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Acerca de JAMS

Periodista en activo durante los últimos 46 años, doctor en Ciencias de la Información “cum laude” por la Complutense y primer hispano parlante diplomado por la Nieman Foundation for Journalism de la Universidad de Harvard (1976-77). Profesor titular de Economía Aplicada de la Universidad de Almería. Consejero y fundador del Grupo 20 minutos España. Ha sido Director General y fundador de Multiprensa, la empresa editora del diario 20 minutos, líder de la prensa española durante casi una década y de 20minutos.es, número 3 de las webs de noticias de España (1999-2014). Director-fundador de los diarios El Sol (1989-90)y La Gaceta de los Negocios (1988-89), del semanario Doblón (1974-76), del mensual Historia Internacional y de la televisión matinal, con el primer informativo diario “Buenos Días” de TVE (1986); director de la Agencia EFE Nacional (1987), corresponsal en Estados Unidos del semanario El Globo del Grupo Prisa (1987-88), redactor jefe de Internacional y de Economía del diario El País (1977-84) y redactor jefe fundador y director en funciones del semanario Cambio-16 (1971-1974). Director de los Telediarios, en distintas etapas, y de varios programas en directo (Informe del Día, Espiral/Detrás de la Noticia, Economía en la 2, Entrevistas a Candidatos Presidenciales de 1993 y 1996, Debates electorales, etc,) de Televisión Española. Corresponsal-jefe de TVE en Estados Unidos 1995-96 (despedido tras la entrevista preelectoral que realizó al candidato José María Aznar) y autor de varios libros: “Jaque a Polanco” (Temas de Hoy, Planeta), “Los empresarios ante la crisis” (Grijalbo) y “Autopistas de la Información” (Debate), con Francisco Ros e Ignacio Santillana; Es almeriense, presidente de la Junta Rectora del Parque Natural Cabo de Gata-Níjar (Almería) y posee la Medalla de Andalucía. Ejerció el reporterismo de sucesos y de información económica en la Agencia Hispania Press (1968) y fue redactor del diario Nivel (1969) y del diario Arriba (1970-71). Trabajó en Radio Nacional de España y TVE en programas de divulgación económica (Mi Bolsillo, La Aventura del Saber, El Canto de un Duro, etc.). Como director del semanario económico Doblón y autor de un artículo sobre la purga de moderados en la Guardia Civil fue secuestrado, torturado y sometido a una ejecución simulada en marzo de 1976 por fuerzas paramilitares franquistas. Fue el primer desaparecido del final del franquismo. Trabajó para el Gobierno de Adolfo Suarez en la Reforma Fiscal (1978) como ayudante del ministro de Hacienda, Fco. Fdz. Ordóñez y en el programa de ajuste económico de Los Pactos de la Moncloa a las órdenes directas del vicepresidente Fdo. Abril Martorell y del ministro de Economía, Jose L. Leal (1979-80). El 13 de febrero de 2014 dejó el Consejo de 20 minutos, pero mantiene su blog “Se nos ve el Plumero” sobre “Noticias y no noticias comparadas” (dentro de 20minutos.es) que, desde 2005 suma casi 2,9 millones de lectores.

Pájaros enamorados en la cerámica de Granada

Acabo de descubrir otro pájaro (enamorado) que mira hacia atrás— No salgo de mi asombro.

Broche antiguo de cobre comprado en un rastrillo de Boston en los años setenta.
Broche primitivo de estaño recubierto de cobre comprado en una tienda de antigüedades de Oslo. .

 

 

 

 

 

 

 

 

 

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¡Qué grata sorpresa!. Hoy, por San Isidro, han abierto un mercadillo de cerámica en la plaza de las Comendadoras de Madrid. El puesto de Alfarería Blas Casares me ha sorprendido: en el centro de sus platos y fuentes hay (pintado y cocido) un pájaro que mira hacia atrás. Eso quiere decir, según viejas tradiciones pre romanas, que el pájaro está enamorado. O bien, como afirma Carmen Requejo (bordadora de tales pájaros), representan a mujeres enamoradas. La semana pasada encontré otro pájaro «enamorado» en una pieza de la antigua Mesopotamia (3.500 AC) expuesta en el British Museum de Londres.

Un pájaro enamorado en la cerámica de Granada Pajaro en cerámica de Granada

Roberto, el vendedor granaino, me insiste en que esos dibujos son de origen árabe. Sin embargo, los árabes de religión musulmana (como los que habitaron Granada, Garnata o Elvira) tenían prohibida la representación de seres vivos, incluidos animales y plantas. Por eso, sus figuras decorativas son geométricas.

¿De donde viene, pues, la tradición de dibujar pájaros que miran hacia atrás en la cerámica granadina?.

La visita que hice el año pasado a Las Hurdes y a La Alberca me dio, por primera vez, algunas claves. Para los curiosos, copio y pego lo que publiqué entonces en mi antiguo blog “Se nos ve el plumero” de 20minutos.es:

La Inquisición no pudo con ellos

(05 agosto 2013)

Los símbolos paganos, prohibidos por la Inquisición, retoñan en La Alberca (Salamanca). Abundan los pájaros “enamorados”, que miran hacia atrás, y los bicéfalos, que celebran el matrimonio precristiano.

Gemelos de los amish comprados en Pensilvania.
Gemelos de los amish comprados en Pensilvania.

Hace 40 años, durante una visita inquietante al Lancaster County (Pensilvania), la tierra de los Amish, me compré estos gemelos. Los encontré en un viejo almacén que los amish tenían en el pequeño pueblo de Intercourse. El nombre del pueblo (en inglés: cruce de caminos, lugar de conversación y… coito) suele provocar una sonrisa casi inevitable en los visitantes. Pese al significado erótico del nombre del pueblo donde los compré, nunca relacioné con el amor a los pájaros que miran hacia atrás sobre corazones rojos de mis gemelos favoritos.

Milagrosamente, pese a usarlos con frecuencia, aún no los he perdido. Y, como no soy supersticioso porque trae mala suerte, la semana pasada los llevé en la boda de mi hija Andy con Eduardo. Una reciente visita turística a La Alberca, refugio de judios que huían de la Inquisición, en Las Batuecas salmantinas, me ha servido para descifrar este viejo y emocionante enigma. Hace más de 40 años que me lo pregunto: -¿Qué representan los pájaros que miran hacia atrás?

Carmen Requejo, bordadora de pájaros que representan a "la mujer enamorada".
Carmen Requejo, bordadora de pájaros que representan a «la mujer enamorada».

Si alguien sabe algo más de este asunto me gustaría que lo aportara al blog. He buscado la respuesta por doquier (en varias enciclopedias, incluso en Google) pero sin éxito. Nunca lo supe hasta que hablé con Carmen Requejo, mientras ella bordaba primorosamente unos pájaros que, con toda naturalidad, llamó “enamorados”. Allí conseguí la primera pista. Y había más. Su minúscula tienda de artesaría albercana, frente al osario de la Iglesia (que luce una calavera entre dos velas), estaba repleta de símbolos paganos.

Me quedé perplejo. Había docenas de pájaros que miran hacia atrás: en manteles, vidrieras, tazas, platos… Sus hijos colaboran con ella y recuperan y mantienen la tradición, casi extirpada por la Inquisisón, pintando en tazas y platos de cerámica pájaros que también miran hacia atrás, símbolo del amor, o truchas penetrando una flor, símbolo pagano de la fertilidad. Tuve una sabrosa conversación con la señora Requejosobre su afán por recuperar las tradiciones de la artesanía de La Alberca y por explicar su significado. -“La Inquisición intentó extripar todo los símbolos paganos, precristianos o judíos, de la tradición albercana. Y casi lo consiguió…”, me dice Carmen Requejo. No lo dice en broma. Me indica como llegar al local del Santo Oficio y a la cárcel inquisitorial:

Escudo de la Inquisición en la puerta de su cárcel en La Alberca.
Escudo de la Inquisición en la puerta de su cárcel en La Alberca.

-Vaya usted a la calle de atrás y verá el escudo de la Inquisición que aún se conserva en la puerta de la cárcel donde torturaban a los sospechosos de herejía. Parece mentira que, pese a la persecución que sufrieron nuestros símbolos paganos, hayan sobrevivido tantos siglos en la clandestinidad.”

Cerámica albercana
Cerámica albercana

Naturalmente, le compré algunos objetos de artesanía, con pájaros enamorados. Al regresar a casa lo primero que hice fue buscar aquellos gemelos comprados hace cuatro décadas en Intercorse, a más de 6.000 kilómetros de La Alberca. Los dibujos y los colores, utilizados en ambos lados del Atlántico, en los gemelos de los amish y en los tazones de La Alberca, se parecen de manera sorprendente. Los colores y los pájaros de los amish y de los albercanos mantienen su parecido a través de siglos y océanos.

Ordenando ahora mi sótano -algo que intento hacer cada principio de verano, por cierto, sin mucho éxito- encontré casualmente un regalo que mi suegra. Geraldine Westley, hizo a mi hijo David (el pintor).

Pájaro tallado en madera y comprado cerca de Boston.
Pájaro tallado en madera y comprado cerca de Boston.

El pájaro de madera fue comprado por ella hace muchos años en un “flea market” (un rastrillo de antiguedades y objetos usados) de Nueva Inglaterra, no muy lejos de Boston. Desde que he regresado de mi visita mágica a La Alberca, de pronto, se me aparecen por todas partes pájaros que miran hacia atrás.

Pájaros en puertas de mi cocina compradas en Arévalo.
Pájaros en puertas de mi cocina compradas en Arévalo.

Estoy seguro de haber visto estas figuras durante años sin percatarme de su simbología pagana y de su parecido con mis gemelos amish… hasta que Carmen Requejo me dio la primera clave de su origen pagano y enamoradizo. ¡A donde vamos a ir a parar!

Para mi sorpresa, me acabo de dar cuenta de que las puertas viejas de unos armarios de mi cocina, que compré hace décadas a Ana y Belén, unas anticuarias de Arévalo (Avila), tienen tallados dos pájaros con sus cabezas mirando tan hacia atrás como los de los gemelos que compré en América a los amish. Ya no se qué pensar… Quizás va a tener razón el sabio José María Pérez, el gran Peridis, cuando dice que en mi casa hay… ¡espíritus!.

Desde que regresé de La Alberca, me veo rodeado de pájaros paganos. Afortunadamente, paganos o no, son símbolos del amor. ¡Que sean bienvenidos! Con todo lo que se ahora, he vuelto mis ojos ociosos a Google. Encontré varios cientos de pistas, hasta hoy ocultas para mi, que hablan de los pájaros como símbolos de la luz, de la vida y del amor. Aunque Google no siempre es una fuente recomendable, en uno de los enlaces dicen que los romanos precristianos y los judios representaban a los pájaros (símbolo del espíritu) mirando hacia atrás. El mismísimo Espiritu Santo (ya no se si, a partir de ahora, debo escribirlo con minúscula) se representa con un pájaro, una paloma, aunque no recuerdo haberlo visto nunca… enamorado.

En Wikipedia acabo de aprender que el colibrí -que puede quedarse quieto en pleno vuelo- simboliza el poder del amor y la alegría. Y, por fin, y ya no busco más porque es la hora de hacer la comida, encontré una referencia directa a un dios romano: el pájaro carpintero, mirando hacia atrás, está consagrado nada menos que a Marte, el dios de la Guerra. Nada mas alejado del amor. Paradojas de la historia. Menos mal que Marte, hijo de Júpiter, era también el dios de la Agriculturay los “paganus”, en latín, eran los campesinos. Me rindo. Felices vacaciones.

P.S: No salgo de mi asombro. Ha refrescado y mi chica se ha puesto un chal sobre sus hombros. ¿Qué dirán que lleva ese chal, comprado hace poco en Zara? Véanlo: pájaros enamorados que miran hacia atrás… (Made in India).

Pájaros que miran hacia atrás en un chal de Zara hecho in India.
Pájaros que miran hacia atrás en un chal de Zara hecho in India.

 

¡Qué buen presidente hubiera sido para la III República!

En un país tan ingrato como el nuestro, la muerte del presidente Suárez me provoca sentimientos cruzados de cierta orfandad política, enorme agradecimiento personal y no poca culpabilidad colectiva. Evocando el cantar del Campeador: ¡Dios qué buen ciudadano si hubiese buen país!

Estaba cocinando unos gurullos almerienses, con la receta de mi madre, cuando escuché la noticia de su muerte, no por esperada menos triste. Recordé unos versos de Machado: «Un golpe de ataud en tierra es algo tremendamente serio».  Con Suárez, nos hemos muerto un poco todos aquellos que participamos de alguna manera en la transición y hemos asistimos después, más o menos pasivamente, al deterioro progresivo de nuestra democracia. De ahí esta mezcla agridulde de amor y culpabilidad.

Desde que oí la noticia, se han precipitado en acudir a mi mente multitud de recuerdos compartidos con el primer presidente de la democracia más larga de la historia de España. Algunos, entrañables -como cuando me colé con 21 años en su despacho de TVE en 1968 y presenté la Televisión Escolar- y otros, muy tristes -como cuando paseamos del brazo por el cementerio de Segovia al enterrar allí a Fernando Abril Martorell.  Nuestro último abrazo fue en la iglesia de Avila donde dieron sepultura a su esposa hace ya más de 13 años. Mi relación con Suárez, desde 1968 hasta 2001, duró 43 años. Y está llena de anécdotas, sin apenas importancia, pero que me hacen sentirme un privilegiado por haber pasado por su lado.

