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El día que me enamoré de las piedras

Miércoles, 16 de septiembre de 2020

De niño, coleccionaba piedras raras. ¿Quién no? Pequeñas y medianas. Las grandes rompían mis bolsillos, convertidos en museos del reino mineral. Las recogía en las orillas del mar o en las ramblas secas por donde debía pasar el agua cuando saliera el río. Eran cantos rodados de un solo color o de muchos colores, lisos y con vetas. Cuando las mojaba, pulimentadas por el arrastre, lucían un brillo espectacular. Luego, me pasé a coleccionar monedas del mundo y abandoné las piedras. Hasta hoy.

Sentado en la terraza del Bar Pepe Botella (en honor irónico de un rey abstemio), en la plaza del 2 de mayo de Madrid (justo detrás de la Escuela de Arte La Palma), me he reencontrado hoy con las piedras. Sandra Krysiak, mi maestra en tallasmadera.com, me había prestado un libro gordo, con fotos y gráficos, titulado “Escultura en piedra”, de Cami y Santamera (Parramón Ediciones).

La curiosidad mató al gato. Para matar el tiempo (¡qué paradoja!, pero si es el tiempo el que nos mata a nosotros), me puse a leerlo. Y me enganchó. Me devolvió a mis paseos infantiles por el rompeolas de las playas de la Rumina (mi casa en Mojacar, Almería) y, en ese momento, lamenté haber perdido mi colección de piedras. Ahora, con este libro, casi enciclopédico, podría identificarlas. Incluso, ponerles nombre. Su nombre auténtico, científico. Darles otra vida. Las piedras sin nombre no son nada. Son del montón, como si no existieran. Sin embargo, como los seres humanos, no hay dos piedras iguales.

Aquí están su nombres y apellidos:

Silicatos: sílices (granito, cuarcitas, arenisca) y feldespatos (basalto, grabo)

Carbonatos: cristalizados (diamante, grafito), amorfos (de organismos vivos) y petrificados (caliza, alabastro, mármol, travertino).

También se identifican por sus orígenes como ígneas, sedimentarias o metamórficas o bien por su peso específico, su dureza, su tenacidad y su labrabilidad. Ya me estoy aficionando al mármol, sobre todo al blanco de Macael (Almería). La dinastía nazarí lo utilizó en la Alhambra. Y yo, en el suelo de mi casa.

Desde el primer día de mi jubilación, estoy apuntado a las clases de talla en madera. Voy progresando adecuadamente. Me gusta. La madera, con sus vetas y sus anillos, te habla. El nudo te grita. Por muy dura y noble que sea, la madera es dócil a la gubia, al formón y a la maza. Puedes hacer maravillas con ella. Pero ¿la piedra?

“Menos da una piedra”, me decía mi abuela Dolores. En cambio, el banquero Alfonso Escámez, que empezó de botones, me enseñó una forma de doblegar a las piedras. “Dádivas quebrantan piedras”, me decía, muy socarrón. Veo que, según este libro, también se quebrantan, se dominan, con cincel, gradina y maza. ¿Sería yo capaz de hincar el diente a la piedra, materia tan rebelde y dura, con los conocimientos y técnicas adquiridos en las clases de talla en madera?

Curiosamente, como si de una premonición se tratara, las primeras líneas de este libro pertenecen a san Juan de la Cruz, mi poeta favorito:

“Y luego a las subidas

cavernas de la piedra nos iremos,

que están escondidas;

y allí nos entraremos

y el mosto de granada gustaremos”.

Tras esta cita del mayor místico del mundo, ¿cómo no seguir leyendo?  Cobarde, como soy, el índice del tomo me asustó: talla directa, plantillas, cuadrícula, puntódromo, tres compases… ¡Madre mía! Luego leí nombres de escultores que han dejado su huella pétrea en la historia del hombre: Miguel Ángel, Bernini, Rodin, Brancusi o Moore. Me reanimé.

Atribuyen a Buonaroti haber dicho que su Moisés estaba oculto dentro del bloque de mármol de Carrara que había elegido en la propia cantera. Lo único que había que hacer era quitar el material sobrante para que su Moisés emergiera a la luz. O sea, “quitar para construir”. Amaestrar la piedra. ¿Obedece la piedra las órdenes del escultor o se resiste, con frecuencia, fiel a su propia ley natural, marcada durante milenios por su orden de nacimiento y crecimiento? ¿Quién se atreve a contrariar a las piedras? Los artistas, capaces, como Dios, de crear algo desde la nada. ¿Quién si no?

El escultor Cami dice que la memoria del mundo está en las piedras. Y éstas se ríen de las modas. Ahí están los dólmenes, menhires y obeliscos para recordarnos el instinto territorial, ancestral, del ser humano. Y ahí están, ¿por qué no?, las esculturas, ligadas al poder municipal, que adornan hoy las rotondas, tan de moda. Estatuas de los poderosos, arcos del triunfo, columnas como la de Trajano, tablas de la ley, bustos o amuletos de piedra, pirámides, monumentos funerarios… Obras labradas y pulidas en piedra para vencer al olvido, no a la muerte.

Llegó la maestra. Le devolví el libro. Le di las gracias.

Me hice, por siempre, cervantino

El curso sobre El Quijote, del profesor Lida (Harvard, 1976-77) me cambió, bastante, la vida. Al concluir la segunda lectura del libro de don Miguel de Cervantes, me atreví a decir, como su hidalgo, «yo sé quién soy».  Estos fueron sus apuntes que uno a mis memorias.

Elogio del disimulo

(JAMS)

Capitulo 55

Me hice, por siempre, cervantino

Talla de Cervantes que hice en madera de cedro en la Escuela tallasmadera.com con la maestra Sandra Krysiak (junio 2017).

Si tuviera que decidir sobre cuál fue la aportación más relevante que recibí de la Universidad de Harvard en 1976-77 lo primero que me vendría a la cabeza sería mi descubrimiento de Cervantes, gracias al curso sobre El Quijote que nos dio Raimundo Lida, el sabio argentino más grande que he conocido. Y ¡ojo!: aunque menos, también he conocido a Borges. No exagero. Mi paso por Estados Unidos me ofreció experiencias fantásticas, conocimientos impensables, horizontes insospechados, pero nada comparables al efecto que me causó mi reencuentro con la obra de don Miguel de Cervantes a 6.000 kilómetros de mi tierra.

En más de una ocasión, he comentado la pasión cervantina de mi padre. Con él, la compartía a medias. Aunque es un libro difícil para un adolescente, por darle gusto, me aficioné, no sin esfuerzo, a su lectura favorita. Mi primer Quijote, el más grande que he tenido en mis manos, pesa varios kilos y mide más de medio metro de alto. Lo heredé, con el permiso de mi hermana, y aún lo conservo sobre un mueble antiguo presidiendo el salón de mi casa. Desde muy joven, lo leía en la cama y, por su peso, se me dormían las piernas. Son dos tomos impresionantes de pastas gruesas negras y letras enormes, aptas para gente con vista cansada. No sé cómo llegó a poder de mi padre una obra como ésta, publicada en 18…  , que incluía los nombres impresos de todos sus suscritores empezando por la reina Isabel II. Llegué a pensar que, quizás, procedía de la rica biblioteca de la Señora, doña Serafina Cortés viuda de Cassinello. Ella fue mi proveedora principal de libros infantiles y juveniles a través de mi abuela Dolores, su criada.

Sin embargo, en alguna ocasión, mi padre me comentó que había rescatado libros viejos, muy estropeados y abandonados, en una mansión, casi en ruinas, relacionada, no sé cómo, con un general catalán muy franquista y muy poderoso en Almería. Se llamaba Andrés Saliquet. Luego supe que este militar golpista, casado con una almeriense de Fiñana, había participado en el nombramiento de Franco como jefe del Estado y caudillo de España. Durante la guerra civil, el general Saliquet mandó el Ejercito del Centro con medio millón de hombres y es recordado en Castilla y León por su dureza represora, lo que le valió el nombramiento de presidente del Tribunal de Represión de la Masonería y el Comunismo y la concesión de un marquesado por Franco. No estoy seguro de la procedencia de “mi” Quijote. No obstante, a menudo, he fantaseado con la delicia de haberlo rescatado de las garras de un represor franquista, es decir, de lo menos cervantino que imaginarse pueda.

Grabados a cambio de harina

Lo que sí recuerdo claramente es que mi padre cometió un error, que lamentó toda su vida. En los años más duros del hambre en la postguerra, arrancó todos los grabados que ilustraban los dos tomos de El Quijote y los cambió por varios sacos de harina. “Primum vivere…”, claro. Siempre me dijo que don Quijote no se lo habría perdonado nunca. Ni el cura ni el barbero. Sancho Panza, en cambio, habría aplaudido su intercambio. Mi padre era un adicto a los refranes de Sancho y leía El Quijote sin orden alguno. Como hacen quienes leen la Biblia o los Evangelios. Según me comentó Lida, mi padre seguía, seguramente sin saberlo, una recomendación de William Faulkner. Abría el libro, al azar, por cualquier página, y se ponía a leer. A veces, en voz alta. Lo recuerdo, concentrado y orgulloso, leyendo el enorme tomo que, abierto, ocupaba casi la mitad de la mesa del comedor. Con frecuencia, soltaba alguna carcajada y, entre sonrisas, compartía las parodias cervantinas con nosotros. Con estos antecedentes familiares, no tiene nada de extraño que me apuntara, sin dudarlo un instante, al curso que el profesor Lida dedicaba íntegramente al Quijote. No me arrepentí.

