalismos, Savater ha sido un referente de opinión indispensable para muchos españoles.

Voltaire
Voltaire, autor del Tratado de la tolerancia.

Cuando ocurre algún transtorno importante, lo que resulta frecuente en nuestros días, como los crímenes de los yihadistas en Paris, busco su posición… Ultimamente, sin éxito. El filósofo autor de Ética para Amador (que leí con mis tres hijos) lleva algún tiempo escurriendo el bulto, sin comprometerse con la actualidad.

El intelectual que me hizo hurgar en el pensameinto de Voltaire o de Montaigne no dice ni pío. ¡Qué delicia aquella novela suya, «El jardín de las dudas», sobre las cartas entre una condesa española y el señor Voltaire a quien tanto odiaban mis frailes!

Pero hoy, en el suplemento Babelia de El País, con Voltaire en la portada, Fernando Savater vuelve a ser quien fue. Vuelve a escribir como si fuera libre. He leido y recortado su artículo, como hacía antes, y he decidido pegarlo a continuación para el archivo de este blog. Recomiendo su lectura.

Fobia a las fobias

Por Fernando Savater

(Babelia, El País, 17.01.15)

Empecemos por descartar un tópico bobo y falso: «Todas las opiniones son respetables». Pues no, ni mucho menos. Todas las personas deben ser respetadas, eso sí, sean cuales fueren sus opiniones. Si alguien sostiene que dos y dos son cinco, no por ello debe ser encarcelado, ni ejecutado en la plaza pública (tampoco recomendado como profesor de aritmética). Pero su opinión puede y debe ser refutada, rechazada y, si viene al caso, ridiculizada. Las opiniones o creencias no son propiedad intangible de cada cual, porque en cuanto se expresan pueden y deben ser discutidas (etimológicamente, zarandeadas como quien tira de un arbusto para comprobar la solidez de sus raíces). Todo el progreso intelectual humano viene de la discusión de opiniones santificadas por la costumbre o la superstición. En las democracias, el precio que pagamos por poder expresar sin tapujos nuestras opiniones y creencias es el riesgo de verlas puestas en solfa por otros. Nadie tiene derecho a decir que, quien lo hace, le «hiere» en su fe o en lo más íntimo. Hay que aceptar la diferencia entre nuestra integridad física o nuestras posesiones materiales y las ideas que profesamos. Quien no las comparte o las toma a chufla no nos está atacando como si nos apuñalase. Al contrario, al desmentirnos es guardián de nuestra cordura, porque nos obliga a distinguir entre lo que pensamos y lo que somos. Por lo demás, recordemos a Thomas Jefferson, cuando decía, más o menos, «si mi vecino no roba mi bolsa o quiebra mi pierna, me da igual que crea en un dios, en tres o en ninguno».

Se ha puesto de moda que quienes detestan ver sus opiniones ridiculizadas o discutidas lo atribuyan a una «fobia» contra ellos. Llamarla así es una forma de convertir cualquier animadversión, por razonada que esté, en una especie de enfermedad o plaga social. Pero, como queda dicho, la fobia consiste en perseguir con saña a personas, no en rechazar o zarandear creencias y costumbres. Lo curioso es que la apelación a las «fobias» es selectiva: no he oído hablar de «nazifobia» para descalificar a quienes detestamos a los nazis, ni de «lepenfobia» para los que no quieren manifestarse por París con Marine Le Pen y sus huestes (actitud por cierto que me parece más fóbica que democráticamente razonable). Pues bien, no es fobia antisemita oponerse a la política de Israel en Gaza, ni fobia anticatalana cuestionar las manipulaciones de los nacionalistas en Cataluña, ni fobia antivasca denunciar a ETA y sus servicios auxiliares. También sobran argumentos contra la teoría y práctica del islam, lo mismo que no faltan contra el catolicismo. Si no hubiera sido por los adversarios que no respetaron las creencias religiosas, seguiría habiendo aún sacrificios humanos. Los semilistillos que se encrespan si se invoca un «derecho a la blasfemia» quieren un Occidente sin Voltaire o Nietzsche y comprenden que se quemase a Giordano Bruno. Si un particular o una institución se sienten calumniados, insultados o difamados harán bien en acudir a defender su causa ante los tribunales. Pero, por favor, sin atribuir fobias a quienes les llevan la contraria, a modo de coraza que les dispense de argumentar.