Ahora todo son alabanzas, como corresponde a la tradición de los obituarios. Por algo, el día de hoy, el del fallecimiento, recibe el sobrenombre de «día de las alabanzas». Dejaré pasar unos días entes de poner aquí, en frío, algunos de mis recuerdos con Adolfo Suárez. No era tan perfecto como dicen hoy por doquier, pero era un ser humano excepcional.

A menudo he pensado en él como el perfecto candidato a jefe del Estado, como presidente de la III República. Ya no será posible. Pero podría servir de ejemplo a generaciones venideras para frenar el deterioro de nuestra democracia y devolver a muchos descreidos la ilusión de que otra política, capaz de consensos contra la corrupción y por el interés general, es posible aún en España.

Descanse en paz el presidente Suárez.

Copio y pego a continuación (para mi archivo) el obituario que acaba de publicar el New York Times  sobre Aldolfo Suárez, primer presidente de la Democracia tras la Dictadura de Franco.

Adolfo Suárez Dies at 81; First Spanish Prime Minister After Franco

By RAPHAEL MINDER

Mr. Suárez, who helped fill a power vacuum left by the death of Gen. Francisco Franco in 1975, was a key figure in the country’s transition back to democracy.

El New Yok Times ilustra el obituario de Adolfo Suárez con la foto histórica del 23-F
El New Yok Times ilustra el obituario de Adolfo Suárez con la foto histórica del 23-F

 MADRID — Adolfo Suárez, Spain’s first prime minister after the Franco dictatorship and a key figure in the country’s transition back to democracy, died here on Sunday. He was 81.

A family spokesman, Fermín Urbiola, announced the death. Mr. Suárez was admitted to a Madrid hospital last Monday with respiratory problems that developed into pneumonia. He had been treated for Alzheimer’s disease for a decade.

A lawyer by training, Mr. Suárez led a new generation of Spanish politicians who filled the power vacuum left by the death of Gen. Francisco Franco in late 1975.

The government announced three days of official mourning and said that Mr. Suárez would receive a state funeral. In a televised address on Sunday, King Juan Carlos called Mr. Suárez “a loyal friend” who had helped lead the country back to democracy, calling it “one of the most brilliant chapters in Spanish history.”

King Juan Carlos picked Mr. Suárez, who was then 43, to form a government in 1976. At the time, Mr. Suárez was a successful but relatively obscure aparatchik of the Franco regime who had spent a few years running the national radio and television broadcaster. But he had little of the power-brokering experience that was required to heal deep divisions in Spanish society after four decades of dictatorship and international isolation.

Adolfo Suárez in 1977. Credit Agence France-Presse — Getty Images

Still, despite his ties to Franco, Mr. Suárez was also relatively free of any stigma as a member of the regime. He was too young to be associated with the horrors of the Spanish Civil War and the early and most brutal period of Franco’s regime.

By June 1977, when Spain held its first democratic election since 1936, when the Civil War began, Mr. Suárez “epitomized the changing face of Spain and the emergence of a new middle class,” Robert Graham wrote in “Spain: A Nation Comes of Age,” a book about Spain’s democratic transition. Mr. Graham, a foreign correspondent in Madrid during Mr. Suárez’s premiership, added: “His clean, youthful looks were in themselves a breath of fresh air. He represented what many Spaniards aspired to be — a provincial boy made good, with a devout wife and a large, happy family.”

The 1977 general election was won by the Union of the Democratic Center, formed just ahead of the vote as a loose, center-right coalition that included several candidates who had served in the Franco administration without being linked to its most Fascist component.

Mr. Suárez did not run as the official leader of the party, but he addressed the nation on the eve of the vote that positioned him at its helm. He could claim direct backing from King Juan Carlos, who himself had been handpicked by Franco and crowned only two days after the dictator’s death.

“The point of departure is the recognition of pluralism in our society: We cannot allow ourselves the luxury of ignoring it,” Mr. Suárez told lawmakers in 1976.

This pluralism included the Communist Party, which had been banned under Franco. In a secret meeting with Santiago Carrillo, Spain’s long-exiled Communist leader, Mr. Suárez offered to legalize the Communists in return for a pledge that they would join the election.

His engineering a wave of political conciliation and a smooth switch to democratic elections were the high-water marks of his premiership. Much of it afterward was rife with tensions within the leadership of his own party and cabinet reshuffles.

By the start of 1981, Mr. Suárez was facing an internal party rebellion and trailing in the polls behind the Socialist Party. His response was to resign, a decision he did not fully explain, although he hinted that his other option — calling an early general election — risked making Spain’s return to democracy a “parenthesis in history” if the Socialists took power and provoked a takeover by the military, which was dead set against their running the country.

In fact, in February 1981, a month after Mr. Suárez’s resignation announcement, a group of military officers attempted a coup, starting with a takeover of the Congress of Deputies, the lower house of Spain’s parliamentary system, while it was in session. Stunned Spaniards followed events live on the radio as members of the military police fired shots into the air and many lawmakers took cover behind their seats. A few, however, including Mr. Suárez and his deputy prime minister, Manuel Gutiérrez Mellado, stood up to challenge the rebels.

The coup attempt, denounced by King Juan Carlos in a television broadcast, was over within a day.

Afterward, Mr. Suárez sought a political comeback, leading a new party, the Democratic and Social Center, known as C.D.S. He was re-elected to Parliament in 1982, but the C.D.S. failed to make a major impact and gradually lost support. Mr. Suárez resigned his party leadership and retired from politics in 1991.

Mr. Suárez’s wife, María Amparo Illana Elórtegui, died of cancer in 2001. A daughter, María Amparo Suárez Illana, died of cancer three years later. His survivors include four other children.

Although he had won popular support cast as an outsider to Spain’s establishment, he was awarded by the king with a noble title, Duke of Suárez, after stepping down as prime minister. His last public appearance was in 2003. Two years later, his family said Mr. Suárez had Alzheimer’s disease and could no longer remember having led Spain.

Alejandra, futura duquesa de Suárez

El mes pasado compartí mesa, sin saberlo, con Alejandra Romero Suárez, la futura duquesa de Suárez. Y hoy estoy triste por el «inminente» desenlace fatal de la enfermedad de su abuelo, el primer presidente de la Democracia.

La nieta de Adolfo Suárez saluda al principe Felipe. el abogado Mohedano, en segundo plano.
Alejandra Romero, nieta de Adolfo Suárez, saluda al principe Felipe. El abogado Mohedano, en segundo plano. La foto corresponde a la audiencia del Príncipe a la Asociación para la Defensa de la Transición que preside mi paisano el tte. general Andrés Casinello.

Primero, durante la Dictadura, ataqué al presidente Suárez todo lo que pude. Luego acabé admirándole, trabajando para él y teniéndole un gran afecto. Ahora me gustaría que le dejaran morir en paz.

En 1976, el Rey eligió a dedo a Adolfo Suárez como presidente del Gobierno, para suceder a Carlos Arias, franquista hasta médula. Entonces criticamos la real decisión. Era fruto de los poderes totalitarios de Juan Carlos I, heredados del dictador, y no de la voluntad popular. Además, Suárez era nada menos que el ministro secretario general ¡del Movimiento!. (Habrá jóvenes a quienes todo esto les sonará a chino: el Movimiento Nacional era el partido único creado por el general Franco a imagen y semejanza de los partidos nazi y fascista de Hitler y Mussolini, respectivamente.)

Como director de semanario Doblón, publiqué en portada (nº 91, 10-16 de julio de 1976) la foto de Adolfo Suárez con uniforme del Movimento (naturalmente, con la camisa azul falangista y corbata negra) y con el siguiente titular:

OTRO GOBIERNO A DEDO

Portada del semanario DOBLON, 10-16 de Julio de 1976.
Portada del semanario DOBLON, 10-16 de Julio de 1976.

Los demócratas de entonces pediamos a gritos elecciones libres para que una nueva constitución y los sucesivos gobiernos fueran fruto de la soberanía popular, no del capricho del Rey. Por eso, recibimos a Suárez con los más duros ataques y descalificaciones que nos permitía la censura franquista que seguía vigente.

¡Qué equivocados estábamos!

En estos días, me vienen a la mente multitud de recuerdos compartidos con el hombre que más hizo por devolver la libertad a los españoles. Y la memoria se llena de tristeza.

Adolfo Suárez Illana, candidato del PP, con Jose M. Aznar y Adolfo Suárez en la campaña electoral de Castilla La Mancha.
Adolfo Suárez Illana, candidato del PP, con Jose M. Aznar y Adolfo Suárez en la campaña electoral de Castilla La Mancha.

Comprendo la pena que sienten sus hijos, nietos, hermanos y demás familiares y amigos. La agonía de un padre puede nublarnos el juicio. Y no es disculpa pequeña. Pero no me ha gustado la forma en que Adolfo Suárez Illana ha comunicado, en multitudinaria y prematura rueda de prensa, el «inminente» final de su padre. No se muy bien por qué, pero siento un cierto desasosiego. O perplejidad. Quizás por respeto y agradecimiento a la gigantesca figura del presidente Suárez, no me ha gustado la precipitación de su hijo al comunicar eso de contemplar «el horizonte temporal de 48 horas».

La forma de comunicarlo, las palabras escogidas, el momento tan prematuro, los obituarios -merecidos, sí- publicados aún en vida del mayor héroe de nuestra Democracia, los preparativos de las honras fúnebres en el Congreso y -cómo no- en la Catedral. … me han dejado una basurilla en el corazón. El ciudadano Suárez, grande de España por ser duque, y mucho más grande por haber defendido nuestra libertad, merece un tratamiento más delicado. Han faltado finura y mesura. Pero hay que ponerse en la piel de su hijo, en momentos tan dramáticos, para comprender, y seguramente disculpar, sus errores de comunicación.

Afortunadamente, el hijo del presidente Suárez ha dicho que no piensa discutir ahora el ducado de su padre  que, según la Ley 33/2006, corresponde en herencia a su sobrina Alejandra Romero Suárez, hija mayor de Maria Amparo Suárez Illana, primogénita del matrimonio Suárez-Illana, fallecida en 2004.

Al parecer, Adolfo Suárez Illana ha rectificado su posición de 2009 cuando, según el diario Público, pidió al Rey que le quitara el ducado de Suárez a su sobrina y se lo diera a él.

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Información para los sentidos, publicidad para el corazón

Cuentan de Ogilvy, gran experto en publicidad y marketing, que tal día como hoy, hace muchos años, obró «un milagro». Camino de su despacho en Madison Av. (Nueva York), tropezó con un mendigo ciego que halló sentado en el suelo con un lata y un cartel de cartón que decía:

«Soy ciego y no tengo para comer».

David Ogilvy, inventor de la publicidad moderna.
David Ogilvy, inventor de la publicidad moderna.

La lata estaba practicamente vacía, con apenas unos pocos centavos.  Ogilvy tomó el cartón, le dio la vuelta, escribió una frase, lo volvió a poner junto a la lata y se marchó. A partir de ese momento, los transeuntes comenzaron a echar monedas al mendigo con gran frecuencia. Incluso billetes.

Sorprendido el mendigo ciego por el éxito inesperado de aquel día, rogó a uno de los que pasaban por allí que, por favor, le leyera lo que estaba escrito en el cartón. Quería conocer la frase que le permitía recaudar tantas monedas y a tal velocidad.

El neoyorquino tomó el cartel y leyó la frase en voz alta:

«La primavera llega hoy y no puedo verla»

Pues eso. La primera frase era pura información, dirigida a los sentidos y, de ahí, al cerebro. La frase atribuida al gran Ogilvy era publicidad, lanzada directamente al corazón.

Feliz primavera para todos. Tambien -y sobre todo- para los que puedan verla. Y, de manera muy especial, para quienes sean ciegos en Granada.

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Murió doña Paquita, «salvaora» del Cabo de Gata

Doña Paquita Díaz, una anciana de 103 años, de aspecto frágil y principios firmes, cumplió hasta su último suspiro con el deseo de su esposo, José González Montoya.

Al enviudar, decidió conservar la virginidad de 17 kilómetros de la costa más bella de Europa  (Los Genoveses, Mónsul, San José, etc.) y de más de 3.000 hectáreas que hoy están dentro del Parque Natural Cabo de Gata-Níjar, la joya de Almería.

Tenía muy claro que debía cumplir la voluntad de su marido. Debía, por tanto,  preservar sus fincas, con respeto al medio ambiente, y salvarlas de la voracidad del ladrillo.

Así me lo recalcó el mismo día que tomé posesión como Presidente de la Junta Rectora del P. N. Cabo de Gata-Níjar.  El 16 de julio de 2010, le rendí una visita de cortesía en su chalé vasco de la Plaza Circular para agradecerle su compromiso con la conservación y mejora del Parque Natural, su respeto con el medio ambiente en las fincas y costas de su propiedad. Fue mi primer acto como presidente de Parque y lo recuerdo con cariño.

Ella me dijo que eso lo hacía con mucho gusto (pues era deseo de sus esposo) y se mostró muy satisfecha por haber sido nombrada hija predilecta de Andalucía ese mismo año. En un país tan ingrato como el nuestro, me contagió su alegría por el honor recibido de manos del entonces presidente Griñán.

Doña Paquita compartió risas conmigo cuando la visité en su chalé (donde durmió Franco)
Doña Paquita compartió risas conmigo cuando la visité en su chalé (donde durmió Franco)

Me mostró su casa señorial, que ha cedido al pueblo de Almería para que sea sede de un Museo municipal. “En esa cama durmió Franco”, me dijo, no sin picardía, bajando un poco la voz, al mostrarme el dormitorio principal. Con gran desparpajo, y preguntando detalles olvidados a un pariente, me contó su vida y sus viajes en barco y en tren por medio mundo.