Raimundo Lida había nacido en Lambert, en el imperio austrohúngaro, en 1908, en el seno de una familia judía. Desde bebé, creció en Argentina, en una comunidad hebrea laica, y de allí pasó a México y a Estados Unidos. Fue discípulo y heredero intelectual de Amado Alonso. Gracias a Américo Castro, el maestro de Juan Marichal, Lida consiguió una beca para la Universidad de Harvard en la que llegó a ser director del Departamento de Lenguas Romances. Cuando le conocí, tenía casi 70 años. Filólogo, filósofo del lenguaje, ensayista y crítico literario, el maestro Lida era una autoridad indiscutida en el Siglo de Oro (Quevedo) y en el Modernismo (Rubén Darío). Pero me apuesto algo a que el curso del Quijote era el que más disfrutaba. No había más que verle. Saboreaba las palabras y las citas eruditas o mundanas. Se lucía. En clase, con apenas una docena de alumnos de doctorado, Lida se transformaba ora en don Quijote, ora en Sancho. Siempre en Cervantes. Cuando murió, un par de años después de dar ese curso, leí un obituario escrito en su memoria por Ana María Barrenechea en el que decía que “Cervantes era el autor más afín a su hondura humana”. Estuve totalmente de acuerdo con ella.

El vértigo de don Quijote

Nunca dejó de sorprenderme el saber casi enciclopédico del profesor Lida. Con naturalidad, sin petulancia, citaba de memoria a los grandes autores y destacaba, con finura exquisita, la aportación de cada uno de ellos al tema que trataba de explicar: Platón, Cicerón, San Agustín, Averroes, Maimónides, Goethe, Alfonso el Sabio, Ibsen, Flaubert, Dostoievski, Unamuno, Bergson o Kierkegaard. Ninguno escapaba a su vasto conocimiento de la literatura, la filosofía y la historia de Occidente. Estuvo muy bien preparado para analizar la realidad cervantina tan poliédrica, con tantas caras y aristas, tan rica en perspectivas tan distintas. Nos pintaba escenas del Quijote como si detallara los distintos puntos de vista de cada personaje. O sea, como el juego de espejos en las Meninas de Velázquez. Planos distintos entrecruzados. Todo ello formaba parte del “vértigo de don Quijote”, un libro abierto a muchas ricas lecturas. Podía ser cómico para los barrocos o trágico para los románticos. Pero las parodias de Cervantes nunca fueron crueles ni destructivas ni ajenas a cierta ternura. Con razón llegó a decir Dostoievski que “la presentación del Quijote en el juicio final serviría para absolver a la Humanidad”.

Lida lucía un humor finísimo, una ironía propiamente cervantina. Me encantaba su risita maliciosa, sus guiños penetrantes, sus anécdotas definitivas. De pronto, sin darle importancia, dejaba caer alusiones sutiles que encerraban un conocimiento profundo del ser humano. Nos dejaba suspendidos, en un arrobamiento intelectual inesperado, incapaces de seguir tomando apuntes hasta haber digerido su último disparo al corazón de su audiencia. Rezumaba cierto erasmismo en sus lecciones y presumía sin disimulo de los éxitos de judíos y conversos, tan sonoros en la historia, la filosofía y la literatura de Occidente y tan silenciados para los estudiantes españoles educados en la Dictadura franquista y el nacional catolicismo.

Talla de Cervantes que dediqué a mis maestros cervantinos Raimundo Lida y Juan Marichal.

Nos decía que para los dos Fray Luis (de Granada y de León) la perfección era posible fuera de la Iglesia. Es decir, el hábito no hace al monje. Pero él nos hacía el guiño, naturalmente en latín: “Monacatus non est pietas”. Igualmente, nosotros pensábamos que el escenario y el boato académico no afectaba a la calidad de sus lecciones. Cuando un catarro le retuvo abrigado en su casa de Cambridge, aislada por un metro de nieve, nos convocó para seguir sus clases en su sala de estar. La perfección también era posible en torno a una mesa de camilla, fuera del estrado oficial de su cátedra.

Tomé todos los apuntes que pude. Los guardo como oro en paño. Sin embargo, ahora que los repaso, al cabo de casi cuarenta años, observo muchas lagunas. Lástima que Lida no haya publicado sus notas sobre el Quijote como hizo con Quevedo o Rubén Darío. Con mis recuerdos vagos y mis apuntes concretos, intentaré resumir ahora, casi en titulares, algunas de las ideas que más me llamaron la atención en sus clases, todas ellas magistrales.

“Dime qué ves en el Quijote y te diré quién eres”, nos dijo un día el maestro al hablar de este primer monumento del realismo, lleno de fantasía y verosimilitud, provocador y entretenido. Cervantes tenía muchos ángulos: erasmista, humanista, barroco, anti barroco, heterodoxo, ortodoxo, patriota, antipatriota, cristiano… Escapó a la Inquisición con hábil y sabio disimulo. No así a las cuentas de la Hacienda Pública. Dijo producir un libro para entretener y divertir. Al parecer, nada serio. ¡Válgame Dios! Escribió: “Yo di pasatiempo al pecho melancólico y mohíno”. Pero, a la vez, como el que no hace la cosa, se burló de la caballería andante y del teatro de moda, o sea, de Lope de Vega cuyo éxito le tuvo tan obsesionado. ¡Ay, la envidia que hace tan humano a nuestro gran genio! Así, como si nada, metió una carga de profundidad en el cosmos medieval divinizado, en el mundo escolástico decadente, y nos dejó una nueva conciencia del hombre europeo, capaz de empezar a separar, gracias a la ciencia emergente, el orden físico del espiritual. El panteísmo de Spinoza (“Dios igual a Naturaleza”) y el pacifismo de Erasmo se abren camino en la primera novela del mundo.

Talla de Cervantes que hice en cedro tropical dedicada a Lida y a Marichal

El Quijote fue la bisagra entre dos siglos, ambos de Oro, y el símbolo del español de entonces, una alegoría de la locura hispánica vista con simpatía. Su autor pintó como nadie la inadaptación a los tiempos y la entrada en una nueva era. La era, además, de la novela moderna. Inventó la fábrica de hacer novelas. Sus personajes entran y salen de la novela como Juan por su casa. Se independizan. Así abrió la puerta a Galdós, a Unamuno, a Borges, a Pirandello, a Guide, etc.

Tuvo Cervantes un éxito indudable desde la primera edición de su obra. También tuvo críticos muy duros que, de forma panfletaria, le acusaron de antipatriota. Un anónimo del siglo XVIII divulgó que “del honor de España, era el autor (Cervantes) verdugo y cuchillo”. Casi nada. Juega con las apariencias y la realidad. Mezcla críticas y sonrisas ante los ideales trasnochados y hace una meditación destructora de la caballería andante. Parece hablar en serio, pero se ríe de los autores de moda.

A medida que avanzaba el curso, Lida nos recomendaba una amplísima bibliografía, que podíamos encontrar en la Widener Library de Harvard. No daba abasto. Por eso, opté por comprar algunos de esos libros, nuevos y usados, para seguir leyéndolos en el resto de mi vida. Una gran sorpresa fue volver a leer El Quijote, próximo yo a la treintena, pero con las notas de Martín de Riquer que el maestro tanto alabó. Lida nos advertía del efecto sorprendente de leerlo a distintas edades. ¡Qué rica fue esa segunda lectura! El curso envolvía el choque de dos mundos: el de la aristocracia minoritaria, que se resistía a morir, atado a sus antiguallas y derechos divinos, y el de la burguesía mercantil, ligado a las ciudades y al progreso, que luchaba por nacer e imponerse con pensamientos sentimientos modernos.

El hombre, hijo de sus obras

Nuestro hidalgo luce un lenguaje y unos ideales arcaicos. Pero nos cuela, casi de rondón, ideales de libertad e igualdad, revolucionarios para su época. Entre ellos está la aristocracia del alma, extendida a mucha más gente, la “gente nova” de Dante. El hombre es hijo de sus obras. Cervantes conoce muy bien la literatura italiana, que desdeña lo medieval, y enlaza con Petrarca. Las virtudes no son solo de la hidalguía de linaje, nobleza de sangre feudal, sino que dependen del modo interior de vida de cada hombre. ¿La verdadera nobleza? La del virtuoso, cualquiera que sea su origen y linaje. Nos lo dice Cervantes dos siglos antes de la Revolución Francesa. Ahí es nada.

¡Cómo se ríe nuestro autor del amor cortés de las leyendas carolingias y artúricas! Ariosto, con su “Orlando furioso”, influye mucho en Cervantes. Había libertad de imitación y de creación. Orlando, bravo en la batalla y torpe en el amor con Angélica. Con ironía y sorna, vemos, de pronto, a Roldán transformado en don Quijote. Desde Homero a Cervantes, el hombre luchaba cuerpo a cuerpo. Ahora, el arcabuz portátil, con su pólvora, se impone a la espada y a la lanza. Gran discurso de las armas y las letras. Con un arma de fuego, un cobarde puede matar a un héroe. Nuestro hidalgo insiste orgulloso en llevar las armas ridículas de su abuelo, en un momento en que se abre camino la pólvora, nada caballeresca, que mata a distancia y no con la fuerza del brazo de un guerrero. Gracián llegó a decir: “Una gallina mata a tiros a un león y el más cobarde al más valiente”. Esa es la injusticia de una guerra que a nuestro hidalgo le parece innoble.

¿Era solo combatir los libros de caballería el propósito de Cervantes?  De eso, nada. Dijo Borges que la segunda parte del Quijote es un comentario de la primera. En su novela, trata de asimilar lo bueno de la nueva cultura, de los descubrimientos, de los viajes y de la nueva épica burguesa, y no desesperar agarrados a los viejos tiempos. Nada más actual. Además, las novelas de caballería son su excusa para criticar toda la literatura.  El Quijote es mucho más que una parodia contra la caballería andante. El odio es limitado y el amor se antepone al odio en el ataque. El mal, el ser cainita, no existe en el Quijote. Hay ironía, burla, humor. No sátira cruel.

En sus clases, Lida no ocultaba las influencias de Américo Castro, su protector, cuyos libros nos recomendaba. En su prólogo al Quijote, don Américo destacó la alusión directa a comer “los sábados, duelos y quebrantos”. ¿Sufrir y tener quebrantos si comía cerdo el sábado? Ahí se percibe que la limpieza de sangre de don Quijote no corresponde a la de un cristiano viejo sino a la de un cristiano nuevo, descendiente de judíos conversos. Las virtudes de los caballeros andantes le venían “de casta”, por su buena cuna. Eran héroes por linaje. Un hidalgo, por respeto a lo que es, no hace trabajos manuales, cosa de judíos y moriscos. Ahí vemos ciertas raíces profundas del atraso económico de España. El hidalgo desprecia el lucro y el ahorro. Lo suyo es la liberalidad del manirroto. Se dedica al ocio o la guerra. Pero Cervantes no nos ofrece un héroe de 12 años, como Amadís de Gaula, sino un viejo de 50 años, como él mismo. Un hidalgo moderno que sabe leer. Y hace una burla erasmista de los eruditos medievales. Pasa de la debilidad por los libros a otra debilidad peor: la caballería andante.