Fernando Savater es filósofo y escritor. premios Nacional de Ensayo, Anagrama y Planeta.

La condena de la tragedia francesa no basta

Tantos días sin escribir una línea… y hoy no se como empezar. Unos fanáticos han asesinado a 12 colegas franceses del semanario satírico Charlie Hebdo. No tengo palabras para expresar el dolor y la rabia.

En estos momentos de estupor, me brota una fuerte convicción: ¡Basta ya de respetar ideas y religiones que llevan a esta barbarie! Por extraño que nos parezca, debemos respetar a las personas, a cada una de ellas, pero no a las ideas ni a las religiones, a ninguna de ellas.

Mi primera reacción espontánea  en Facebook fue en este sentido:

Terrible tragedia la de mis colegas franceses asesinados por presuntos fanáticos religiosos islamistas. Los islámicos moderados deben estar aterrorizados. Las personas merecen respeto. Las ideas y las religiones, no. ¡Basta ya! Que el miedo no nos haga callar…

Cartoonists from all over the world mourn in the wake of a Paris shooting that killed as many as 12 people, many who are members of the Charlie Hebdo.
BUZZFEED.COM|DE RYAN BRODERICK
  • Ni un paso atrás en la libertad de prensa.  Todo lo contrario. Los islamistas fanáticos han aterrorizado a los islamistas moderados (que los hay) pero muy pocos se atreven a hablar por miedo a ser señalados. El miedo es libre. Pero como me enseñó mi maestro Sam Beer (autor del discurso de Roosevelt) «debemos tener miedo al miedo mismo». Los islamistas moderados deben salir a la calle (ya lo han pedido varios colegas franceses) y manifestarse masivamente diciendo que los asesinos no les representan. Que no asesinan en su nombre.
    Aunque jubilado hace menos de un año, y sin más medio que este blog personal, no pienso callarme.  Desde pequeños nos han grabado profundamente, machaconamente, que debemos respetar primero la religión católica (pues es la actual) y después todas las demás religiones, todas las ideologías. Ese buenismo es tremendamente dañino. Es un tabú que nos hemos creído. Y así nos va.
    No basta con condenar la tragedia de Francia. Tenemos que dar un paso más en la crítica de los fanatismos y de la intolerancia política y religiosa, en la crítica de la ideas dañinas, cualquiera que sea su origen.
    ¿Por qué tenemos que respetar a las ideas y a las religiones que han causado durante tantos siglos y causan hoy tanto daño, tanto dolor a tantas personas? Hoy son los fanáticos islamistas; antes fueron los fanáticos protestantes, católicos, animistas, hebreos, etc. etc. quienes provocaron baños de sangre en nombre de sus ideas religiosas…
    Respetemos a las personas, si merecen nuestro respeto al margen de sus ideales, pero no tenemos por qué respetar las ideas políticas ni religiosas. Acabo de oir en la BBC las palabras (grabadas no hace mucho tiempo) de uno de los periodistas asesinados hoy en Paris. No las recuerdo textualmente pero, en resumen, quiso decir que «el respeto a las religiones es un eufemismo para disfrazar el miedo a las religiones; las religiones no merecen ningún respeto sino todo lo contrario».
    Completamente de acuerdo.
    ¡Basta ya!

 

Espartaco y las torturas de la CIA

Por razones que no vienen al caso, no me gusta hablar (ni siquiera oír hablar) de las torturas como práctica para obtener información.

Portada de El Pais de hoy (10-12-14)
Portada de El Pais de hoy (10-12-14)

Esta mañana, sin embargo, no pude evitar escuchar en mi radio las noticias sobre la crueldad y la ineficacia de las torturas practicadas por la CIA, desde 2001 a 2008, a sospechosos de pertenecer a Al Qaeda. A sabiendas de su inutilidad, el presidente Bush II las autorizó hace 13 años y un informe del Senado reconoció ayer que no sirvieron para nada.