A punto de cumplir 100 años, doña Paquita me pareció una señora alegre, risueña, coqueta y muy viva. Pero, sobre todo, desprendida y generosa. Creo que los amantes del Cabo de Gata le debemos una estatua en el Pozo de los Frailes en cuyo cementerio reposarán mañan sus restos.

Descanse en paz.

 

Otro crimen del bulo de «ETA en el 11-M»

Hace unos días hablé con Rodolfo Ruiz, el que fuera comisario de Vallecas cuando estallaron las bombas del 11-M de 2004. Su esposa se suicidó por la presión de los conspiranoicos de ETA en el 11-M contra él y su familia. Ayer rompió su silencio y habló con El País.

Rodolfo Ruiz, comisario de Vallecas el 11-M de 2004.
Rodolfo Ruiz, comisario de Vallecas el 11-M de 2004.

Me alegró comprobar que, al cabo de 10 años de las infamias de Aznar, Pedro J. Ramírez y sus acólitos,  Rodolfo ha podido rehacer su vida. Al fin, pudo sonreir mientras me contaba que había sido abuelo.

La cobardía de Alfredo Pérez Rubalcaba, cuando era ministro del Interior con Zapatero, también me produjo entonces una gran tristeza. El aún líder del PSOE dejó tirado al ex comisario de Vallecas por puro miedo, entre otros, al látigo inhumano y cruel de Pedro J. Ramírez y de Federico Jíménez Losantos, dos manipuladores ruines emboscados en la prensa. Mejor sería que Rubalcaba no se presentara a las elecciones del 2015 porque, con aquel triste recuerdo, no se si podré votarle.

El Mundo, en plena campaña conspiranoica de "ETA en el 11-M"
El Mundo, en plena campaña conspiranoica de «ETA en el 11-M»

El ex comisario Ruiz, al frente de la Brigada de Información, había logrado desarticular con éxito unas bandas criminales de origen latinoamericano y, por ello, le habían concedido (a él y a su equipo) una medalla al Mérito Policial. Sus ayudantes recibieron la medalla pero Rodolfo Ruiz fue cobardemente borrado de la lista. Rodolfo era un buen policía y es una buena persona. Al cabo de años de persecución y sufrimiento, el Tribunal Supremo le dio la razón en todo. Pero a los calumniadores no les pasó nada. Costumbres españolas…

(Conocí a Rodolfo Ruiz poco después del 11-M de 2004, por razones personales, a través de su hijo Pablo, amigo de mi hijo Erik y su amigo Raul. El comisario no se fiaba mucho de los periodistas que cubrían el 11-M.  Creo que me habló con confianza solo gracias a la relación de nuestros hijos. Y le comprendí perfectamente. A mi me había pasado algo parecido, después de mi secuestro al final del franquismo: solo me confié al jefe de Inteligencia de Franco porque su sobrino era amigo mío.)

Ese borrado culposo de Rodolfo de la lista de honor policial, cuando los conspiranoicos de ETA en el 11-M más atacaban al ex comisario de Vallecas, por presuntas (y falsas) manipulaciones de la «mochila de Vallecas», también se sumó a las causas de la depresión que provocó el suicidio de Magdalena, la esposa del ex comisario.  Esa mochila contenía una bomba que no llegó a estallar y fue clave para descubrir a los islamistas autores de la tragedia y para ridiculizar eternamente las tesis ruines y miserables de José María Aznar y sus secuaces.

En el envenenamiento de las instituciones de la democracia, en especial de los partidos políticos y de la justicia, a partir de los bulos de Aznar sobre ETA en el 11-M, tiene una grave responsabilidad histórica el Partido Popular. Aún no han pedido perdón a los españoles por el daño que hicieron con sus mentiras.

Me indigno, me enfurezco, cada vez que recuerdo la tragedia que vivieron Rodolfo Ruiz y su familia durante tantos años. Un hombre solo frente al gigantesco y poderoso Leviatán. Aguantó la presión. Pero Magdalena no pudo más y se quitó la vida. Poco antes, habíamos quedado en compartir con Rodolfo y Magdalena una paella en nuestra casa. Rodolfo me llamó desconsolado. No pudo ser.

Ahora me alegro de que, al fin, siendo ya abuelo tenga nuevas ganas de vivir … y de contarlo todo.

¡Ánimo Rodolfo!. Hay muchos politicos, policías, jueces  y periodistas cobardes y ruines. Pero también los hay honrados. No estás solo en este décimo aniversario de la masacre del 11-M. Y gracias por tu buen hacer. La Policía debería darte ahora, en el décimo aniversario de la masacre, la Medalla que te robaron en tiempos de Rubalcaba y Zapatero para que jueguen con ella tus nietos.

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En mi blog «Se nos ve el plumero» de 20minutos.es publiqué, durante años, varias entradas sobre el caso de Rodolfo Ruiz y la «mochila de Vallecas«.

Ahí van algunos enlaces:

 

 

Siempre nos quedará Forges…

Abrimos El País por sus páginas. ¡Cómo no! Y allí están, frente a frente: El Roto, en la par, y Forges, en la impar. El primero nos hiere, a latigazos, sobre nuestra conciencia. Los males de España nos pueden hacer masoquistas. El segundo -como una madre- nos mima y nos cura, con su bálsamo de Fierabrás. Juan Carlos Ortega definió a Forges como el humorista de la «buena leche».  Es tan bondadoso y tierno, tan poco ácido en sus críticas, que no parece español sino de otro planeta.

¿Qué habría sido de nosotros, en el último medio siglo, sin Antonio Fraguas, el Forges?

Antonio Fraguas, Forges, currando.
Antonio Fraguas, Forges, currando.

Una amiga de Pontevedra suele decir que compra El País porque aún lleva dentro a Forges y El Roto. Y no le falta razón.  Yo también me acuso de comprar El Mundo porque allí escriben Antonio Gala y Enric González.

Con Forges sobrellevábamos, así así, la dictadura. Desde luego, nada corroe tanto al tirano como el humor.  Con Forges conllevamos, mal que bien, esta democracia, por imperfecta que nos parezca.

Al conocer hoy que Antonio Fraguas lleva 50 años publicando sus viñetas y libros, me ha dado un ataque de nostalgia pero también de agradecimiento hacía él. Algún día, deberíamos salir a la calle gritando «¡Forges, Forges, Forges!». «¡Gensanta!», medio siglo haciéndonos sonreir no es para menos.

Si estuviera en mi casa, en Madrid, podría presumir reproduciendo aquí el primer dibujo que me hizo Forges, en otoño de 1968, para acompañar a un artículo mío sobre la fuga de capitales en la España de Franco, publicado, no sin cierto temor, en el semanario Don Quijote.

Con trazo grueso -más grueso que el que utiliza ahora- Forges dibujó un furgón blindado que circulaba sobre adoquines y era conducido por un severo chófer uniformado. En el lateral del furgón podía leerse el reclamo de la empresa: LA EVADIDORA, S.A. Debajo ponía: Madrid-Berna.

¡En 1968, en plena dictadura! Luis Bárcenas sería entonces un niño… pero tuvo buena escuela.

Nunca falta a su cita en el Dia de la Mujer... y contra el machismo.
Nunca falta a su cita en el Dia de la Mujer… y contra el machismo.

A la orilla del Mediterráneo, sin periódicos de papel ni posibilidad de pescar (¡la madre que parió al Levante!) no me resisto a entrar en Wikipedia para leer la vida y milagros de nuestro genial Forges durante el último medio siglo. Y me encuentro, de pronto, con los personajes forgianos que tanto nos han hecho sonreir y aliviar las penas.

Son inolvidables. Los copio y pego aquí como regalo de cumpleños al grandísimo Antonio Fraguas:

  • Mariano, un burgués frustrado casado con una gordísima mujer llamada Concha, que representa a la represiva conciencia.
  • Los náufragos en una isla aburrida que tienen que combatir la soledad con una hipertrofia de la fantasía.
  • Los Blasillos que representan la España rural y eterna.
  • Las viejas que conjugan informática y paletez.
  • Los oficinistas cabreados.
  • El matrimonio sepultado en una cama inmensa.
  • El jefe potentado y gilipollas.
  • El yuppi americanizado e idiota.
  • El niñato pijo e imbécil.
  • El alienado por el fútbol.
  • El oficinista cabreado y subversivo.
  • El descolgado que cierra bares.
  • El pretensor de ventanilla.
  • El enclaustrado en el búnker.
  • El funcionario profundo.
  • El político corrupto.
  • El potentado reaccionario.
Concha y Mariano son precursosres de los Simpson. Ella es la lista.
Concha y Mariano son precursosres de los Simpson. Ella es la lista.

Y sigue inventando. Como dice el gran Quino, el padre de Mafalda, en El País Semanal de hoy: «Forges se renueva siempre». «No solo le admiro por su discurso –dice Quino-, no solo por su tipo de dibujo, sino también porque todo el humor que tiene es una novedad, y la renueva dia a dia, es increíble. Todos repetimos ciertos mecanismos, pero es que él se renueva siempre». Palabra de Quino. Nada menos.

En un país tan ingrato como el nuestro, hay días en que no hay más remedio que dar las gracias a alguien. Hoy es uno de esos días.  Gracias, Antonio. Y enhorabuena. No pares.

Así, por mal que lo pasemos, siempre nos quedará Forges.

 

 

«Miré los muros de la patria mía»… en el Cortijo del Fraile

Se me cayó el alma a los pies.

Al cabo de varios años, hoy regresé, en peregrinación, al Cortijo del Fraile, en el corazón del Parque Natural Cabo de Gata-Níjar. Allí se originó, hace casi un siglo, el múltiple «Crimen de Níjar». Su capilla monumental, donde en 1828 se iba a celebrar la boda frustrada de Francisca Cañadas, aún está en pie.  Lo demás, una lástima.

La visita me ha provocado -por qué no decirlo- un ataque de rabiosa impotencia. ¡Vergüenza para nuestros líderes políticos y para todos los almerienses, yo el primero!

Con el profesor Abel Lacalle, miembro de la Junta Rectora del P.N. Cabo de Gata-Níjar
Con el profesor Abel la Calle, miembro de la Junta Rectora del P.N. Cabo de Gata-Níjar

Las imágenes de Clint Eastwood («El bueno, el feo y el malo») se me han cruzado, a velocidad de vértigo, con las de Federico García Lorca en «Bodas de sangre» o las de nuestra genial paisana, La Colombine, en «Puñal de claveles».

En un rato, han pasado por allí docenas de peregrinos de la cultura. Fotos y lamentos. Una pena.

Esta estación del Vía Crucis almeriense nos recuerda que el Cortijo del Fraile fue escenario de grandes películas.
Esta estación del Vía Crucis almeriense nos recuerda que el Cortijo del Fraile fue escenario de grandes películas.

Abel La Calle y yo trabajamos en un borrador de documento sobre el salvamento «in extremis» de esta joya en ruinas de la arquitectura rural almeriense. Lo estudiaremos en la próxima Junta Rectora del Parque Natural del 1 de abril. Y pediremos auxilio a la presidenta de la Junta de Andalucía, Susana Díaz, al alcalde de Níjar, Antono Jesús Rodríguez,  y a la empresa Agrícola Mar Menor, S.L., propietaria del monumento, para que lleguen a un acuerdo tripartito urgente (por convenio de uso o por permuta de la propiedad) que salve de la ruina total a este «Bien de Interés Cultural» tan despreciado por los políticos locales y regionales y tan ignorado por nosotros mismos.

Mienten quienes dicen que es un problema de dinero. Que no me vengan con cuentos chinos. Es únicamente un problema grave de falta de voluntad política. Y de pereza mental y luces cortas…

Con Shawn y Courtnay Worthington, en la Isleta del Moro.
Con Shaun y Courtnay Worthington, en la Isleta del Moro.

Con el estómago aún encogido por la pena, fui con unos amigos norteamericanos que nos visitan, Shaun y Courtnay Worthington, a almorzar en la Isleta del Moro. La cuajadera de gallo pedro y el mar me devolvieron cierto optimismo y nuevas ganas de luchar para recuperar este icono de nuestra arquitectura rural tradicional que está al borde de la muerte.

El menú de la Islela del Moro luce el Cortijo del Fraile. "En mi tierra, ese cortijo sería un museo", dijeron mis amigos yanquis.
El menú de la Isleta del Moro luce el Cortijo del Fraile. «En mi tierra, ese cortijo sería un museo», dijeron mis amigos yanquis.

Como veis, las imágenes espectaculares y deprimentes del monumento, herido por la desidia de los líderes y la pusilanimidad/dejadez de los almerienses, no me  abandonaron ni a la hora de estudiar el menú del restaurante.

Guardé un minuto de silencio por el Cortijo del Fraile y por todos nosotros. Si al fin no queda piedra sobre piedra, lo tendremos merecido. Pero nuestros hijos y nietos no merecen que les hagamos esa putada. ¡Indignaos!

En el silencio, recordé mis excursiones botánicas estudiantiles por el Parque Natural con el sabio hermano Rufino (otra ingratitud de los almerienses) y me vino a la mente este soneto de Quevedo, que aprendí de pequeño, y que ahora recuerdo entero gracias a Google. Os lo recomiendo:

Miré los muros de la patria mía,
si un tiempo fuertes ya desmoronados,
de la carrera de la edad cansados,
por quien caduca ya su valentía.

Salíme al campo: vi que el sol bebía
los arroyos del hielo desatados,
y del monte quejosos los ganados,
que con sombras hurtó su luz al día.