Nos presenta a un héroe invencible que socorre a los débiles, viudas, huérfanos, desvalidos, doncellas perseguidas por tiranos. Su espada es infalible, mágica, contra reyes, emperadores, gigantes, follones, magos, brujos, demonios o encantamientos. Sus aventuras contra leones, fieras míticas o caballos voladores tienen final feliz. Recorre al azar montes, valles, castillos, cortes fantásticas en las que princesas se casan con el vencedor de un torneo. Puede ser, si quiere, rey de una ínsula. Treinta años antes, el Concilio de Trento había condenado los libros de caballería por “lascivos y obscenos”. Los acusaba de difundir el asombro y el milagro de la magia (del diablo) y no de Cristo y los santos. La Iglesia defendía la “honestidad cristiana” frente a la moralidad caballeresca de origen pagano (“el amor solo para Dios”) y declaraba la guerra a la mundanidad del siglo. “Con la Iglesia hemos dado, Sancho”. Cervantes se ríe de la beatería y de la hipocresía.

Sospechosos de judaísmo

Sabe que, en Italia, los libros españoles eran sospechosos de judaísmo. Por su magia, incluso Amadís, leído por los luteranos, era tenido por hereje y demoniaco. Sin embargo, nuestro autor no odia los libros de caballería. Según Lida, hace otro. El mejor. Tiene su alma dividida: “libros sin igual”. Los elogia: “admirado ante el disparate”. Con sabor agridulce, tiene un desquite irracional: un loco “con bonísimo entendimiento”. Celebra “el estado para el que hemos nacido: la caballería andante”. Y recurre al canónigo para dar otra vuelta de tuerca maliciosa: “si no los leo críticamente corro el peligro de divertirme”.

Tengo la impresión de que Cervantes es un bromista redomado, que juega con el lector, con indecisión y goce dual. Mezcla lo histórico con lo legendario, lo sublime con lo ridículo. Parece decirnos que no debemos fiarnos ni de él mismo. Practica la prosa arcaica, como Garcilaso, y ofrece relajo, equilibrio, salud, distracción y pasatiempo “al pecho melancólico y mohíno”.

Por su modernidad y fuerza moral, uno de los capítulos más impactantes del Quijote ha sido para mí el que da cuenta de los amores y desamores de la pastora Marcela y el estudiante Grisóstomo … ¡en 1606! Se adelanta a cualquier feminista de hoy. “Comprender mejor es estar en condiciones de amar mejor”. Ahí se arriesga y se luce Cervantes. Marcela grita desde lo alto de una roca: “Nací libre”. La pastora quiere “vivir su vida” y celebra su libertad individual sin atender al efecto de su acción en los demás. Todos acusan a Marcela del suicidio de Grisóstomo quien se mata por su amor no correspondido. Ella no se siente culpable. Don Quijote – ¡cómo no! – la defiende. El mundo ha cambiado y nuestro ingenioso hidalgo se lanza contra la hipocresía, la mentira y el cinismo. Es decir, contra el amor provenzal. Sale en defensa de los derechos de la mujer. Da pie a varios mitos: un hombre quijotesco, aventuras quijotescas, quijotismo.

Cervantes parodia, critica, ataca, quiere, imita y mejora los libros de caballería y, burla burlando, pasa el problema al lector. Pero su sátira no es encarnizada como la de Quevedo. “Nunca voló mi pluma por la región satírica…” Critica los libros de caballería no con sarcasmo destructivo sino con la sonrisa, con el humor de un loco ridículo que pronto se convierte en un loco entretenido y crece hasta ser un prodigio de simpatía. Nos hace reír y, sin embargo, ¡qué pena!, muelen a palos al héroe, hacen burlas del derrotado. Según Lida, Dikens, como Cervantes, une a la burla el amor. Son víctimas de la sociedad que no se resignan. Para Galdós, El Quijote es una obra moderna. Un libro lleno de vida, de amor. Su autor se separa de la contrarreforma. Opone la igualdad a la casta, la paz a la guerra, el amor al odio.

Raimundo Lida, catedrático de la Universidad de Harvard.

En este “libro de libros”, “versión de versiones”, no aparece el pecado original, no hay figura del mal ni del pecador arrepentido. No hay seres perversos sino cambiantes. No son de una sola pieza. El bandido Roque es cruel y compasivo. Es la novela de los imposibles. “Yo soy libre”, le hace decir a Marcela ¿a los 16 años? ¿Dónde queda la autoridad paterna? ¿Por qué lo dice si sabe que no es cierto? ¿Cuál era su propósito? Lida no se sorprende. Cita a Valery: “Las intenciones son intenciones y las obras son obras”. Nos dice que sí, que Doctoievski trató de escribir un folletón de moda y, mira por donde, le salió “Crimen y castigo”. ¡Qué diferencia entre la intención y la obra! Recurre a Fichte: “La obra literaria depende del hombre que se es”.

A veces, nos parece escrito desde otro mundo. Salta por encima de los valores de su época y se dirige a temas universales. No niega la realidad objetiva ni hay idealismo a lo Berkeley, pero nos muestra una realidad insegura, oscilante. Los libros no son inertes. Actúan sobre el alma humana. Cada libro es distinto para cada lector. Nos muestra distintas posiciones ante la misma aparente realidad. ¿Gigantes o molinos? El ventero defiende los libros de caballería, como don Quijote. El cura los ataca. Cervantes nos va irradiando problemas en cada línea. Inquieta al lector. Hace una “imitación selectiva” de los llantos de Amadís o de Orlando cuando escribe la carta, con lenguaje arcaico, a Dulcinea. Para Pedro Salinas esa es “la mejor carta de amor de la literatura española”.  Su Quijote huye de la sociedad… enloqueciendo.

“Tutéame Sancho”

Uno de los grandes aciertos del libro es, a mi juicio, la influencia mutua que se produce entre don Quijote y Sancho. Tengo un dibujo muy querido que el gran Ortuño me dedicó en tiempos de Cambio 16. Muestra al caballero y al escudero por la Mancha, a lomos de sus bestias, bajo un sol de fuego. El globito de texto es muy escueto, lapidario. Don Quijote le dice a su criado: “Tutéame Sancho”. Toda la obra cervantina es una parodia de la parodia, con un estilo que Lida llamaba “mercurial” y zumbón pues nada estaba quieto. “Soberana y alta señora”, empieza diciendo el hidalgo. Sancho lo memoriza así: “Alta y sobajada señora”. De soberana a sobajada.

Dibujo de Alfonso Ortuño, ilustrador y humorista gráfico de Cambio 16, Doblón, El Sol, TVE…

El autor se ríe de la falsa erudición, de la seudociencia, de la sabiduría inútil. Se ríe de sí mismo. “¿Qué libro tienes ahí?”. El lector responde: “La Galatea, de Miguel de Cervantes”. Inventa aquí el “pirandelismo”, el desdoblamiento entre personaje y autor. De paso, nos mete un corte publicitario. Así es el prisma cervantino. Cuando un asunto llega al prisma queda descompuesto en colores distintos. Así son también las distintas verdades y planos del creador del Quijote y – ¡cómo no! – de Sancho. El creador de un enorme mito doble: el ingenioso hidalgo y su interlocutor o anti personaje que no es Dulcinea (la presencia de una ausencia) sino Sancho. Dulcinea es el gran personaje ausente. Alonso Quijano nunca tuvo el “don”. Don Quijote, sí. Además, “de la Mancha”, como el “de Gaula” o “de Inglaterra”. Don Quijote es un judío converso pero su apellido viene del árabe: Mancha o Manggia, tierra seca y alta, refugio frente a inundaciones. Hay parodia de nombres pomposos (Don Quijote, Dulcinea) con apellidos ridículos (de la Mancha o del Toboso).

También juega con los octosílabos: “don Quijote y Sancho Panza” o bien “en un lugar de la Mancha”. Como a Raimundo Lida no se le escapaba ni una, nos descubrió que el Quijote empieza, sin ponerle comillas, como es costumbre cuando se copia, con ese octosílabo (“En un lugar de la Mancha…”) sacado sin permiso de una coplilla anónima y vulgar. Es una nota de humor, una comicidad para enterados, más propia de la picaresca que del mundo de los sabios. Riza el rizo con esta imprecisión en endecasílabo: “…de cuyo nombre no quiero acordarme…”. De lo que sí se acuerda seguramente Cervantes es de otro endecasílabo de La Eneida: “Callaron todos, tirios y troyanos”. En su juego “mercurial”, recurre al equívoco con frases célebres.

El caballero va contagiando su locura al escudero. Las promesas de una ínsula ayudan. Pero también vemos un cariño gradual de Sancho hacia su amo, una cierta hermandad matizada. Aunque el criado es rústico, hablador, abusador del lenguaje, la relación entre caballero y escudero los iguala como el amor que iguala a la pareja. Hay una dignidad entre señor y criado. Sancho aprende e imita pues tiene fe en su amo. Se hacen inseparables, imprescindibles hasta la muerte. Son dos almas que se van haciendo recíprocamente. Cuando el escudero es gobernador, pasa a primer plano. Sancho Panza no es la sombra de don Quijote sino su complemento. Crecen y se funden el uno en el otro. Son la cara y la cruz del alma humana.