Es una pena que la democracia más vieja (y aparentemente más sólida) del mundo caiga tan bajo con tan mala práctica. Y una lástima también que Barak Obama, el primer presidente negro de los Estados Unidos, en quien los demócratas de medio mundo habíamos puestos tantas esperanzas, no haya sido capaz de cerrar la infamia de Guantánamo. Obama parece secuestrado por el miedo a caer mal a la élite “wasp” (White, Anglo-Saxon, Protestant) de Harvard a la que tanto se esfuerza en pertenecer y seducir.

A la vez, hoy acabé de leer “Yo soy Espartaco” de Kirk Douglas (97 años), un libro sobre cómo hizo la película de aquel legendario libertador de esclavos, que pudo poner de rodillas al Imperio Romano.

Portafa de "Yo soy Espartaco, de Kirk Douglas (Edi. Capitán Swing)
Portafa de «Yo soy Espartaco», de Kirk Douglas (Edi. Capitán Swing)

Admiro a Kirk Douglas desde mi adolescencia. Al concluir la lectura de su libro, le admiro más aún y echo de menos a los “espartacos” que conocí en Estados Unidos en la lucha por los derechos civiles de los negros y contra la guerra de Vietnam.

Con todas sus contradicciones, me gusta su país, en el que viví varios años (en los 70, en los 80 y en los 90). Pero hay días –como el de hoy- en que los gobernantes de Estados Unidos ponen a prueba nuestro afecto por su hermoso país. Al menos, aunque tarde, el Senado ha descubierto la brutalidad y la ineficacia de las torturas de la CIA y lo ha denunciado publicamente.

Las noticias sobre la guerra sucia y las torturas de la CIA del presidente Bush II , contra presuntos terroristas islamistas, me violentan. En cambio, la lectura del libro de Kirk Douglas sobre su lucha contra las listas negras (la guerra sucia del senador McCarthy contra presuntos comunistas) me sosiega. Fernando Savater, cuyos silencios -con la que está cayendo- son muy sonoros, nos recomendó este libro. Y se lo agradezco.

Cartél de Espartaco, donde aparece el perseguido Dalton Trumbo como guionista. Fue el fin de la listas negras de la "inquisición" norteamericana
Cartél de Espartaco, donde aparece el perseguido Dalton Trumbo como guionista. Fue el fin de la listas negras de la «inquisición» norteamericana

En la introducción a su libro, el grandísimo actor que encarnó a Espartaco escribe:

«Hoy día todavía hay quien sigue tratando de justificar las listas negras. Dicen que eran necesarias para proteger a Estados Unidos. Dicen que las únicas personas que resultaron perjudicadas fueron nuestros enemigos. Mienten. Hombres, mujeres y niños inocentes vieron arruinada su vida debido a esta catástrofe nacional. Lo sé. Estuve allí. Vi como sucedía». 

«El primer presidente estadounidense por quien voté -escribe Douglas– fue Franklin Roosevelt. Él dijo: «De lo único que debemos tener miedo es del propio miedo».

El nonagenario Kirk Douglas me reconcilia con la condición humana y con la buena gente de su país. Ojalá muchos norteamericanos, incluido Obama, pudieran gritar, como hizo él: “Yo soy Espartaco”. La cárcel de esclavos de Guantánamo -vergüenza de la democracia de EE.UU.- estaría cerrada.

Y otro gallo cantaría.

PS. El libro me provocó también un ataque de nostalgia. Mi profesor Samuel Beer, en la Universidad de Harvard, nos preguntó en clase quien había escrito, por primera vez, la famosa frase «De lo único que debemos tener miedo es del propio miedo».

Varios alumnos respondieron al instante, sin dudarlo: 

-«Fue el presidente Roosevelt».

El profesor Beer, un socarrón y enigmático octogenario, lo negó con la cabeza y guardó unos segundos de silencio.

Y replicó:

«No fue el presidente Roosevelt, aunque todo el país lo piense. Y lo se muy bien. Fui yo quien introdujo esa frase en un discurso de Franklin Roosevelt, a cuyo servicio estaba entonces en la Casa Blanca.» 