Entré en mi casa: vi que amancillada
de anciana habitación era despojos;
mi báculo más corvo y menos fuerte;

Vencida de la edad sentí mi espada.
Y no hallé cosa en que poner los ojos
que no fuese recuerdo de la muerte.

—-

Hoy, hace 38 años, pensé que me moría…

Hoy me desperté muy pronto pensando que ningún tiempo pasado fue mejor. Y con razón. Me dió por recordar aquel inolvidable 2 de marzo de 1976, casi al final de la Dictadura, cuando pensé que me moría, a los pocos días de haber comprado una parcela…

Mi secuestro, hace 38 años

13 abril 2006 Editar entrada

(Recopilación del capítulo I al IV, a petición de algunos amigos. Lo que sigue fue escrito por mi hace 8 años, al cumplirse los 30 años del secuestro. Aquellos delitos creo que ya han prescrito)

English version

(I)

Tuve que dar un frenazo en seco y en plena cuesta. Unos locos habían cruzado su coche en medio de la calle y me impedían el paso. Pensé que se les había calado allí mismo.

Miré por el retrovisor de mi R-12 color hueso, con la intención de dar marcha atrás y salir por mi calle (Francisco Cabo) a la autopista de La Coruña. Instintivamente, miré el reloj: las nueve de la mañana pasadas. Ya iba tarde para cerrar, en la imprenta de Alcobendas, los últimos pliegos del semanario Doblón.

Todo fue muy rápido. Tres o cuatro personas salieron del coche que me impedía el paso. Me pareció ver que sacaban bruscamente –“¡qué raro!”, pensé- unas bolsas de deporte. El atasco iba para rato.

Volví a mirar por el retrovisor, antes de dar marcha atrás, y vi a un hombre mayor, con pelo rizado y un poco cano, que corría cuesta arriba hacía mi coche apuntándome con una pistola.

Miré al frente y las bolsas de deporte se habían convertido en metralletas (no eran como las que yo tuve en la mili; me parecieron más cortas y compactas). Sus dueños se cubrían la cara con dificultad: solo vi a uno con el rostro cubierto con pasamontañas, muy cerca de mí, apuntándome con su arma y golpeando con ella el cristal de mi ventanilla. Los otros rodearon mi coche.

Era martes, dos de marzo de 1976, tres meses después de la muerte de Franco.

(Tres meses llenos de inseguridad y miedo de cara al futuro. En medios periodísticos, sindicales, militares y políticos clandestinos abundaban entonces los rumores más extravagantes sobre escenarios golpistas. Los residuos del regimen franquista -que nosotros habíamos bautizado en Doblón como el “bunker”– querían mantener las esencias de la dictadura sin dictador. Pero teníamos indicios de que el flamante rey Juan Carlos no estaba por esa labor. “Era un prisionero más en el bunker franquista”, decíamos. Franco afirmó antes de morir que dejaba “todo atado y bien atado”. Y había rumores de que algunos generales y banqueros estaban tomando medidas para que así fuera).

Hacía una mañana soleada, aunque fría. Aún quedaba bastante nieve en Navacerrada. Un día maravilloso de invierno que, tan de mañana, yo no podía imaginar cómo iba a acabar.

No reconocí a ninguno de mis captores. En realidad, nunca supe si eran cuatro o cinco: el viejo que vino por detrás y tres o cuatro que me atacaron de frente.

En lugar de bajar el cristal, abrí la puerta, ya muerto de miedo, y, en ese instante, una mano – no se de quién- presionó un bote blanco de spray y me roció la cara con un líquido abrasivo que rajaba mi piel como si me cortaran con un montón de cuchillos a la vez.

Afortunadamente, un segundo antes, al ver de refilón aquel bote de spray acercándose de golpe a mi cara, cerré los ojos con fuerza y a tiempo para salvarlos.

Ya no volví a abrirlos hasta, unas horas más tarde, pasado el Alto de los Leones de la Sierra de Guadarrama, cuando me necesitaron con los ojos bien abiertos.

Uno de ellos me dijo:

“No te muevas, esto es un secuestro. Si no haces tonterías, no te pasará nada”.

Me sacaron de mi asiento tirando de la hombrera de mi chaqueta azul cruzada.

(Creo que ahora está arrugada en el sótano, y aún debe tener mi sangre seca, desde hace treinta años. Nunca la llevamos a la tintorería ni me la volví a poner jamás. No soy supersticioso, por si trae mala suerte.)

Al salir del R-12, uno de ellos me cruzó los brazos por detrás y me puso las esposas. Al mismo tiempo, otro me tapaba velozmente los ojos con un gran esparadrapo y dio con él un par de vueltas pillándome las orejas y el cogote.

Tuve mala suerte, al mover instintivamente mi cabeza a derecha e izquierda, para evitar la quemadura, provocada por aquel líquido tan doloroso que me echaban por la cara y sobre el esparadrapo que me cubría y protegía los ojos.

Tuve mala suerte, sí, porque quien me estaba poniendo las esposas, a mis espaldas, recibió en su cara el impacto del mismo líquido que iba destinado a mí, y creo que en exclusiva. Dio un pequeño grito:

“Joder, lo que escuece (o lo que quema) esta mierda”

Y soltó par de maldiciones y tacos. Naturalmente, me acusaba a mi de ser el causante directo de su quemadura imprevista.

Me metieron en el asiento de atrás de mi R-12 con un secuestrador a mi lado que, de vez en cuando, apretaba su metralleta contra mi costado, mientras protestaba por la quemadura que, según él, yo le había hecho.

Los dos vehículos echaron a andar hacia la autopista de La Coruña, única salida que tenía Las Matas, el pueblo dónde vivíamos mi mujer, Ana Westley, y yo, en una casita pequeña y extremadamente fría que habíamos comprado a un jardinero de la zona.

Ya de camino, se relajaron un poco y me explicaron, esforzándose por parecer amables, que se trataba tan solo de un secuestro para sacar algún dinero por mi rescate. Decían saber que yo era de familia rica.

Desde el primer momento, en cuanto descubrí al de la pistola por el retrovisor, y a los de enfrente con las metralletas reglamentarias, supe quiénes eran y qué podían querer de mi. Repitieron lo mismo un par de veces:

“Tranquilo, hombre, en cuanto paguen tu rescate, te soltamos”.

Tenía bastante claro quiénes eran mis secuestradores y podía, incluso, imaginar lo que buscaban. De hecho, yo había pasado las dos últimas semanas muy inquieto, sin recibir ningún recado de mis fuentes de información militares. Nada. No tuve ninguna reacción a la información, tan sensible y arriesgada, que había publicado en el semanario Doblón del 10 de febrero anterior, con la Portada dedicada a la Guardia Civil y con el antetítulo “De Vega a Campano”. (Luego confirmaré la fecha exacta)

Desde que publiqué mi último artículo sobre los traslados irregulares de altos mandos moderados de la Guardia Civil, a mediados de febrero de 1976, no había tenido noticia alguna de mis fuentes anónimas. Desaparecieron de golpe. Ni una sola llamaba telefónica. Llegué a pensar que me habían abandonado, una vez conseguido su objetivo que era exactamente -según me dijeron al darme las primeras pistas y luego los datos exactos- frenar la purga de altos mandos moderados en la Guardia Civil.

No entendía muy bien de qué hablaban mis secuestradores, medio en clave, durante el viaje. Me hicieron muy poco caso -creo que iban un poco nerviosos- hasta que tomaron velocidad propia de autopista.

“¿Por qué dicen estos lo del rescate, en vez de ir directamente al grano?”,

pensé mientras buscaba explicación a tantos rodeos que yo consideraba innecesarios.

Desde luego, no fueron al grano hasta que me tuvieron en un lugar completamente seguro para ellos. Si hubiera ocurrido algún percance, contraorden o accidente no previsto, durante el trayecto por carretera, nadie hubiera sabido la razón real del secuestro. Por eso, deduje que la conversación durante el viaje debía estar alejada de la purga de altos mandos militares, que se produjo durante la enfermedad de Franco y los dos meses posteriores a su muerte. Y así fue.

(Continuará…)

Es un poco tarde y tengo trabajo. Seguiré escribiendo después de comer. Si me dejan…

Hasta luego.

(II)

(Viene de Secuestro I)

(No entendía muy bien de qué hablaban mis secuestradores, medio en clave, durante el viaje. Me hicieron muy poco caso -creo que iban un poco nerviosos- hasta que tomaron la velocidad propia de la autopista.

“¿Por qué dicen estos lo del rescate, en vez de ir directamente al grano?”,

pensé mientras buscaba explicación a tantos rodeos que yo consideraba innecesarios. Desde luego, no fueron al grano hasta que me tuvieron en un lugar completamente seguro para ellos. Si hubiera ocurrido algún percance, contraorden o accidente no previsto, durante el trayecto por carretera, nadie hubiera sabido la razón real del secuestro.

Por eso, deduje que la conversación durante el viaje debía estar alejada de la purga de altos mandos militares, que se produjo durante la enfermedad de Franco y los dos meses posteriores a su muerte. Y así fue.)

(Continuará…)

Mis hijos mayores, Erik y Andrea, me piden que continue. Por ellos, ahí va, que hoy es domingo.

Secuestro (II)

Dale limosna, mujer…

No se por qué, desde que pusieron los dos coches en marcha, estuve convencido de que me llevaban hacia el Puerto de Navacerrada, al Noroeste de Madrid. Desorientado, con los ojos cerrados, los párpados ardiendo, por el efecto retardado del spray, cubiertos por el esparadrapo y por unas gafas, no tenía ni idea de por dónde circulábamos a tanta velocidad.

Me acordé de los ciegos que venden “iguales”. ¡Qué desgracia tan grande la de ser ciego! En aquella oscuridad sobrevenida, me concentraba en acumular dosis de serenidad y de calma, por lo que pudiera pasar, y me hacía mil preguntas a la velocidad del rayo.

La mente es sabia y tiene sus recovecos para ayudarnos a sobrevivir en las peores circunstancias. Quizás por eso, me vino a la cabeza un poemilla que dicen en Granada. Me esforzaba por recordarlo y apenas tenía un par de versos a mano:

“Dale limosna, mujer/ que no hay desgracia mayor/ …./ que ser ciego en Granada”.

Buscaba en mi memoria, sin éxito, los versos perdidos. Debía encontrar un verso terminado en “nada” que rimara con “Granada”.

No me hacían ni caso.

De pronto, mi coche aflojó la marcha, tomó una curva cerrada y me imaginé que salía de la autopista. Era, efectivamente, una carretera llena de curvas y cuesta arriba. El hombre que iba sentado delante de mí, en el asiento contiguo al del conductor, comenzó a hacerme preguntas un poco absurdas, como de doble chequeo. Eran de este estilo:

“¿Dónde tienes asegurado este coche?

Pronto me percaté de que estaba hurgando en los documentos que yo tenía almacenados, en total desorden, dentro de la guantera del coche. La guantera es para los mayores lo que el bolsillo del pantalón es para un niño. Un archivo-museo de tesoros inútiles.

El copiloto prestó especial atención a una vieja nómina de mi empresa.

“¿Cómo se llama tu empresa?” “¿Qué antigüedad tienes? ¿Cuánto ganas al mes?”

——–

“¡Lo que ganan estos comunistas de mierda!”

——–

Por sus comentarios sarcásticos y sus risas, supe que mi sueldo de director del semanario Doblón (ya en beneficios) les pareció escandalosamente alto.

Mi vecino de asiento apretó entonces el cañón de su arma (no estoy seguro de si se trataba de una pistola o de una metralleta) en mi costado.

¿Era una reacción de venganza o de envidia, provocada, quizás, por lo descomunal de mi sueldo en comparación con el suyo?

¿Era, quizás, su respuesta pauloviana cada vez que sentía el escozor de su quemadura, provocada por el spray que llegó a su cara, por accidente, cuando iba destinado solamente a la mía?

-¡Joder con estos comunistas! ¡Hay que ver lo que ganan estos comunistas de mierda!

Imbécil de mí, quise congraciarme con ellos, o al menos comunicarme –ser persona-, y respondí:

-Yo no soy comunista y nunca lo he sido.

Inmediato golpe de cañón en mi costado y advertencia casi reglamentaria:

-Tú, ¡a callar! ¿Alguien te ha preguntado algo? Responde cuando se te pregunte.

El copiloto intervino:

Con este sueldo ya serás rico y, además, podremos obtener un buen rescate de tu familia. ¿No crees?

——

Mis padres no tienen un duro

——

Fui preguntado y respondí.

-Mis padres no tiene un duro y mi casa está hipotecada. Mi padre es contable en la gasolinera “Las Lomas” de Almería y mi madre se dedica a sus labores. Ustedes se han equivocado de persona. Esto es un error.

(Risas nerviosas contenidas)

Silencio. Me percaté entonces de que, desde que me detuvieron y esposaron, yo les hablaba siempre de usted, muy respetuosamente, para congraciarme con ellos (quizás para halagarles), reconociendo así su posición de superioridad con respecto a mí. Estaba claro que ellos eran los jefes.

Ellos, sin embargo, me tutearon, desde el primer momento, y me trataron con desprecio y sarcasmo, manteniendo siempre la distancia para no confraternizar en nada conmigo. Supuse que, llegado el momento del interrogatorio, debería ser más fácil torturar a un completo desconocido que a alguien que ya conoces un poco como persona.

Cuando no ves nada, el tiempo se confunde con el espacio y adquiere otra dimensión, más difícil de medir. No recuerdo cuánto tiempo estuvimos jugándonos la vida por aquellas curvas endemoniadas.