Los refranes de Sancho, píldoras de conocimiento, se le van pegando a su señor. “Cuatro dedos de enjundia tiene de cristiano viejo”. La enjundia es grasa o manteca de cerdo, prohibida a musulmanes y judíos. Con mucha gracia, Sancho corrompe el lenguaje. Su amo dice “pacto tácito o expreso con el demonio” y Sancho lo repite, a su modo, como “patio espeso con el demonio”. En su entrelazamiento, ambos tienen un acuerdo de creerse mutuamente. Para Lida es, sin duda, una novela social. Otro rizo: haciendo la novela explica cómo se hace una novela. El cura habla de Cervantes y de su Galatea. Novela sobre novela. No hay marcos fijos entre novela y realidad. Salen personajes en la segunda parte que han leído la primera, en ediciones piratas por las que Cervantes no cobró ni un maravedí. Lo mismo que hoy con Internet.

“Rey de los hidalgos… ruega por nosotros”

Mi camiseta favorita para el tenis.

En su continuo juego de perspectivas, el autor hace al lector cómplice del narrador. Es un gran periodista que utiliza diversas fuentes, según se mire, para informar de un mismo hecho. Pone el nombre de Cide Hamette Berengeli (berenjena) al autor del manuscrito. Precisamente, la berenjena, plato favorito de moriscos y judíos. Mi hijo David no olvida una frase que leímos juntos, cuando era niño, antes de dormir: “Llenósele la fantasía de todo aquello que leía en los libros”. La repetimos aún entre risas. La fantasía y la imaginación… “la loca de la casa” para Santa Teresa.

Hay tantas lecturas del Quijote como lectores. Para un romántico perdido como Heine, es “el libro más triste que existe”. Pero también nos da pistas de un pre racionalismo avanzado, de un pensamiento pre siglo XVIII. No pocos aún siguen descifrando los mensajes de Cervantes, los misterios que disimuló hábilmente y no pudo decir con claridad por miedo a la Inquisición, siempre atenta a los peligros de cualquier disidencia.

Algunos han querido ver el engrandecimiento de Sancho como un anuncio de la emancipación de la clase obrera o los valores democráticos (libertad, igualdad, fraternidad) en don Quijote. No digamos Pirandelo en su obra, tan cervantina, “Así es si así os parece”. Para Unamuno, nuestro hidalgo sufre una “santa locura”. Para Ortega y Gasset, se trata de la novela de los puntos de vista, del perspectivismo y la realidad oscilante. Cervantes es un Erasmo sin religión. En su obra no hay influencia religiosa pues la moral de Cervantes es filosófica, natural, humana. Lutero, que tiene todo lo español por sospechosamente poco cristiano, llegó a decir que “casi prefiero tener al turco por enemigo que a los españoles que no creen en nada; son marranos seudo convertidos”. Así se abonaba la leyenda negra contra el imperio español de los Austrias.

Para compensar lo de Lutero, no puedo cerrar los apuntes que tomé de las clases magistrales del maestro Raimundo Lida sin copiar aquí una cita que nos regaló de Rubén Darío. En ella, el grandísimo poeta modernista santifica a nuestro don Quijote:

“Rey de los hidalgos,

señor de los tristes,

noble peregrino,

contra las certezas,

contra las mentiras,

contra la verdad,

ruega por nosotros”.

Así sea, maestro Lida. Usted me hizo, por siempre, cervantino. Gracias.

 

 

El 15-J y el 15-M, dos fechas bonitas

Hoy he batido mi propio récord: estuve diez minutos sin hablar ante un micrófono abierto. Aún no me lo puedo creer.

Con dos genios del humor gráfico: Peridis y Julio Rey

Como raras veces me ocurre, hoy he preferido escuchar lo que decían mis colegas antes de opinar. El asunto lo merecía: 40 aniversario de las primeras elecciones libres después de 40 años de Dictadura.  Javier del Pino, director del programa «A vivir que son dos días», de la Cadena SER, me había invitado a compartir mesa y micro con dos genios del humor gráfico: José María Pérez («Peridis») y Julio Rey.

Para los jóvenes que no conozcan la historia, copio y pego el enlace correspondiente a esta
Intervine cuando tuve la impresión de que mi amigo Peridis se deslizaba por la pendiente peligrosa de que «antes todo era mejor». Disentí y le corté:
-«Antes, éramos más jóvenes, más fuertes, más sanos y hacíamos cosas muy placenteras y, por cierto, con más frecuencia que ahora… Y no digo más».
Él matizó:
-«Me refería a que los líderes políticos de la transición hablaban mejor que los de ahora, estaban mejor preparados, etc.»
A micrófono cerrado, en eso, le di la razón. Le dije:
-«Cierto. Tras la muerte de Franco, la situación de España era muy grave: ruido de sables, amenazas de golpes militares, represión, manifestaciones masivas callejeras, detenciones, secuestros, torturas, asesinatos y matanzas de ETA y de la extrema derecha (Vitoria, Montejurra, Atocha, etc.). Ante un panorama tan excepcional, marcado por el miedo a otra dictadura y/o a otra confrontación civil, brotaron, surgieron y se dedicaron a la política personajes excepcionales (Adolfo Suárez, Felipe González, Manuel Fraga, Santiago Carrillo, Fernado Abril, Alfonso Guerra, etc.). Hoy somos un país bastante normal y producimos políticos normales y corrientes, incluso mediocres. También, algunas estrellas radiantes como Irene Montero, la nueva Pasionaria, o José Luis Abalos, otro Besteiro mesurado y sensato. ¡Qué le vamos a hacer».
En lo fundamental, estuvimos de acuerdo. La tertulia me pareció una contribución interesante para quienes no vivieron aquella época tan convulsa como  esperanzadora. Que oigamos a jóvenes universitarios, como Pablo Iglesias, hablar despectivamente de la Constitución (el «régimen del 78»), que se puede mejorar, desde luego, y que nos ha permitido vivir el período más libre y provechoso de la historia de España, es una prueba de su ignorancia o de su soberbia. Por ese camino, el pobre no llegará muy lejos.
Los jóvenes del 15-J, que votamos por primera vez en 1977, sufrimos la represión de la dictadura. Nos faltaba el aire. Los jóvenes del 15-M, como mis hijos, han votado siempre libremente y en paz. Nacieron y vivieron en libertad. Nunca les faltó. Por eso, no es extraño que desconozcan su valor. Y es que la libertad, como el oxígeno, la valoras mucho más cuando te falta.
Cervantes, que pasó 5 años preso en Argel, conocía muy bien el valor de la libertad. Así lo puso en boca de Don Quijote:
-«—La libertad, Sancho, es uno de los más preciosos dones que a los hombres dieron los cielos; con ella no pueden igualarse los tesoros que encierra la tierra ni el mar encubre; por la libertadI así como por la honra se puede y debe aventurar la vida».
Por eso me gustó tanto el primer eslogan del PSOE, el partido de mis padres, en aquellas primeras elecciones libres del 15-J de 1977: «Socialismo es libertad».
La libertad no fue un regalo de la derecha franquista en el poder. Estaban tan asustados como los de la izquierda, 40 años clandestina. Unos temían y otros ansiaban el revanchismo. Ambos con razón. Sin embargo, las espadas se envainaron. Comprendo que ahora algunos jóvenes revolucionarios, que ven los toros desde la barrera, sientan que les traicionamos el 15-J por aceptar la reforma en vez de la ruptura. Me gustaría verles en el ruedo, hoy tan gallitos, frente a los pitones de la Dictadura.
¿Hubo nobleza y generosidad en el diálogo que hizo posible la transición de la dictadura a la democracia? No lo dudo. Pero la nota dominante, a mi juicio, fue el miedo. El miedo es buenísimo. Lo sé por experiencia. El miedo nos protege y nos permite sobrevivir.  El miedo generalizado hizo posible el milagro: el entendimiento entre enemigos que parecían irreconciliables. Hubo una complicidad nacional, quizás irrepetible, para evitar la violencia y vivir en paz y en libertad. Y, a pesar de todos los males que aún nos agobian, ha funcionado de maravilla.
La guerra civil acabó el 15-J de 1977. El 1 de abril de 1939 no acabo la guerra ni empezó la paz. Empezó la victoria, que duró cuarenta años. La guerra acabó, de verdad, el día que puse mi voto libremente dentro de una urna el 15-J de 1977. ¡Que hermosa experiencia, mezcla de emoción y miedo!  Ahora que lo pienso, somos un país muy ingrato con nuestros héroes, con los héroes excepcionales que nos ayudaron a parir la Democracia: Suárez, González, Fraga, Carrillo, Abril, Guerra, etc. Incluso con el rey Juan Carlos en su primera etapa, pues sirvió para tranquilizar a los menos demócratas. Luego, como otros, nos salió rana.
No quiero pecar de triunfalismo. Solo reconocer que vivimos el mejor período de la historia de España. Al menos, desde que, en las Cortes de Cádiz de 1812, fue reconocida la soberanía nacional como base del Estado moderno.
Desde 1977 a 2017 hemos vivido en libertad, con sobresaltos, sí, como el golpe del 23-F. Ahora, nuestros militares son profesionales eficaces que van a misiones de paz y hablan inglés. Nos cruzamos por la calle con policías y guardias civiles y no nos dan miedo. La Iglesia Católica pierde peso y no envenena la convivencia como solía hacer antes. Somos un país bastante normal, entre Marruecos y Francia, no solo geográficamente. Nos queda, eso sí, el grano del nacionalismo independentista, con resabios racistas, que está sin resolver desde Felipe V.
Cuando esta mañana iba camino de la Cadena SER para hablar del 15-J, me sentí razonablemente optimista. También cuando David, mi hijo menor, se iba a pasar la noche en la Puerta del Sol con sus colegas del 15-M para protestar, me decía, «contra todo».  El 15-J y el 15-M. ¡Qué dos fechas tan bonitas!
Los gitanos de mi barrio almeriense, entre la Plaza Toros, el Quemadero y el Hoyo de los Coheteros, jugaban al bingo al aire libre, en las mañanas soleadas de los domingos de invierno. El patriarca cantaba los números con solemnidad. Nunca decía el 22 sino los «dos patitos». Tampoco llamaba 7 al 7 sino «el guardia civil». ¡Qué imaginación! A mí se me quedó grabado el número 15. Cuando salía del bombo, el patriarca guardaba unos segundos de respetuoso silencio y gritaba: «La niña bonita». Todos sabíamos que hablaba del 15.
Gran número para la historia de España que ya no es tan triste como antes porque antes, querido Peridis, siempre acababa mal. Ya no. Ahora acaba bien. Según se atribuye a Gil de Biedma, «la historia de España es como la morcilla; siempre se hace con sangre y se repite». Pues ya no. Mire usted. Desde el 15-J de 1977, las guerras civiles ya no se repiten en la España democrática.
Para que no quede ninguna duda quiero terminar, como homenaje al 15-J y al 15-M, con la frase que encabeza este blog, una de mis favoritas:
«La libertad produce monstruos, pero la falta de libertad produce infinitos más monstruos».
Pues eso.
A salir de la cadena SER, Julio Rey, Peridis y yo, tan amigos, nos dimos un paseo por la Gran Vía. Peridis me regaló su ultimo libro con una dedicatoria muy generosa, propia de su bonhomía. Gracias, amigo.