El Roto pone hoy el dedo en la llaga:

El Roto en El Pais. 12-12-14
El Roto en El Pais. 12-12-14

 

 

 

 

 

 

 

Pedro Jeta se revuelve y muerde a su lobezno

Un amigo me envía el enlace al artículo de Pedro Jota Ramírez de El Mundo de hoy. Como no suelo gastar ni un céntimo en ese ruinoso diario, lo leo gratis por Internet.

Artículo de Pedro J. Ramírez contra su sucesor en El Mundo
Artículo de Pedro J. Ramírez contra su sucesor en El Mundo

Aunque no está mal escrito, no me gusta recomendar veneno a mis lectores. Ni siquiera en pequeñas dosis.  Por eso, para el caso de que alguien lo lea por mi culpa, copio y pego aquí lo que respondí a mi amigo:

«Pedro Jeta es más falso que los duros sevillanos. Lo único que busca – con malvado talento, eso sí- es reescribir su historia para que pensemos que lo echó Rajoy (así quedaría como un héroe de la libertad de expresión) y no la ruina a la que llevó a El Mundo (por su mala cabeza y su megalomanía).

El pobre Rajoy no tiene ni huevos ni inteligencia para tocar un pelo a Pedro Jeta. ¡Qué más quisiera Pedro Jeta, lameculos del poder!

Lo siento por Casimiro, mejor persona aunque lobezno de la misma camada.

Gracias por enviarme el link. No me gasto ni un céntimo en comprar El Inmundo. ¡Que poco les queda -de seguir así- a los diarios y a los partidos de la  «casta».

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Artículo -laudatorio hasta el sonrojo- de Pedro J. Ramirez en Diario 16 (17-VII-1988)
Artículo -laudatorio hasta el sonrojo- de Pedro J. Ramirez en Diario 16 (17-VII-1988)

Puesto a reescribir su historia, el ex director del El Mundo y de Diario 16 (de ambos salió dejándolos en la ruina) podría caer en la tentación de decir que quien le echó de Diario 16 no fue la empresa editora sino el mismísimo Felipe González o su «beautiful people» a quienes tanto aduló.

Para refrescar su memoria y evitarle otro ridículo, le recordaré algunas de sus frases dedicadas al Poder, en su Carta del Director del 17 de julio de 1988 titulada «Mariano Rubio».

Dice así:

«Felipe González ha tenido la suerte de contar entre sus colaboradores con el trío Boyer-Solchaga-Rubio y también el mérito de confiar indesmayablemente en ellos a despecho del pujante periodismo de peluquería que con lucrativa tabarra ha organizado con lo de la «beautiful people». (…)

Ni en el Ministerio de Economía ni en el Banco de España ha habido durante estos años la menor concesión al pasteleo».  Firmado: Pedro J. Ramínez.

Como se recordará, el entonces ministro de Economía, Miguel Boyer Salvador, firmaba con el apellido de su padre en la política y en el BOE y con el de su madre (Miguel B. Salvador) en las pecaminosas y fradudentas cuentas de Ibercorp y Sistemas Financieros. Lo mismo hacía el Gobernador del Banco de España, Mariano Rubio Jiménez, quien firmaba los billetes como el apellido paterno (Mariano Rubio) y las cuentas de Ibercorp y Sistemas Financieros con el de su madre (Mariano R. Jiménez) antes de ingresar en la cárcel. Ambos eran políticos por parte de padre y delincuentes por parte de madre.   Ambos han fallecido y no pueden defenderse. Pero todo todo esto lo publiqué (¿periodismo de peluquería?) cuando estaban vivos, tenían mucho poder y eran ensalzados hasta el sonrojo por su amigo Pedro Jeta. Y me costó caro. Pero eso son gajes del oficio que no vienen a cuento.

La hemeroteca es pertinaz y traicionera. Y Pedro Jeta, el compañero de padel de José Maria Aznar,  anda en campaña para cambiar su historia en España y parte del extranjero. (¿Qué pasa en la prensa española?)  Pero ya no cuela.