Sin manos con las que agarrarme a algún sitio, con las muñecas esposadas por la espalda, con dolor de hombros y el cuello rígido, iba dando tumbos, a diestra y siniestra, impulsado por la fuerza centrífuga o centrípeta del vehículo.

Cuando volcaba hacia mi derecha chocaba con la puerta del coche. Si lo hacía hacia mi izquierda me frenaba la presión contundente del cañón de un arma de fuego no identificada que, seguramente, ya me estaba produciendo un moratón entre las costillas.

Estaba tan concentrado en decidir cómo debía comportarme para hacerme “amigo” de los secuestradores que tardé en reconocer que me dolía el estómago. Lo tenía encogido y revuelto. Sentí un poco de nauseas. ¿Miedo? ¿Mareo? ¿Desorientación? ¿Demasiadas curvas, tomadas con exceso de velocidad y viajando, en contra de la costumbre, en el asiento de atrás y con los ojos tapados?

Un giro muy brusco seguido, en el acto, de un frenazo casi en seco, me sobresaltó. Sentí, de pronto, un miedo especial, distinto al que había sentido hasta entonces. ¿Miedo, quizás, al cambio de escenario? No se. ¿Miedo a ser abandonado en algún “zulo” con los ojos vendados?

——–

Me movían como a una marioneta

——

Oí el ruido de las puertas al abrirse y conversaciones lejanas de mis compañeros de viaje con los del coche que debía ir delante (o puede que detrás) de nosotros.

Me sacaron del asiento de atrás de mi coche y sentí frío. Pisé un charco. En aquel sótano o “zulo” había bastante agua por el suelo. Pensé que habíamos entrado en un garaje encharcado. Me movían de un lado para otro como a una marioneta. Al cabo de un rato me metieron en otro coche y seguimos por una carretera que pronto se convirtió en un camino pedregoso de tercera categoría.

Hablaban entre ellos. Y circulaban muy despacio. Llegamos al destino. Me sacaron de nuevo del coche y me fueron empujando para dirigirme por aquel terreno lleno de piedras, charcos y matorrales hasta una valla de piedras, que tuve que saltar con la ayuda de dos secuestradores.

Caminamos durante unos minutos hasta que, en un punto, me ordenaron que me sentara en el suelo. Estaba muy frío, lleno de hojas mojadas y húmedo. Allí empezó el interrogatorio, objeto del secuestro. Pronto se confirmaron mis temores. Sabían que mi pseudónimo, con el que firmé el artículo objeto de aquel secuestro ilegal, era Rafael Idáñez. Lo he usado muchas veces. La entrevista que le hice a Alicia Koplowitz en el primer suplemento dominical de El Sol -creo que es la única que yo conoczco- iba firmada también por Rafael Idáñez. le tengo especial cariño a ese nombre: es el primer nombre de mi padre y su segundo apellido

No quiero entrar en detalles. Sólo los imprescindibles. No me gusta –nunca me ha gustado recordarlo en los últimos 30 años- y no creo que sea necesario para el relato de los hechos. Por otra parte, al cabo de tantos años, me costaría mucho expresar o medir la intensidad del miedo, de la humillación, de la impotencia, del dolor físico, etc., que sentí en aquellas siete u ocho horas de tortura metódica.

Debe ser como los dolores del parto, que las madres olvidan pronto, al recibir el premio de una nueva vida: el bebé. De la misma manera, yo olvidé la medida del dolor en cuanto recibí el premio de una nueva vida: la mía.

Debía doler mucho lo que me hacían para sacarme la información que buscaban pero no puedo precisar, con detalle, ese dolor. ¿Lo he borrado de mi mente?

Estaba muy concentrado en las preguntas que me hacían, en sus reacciones, en sus risas y en sus comentarios más que en los golpes.

Estaba siendo sometido a un interrogatorio en toda regla. Me pareció bastante profesional. Como los de las películas. Había buenos y malos. Mejor dicho, había malos y un solo bueno.

(Creo que hacía de bueno el señor mayor que yo había visto por el retrovisor apuntándome con su pistola. Actuaba como si fuera el jefe de aquel comando).

—–

No le rompáis nada. Sin señales

—–

El presunto jefe daba órdenes como éstas, que me hicieron concebir esperanzas:

– No le rompáis nada. Sin señales. Me habéis oído. Sin señales.

Y seguían preguntándome y golpeándome. Yo debía conocer bien a los torturadores y encontrar las respuestas adecuadas para sobrevivir con el menor daño posible. Nunca tuve mi mente más despierta. Toda mi energía estaba destinada a sobrevivir. Quizás, por eso, se puede aguantar el dolor o enviarlo a un rincón inservible del cerebro.

Hasta ese momento, jamás había pensado seriamente en la muerte como algo próximo e inevitable. Era joven, sano y fuerte. Casi inmortal. ¿Por qué iba a pensar en la muerte?

No tuvieron necesidad de disimular por más tiempo acerca del presunto secuestro con rescate. Todos sabíamos por qué estábamos allí. Ellos comenzaron a desesperarse.

-¿Quién te dio la información para escribir ese artículo que firmaas como Rafael Idáñez sobre los relevos en la Guardia Civil?

– No lo se. Usaron seudónimos (golpes). Quiero decir, nombres falsos (más golpes). Quien me dio todas las pistas dijo que se llamaba José Pérez. (No es el verdadero pseudónimo)

-Sabemos quienes fueron los dos generales que te dieron los datos, pero queremos que nos lo digas tú mismo. Queremos oír los nombres de esos traidores.

–Un tal José Pérez.

Conste que éste no es el seudónimo que usaron mis fuentes de información, pero a ellos les di el que, de verdad, habían usado conmigo. El pseudónimo lo sabemos mi mujer y yo, los secuestradores y la fuente anónima (o fuentes) que nunca llegué a conocer en persona. Por eso, pienso que, de haber conocido la identidad real de mis fuentes, bajo tortura, estoy casi seguro de que les hubiera delatado.

Hicieron bien en no darme sus nombres auténticos aquellos militares que se identificaron por teléfono como demócratas. Nunca se sabe. Un par de meses más tarde, en el Club Siglo XXI, ya casi recuperado de las heridas, se me acercó un general del Ejército de Tierra que se identificó como uno de mis informantes y quiso entablar conversación amistosa sobre el caso.

Le dije que, tras el shock traumático de las torturas, había olvidado los nombres que utilizaban mis informadores y le pregunté cual era el pseudónimo utilizado por él. Me dijo un nombre que no era correcto. Me puse en guardia pero seguí la conversación como si nada. Naturalmente, sin soltar prenda. Estuve muy asustado hasta que salí huyendo de España (y sin mirar hacia atrás).

Al no conseguir las respuestas que esperaban, mis potentes entrevistadores aumentaron la presión. Algunas torturas me parecieron ridículas, aunque muy dolorosas. Me tiraban de las patillas hacia arriba sin llegar a arrancarme el pelo. Me recordaba al hermano prefecto de mi colegio La Salle, pero a lo bestia. Otra me azotaban con ¿una porra? ¿un palo?. Me quitaron los zapatos, pero no los calcetines. La porra es más eficiente cuando golpea la planta de los piés desnudos. Divinos calcetines. Sentí caer el sudor por mi cara. Más tarde comprobé que no era sudor sino sangre.

Desde aquella experiencia no solicitada, no he pasado ni un solo día de mi vida sin pensar en la muerte.

(¿Continuará? No se. Depende de lo que digan mis hijos)

(III)

Mi secuestro (III) hace 30 años

Viene de “Mi secuestro (II) hace 30 años”

http://blogs.20minutos.es/martinezsoler/post/2006/03/12/mi-secuestro-ii-hace-30-anos-

(Al no conseguir las respuestas que esperaban, mis potentes entrevistadores aumentaron la presión. Algunas torturas me parecieron ridículas, aunque muy dolorosas. Me tiraban de las patillas hacia arriba sin llegar a arrancarme el pelo. Me recordaba al hermano prefecto de mi colegio La Salle, pero a lo bestia. Otras, me azotaban con ¿una porra? ¿un palo?. Me quitaron los zapatos, pero no los calcetines. La porra es más eficiente cuando golpea la planta de los pies desnudos. Divinos calcetines. Sentí caer el sudor por mi cara. Más tarde comprobé que no era sudor sino sangre.

Desde aquella experiencia no solicitada, no he pasado ni un solo día de mi vida sin pensar en la muerte.)

(¿Continuará? No se. Depende de lo que digan mis hijos)

—–

Mis hijos y varios amigos me han pedido que cierre ya, de una vez, el último capítulo de aquel secuestro, casi como ejercicio de terapia, y que cuente otras historias de “abuelo cebolleta”. La verdad es que llevan algo de razón. Después de haber escrito sobre el caso, por primera vez en 30 años, y aunque fuera pasando como sobre ascuas, tengo la extraña sensación de haber espantado algunos fantasmas del pasado. Y sin recurrir al siquiatra. Bueno, mejor dicho, utilizando a mis lectores como eventuales siquiatras.

Gracias a todos por estar ahí y por animarme a contarlo.

Sigo y concluyo la historia, que hoy es domingo y está lloviendo.

————

Los secuestradores me pidieron que hablara de todos los militares, guardias civiles o policías de cierto rango que yo hubiera conocido a lo largo de toda mi vida. Así lo hice, pero advirtiéndoles de que ninguno de ellos tenía relación con el artículo sobre traslados de altos mando en la Guardia Civil, que yo había firmado en “Doblón” con el nombre de Rafael Idáñez.

Después de registrar todos mis bolsillos, me preguntaron por mi relación con personas que, efectivamente, yo conocía. Tardé varios nombres en darme cuenta de que lo hacían casi en orden alfabético, según los iban identificando en mi abultada agenda.

Pese a no ver ni gota –aún tenía el esparadrapo cubriendo mis ojos- y estar completamente desorientado, sentado en aquel campo húmedo y frío, me pareció notar algunos sonidos, palabras sueltas e interjecciones de sorpresa del que hurgaba en mi agenda de teléfonos y citas.

Encontró allí algunos nombres de altos cargos, claramente franquistas o fácilmente identificables con la derecha española de toda la vida.

Naturalmente, también había otros nombres que pronto adiviné, por los golpes que me provocaban, que no eran del agrado de los secuestradores. Y no pocos desconocidos.

-¡Mira con quién se junta este cabrón!

, se decían entre ellos.

No voy a mencionar esos nombres ahora. En la agenda de un periodista suele y debe haber de todo, y yo había acumulado muchos contactos en los ocho o nueve años que llevaba ejerciendo la profesión.

Parecían no tener prisa alguna. El interrogatorio iba recorriendo toda mi vida periodística, casi por el orden alfabético de mis fuentes de información. (Hispania Press, semanario “Don Quijote”, Televisión Escolar, programa “España, Siglo XX” de Televisión Española, diario Nivel, diario Arriba, semanario Cambio 16, proyecto diario El País, semanario Doblón, etc.).

Había empezado mi carrera periodística muy joven y casi por error –para ganar algo y mantenerme como estudiante de Arquitectura- como redactor de la Agencia Hispania Press. Allí cubría sucesos, tribunales, policía, artistas (pasé un par de meses informando de “la noche de Madrid” para diarios de provincias), y asuntos económicos y políticos. Tenía anotados muchos teléfonos y direcciones, tanto de gente famosa como de absolutos desconocidos.

Les hizo cierta gracia que yo tuviera relación con Lola Flores, por ejemplo, pero les inquietó mucho más comprobar que yo tenía anotados todos los datos de contacto con el señor Comín Colomer (creo que se llamaba don Eduardo), así como de varios generales, poco sospechosos de antifranquistas, a quienes conocía a través del Club Siglo XXI.

Ellos conocían bien al entonces historiador Comín Colomer ya que, durante mucho tiempo, fue profesor y director de la Escuela de Policía de la Dictadura.

Alguno de los que me golpeaban podría haber sido alumno suyo. Les conté mi relación profesional con él, cuando investigaba, en su inmensa biblioteca particular (en los sótanos de una travesía de la calle Mayor) temas históricos relacionados con los pre-guiones que yo escribía para la serie de TVE “España, siglo XX” y que firmaba José María Pemán. (No lo pongo en mi currículum, pero durante mucho tiempo fui el “negro” de Pemán, en sentido literario, claro)

Les molestó mucho, y no se por qué, ver entre mis notas el nombre de Luis González Seara –quien luego sería ministro con Adolfo Suárez. Pero me gané más patadas y golpes debido a una anotación que llevaba en una hoja suelta y que decía algo así como “recoger artículo mujer de Simón Sánchez Montero en lavandería de Los Nardos.

-¿O sea, que no eres comunista, verdad? ¿Y qué hace aquí el (improperio de libre elección…) de Sánchez Montero en el bolsillo de tu chaqueta?

Respondí:

-Su esposa trabaja en esa clínica y debo recoger allí el artículo de un colaborador de la revista.

Al cabo de varias horas de marearme con preguntas absurdas sobre todos mis conocidos y de molerme a palos, con cierto cuidado –eso sí- para no romperme huesos, comenzaron a presionarme mucho más en torno a mi relación con dos generales concretos de la Guardia Civil.

Uno lo recuerdo muy bien: el general Saenz de Santamaría, del Estado Mayor de la Guardia Civil. Era un hombre bajito, con bigote, fuerte, aunque algo rechoncho, y con gafas oscuras, que ya era conocido públicamente cuando estuvo a las órdenes del teniente general Vega, el anterior director general de la Guardia Civil, que fue sustituido en este cargo por el teniente general Campano.