José María Pérez, Peridis, me dedica su libro en su mesa de trabajo.

Dedicatoria de Peridis. Ahora, su libro vale más…

 

 

Hasta una ruina puede ser una esperanza…

Zvi, Jamil and José at Harvard

I first received the shock in Facebook.  My friend and colleague Zvi Dor Ner died Thursday April 6, in Cambridge, MA, the city where I first met him over 40 years ago.  Although not unexpected, due to the the graveness of his disease, the news shook me. We both had the fortune of sharing, almost always smiling, a friendship of more than 2000 years, 500 of them in exile.  Thanks to him I discovered Sepharad, the Jewish Spain that the Catholic Kings Ferdinand and Isabella wanted to exterminate in 1492, without success.

Zvi Dor Ner y yo en su última visita a nuestra casa en Almería.
Zvi Dor Ner and me during his last visit to our house in Almeria.

I went down to the basement of our house outside Madrid, where I am writing these lines, and put in the last CD that we had shared together:  “Sons of Sephardians.”  They say that music and food are the most difficult heritages to erase from the memory of peoples.  These songs in minor -like many Spanish songs of yore- are sung in Ladino, the medieval Spanish which, after their expulsion from Spain, the Sephardians took with them around the world.

Together we savored the Mazapans of Toledo.  Ay, Toledo! The capital of three cultures:  Jewish, Moorish, and Christian.  I was educated in a Catholic school by friars, in the Spain of the Fascist dictator, Francisco Franco, an ally of Hitler and Mussolini.  For this, my knowledge about the Jewish people was not only poor but perversely distorted by National Catholicism and the anti-Semitism of my educators.  The Spanish language still continues to be impregnated with anti-Semitic expressions.

The authorities of the Fascist regime of generalissimo Franco barely recognized the Holocaust of the Jewish people at the hands of the Nazis.  And children sang “Lilly Marlem” in Spanish with lyrics praising the Spanish troops of the Blue Division that Franco sent Hitler in World War II.  Not even the communists, who supported the Palestinian cause, were free of anti-Semitism.

My father-in-law, Alph Westley, fought against the Nazis in World War II and saw in person the extermination concentration camps and cremation ovens soon after their liberation by the allied powers.  My wife, Ana Westley, was astonished to hear in Spain the lies from both communists and fascists  that the Holocaust never existed and was just Allied propaganda. Thanks to my re-education by my American wife, I shed my traditional Spanish anti-Semitism.

La clase Nieman de Harvard (1976-1977). Jamil y Zvi en la primera y última fila a la derecha. Yo estoy con barba a la izquierda. Jim Tohmson, con chaqueta blanca.
The Harvard Nieman class  (1976-1977). Jamil and Zvi in the first and last rows on the right  I am the bearded one in the last row.  Jim Thomson is wearing a white jacket.

With a cultural, incomplete, and at times contradictory Arab-Israeli baggage, I arrived in 1976 at the Nieman Foundation for Journalism of Harvard University.   It was there that I met Zvi Dor Ner of Jerusalem Televisión and Jamil Mroue, of an Arabic daily newspaper of Beruit.  The dictator Francisco Franco had died less than a year ago.  In my face, there were still signs of a severe acid burn that I suffered when I was kidnapped and tortured by the Intelligence Brigade of the Dictatorship.  I was interrogated about the sources for an article I wrote about purges of moderate military commands within the Civil Guard.

Jamil Mroue, periodista libanés, Nieman 77, hoy.
Jamil Mroue, Lebanese journalist, Nieman 77, today..

It was easy to become a friend of Jamil.  The traditional Hispano-Arabic friendship favored this.  We both played squash and frequently topped the game off with breakfast at the Dunster or Kirkland Houses to which we were affiliated.  In the “beer and cheese seminars” we celebrated every week in the Nieman House with some famous guest, I used to support the pro-Palestinian theses of Jamil on the conflicts of the Middle East.  Naturally, Zvi Dor Ner, pro-Israeli, dissented. Thus began a unique weekly debate trio:  emotions and reason crossed between as  in a fencing match.  Without bloodshed.

When my English improved, and favored by the “six pack” of local beers, I could argue with both Zvi and Jamil, without academic restrictions, in the bars of Harvard Square.  Jim Thomson, the curator of the Nieman Foundation of Harvard, sent the three of us to public presentations in venues such as the Boston World Council an others about the conflicts in the Middle East and the three cultures.  Thus was born our triple alliance both public and private, of Jews, Moors (Arabs) and Christians: a friendship that has grown and survived up to the last breath of our dear friend Zvi Dor Ner last Thursday morning.

Zvi Dor Ner, periodista israelí, Nieman 77, fallecido el 6 de abril en Cambridge, Mass.
Zvi Dor Ner, israel journalist and producer, Nieman 77,  died of cancer April 6 in Cambridge, MA.

It was impossible to know Zvi and not love him.  His smile, almost permanent, that changed only with his resounding belly laughs, accompanied even his most serious and profound arguments.  I soon supported Zvi’s thesis about the need for the new pre-democratic Spain to officially recognize the State of Israel if Spain were to play a role in favor of peace in the region.  I published a column in the Op-Ed page of the New York Times (Spain and the Arabs) on April 23, 1980.

Ten years after meeting Zvi, on January 17, 1986, destiny required the help of Zvi to emit the exclusive news in the morning TV news program “Buenos Días” of Spanish TVE that I founded, produced, and anchored: Spain and Israel had at last established diplomatic relations, one of the projects that I had dreamed about with Zvi and Jamil in the bars of Cambridge.

We needed to open the studios of Jerusalem TV, at 5 AM their time,  to connect via live satellite with some colleague there to comment on the exclusive news that no other journalist knew.  It was difficult.  But not impossible.  Especially for Zvi.  It was to jar awake many in Israel.

At 7:30 in the morning, Spanish time, I opened my program with a special greeting that must have surprised the viewers in all of Spain.  I said, “Shalom Israel…”  There was no answer.  The techs adjusted the connection.  In less than a minute, while I gave the news of the recognition of Israel by Spain, a clear, strong and parsimonious voice was heard in Spanish homes connected to the first morning TV news show in Spain:  “Buenos días, Sepharad.”

After 500 years of intolerance, Spaniards at last invited the Sephardics -Spaniards long in exile- to come home.  Thank you, my friend Zvi. It happened. Rest in peace.

Artículo publicado en la página de opinión del New York Times, el 23 de abril de 1980.
Artículo publicado en la página de opinión del New York Times, el 23 de abril de 1980.

Obituario de Zvi

La libertad, palabra a palabra (Cambio 16 y Doblón, 1971-76)

Encontré esta charla, enterrada en mi sótano, que hoy podría interesar a quienes no vivieron la Transición:

Hace unos días, (en diciembre de 2007) presenté una ponencia en Almería sobre la conquista de la libertad, palabra a palabra, durante el final de la Dictadura (1971-1976).

Portada de Doblón. 1975
Portada de Doblón. 1975

Fue en el Congreso sobre “Los medios de comunicación en la Transición”, organizado por la Universidad de Almería. Entre los asistentes había muchos jóvenes historiadores y estudiantes de Historia interesados en casos concretos de choques entre la prensa y la censura. Tuve que hacer memoria y conté algunos ejemplos.

Se corrió la voz y algunos compañeros me han pedido ahora que les envíe el texto de la charla.

Puesto que la llevaba escrita, me resulta más cómodo y fácil copiarla y pegarla en el blog, con la advertencia previa (especialmente destinada a los lectores más confiados o despistados) de que es muy larga (más de 20 minutos) y de que va destinada a los interesados en la historia de la prensa al final de la Dictadura de Franco.

El que avisa no es traidor.

Ahí va:

Conquistando la libertad palabra a palabra (1971-1976)

Cambio 16, Doblón e Historia Internacional

José A. Martínez Soler

Director General de 20 minutos

Profesor Titular de Economía Aplicada de la Universidad de Almería

No hay comida gratis, no hay sexo gratis y tampoco hay palabra gratis. Las palabras no son inocuas. Tienen coste y precio, dejan beneficio o pérdida, según las circunstancias. Perdón por empezar con asuntos tan económicos. (Lo del sexo lo utilizo sólo para despertar a los heroicos asistentes a esta ponencia en la hora difícil de la siesta.).

Hablo del coste, precio, beneficio o pérdida correspondiente a las palabras para advertirles de que, aunque fui fundador y director de la revista mensual “Historia Internacional” (1974-1976), adoro la historia y envidio a los historiadores, pero soy completamente ajeno a esta disciplina tan hermosa como escurridiza.

Portada de Doblón. 1 de noviembre 1975
Portada de Doblón. 1 de noviembre 1975

Fundé y dirigí esa revista de historia para poder informar sobre los problemas de la actualidad en la España de mediados de los años 70, situándolos en otro lugar y en otra época. Cuando escribíamos sobre la tiranía del rey felón no nos referíamos precisamente a Fernando VII sino, indirectamente, a Franco. Cuando publicábamos algo sobre la dictadura de los coroneles en Grecia estábamos hablando, naturalmente, de Franco.

La historia y el área internacional fueron nuestros refugios oportunos para describir la realidad española del momento, pero situándola en otro tiempo histórico y en otro espacio geográfico. Por eso se llamó “Historia Internacional” que equivalía, en realidad, a “Actualidad Nacional”. La complicidad y la inteligencia de nuestros lectores ponían el resto.