Tal sustitución, realizada en el último Consejo de Ministros presidido por Franco, antes de caer el dictador fatalmente enfermo, nos dio la primera clave para investigar los cambios de destino de altos mandos en la Benemérita, que se producirían a partir de entonces, y especialmente tras la muerte de Franco, y que mis informadores anónimos me iban confirmando por teléfono. Años más tarde, cuando conocí el papel tan importante que había jugado el general Saenz de Santamaría para abortar el golpe de Estado del 23-F sentí una fuerte emoción.

-“No iban mal encaminados; por algo le perseguían aquellos terroristas franquistas”, pensé yo.

El otro general, por el que me preguntaban también insistentemente los secuestradores, tenía un nombre muy común y era para mi un completo desconocido. Ni siquiera recuerdo ahora su nombre (¿Gutierrez?, ¿Rodríguez?, ¿González? No se) y eso que debía tenerlo grabado con sangre. Pero lo he borrado de mi memoria. (Mi mujer cree que se llamaba Prieto).

Les dije una y mil veces que jamás había hablado conscientemente con esos dos generales y que sólo conocía al general Saenz de Santamaría por las fotos de los periódicos.

Tuve la impresión entonces, por el ir y venir de los miembros del comando y por las conversaciones que mantenían en voz baja lejos de mí, de que quizás habían fracasado con mi secuestro.

A esas alturas, después de varias horas de torturas minuciosas y metódicas, con las humillaciones de rigor que no vienen al caso, empezaron a convencerse de que yo no podía confirmarles los nombres de mis informadores, que ellos llamaban “traidores a la Guardia Civil y a la patria”, sencillamente porque no lo sabía.

No guardaba silencio por heroísmo de ningún tipo sino porque no tenía ni idea de quien me había ido dando las pistas de los boletines del Ejército (con fechas y páginas) para poder publicar el artículo basado en fuentes oficiales.

Llegué a sospechar que algunos oficiales de la UMD (Unión Militar Democrática, o algo así) que me conocían indirectamente –yo filtré la noticia de sus primeras detenciones a la prensa extranjera- habían dado mi nombre a mis fuentes anónimas diciéndoles que yo era alguien “de confianza”. Pero nunca conocí a esas fuentes. Quizás, por eso y sólo por eso, nunca las delaté.

Por un momento, pensé que mis captores se habían ido y que me dejaban allí tirado, en medio del monte o del campo, con las muñecas esposadas y los ojos tapados por el vendaje. Comencé a removerme por el suelo frío, húmedo, casi helado, para cambiar de postura. Me dolía todo el cuerpo pero no podía permitirme el lujo de pensar en el dolor. Debía concentrar todas mis energías en sobrevivir.

Cuando uno de ellos les dijo a los demás que no me rompieran ningún hueso, me dio un vuelco el corazón.

-“Si no me quieren romper los huesos”, pensaba yo desesperadamente, “es porque piensan dejarme vivo y sin señales graves”.

Aún estaban allí. No me habían dejado solo. Les oía cuchichear a lo lejos. Seguían allí pero no podía entender lo que decían. Pronto supe de qué se trataba.

Se acercaron, me tumbaron boca abajo y me quitaron las esposas.

¡Qué alivio tan grande! Algo nuevo me quemaba la cara, en la parte no protegida por el esparadrapo que me cubría los ojos, y me producía una sensación rara –incluso agradable. ¡Nieve! También la toqué con mis manos.

Me sirvió de orientación. Y eso es mucho más importante de lo que uno puede imaginarse. Al menos, sabía que estaba en lo alto de una montaña, con nieve, y que yo identifiqué –no se por qué, quizás porque solía verla desde Las Matas– como la Sierra de Navacerrada.

-“Si miras hacia atrás, te pego un tiro”, dijo de pronto uno de ellos, apretando el cañón de su arma contra mi espalda.

¿Mirar? ¿Con los ojos vendados?

Fue muy rápido. Inmediatamente, otro de ellos dio un fuerte tirón del esparadrapo que rodeaba mi cabeza y me tapaba los ojos. Debieron arrancarme algunos pelos del cogote y parte de la piel quemada de la cara.

Esa punzada repentina de dolor físico no fue nada puesto que, al instante, pude ver algo de luz. No me atrevía a abrir los ojos de golpe. De hecho, no podía levantar uno de los párpados (creo que era el izquierdo). Ya no se cual de ellos estaba peor. Con el ojo derecho entornado pude ver la luz. La luz… y un pistolón enorme apuntando a mi cara, a dos palmos de mi frente.

Abrí, poco a poco, los ojos. Únicamente pude ver al hombre que empuñaba el arma. Tenía la cabeza cubierta con un pasamontañas oscuro. Me recordaba un poco a los terroristas de ETA cuando hacen conferencias de prensa clandestinas. Yo miraba directamente a sus ojos (¿verdes? ¿casi marrones?), tratando de leer en ellos mi futuro inmediato, y, de refilón, también miraba al pequeño agujero negro del cañón largísimo de aquella pistola inmensa, mucho más grande que las que salen en las películas. Tras él había un enorme valle arbolado, un paisaje idílico, digno de una égloga de Garcilaso.

-“¡Qué raro!”, pensé. “Estoy demasiado tranquilo para lo que me espera”.

Instintivamente, con mis manos libres -y ya sin el vendaje sobre los ojos- traté de secarme lo que yo creía que era sudor y me limpié la cara. Mis manos quedaron empapadas de sangre.

-¿De donde sale tanta sangre?, me pregunté

.

Entonces reconocí visualmente el color rojo vivo y el sabor caliente, ligeramente salado, de mi propia sangre. Brotaba de mi boca y, en lugar de escupirla, me la había estado tragando como si se tratara de saliva caliente.

-“Si me va a matar de un tiro, ¿por qué se cubre la cara con ese pasamontañas? Se cubre porque no quiere que le reconozca y le denuncie”.

Durante unos segundos tuve la convicción de que saldría vivo de allí. Unos breves segundos.

El que me apuntaba a la cara habló:

-“Comprenderás que no podemos marcharnos con las manos vacías y dejarte aquí vivo con todas esas marcas en la cara y en el cuerpo. Ahora llega tu hora. Tú decides. No podemos perder más tiempo. Es tu última oportunidad. Voy a contar hasta tres. A la de tres, disparo, a menos que antes me digas los nombres que estamos buscando. Si colaboras con nosotros, no te pasará nada. Te dejaremos libre y podrás volver a tu casa. Tu coche está aparcado en el Alto de los Leones. Si no colaboras, te pudrirás en esta montaña. No te encontrarán ni los buitres. ¿Entendido?

Mirando fijamente a sus ojos, muy próximos a los míos, y oliendo su respiración y su rabia, empecé a repetir, a farfullar, cagado de miedo, mi respuesta de siempre:

“No tengo nombres… Si lo supiera…”

Me cortó en seco, casi gritando:

-“¡Uno!”

Silencio. Ahora lo recuerdo como un fusilamiento, un asesinato, a sangre fría y a bocajarro, como algo de película que nunca me pudo haber ocurrido a mi. Pero allí estaba, sin respuesta a su pregunta. Nada podía hacer.

-“Dos”

Movió la pistola varias veces de un lado a otro, indicando a los demás que estaban detrás de mí que se apartaran. No tenían por qué mancharse con mi sangre si finalmente apretaba el gatillo. Todo encajaba y parecía verosímil. Luego pensé que debían haberlo hecho muchas veces con otros que nunca lo han contado o que no vivieron para contarlo.

Eran profesionales. Detrás de mi hubo ruidos de hojas secas, medio podridas, y de gente que se retiraba de mis espaldas.

Me quedaba poco tiempo. Apenas unos segundos. Pensé –creedme- que era el final. Muchos amigos me han preguntado después en qué se piensa cuando crees que vas a morir. Tardé en responder. Me avergonzaba decir la verdad pero finalmente acabé contándolo.

Hacía apenas unas semanas que mi mujer y yo habíamos firmado ante notario –Alberto Ballarín Marcial– la escritura de compra de dos parcelas en Villanueva de la Cañada y, naturalmente, las letras correspondientes para pagarlas en no se cuantos años.

La casa de Las Matas era muy pequeña, vieja y fría y, si queríamos tener hijos, necesitaríamos una casa más grande y construida por nosotros mismos, como así fue, desde los cimientos hasta el techo. Ya habíamos echado un ojo a las ventanas y puertas. Vendrían de Almería, de una casa antigua, de más de 300 años, que iban a destruir en la Glorieta de San Pedro.

Desde que publiqué el artículo sobre los relevos de altos cargos en la Guardia Civil hasta que me secuestraron, habíamos visitado y pisado casi diariamente cada palmo de ese trozo de terreno, que ya nos pertenecía, y donde proyectábamos construir la casa en la que ahora mismo estoy escribiendo estas líneas. Aquella parcela era un sueño.

Nuestros pensamientos –cuando quieren- se concentran y van a más velocidad que la luz. No pensé en mi familia ni en mis amigos ni la eventualidad de que hubiera otra vida después de ésta. Ni siquiera pensé en mi mujer –que no sabría nada de lo que me estaba ocurriendo en ese momento. Ni en los hijos que me iba a perder…

-“Qué forma más tonta de morir!”, pensé después de oír el aviso del “¡dos!”. “Morir, justo ahora que ya tengo una parcela”.

-“¡Y tres!”

Estúpidamente, hice un esfuerzo por no cerrar los ojos y seguí mirándole muy fijamente. Quería adivinar mi futuro (¡y el de mi parcela!) como si su iris fuera mi bola de cristal.

No hubo disparo. Se levantó mascullando algo asó como “cabrón, etc.” y se retiró de mi vista, mientras los de atrás me machacaban la espalda, el culo y los costados a patadas y con algo contundente –quizás con la culata de la metralleta, que pude ver cuando me cogieron, o la porra que usaron en los pies.

En ese momento, me hicieron el único daño que tuve en los huesos. Dos fisuras y una fractura. Pero ¿quién puede perder un solo segundo pensando en los huesos rotos o en las patadas o puñetazos cuando acabas de resucitar con todo tu cuerpo entero? ¿Qué más pueden hacerme si el fusilamiento ha sido en falso, una pura simulación?

Han consumido –pensé- el último recurso de cualquier torturador profesional. ¿El último?

Sentí –lo reconozco- una inmensa alegría interior, casi mística. Boca abajo, con mi cara pegada al suelo mojado y con mis manos cubriéndome la cabeza de los golpes… Así debía ser el éxtasis, la visión beatífica, el orgasmo de los santos cuando sacan su espíritu fuera del cuerpo y se pierden como San Juan de la Cruz… en esa noche oscura y gozosa.

Cada vez que recuerdo los versos –tan poderosos y profundos- del místico de Fontiveros celebro aquel momento de resurrección y de fuerte apego a la vida.

“En una noche oscura,

con ansias, en amores inflamada,

¡oh, dichosa ventura!

salí sin ser notada

estando ya mi casa sosegada”.

Casi podía verme desde fuera de mí, desde arriba. Ahí olvidé la parcela y, por primera vez, desde que empezó aquella ejecución teatral, pensé en mi chica y en el futuro que nos esperaba. Desapareció la parcela de mi mente y apareció ella.

Bocabajo, la nieve aliviaba las quemaduras de mi cara.

Una tarde maravillosa la del 2 de marzo de 1976.

Sentí, quizás por primera vez con tanta potencia, la dulzura de vivir…

Pero ellos no se dieron por vencidos.

(No pude terminarlo en el Talgo. Se acabó la batería. Pero continuará. Lo prometo. Solo me falta el final)

 

(y IV)

Viene de “Mi secuestro (III) hace 30 años”

(Cada vez que recuerdo los versos –tan poderosos y profundos- del místico de Fontiveros celebro aquel momento de resurrección y de fuerte apego a la vida.

“En una noche oscura,

con ansias, en amores inflamada

¡oh, dichosa ventura!

salí sin ser notada

estando ya mi casa sosegada”.

Casi podía verme desde fuera de mí, desde arriba. Ahí olvidé la parcela y, por primera vez, desde que empezó aquella ejecución teatral, pensé en mi chica y en el futuro que nos esperaba. Desapareció la parcela de mi mente y apareció ella.

Bocabajo, la nieve aliviaba las quemaduras de mi cara.

Una tarde maravillosa la del 2 de marzo de 1976.

Sentí, quizás por primera vez con tanta potencia, la dulzura de vivir…

Pero ellos no se dieron por vencidos.)

(Continuará. Lo prometo)

——————————–

Magnífica semana de primavera, pese al catarro que me ha dejado un pegote de hormigón en las fosas nasales y me ha alejado durante unos días de este blog.

El “alto el fuego permanente”, anunciado por los terroristas de ETA, ha rebajado muchos puntos el ICOA (Indice de Crispación y Odio Ambiental)

Estoy convencido de que el diálogo entre Zapatero y Rajoy, previsto para hoy martes, volverá a rebajar ese Indice tan siniestro, y aún tan español.

Claro que también provocará la rabia de algunos salvapatrias de la extrema derecha, de algunas víctimas que tienen aún el dolor a flor de piel y seguramente tambien de algunos disidentes extremistas de ETA.

Ambos extremos seguirán metiendo palos en las ruedas de este largo y difícil proceso de paz para que no se les acabe el “chollo” del terror.

He oído, con emoción, que varios demócratas vascos, concejales y otros cargos políticos amenazados por ETA, han renunciado a sus habituales escoltas y que, por primera vez en años, han salido ¡solos! a la calle.

Después de mi secuestro, hace 30 años, pasé varios meses, hasta el verano, bajo la protección permanente –es decir, durante las 24 horas del día- de escoltas armados de la Guardia Civil y de la Brigada Antiterrorista de la Policía.

Fue una experiencia inolvidable y enriquecedora, tanto por la convivencia tan íntima y positiva con los escoltas, que se juegan su vida por ti, como por el pesar que te causa la pérdida de libertad, impuesta necesariamente por la vigilancia permanente. Los escoltas te protegen, pero también te recuerdan que la muerte puede encontrarte al doblar la esquina.

Pero me estoy adelantando un poco en el relato de los hechos. Los escoltas vinieron a protegerme un par de semanas después de mi liberación, cerca del Alto de los Leones, en la Sierra de Guadarrama.

——-

La semana pasada escribí sobre el fusilamiento simulado y la inmensa alegría de vivir que sentí al comprobar que, con esta argucia, los torturadores habían gastado su último cartucho para sacarme los nombres de mis fuentes de información (que yo nunca supe).

Tendido en el suelo bocabajo, entre nieve enrojecida por la sangre, rocas heladas y hojarasca mojada, con la cara ardiendo y recibiendo algunas patadas y golpes, comencé a relajarme.

-“Ya ha pasado lo peor”

, pensé, aliviado aunque atento para no perder el control de mis nervios.

Algunos se marcharon y uno de ellos –el del pasamontañas- me sentó sobre una roca y me limpió la sangre de la cara y de las manos con un trapo, que tiró al suelo con menos miramientos que la Verónica.

El sol ya no estaba en lo alto, sino que daba muestras de querer esconderse a mis espaldas, noté más frío que antes y mis captores daban nuevas señales de impaciencia. Por primera vez, me percaté del ruido no muy lejano de unos motores que adjudiqué a motos potentes más que a coches. O hacían motocros por aquellos montes o estábamos cerca de una carretera.

Con un golpe seco, colocaron sobre mis rodillas una carpeta negra de pastas rígidas y, sobre ella, varios folios, sin membrete, entre los que iban intercalados los papeles para hacer copias de carbón.

Me pareció que se trataba de original y tres copias. Me dieron un bolígrafo y me pidieron que escribiera, apretando con fuerza para que las copias fueran legibles, lo que me querían dictar.

Y así empecé a escribir, con el pulso tembloroso, mi nombre, mayor de edad, DNI, domicilio, etc… hasta que el que tenía enfrente me dio un golpe y me arrancó los folios de un tirón.

-“La estás cagando. Eres periodista y sabes escribir perfectamente. Empieza de nuevo y con muy buena letra, como si lo estuvieras escribiendo tranquilamente en un despacho. No te queda mucho tiempo si no haces lo que te decimos. No te pases de listo.”

Efectivamente, otra vez me dieron original y tres copias con el papel carbón intercalado.

Volví a escribir, y esta vez, con una letra tan perfecta, tan clarísima que no parecía la mía. Di un salto atrás en el tiempo y recuperé mi letra infantil del colegio, la que utilizaba seguramente para los dictados del hermano Amado de María, aquel fraile de La Salle que me enseñó a amar la poesía.

En el encabezamiento puse de nuevo, como en una instancia oficial, mi nombre, apellidos, DNI, domicilio, etc. Luego me dijeron que pusiera EXPONE o DECLARO (¿o, quizás, fue CERTIFICA?). Creo que copié esas palabras pero no recuerdo en qué orden.

Y en la exposición yo escribía, al dictado bastante convincente de una metralleta clavada en mi espalda, todo lo que me iban diciendo.

Se trataba de construir un documento que pudiera tener valor oficial, firmado por mí como autor de artículo “De Vega a Campano”, en el que yo denunciaba al general Saenz de Santamaría y al otro general, cuyo nombre no recuerdo, como fuentes directas de la información que yo había publicado con el seudónimo Rafael Idáñez en el semanario Doblón que yo dirigía.

Me hicieron escribir algunos detalles –totalmente falsos- que daban verosimilitud a mi exposición. Y, al final, me dictaron la despedida oficial, de rigor en aquellos tiempos:

–“Y para que conste y surta los efectos oportunos, firmo la presente en… ”

Silencio de nuevo. ¿Estaban improvisando? Una de las voces que hablaba a mis espaldas intervino, con cierto tono de mando:

-“Guadalajara, a cuatro de marzo de mil novecientos setenta y seis. Escribe eso y luego lo firmas, debajo, con la misma firma que tienes en el DNI. ¿Te enteras?”

Así lo hice. Y, al instante, recogieron mi declaración firmada y pasaron a la última etapa del secuestro: las condiciones de la liberación.

Otra vez, pegaron el esparadrapo sobre mis ojos y, en lugar de utilizar de nuevo las esposas, ya ensangrentadas, me ataron las muñecas juntas por delante con el mismo rollo de cinta, dándole varias vueltas.

Ya tenían algo de mí. Y querían poder usar legalmente ese documento contra aquellos dos generales, sin que yo negara la autenticidad de mi firma ni renegara de mi declaración. Para ello, tenían que asegurarse de que yo no iba a dejarles en mal lugar.

Iniciaron una ronda alrededor de mi, de nuevo cegado por la cinta adhesiva. Hablaban uno detrás de otro, desde distintas posiciones, y yo movía la cabeza de un lado a otro, para atenderles y responderles, guiado por mi oído. Me sentía un poco mareado y agotado, como debe sentirse el toro, arrinconado en tablas, en sus momentos finales, cuando sólo le falta el descabello.

Estaba al límite de mis fuerzas. Creo que cometí un error al relajarme, después del simulacro de fusilamiento. Y ahora necesitaba recuperar la concentración y la sangre fría para no caer en sus provocaciones finales.

-“Sabemos muy bien donde trabaja tu mujer (en la calle Jorge Juan, redactora jefa de la revista Ciudadano, tiene un dos caballos). Si cuentas algo de todo esto, tu y tu mujer lo pagaréis muy caro”.

-“Si alguien te pregunta, dices que has tenido un accidente. ¿Está claro?”

Uno de ellos permanecía detrás de mí y apoyaba el cañón de su arma sobre mi espalda. Nunca supe si era el de la pistola o uno de los de metralleta, ya que solo sentía la presión de un objeto metálico redondo entre las costillas y volvía a estar ciego.

Apretando el cañón a gran presión, aunque cuidándose de no romperme ningún hueso, me dijo, casi escupiendo sobre mi cogote, que mi mujer (“la yanqui”) y yo teníamos que salir de España en tres días, a contar desde mañana. Y no volver nunca más.

Ahora van a pensar que soy un loco inconsciente o un temerario. Yo también lo he pensado muchas veces y aún no acierto a explicarme por qué, de pronto, cuando el desenlace del secuestro iba saliendo bastante bien, yo me armé de un valor insensato y salí por peteneras. Quizás por agotamiento, o por soberbia, le respondí, sin pensarlo dos veces, al instante:

-“Eso no. Si, por esto, tengo que vivir fuera de España, prefiero que me maten aquí mismo y no dentro de cuatro días. Yo soy español y quiero vivir y morir en España. Me pueden pedir lo que quieran, pero no me pidan que abandone mi país.”

Como si la mano de un ángel hubiera sostenido el arma que me presionaba en la espalda, la presión se aflojó automáticamente, a medida que yo iba pronunciando aquellas palabras que resultaron tener un efecto patriótico balsámico sobre aquella bestia fascista. El cañón del arma desapareció de mis costillas.

Se hizo un largo silencio. Supuse que se miraban, atónitos, entre ellos.

Otro dijo:

-“Ya vale. Puedes quedarte en España si no dices nada de todo esto, para que podamos utilizar esta declaración, que has hecho voluntariamente. ¿Queda claro? Y vas a contar hasta 500 antes de moverte y de quitarte la cinta de los ojos y de las muñecas. Tu coche está en el Alto de los Leones. Cuenta hasta 500”.

En ese momento, me levantaron entre dos y me llevaron andando unos metros. Casi no podía sostenerme sólo en pie y no a causa de los golpes sino, seguramente, por la mala postura que había tenido durante tantas horas sentado en el suelo.

Me dejaron de pie, apoyado en el tronco de un árbol y comenzaron a caminar. Oía sus palabras y sus pasos desvanecerse a lo lejos cuando ya llevaba contados más de cien números. Antes de contar el número doscientos ya no sentía ningún rastro de ser humano por allí cerca. Entonces me llevé las manos atadas a la cara para arrancarme el esparadrapo y recuperar la vista.

Una voz, bien conocida, me frenó en seco. Pertenecía, sin duda, al de la cara quemada:

-“No te muevas. Te hemos dicho que cuentes hasta 500. Espero que ahora sepas lo que es obedecer órdenes. Vas a ver lo que quema este spray y así pagarás lo que me has hecho esta mañana”.

Dicho y hecho. Se puso frente a mí y me vació el bote en la cara y por el pecho. La barba y el esparadrapo sirvieron de escudo y salvaron una parte de mi cara. El spray atravesó la camisa y dibujó un triángulo quemado sobre mi pecho, marcando la parte no protegida por el chaleco.

Y se fue, dejándome aquellas señales de monstruo, en contra las órdenes del jefe del comando. Esta vez sí conté hasta 500. Me quité la cinta de los ojos y mordí el esparadrapo de las muñecas, hilo a hilo, hasta que lo deshice. Estaba molido a palos, pero más vivo que nunca.

Me lavé con agua nieve y busqué la salida de aquel monte bajo de robles. Salté un muro de piedras y encontré algo que parecía una vereda que bajaba hacia el valle. No recuerdo el dolor.

Iba dando saltos de alegría, con una excitación indescriptible y mirando a todos lados con una curiosidad desmedida: como si nunca hubiera visto un monte de robles surcado por arroyuelos de agua nieve.

Pronto encontré casas, allá abajo, a ambos lados de una carretera. Hacía frío de atardecer invernal y el pueblo estaba prácticamente desierto. Sólo había dos jóvenes de mi edad (de la de entonces), cada uno a un lado de la carretera, sosteniendo una bolsa de deportes con picos pronunciados impropios de una raqueta de tenis. No quise acercarme a ellos.

¿Llevaban metralletas en esas bolsas? ¿Acaso me estaba volviendo paranoico? ¿Quedaron de retén para seguir mis pasos?

Fui directamente a la farmacia y pedí algo para las quemaduras de la cara. La nieve no era alivio suficiente. La dependienta me preguntó y le dije que me había estallado el carburador en la cara. Nunca entendí de motores de coches, pero creo que ella tampoco. Me dio una crema contra la inflamación creciente y me limpió las heridas. Pude abrir un poco más los ojos.

De la farmacia pasé al bar de al lado, donde pedí una copa de brandy. No pude probarlo. Tenía las encías y todo el interior de la boca llena de llagas. Pedí Anís del Mono, dulce, y lo tomé a sorbitos para cerrar las heridas internas, que no sangraban desde que comencé a bajar de la montaña.

Busqué un teléfono y llamé a Ana, mi mujer, a la revista Ciudadano. Me notó algo raro, quizás por la forma de hablar con la boca un poco torcida. Le dije que había sufrido un accidente, nada grave, que yo estaba perfectamente y que tenía que venir a recogerme con su coche. Me preguntó donde estaba y ahí me pilló. No me había preparado y no sabía donde estaba.

-“Un momento”, le dije. Y pregunté al camarero cómo se llamaba este pueblo.

-“San Rafael”, me contestó.

Mi mujer me preguntó entonces si había que llegar hasta allí por el túnel de Guadarrama o por el puerto. Yo no lo sabía. Eso le extrañó tanto que me preguntó, alterada, qué estaba ocurriendo.

-“¿Cómo es posible que no sepas cómo se llega hasta allí?”.

El camarero me ayudó.

-“Sí, por el túnel. Yo vine por otro lado. Y no preguntes más. Ven a recogerme sin decir absolutamente nada de todo esto a nadie. Por favor. No digas nada a nadie. ¿Está claro? Estaré en la carretera que cruza el pueblo, junto a la farmacia”.

Mientras esperaba allí, más de una hora, empezó a oscurecer. Los jóvenes de las bolsas de deportes seguían cada uno en su sitio. Adiviné, a lo lejos, el dos caballos de Ana y le hice señales, pero ella pasó de largo. No me había reconocido. Volvió a pasar por la farmacia y me recogió muy asustada. Le dije:

-“No hagas gestos extraños. Disimula como si nada. Me han secuestrado esta mañana y me han interrogado durante todo el día. Aún quedan dos de ellos mirándonos. Arranca el coche y vamos hacia el Alto de los Leones antes de que sea completamente de noche.”

Allí estaba mi coche con las llaves puestas. Ella insistió en dejarlo aparcado, para llevarme directamente al hospital, pero yo quise conducirlo, con un ojo y medio abiertos, muy despacio, seguido por su coche. Así lo hicimos y tardamos más de dos horas para llegar a Madrid, al domicilio del dueño de la revista, el doctor Julio García Peri, editor también del diario gratuito “Noticias Médicas”, en La Moraleja.

Mi editor se sobresaltó. En la redacción estuvieron todo el día muy inquietos sin saber nada de mi paradero. Ernesto Garrido, el redactor que firmaba el reportaje “Cómo es la Guardia Civil”, junto al mío “De Vega a Campano”, no había dormido en su casa del barrio del Pilar. Unos vecinos le dijeron que unos desconocidos había ido a buscarle muy pronto por la mañana.

Nadie sabía lo que pasaba.