Por tanto, ni he sido ni soy historiador. Ya me gustaría. Mi área de conocimiento es la Economía Aplicada y, quizás, algo también del Periodismo. Estoy aquí, ante ustedes, con el único título de amigo del profesor Rafael Quirosa y, quizás, como testigo personal y profesional de una época apasionante, aunque demasiado reciente (y aún caliente) para la investigación histórica.

No obstante, trataré de serles útil, relatando algunos hechos o acontecimientos en los que tomé parte directa, o en los que solamente fui testigo (a veces, involuntariamente), en lugar de ofrecerles una ponencia con análisis científicos y citas académicas que permitan explicar tales hechos.

Portada de Doblón, noviembre 1974
Portada de Doblón, 23 noviembre 1974

Con más anécdotas que categorías, intentaré describir una realidad concreta: el papel de la prensa (exactamente de tres medios: Cambio 16, Doblón e Historia Internacional), a través de la conquista de algunas palabras, en los últimos años de la Dictadura de Franco.

Cada vez que hablamos de conquistar la libertad “palabra a palabra”, suelo recordar una anécdota que me ocurrió en 1972 o 1973, siendo redactor-jefe y director en funciones del semanario de Economía y Sociedad “Cambio 16”, cargos que ejercí desde su fundación en 1971 hasta la primavera de 1974. Habíamos fundado el semanario el 22 de septiembre de 1971 –yo procedía del diario Arriba, donde trabajé en los últimos meses de la mili- y al principio no nos tomaron muy en serio.

Del número 1 de Cambio 16 imprimimos 2.000 ejemplares y vendimos 800. Todo un éxito. Solo teníamos permiso para escribir de economía, y nada de política. Pero los conflictos laborales ya emergentes tenían contenidos económicos.

Por eso, en una información sobre una huelga relevante y sonada (creo que fue la de Motor Ibérica, tras el despido de Marcelino Camacho), nos atrevimos a titular en las páginas del pliego central con la palabra “huelga”. Aquel osado ejemplar no pasó la censura. La policía secuestró la tirada completa y precintó las planchas en la imprenta Altamira. El Gobierno inició los trámites para un expediente contra mí, como responsable editorial máximo, y contra la empresa editora.

En cuanto tuve noticia del secuestro –algo bastante frecuente en aquellos años, casi uno al mes- telefoneé al director general de Prensa y jefe máximo de la censura franquista, Alejandro Fernández Sordo. Por cierto, Sordo -¡qué gran apellido para un censor!-, en cuanto se puso al teléfono, me echó una bronca, en tono paternalista, recordándome que la palabra “huelga” no se podía utilizar en la prensa española sencillamente porque en España no había huelgas, ya que estaban prohibidas por ley.

Le pregunté:

-¿Cómo le llamo entonces a lo que está ocurriendo esta semana en Motor Ibérica?,

El jefe de la censura me replicó:

“Cualquier cosa menos huelga”, “Llámale “paro”, como otras veces, o “cese temporal de producción” o mejor “paro técnico”.

No pude convencerle. La palabra “huelga” no pasó el filtro de la censura. Seguía en la lista de palabras tabú del Ministerio de Información. Y nosotros dimos un paso atrás. Tuve que retirar el pliego central, donde estaba aquella información, con una especie de “desencuadernadora manual” muy ingeniosa, y sustituirlo por otro pliego sin la palabra huelga. Solo así pudimos distribuir la revista con el retraso y el extra coste correspondiente.

Recuerdo muy bien esta anécdota porque unos años más tarde, muy poco después de la muerte del dictador, Fernández Sordo fue nombrado ministro de Sindicatos (creo que fue en el Gobierno Arias). Una de sus primeras declaraciones como ministro fue realzada por el diario Pueblo (propiedad del sindicato vertical franquista) con grandes caracteres tipográficos. Este fue el titular del diario Pueblo, casi a toda página, que me hizo sonreír:

Fernández Sordo: “A partir de ahora, a la huelga la llamaremos huelga”

Hubo palabras y expresiones que, una vez que superada la censura, pasaban a engrosar el diccionario legal de los periodistas. Se trataba de aplicar el procedimiento de “prueba y error” bastante aceptado en todo proceso científico.

También había personajes tabú. La sola mención del nombre de don Juan de Borbón (o solamente don Juan) era motivo de secuestro inmediato. Y con el príncipe Juan Carlos de Borbón, aunque era aspirante a suceder al dictador, a título de Rey, debíamos andarnos con suma cautela pues doña Carmen Polo de Franco estaba al acecho para degradarle y poner al marido de su nieta, Alfonso de Borbón, en su lugar.

A principios de octubre de 1972, –Cambio 16 tenía ya un año de vida-, recibí una comunicación de la Agencia Efe que me pareció rara. En ella advertía a todos sus abonados de que la noticia distribuida con el número tal había sido anulada y no podía ser publicada. Busqué la referencia y era una noticia anodina y aburrida sobre el viaje de los príncipes Juan Carlos Sofía Alemania. A simple vista, carecía de interés.

Llamé a Michael Vermehren, corresponsal de la televisión alemana ZDF en España, y le pregunté si había ocurrido algo especial que justificara la anulación de la noticia oficial de EFE. Me dijo que no y que había gustado mucho la entrevista que él mismo le había hecho al príncipe sobre España en el Mercado Común. Le interrumpí inmediatamente:

-“¿Cómo? ¿Qué el príncipe Juan Carlos habló de España en Europa en la televisión alemana? Por favor, busca el texto completo de la entrevista y espérame. Voy ahora mismo hacia tu casa.

En cuanto leí la traducción de la entrevista llamé a mi consejero delegado, Juan Tomás de Salas, para contárselo y para decirle que, si nos atrevíamos, era un tema arriesgado pero de portada. Estuvo de acuerdo.

Llamé al dibujante Ortuño y le pedí una caricatura urgente y a todo color (“nada cruel”, le dije) del príncipe Juan Carlos para portada. Alfonso Ortuño me tomó por loco. Jamás se había publicado en España algo así. Era un salto cualitativo en imagen. Pero lo más sorprendente era el contenido de una pregunta y su respuesta:

Televisión alemana:

-“Desea Vuestra Alteza Real que España entre en la CEE, aceptando las consecuencias políticas que esto implique?”

Juan Carlos de Borbón, príncipe de España:

-“Sí, lo deseo. Porque creo que conviene a España y a Europa. Ahora bien, el momento debe ser el apropiado, pues una integración demasiado rápida podría ser peligrosa para muchos”.

Con eso ya teníamos titular de portada: un globito que salía de la cabeza del príncipe con esta arriesgada afirmación:

“Europa, sí”

Desgraciadamente, el instinto no me falló. El gran censor, Fernández Sordo, me llamó en cuanto recibió en el Ministerio de Información los diez ejemplares obligatorios de Cambio 16 con la caricatura principesca gritando “Europa, sí”.

Portada de Cambio 16 del 9 octubre de 1972
Portada de Cambio 16 del 9 octubre de 1972

Europa”, debo recordar para los más jóvenes, era entonces simple y llanamente sinónimo de “democracia”. O sea, mentar la cuerda en casa del ahorcado.

El censor me llamó de todo y me dijo que era gravísimo y que iba a dar órdenes a la policía para que secuestrara todos los ejemplares antes de salir de la imprenta y precintara las planchas.

Y concluyó su bronca con esta pregunta, hecha en un tono sorprendentemente lastimoso:

-¿Por qué me haces esto?.

No se de donde saqué fuerzas. Creo que defendía mi exclusiva, más que el futuro europeo y democrático de España. Le repliqué:

-“Usted verá lo que hace, pero no creo que el príncipe haya hechos estas declaraciones por su cuenta y riesgo, sin pedir permiso a nadie. Además, si secuestra hoy las palabras del príncipe, ¿cómo se lo piensa usted explicar a él cuando sea Jefe del Estado con el título de Rey? Usted verá lo que hace.

La policía tardaba mucho en llegar a la imprenta y todos manteníamos los dedos cruzados. A las pocas horas, recibí la llamada de Fernandez Sordo que, muy cortésmente, casi versallesco, me dijo que se había esforzado mucho para que no me ocurriera nada y que había conseguido “personalmente” que Cambio 16 pudiera llegar a los quioscos.

Durante muchos meses, tanto la prensa inmovilista como la aperturista estuvieron hablando de este asunto al que se referían enigmáticamente como “la pregunta”. Creo que la caricatura original de Ortuño aún cuelga en alguna pared del despacho privado del Rey.

Aunque la Dictadura, plenamente vigente entonces, no estaba prohibida, la palabra que mejor podía definirla, “dictadura”, aplicada al régimen de Franco, estuvo en la lista negra hasta la muerte del dictador. Hicimos algunos intentos para colarla a la censura, pero todos fueron coronados por el fracaso.

Este fin de semana –con motivo de la celebración del Thanksgiving Day– he tenido el privilegio de tener unos días en mi casa a Gabriel Jackson, el historiador – a mi juicio- que mejor ha dado a conocer al mundo entero “La República Española y la guerra civil”. Comentamos juntos el motivo de esta charla en Almería y recordamos nuestra correspondencia en 1974 y 1975 en torno a un excelente artículo que yo le había pedido para el mensual “Historia Internacional” sobre un balance del franquismo después de la flebitis de Franco. No había que ser un lince para sospechar que la muerte rondaba ya al tirano.

En cuanto leí el manuscrito del profesor Jackson supe que no pasaría la censura. Experimentado como era yo, pese a mi juventud, en el arte de escribir entre líneas y de sortear con humor a la severa censura (es sabido que los censores carecen de humor propio) le propuse a Gabriel que probáramos a quitar algunos párrafos y a cambiar algunas palabras. El titulo de su artículo (“La dictadura”) presagiaba lo peor.

Confiando en el posibilismo de quienes crecimos en el exilio interior, le dije que “publicar algo suyo en España era mejor que nada”. Sin embargo, conociéndole un poco, presumía su respuesta.

-”El artículo –me respondió- debía publicarse integro ahora o esperar hasta que hubiera libertad en España para poder publicarlo”.

Imprimirlo así, sin someterlo a la censura previa (llamada “consulta voluntaria”), hubiera sido un suicido económico. Sobretodo porque no era un artículo para el pliego central –fácil de desencuadernar, para salvar el resto en caso de secuestro- sino para lucirlo a toda página en la portada de la revista. Decidí, pues, someterlo a censura previa para poder publicarlo sin riesgo de secuestro y/o expediente administrativo o procesamiento judicial.

Tal como me temía, no tuve éxito. El censor marcó con su lápiz fatal los párrafos y palabras que, a su juicio, eran “inconvenientes”. No le dije nada al profesor Jackson. Le escribí a La Joya para decirle que ojalá tuviéramos pronto libertad de expresión en España para poder ofrecer su artículo completo a nuestros lectores. Y metí en un cajón el manuscrito inédito.

Meses más tarde, recién muerto Franco, quiso el azar, y la perseverancia de uno de mis redactores, Fernando González, que Serrano Súñer, ex ministro de Asuntos Exteriores de Franco durante los tiempos más duros de la postguerra española y de la II Guerra Mundial, nos concediera una larga entrevista exclusiva en la que hacía balance del régimen de su cuñado. Nada sospechoso había en aquel viejo nazi para los censores de Franco, quienes seguían en activo pero ya buscaban el calorcillo del nuevo régimen del sucesor a título de Rey.

La primera vez que se aplicó al régimen la palabra Dictadura (Feb. 1976)
La primera vez que se aplicó al régimen la palabra Dictadura (Feb. 1976)

El caso es que, bajo la protección del “respetadísimo” nombre de Serrano Súñer, “Historia Internacional” fue la primera revista española que publicó un amplio reportaje titulado “La Dictadura”, tal como el entrevistado había definido, con sus propias palabras, al régimen franquista al que tanto había servido. Fue en el número de febrero de 1976, dos meses después de la muerte de Franco y bajo el Gobierno igualmente dictatorial de Arias Navarro.

La palabra “dictadura” había salido de la lista negra y había pasado a ser legal. Animados por este precedente, aprovechamos la ocasión para publicar en portada el artículo de Gabriel Jackson que conservaba en la nevera y con el mismo título que la entrevista de Serrano Súñer. Mano de santo. Nadie puso pegas a “La Dictadura”. De modo que, partir de entonces, a la dictadura la llamaríamos dictadura.

Les parecerán triunfos pequeños, casi ridículos, los de ganar trocitos de libertad palabra a palabra, (huelga, dictadura, etc.), pero les aseguro que no estaba el horno para bollos. Cada palabra ganada para la libertad de expresión era un paso de gigante en dirección a la ansiada democracia. “Democracia” (¡ay!), otra palabra “inconveniente” si no iba convenientemente adjetivada por la palabra “orgánica”; es decir, la que le salía al dictador de sus órganos.

Un año antes, el 8 de febrero de 1975, dimos uno de esos imprevisibles pasos de gigante en la crítica política al régimen franquista. Acertamos a colar una palabra clave en el semanario Doblón, que yo dirigí desde su fundación en 1974 hasta mi práctica huída a la Universidad de Harvard en el verano de 1976.

(El 2 de marzo de ese año fui secuestrado a punta de metralletas, torturado y sometido a un fusilamiento simulado por un artículo sobre las purgas de mandos moderados en la Guardia Civil, lo que aceleró mi salida de España).

Pusimos de moda la palabra "bunker", en febrero de 1975, con Franco vivo.
Pusimos de moda la palabra «bunker», en febrero de 1975, con Franco vivo.

Sin prever su enorme éxito, publicamos en vida de Franco una información sobre el Consejo Nacional del Movimiento con el título “Síntomas de bunker”, que pareció bastante inofensivo para la censura.

Bunker” fue una gran palabra ganada por Doblón para la democracia y que funcionó de maravilla, gracias al boca a boca. Pronto se convirtió en sinónimo de los restos más decrépitos de la dictadura, “bunkerizados” en torno al dictador, como ocurrió con el Tercer Reich en los últimos días de su aliado Adolf Hitler. “Bunker” olía ya a derrota inminente, a final de una época.

Los demás medios de comunicación asumieron inmediatamente “bunker” como una palabra mágica, sinónimo de los residuos más asustadizos y/o recalcitrantes de la dictadura. Decir el “bunker” equivalía, pues, a decir la “dictadura” sin riesgo de secuestro. Y todo el mundo lo entendía. La idea de aplicarlo al régimen nos vino después de haber jugado en Doblón con otra información de la sección de Economía titulada “El Bunker Español de Crédito”. El humor tenía que sustituir muchas veces a la falta de datos o a la prohibición de publicarlos.

Portada de Doblón (5-07-75)
Portada de Doblón (5-07-75)

El ambiente laboral era ya muy conflictivo y Comisiones Obreras ya había colocado a muchos de sus militantes dentro del sindicato vertical. Los fascistas Blas Piñar Girón denunciaron la presencia de “enanos infiltrados” en las instituciones del régimen.

En Doblón hicimos entonces una portada histórica, por arriesgada: dimos la victoria a los “enlaces sindicales” rupturistas (o sea, de izquierdas) y a los verticalistas aperturistas. Ambos habían derrotado a los verticalistas inmovilistas (o sea, fascistas). Pusimos en portada a unos enanitos de Blancanieves pintando de rojo el edificio del sindicato fascista. El título de portada era:

Elecciones sindicales:

Ha ganao el equipo colorao

En una ocasión, tuvimos datos muy fiables, de fuente muy solvente ya que procedían de un estadístico del INE, que luego fue un gran político, sobre los parados en España.

Secuestros y expedientes contra Doblón
Secuestros y expedientes contra Doblón

El título del reportaje era “Un millón de parados”.

En plena crisis del petróleo, no reconocida oficialmente, la revista Doblón del 13 de septiembre de 1975 fue secuestrada y yo fui expedientado “por faltar a la verdad”.

Dos semanas más tarde, el 27 de septiembre de 1975, eran ejecutados cinco terroristas, tras ser condenados a muerte en unos consejos de guerra típicamente franquistas, o sea, sin garantías de juicio justo. Desde mi casa oí los disparos del pelotón de fusilamiento. Un año antes, tres semanas después del espíritu aperturista del 12 de febrero de 1974, hubo otras dos ejecuciones, éstas a garrote vil.

El régimen se movía, materia de prensa, en un zigzag imprevisible, según actuaran los inmovilistas o los aperturistas. Tan pronto mostraba manga ancha en unos temas, lo que alimentaba nuestro atrevimiento, como daba cerrojazo y marcha atrás. En esos movimientos espasmódicos de tira y afloja, era muy peligroso caminar contra corriente.

Había un sistema de control, como la Inquisición, con apariencia de legalidad, que disponía de gran variedad de instrumentos: licencias de editor, carné de periodista, consulta voluntaria, secuestro de publicaciones impresas, expedientes administrativos, tribunales especiales como el de Orden Público, de Honor, consejos de Guerra, tribunales ordinarios, etc. Yo pasé por todos ellos varias veces. Pero lo que más miedo e inseguridad nos causaba eran las actuaciones arbitrarias, que se saltaban a la torera las propias normas dictatoriales establecidas.

Primera foto de Felipe Gonzalez publicada en España (31 Mayo 1975) en vida de Franco.
Primera foto de Felipe Gonzalez publicada en España (31 Mayo 1975) en vida de Franco.

No sólo de palabras vivía la censura. También se zampaba imágenes “inconvenientes” con glotonería. La primera vez que se publicó en España una foto de Felipe González, conocido entonces en la clandestinidad como “Isidoro”, en vida de Franco, fue en Doblón poco después del Congreso del PSOE de Suresnes. Fue el 31 de mayo de 1975 y en tamaño sello, a una columna. La noticia que ilustraba aquella foto exclusiva era que el líder del PSOE, procesado en España por dirigir un partido ilegal, había sido invitado a almorzar en Francia por François Mitterrand y en Alemania por Willy Brandt.

La siguiente conquista consistió en publicar la misma foto de Felipe González en la portada del semanario, dentro de una pantalla ficticia de televisión, pero con los ojos cubiertos por una banda rectangular negra, pretendiendo evitar su identificación. Esa foto se convirtió en un icono de la futura democracia española. Parece que la estoy viendo.

A medida que nosotros experimentábamos la escritura ingeniosa entre líneas y metáforas, los censores de la dictadura también aprendieron, a la par que nosotros, a leer entre líneas y a descifrar enigmas poco sutiles.

No sólo perseguían a los medios de comunicación “aperturistas”, poco fervorosos en el aplauso al dictador, sino a los periodistas desafectos al régimen, que no seguían fielmente sus consignas, y a los políticos de la oposición clandestina, disfrazados de periodistas y confundidos con ellos.

La confusión –casi compadreo o chalaneo- entre periodistas y políticos fue, desde luego, muy eficaz en la lucha contra la dictadura. Sin embargo, tuvo un alto precio, sobretodo para quienes elegimos el periodismo en libertad en lugar de dedicarnos profesionalmente a la política. Esta confusión de papeles pasó más tarde factura a la prensa, en términos de credibilidad, durante la democracia. No obstante, creo que, a pesar del alto precio, valió la pena.

El bunker quedó como sinónimo de franquismo.
El bunker quedó como sinónimo de franquismo.

Una de las palabras que pudo haberme costado un juicio bajo la acusación grave de “apología del magnicidio” fue “tirano”.

Hurgando en mi sótano, en busca de tesoros para la historia de la prensa en la transición, no he podido encontrar aún el ejemplar de Historia Internacional de noviembre de 1975, con Franco ya enfermo. Fue secuestrado por un artículo sobre Pablo Iglesias y provocó la citada acusación del fiscal contra mí ante el Tribunal de Orden Público.