Le hice un resumen muy rápido al doctor García Peri –un hombre cabal a quien yo apreciaba mucho y en quien confiaba con los ojos cerrados- y decidió llevarme inmediatamente al hospital de quemados de la calle Lisboa.

Llamó a un cirujano colega suyo (un tal doctor de la Fuente), abrió el cajón de su mesa, sacó un revólver y se lo guardó en un bolsillo del chaquetón.

Debo reconocer que me impresionaron su resolución y entereza tanto cómo su revólver. Salí de su garaje tumbado en el suelo de un gran Mercedes, para que nadie me viera.

En el Hospital me curaron las heridas de la cara, de la boca y de todo el cuerpo. En el quirófano, el doctor de la Fuente bromeó:

-“Has tenido suerte, joven. En Hollywood, muchas actrices pagarían por lo que tú tienes. Vas a cambiar varias veces las costras de la cara. Se te caerán como si fuera lepra, pero, al final, te quedará la piel tan fina como la de un bebé”.

Al regresar a casa del editor, encontramos allí al juez Clemente Auger –que más tarde sería presidente de la Audiencia Nacional. Le conté todo y me dijo que, al día siguiente, antes del cuatro de marzo, debía denunciar ante el juez de Guardia que me habían obligado con amenazas a firmar un documento, cuyo contenido no recordaba, fechado en Guadalajara a cuatro de marzo.

Teníamos que anular los eventuales efectos de aquel documento contra los dos generales demócratas de la Guardia Civil.

Dormí como un bendito y fui al Juzgado de Guardia acompañado por mi mujer y por el fiscal Jesús Vicente Chamorro, un viejo amigo que, en la democracia, llegaría a ser fiscal del Supremo.

Nos recibió el juez de Guardia, Jaime Mariscal de Gante, ex director general de Prensa de la Dictadura, quien me conocía perfectamente pero que, en aquel estado, no pudo reconocerme hasta que le dije mi nombre.

Con mi breve declaración judicial, el documento contra los generales moderados creo que quedó desactivado e inservible.

Al día siguiente, aún bajo los efectos tremendos de la matanza de obreros a la salida de una Iglesia de Vitoria, visitamos al jefe superior de Policía; teniente coronel Quintero, y al director general de Seguridad, general Castro Sanmartín –ambos a las órdenes del ministro Fraga Iribarne-, a quienes contamos la misma versión escueta, y con problemas de memoria causados por el trauma sufrido, que le habíamos dado al juez de Guardia.

Previamente, un general de Inteligencia de Franco, tío de un amigo nuestro en quien confiabamos, me recomendó personalmente, al oír toda la historia, que no dijera nada de nada a los cargos oficiales. Solo la versión que dimos al juez. Y así fue hasta ahora, al cabo de 30 años.

El general Castro nos recomendó salir de la península, a Canarias, por ejemplo, pues no podían garantizar nuestra seguridad, frente a las amenazas de esos grupos armados incontrolados. Decidimos refugiarnos, durante un par de semanas, en el Parador Antonio Machado de Soria. Y fue un acierto. Nunca olvidaré aquellos días de convalecencia junto a los álamos de amor, en la ribera…

¡Ay, Soria! De allí me traje un pino, guardado en el bolsillo de mi chaqueta.

Lo planté en nuestra parcela.

Hoy tiene ya 30 años, y está tan hermoso como la Democracia.

FIN

(Al fin lo terminé. ¡No puedo creerlo!)

Caen 3 directores. ¿Qué pasa en la prensa?

  • En apenas dos meses, tres directores (La Vanguardia, El Mundo y El País) han sido destituidos. La coincidencia temporal y la relevancia del triple relevo han desatado las teorias conspiratorias sobre el papel del Poder contra la libertad de expresión.
Antonio Caño, nuevo director de El País
Antonio Caño, nuevo director de El País

¿Qué está pasando en la Prensa española? En las últimas semanas,  varios colegas y/o amigos de la prensa de los Estados Unidos me han hecho esta misma pregunta.

Pedro J. Ramínez con su "aliado" José M. Aznar
Pedro J. Ramínez con su «aliado» José M. Aznar

El artículo de Pedro J. Ramírez en el New York Times, señalando a Rajoy (¡qué más quisiera é!) como el instigador de su despido, ha debido generarles alguna inquietud. La reciente sustitución de Javier Moreno por Antonio Caño al frente de El Pais también ha podido contribuir a consolidar tal preocupación.

¿Qué les digo?

Traduzco, copio y pego, a continuación, párrafos de una de mis respuestas (quitando, claro, las cuestiones personales/familiares que pueden aburrir a cualquiera):

Querido amigo:

Disculpa el envío de mi último mensaje en español. Lo envié a todos mis
amigos, de una vez, para anunciarles que había salido del Board de 20
minutos, que iniciaba una nueva vida sin compromisos profesionales
y que tenía nuevas direcciones de mail y un nuevo blog personal:
martinezsoler.com
En cuanto a tu pregunta sobre los cambios de directores de diarios en
España te diré lo siguiente:
Llevamos mas de 6 años de crisis económica durísima que ha puesto
a la prensa de rodillas, cargada de pérdidas y deudas. Entre diciembre
de 2013 y febrero de 2014 -en apenas dos meses- han cambiado a los
directores de La Vanguardia, de El Mundo y de El Pais. La coincidencia
en el tiempo y la importancia de los diarios han desatado rumores sobre
teorías conspiratorias, presiones del Gobierno conservador, de la banca,
del Rey, etc.
Como sabes, las presiones de los poderes políticos y/económicos para
influir en la línea informativa y editorial de los diarios son tan viejas como
el mundo. Siempre hay presiones, unas veces consiguen su objetivo y
otras, no. Otras veces, a medias. Lo tenemos grabado en nuestra piel.
En mi opinión, esos poderes son el “herpes” de la prensa en las
sociedades democráticas. Si la prensa goza de buena salud, es rentable
y sólida, el efecto de las presiones políticas suele resultar insignificante.
La prensa rentable (o sea, independiente) genera anticuerpos eficaces
para no ceder a las presiones. El herpes ni se nota, pero está presente
siempre.
Sin embargo, si la prensa (o un diario en particular) tiene mala salud,
no es rentable, tiene pérdidas, deudas o está al borde de la quiebra,
entonces carece de esos anticuerpos defensivos, falla su sistema
inmunológico y las pupas del herpes brotan a la vista de todos (lectores y
anunciantes).
No suele haber una causa única, sino varias, para explicar el cambio de
tres directores en dos meses. Además, yo no creo mucho en las teorías
conspiratorias. Tienen una ventaja: resultan verosímiles y fáciles de creer
para quienes no quieren molestarse en pensar seriamente sobre asuntos
complejos. Pero tienen un terrible inconveniente: generalmente, esas
teorías son falsas.
Cada diario tiene sus circunstancias particulares pero, desde hace varios
años, en los tres citados (y en casi todos) es notable el efecto de la caída
brutal de los ingresos por publicidad y venta de ejemplares impresos.
Y sus versiones digitales siguen siendo irrentables. Se desmoronan no
solo por la crisis económica sino también porque su modelo actual de
negocio carece de futuro. Si no cambian de modelo serán irrelevantes
y/o morirán. Los viejos lectores se mueren y los jóvenes no compran ni
leen esos diarios anticuados. Los dueños están desesperados, quieren
vender, fusionarse con otros y/o cambiar pero dan palos de ciego. Echar
parte de la culpa al director es muy socorrido. El director es el chivo
expiatorio.
En el caso concreto de El País -cargado de deudas y con poca salud- se
añade el problema de su televisión de pago que está tratando de vender,
entre otros, a Telefónica. Esta es una empresa muy próxima al Gobierno
del PP; su presidente, Cesar Alierta, es amigo del ex presidente Aznar. (…)

Portada de mi libro "Jaque a Polanco", pulbicado por Temas de Hoy (Planeta) en 1998
Portada de mi libro «Jaque a Polanco», pulbicado por Temas de Hoy (Planeta) en 1998

En 1998 publiqué un libro titulado «Jaque a Polanco» donde ya barajaba yo la posibilidad de que Telefónica comprara algún día la televisión de pago de Prisa, editora del El Pais.
El Pais ya no está controlado por la familia Polanco sino por inversores
extranjeros. El Banco de Santander y la Caixa no quieren convertir la deuda
en acciones de El Pais. Y hay rumores sobre la posible compra de una
parte de El País por el mexicano Carlos Slim, que ya tiene acciones del
NYT.
Yo no creo que el Gobierno conservador de Rajoy tenga la fuerza ni la
inteligencia suficiente para provocar el cambio de director de El Pais.
Sin embargo, si Antonio Caño imprime su línea personal (con permiso
del presidente J.L.Cebrián) El Pais se moverá (mientras no mejore
su independencia económica) un poco más hacia el centro político,
acercándose al partido popular y alejándose del partido socialista.
Dejará un hueco muy importante para los lectores huérfanos de centro
izquierda.
Alguien va a llenar ese hueco. Tengo un proyecto –cómo no!- pero aun
no está maduro. En realidad, solo llevo dos semanas fuera del Board
de 20 minutos. Y estoy ocupadísimo con el tenis, la talla de madera, la
pesca, la jardinería, mi nuevo blog y mis paseos con Ana.
Me alegra mucho saber de ti. Te recordamos siempre con mucho cariño
y agradecimiento.
En Madrid sabes que tienes nuestra casa (ya sin niños) a vuestra
disposición. Como decimos en España “mi casa es tu casa”.
Os esperamos.
Un fuerte abrazo
Jose

Y ésta fue la versión original en inglés:

Dear friend,

My apologies for sending my last message in Spanish.  I sent it to all my friends, all at once, to tell them that I had left the Board of 20 minutos, that I begin a new life without professional commitments, and to give out my new email addresses and my new personal blog: martinezsoler.com.

As to your question about changes of newspaper directors in Spain, here follow a few thoughts and comments:

We are going on more than 6 years of an especially rough economic crisis that has brought newspapers here -loaded with losses and debts- to their knees. Between December, 2013, and February, 2014, -barely two months- La Vanguardia, El Mundo, and El País have all changed directing editors.  The coincidence in time and the importance of these newspapers has unleashed a variety of conspiracy theories, of pressure by the conservative government, by the banks, by the King, etc.

As you know, the pressure of political, financial, and economic powers to influence the news and editorials of newspapers are as old as the world.  There are always pressures, sometimes they obtain their goal, sometimes they don’t. We have it engraved on our skin.  In my opinion, these powers are the “herpes” of the press in democratic societies.  If the press is in good health, with profits and solid readership, the effect of political pressure is usually insignificant.  The profitable press (that is to say, the independent press) generates efficient antibodies enabling it to not yield under pressure.  The herpes does not break out, but it is always present.

However, if the press (or a particular newspaper) is in bad health, is not profitable, has losses, debts, or is on the verge of bankruptcy, it then lacks these defensive antibodies, its immunological system fails, and the herpes lesions break out for all to see (readers and advertisers).

There usually is not just one cause, but several, to explain the change of three director editors in two months.  Besides, I do not believe much in conspiracy theories.  But they do have one advantage:  they appear plausible and are easy to believe by those who do not want to bother themselves with thinking seriously about complex matters. But they have a terrible inconvenience:  generally, these theories are false.

Each newspaper has its particular circumstances but, for several years, in the three papers cited (and in almost all newspapers) the effect of the brutal fall in advertising income and sale of printed copies has been devastating. And their digital versions continue to be unprofitable.  The newspapers are floundering not only due to the economic crisis but also because the current business model has no future.  If they do not change the model, they will be irrelevant and/or will die.  Their faithful readers are dying off and the young ones do not buy nor read these antiquated dailies. The owners are desperate, they want to sell, merge with others and/or change but they are beating around blindly to find their way. To blame the editor is very typical. The director/editor is the sacrificial goat.

In the concrete case of El País –full of debt and in poor health- the problem of its pay TV  (Sogecable) that it is trying to sell to Telefonica, among others, is another added problem.  Telefónica is a company very close to the PP Government; its president, Cesar Alierta, is a old friend of former Prime Minister Aznar. (…)  In 1998 I published a book titled “Checkmate to Polanco” where I then foresaw the possibility that Telefónica might buy someday the pay TV of Prisa, the publisher of El Pais. And today, it looks like Telefónica is about to close the deal within a few days.

El País is no longer controlled by the Polanco family but by foreign investors.  Banco de Santander and La Caixa don’t want to convert the debt into shares of El País.  There are rumors about a possible purchase of part of El Pais by the Mexican businessman Carlos Slim, who already owns shares of The New York Times.

I do not believe that the conservative Government of Mariano Rajoy has the strength nor wits enough to provoke a change of director/editor of El País.  However, if Antonio Caño imposes his personal news bent (with the permission of the president J.L. Cebrian) El Pais (if its economic independence doesn’t improve) will move a little more toward the political center, getting closer to the conservative Popular Party and distance itself a little more from the socialist party.  This will leave a very important empty spot for its orphaned readers of the center left.

Someone will fill this vacancy.  I have a project –of course!- but it is not yet mature.  It has only been two weeks since I left the Board of 20 minutos.  And I am very busy working on my tennis, learning to do wood carvings, fishing, gardening, my new blog, and my walks with Ana.

I was very glad to hear from you.  We will always remember you with much affection and gratitude.

In Madrid, you know that your have our house (now without kids) at your disposition. As we say in Spain, “Mi casa es tu casa,” My house is your house.

Un fuerte abrazo/A big hug,

Jose

¿Alguna otra sugerencia para mis colegas/amigos del Imperio?