El presunto delito consistía en haber publicado unos textos de Pablo Iglesias, fundador del PSOE, entre los que se podía leer la afirmación de que “el tirano merece la muerte”. Tras el magnicidio de Carrero Blanco y la enfermedad del dictador, el fiscal y el ministerio de Informaciónpensaron, con exceso de celo, que nos estábamos refiriendo a Franco. Sin embargo, en la revista se decía claramente que esa frase fue pronunciada por Pablo Iglesias en 1904, tras el asesinato de Pelve, ministro del zar de Rusia.

En mis declaraciones ante el juez del Tribunal de Orden Público, en las Salesas, donde hoy está el Tribunal Supremo, recurrí a la muy socorrida doctrina tridentina de la Iglesia. El Concilio de Trento admitió que el tirano merecía la muerte. Por eso dije que, por un lado, yo seguía las enseñanzas de la “Santa Madre Iglesia” y que, por otro lado, Pablo Iglesias se refería obviamente, en 1904, a aquel ministro del zar de Rusia y a nadie más.

Tras un largo y minucioso interrogatorio, no exento de cierta socarronería, el juez –creo que se llamaba Villanueva o algo así- decidió archivar la causa por “apología del magnicidio” sin llegar a juicio y, en lugar de mandarme a la cárcel, me mandó ir a casa. Cuando me disponía a salir de la sala, a punto de cruzar el umbral de la puerta, oí que el juez comentaba a alguien, en voz tan alta que yo pude oír claramente, algo que me dejó estupefacto. Al dar carpetazo al asunto, dijo:

“El que se pica ajos come”.

Para mi fue un signo claro de los nuevos tiempos. Unas semanas mas tarde, el 20 de noviembre de 1975, a las 5:25 de la mañana, murió el tirano en su cama del Hospital de La Paz.

El número extra de Doblón con esta gran noticia fue secuestrado y yo fui expedientado. La portada era el sello de Correos de dos pesetas de Franco, en color rojo-anaranjado, con un titular escueto:

Ha muerto

Portada con el sello de 2 pesetas (22 nov. 1975)
Portada con el sello de 2 pesetas (22 nov. 1975)

El problema no fue Franco sino sus herederos, por un artículo, titulado “La familia”, firmado por Margarita Sánchez y por Luisa Cortés, hoy dueña de la tienda “Hierbaluisa” de Almería. Decían en él que doña Carmen Polo de Franco era “una mujer inteligente y despierta para los negocios”.

Me contaron que el dirigente fascista García Carrés andaba gritando en Las Cortes:

-“¡Han ofendido a la señora, han ofendido a la señora!”

Después de muchas horas de gestiones desesperadas, salvamos el número extra de milagro. Fue gracias a la intervención indirecta del Rey, de una de sus hermanas (que le llevó personalmente mi respetuoso escrito pidiendo S.OS. y del sobrino del dictador, Nicolás Franco Pascual de PobilFranco estaba aún de cuerpo presente en el Palacio de Oriente que, como se sabe, está situado en el Occidente de Madrid.

Salvar y distribuir ese número especial de Doblón, con la noticia más esperada del siglo, fue también otra buena señal de los nuevos tiempos.

—-

Pero esos nuevos tiempos iban a traerme sorpresas muy desagradables (que antes mencioné de pasada) por un asunto que, debido a su gravedad y trascendencia, entre el ruido constante de sables, andaba yo entonces investigando personalmente.

Portada del 14 de feb. 1975 que motivó mi secuestro.
Portada del 14 de feb. 1975 que motivó mi secuestro.

Se trataba de comprobar en los boletines oficiales del Ejército las filtraciones que iba recibiendo por teléfono de una fuente anónima sobre los traslados de generales, jefes y oficiales de la Guardia Civil, conocidos por sus posiciones moderadas y no comprometidos con el “bunker” franquista.

Como se sabe, la Guardia Civil era un Cuerpo militar en permanente estado de alerta y movilización, sin necesidad de que el Gobierno declarara el estado de guerra o de excepción. El Ejército no se podía mover sin un decreto del Gobierno, pero la Guardia Civil, por su doble naturaleza policial y militar (como se vio mas tarde en el Golpe del 23-7 de 1981), no precisaba tal decreto para movilizarse. Solo la orden de su director general. Nosotros seguíamos muy de cerca todos los nombramientos militares y eclesiásticos: los generales Díez Alegría Vega Rodríguez y el cardenal Tarancón, en un lado, los generales Campano García Rebull y monseñor Guerra Campos, en el otro. Recuerden que eran los tiempos en que los fachas gritaban de “Tarancón, al paredón”

Hoy parecería una información poco interesante pero, en los estertores de la dictadura, la estimábamos como algo clave para descifrar nuestro futuro. Por eso, valoramos extraordinariamente la sustitución repentina del general Vega Rodríguez por el general Campano López, al frente de la Guardia Civil, en el primer Consejo de Ministros que se reunió sin la presencia de Franco, ya enfermo.

Pude confirmar que eran ciertas las filtraciones, recibidas por teléfono de una fuente no identificada, y decidí publicar el reportaje el 11 de febrero, a los dos meses y pico de la muerte de Franco y en medio de un permanente ruido de sables que amenazaba con mantener al “bunker” en el poder.

Foto de las torturas publicada en la prensa inglesa
Foto de las torturas publicada en la prensa inglesa

Hace 30 años, en el otoño de 1976, conté por primera vez en público el secuestro, torturas y fusilamiento simulado que sufrí por la publicación en el semanario Doblón de ese artículo mío sobre traslados de altos mandos en la Guardia Civil. Aquel artículo descubrió y frenó parcialmente la purga de militares demócratas iniciada por los franquistas tras la muerte del dictador Francisco Franco.

Todo eso lo conté entonces en la Senior Common Room de la Kirkland House de Harvard, a la que estaba afiliado. Trataba de explicar entonces a mis colegas de la Universidad de Harvard (EE UU), aún con la piel dañada por las quemaduras de mis torturadores, por qué el periodismo era entonces la segunda profesión más peligrosa de España. (Después, naturalmente, de la del torero)

Han pasado 30 años y, aunque tenía el recuerdo grabado en mi mente, jamás había escrito una sola línea sobre aquellos sucesos de terrorismo paramilitar o terrorismo de Estado hasta que mi familia me animó hacerlo el año pasado. Lo escribí para el Nieman Report de la Universidad de Harvard y luego me envalentoné y lo amplié en mi propio blog personal (http://blogs.20minutos.es/martinezsoler) con algunas fotos inéditas tomadas en el hospital

http://blogs.20minutos.es/martinezsoler/post/2006/04/13/mi-secuestro-hace-30-anos

A partir de ese acontecimiento, trato ahora de reflexionar aquí sobre las causas y consecuencias del ejercicio del periodismo, sometido a censura oficial o en tiempos difíciles para la libertad de expresión. El caso de España, en la transición de la dictadura a la democracia, es, desde luego, paradigmático.

Afortunadamente, el lector puede ser inculto pero no es estúpido. Sabe que la fuente suprema de información en una dictadura es el dictador. Por tanto, desconfía de la prensa oficial y cree muy poco de lo que publican los periodistas sometidos a censura y a amenazas. Es una actitud saludable que le ayuda a descubrir hechos y opiniones escritos entre líneas.

Los periodistas somos también seres racionales –por mucho que cueste creerlo- y establecemos un hilo de plata con nuestros lectores, a través de guiños cómplices, sutilezas, humor y escritura figurada entre líneas, que frecuentemente resulta invisible para los censores de la dictadura que no pueden controlarlo todo.

Las dictaduras carecen de corazón pero sobretodo carecen de sentido del humor. Se desarrolla así una nueva cultura subterránea de comunicación, con una técnica refinada y enriquecida por eufemismos y parábolas, que, como digo, permite sortear parcialmente el control oficial y transmitir mensajes entre periodistas y lectores con el menor riesgo posible,.

Así fuimos conquistando la libertad de expresión, palabra a palabra, bajo la larga dictadura del general Franco.

Con la democracia, el diccionario de la Lengua Española volvió a entrar en vigor, sin que su uso acarreara serios peligros para el periodista.

En una ocasión, la policía nos permitió distribuir el semanario Doblón, una vez que corté varios párrafos censurados sobre la minas de fosfatos en el Sahara (entonces español) y rellené los huecos con trozos de fotos repetidas de Fosbucraa. Un desastre de diseño. Otras veces el corte no era tan fácil y el lector debía imaginar lo que se había censurado para hacer tan incomprensible el artículo. La imaginación del lector solía ir más allá de lo que decía texto original.

Pero la dictadura aprendió a leer entre líneas.

Fui procesado docenas de veces por llamados “delitos de prensa” o “de opinión”, por tribunales “de honor” y militares. Las multicopistas y las reuniones eran perseguidas por igual. Por el artículo sobre la Guardia Civil fui procesado por la Justicia militar, pese a ser civil, acusado de sedición.

Recordé a Clemenceau:

“La Justicia Militar es a la Justicia lo que la Música Militar es a la Música”.

No fui juzgado en Consejo de Guerra, gracias a la intervención directa del capitán general de MadridVega Rodríguez, que incluyó mi caso en la amnistía para delitos de prensa, decretada oportunamente por el rey Juan Carlos en 1976, y a la intervención indirecta de la Universidad de Harvard al galardonarme con la Nieman Fellowship. El telegrama del presidente de la Nieman Foundation de Harvard fue mano de santo para obtener el sobreseimiento de mi procesamiento por sedición y que, por tratarse de un “delito militar”, no estaba amparado por la amnistía del Rey.

Sabíamos que cada palabra y cada imagen impresa contra la voluntad del dictador cobraban nueva vida en la sociedad española. Todos esos vocablos e imágenes reconquistados iban formando una escala que nos llevaba, palabra a palabra, hacia la libertad. Era un camino sin retorno hacia la democracia. Y esa convicción ética y política nos daba fuerza para resistir y avanzar.

Manifestación de periodistas contra mi secuestro y torturas.
Manifestación de periodistas contra mi secuestro y torturas.

No éramos valientes ni temerarios sino coherentes con nuestros principios. El valor principal de los periodistas, que luchábamos por escribir algún día en libertad, no era la valentía o el coraje sino la integridad para defender nuestros principios democráticos y nuestra voluntad de ser libres y dueños de nuestro futuro. Por eso merecía la pena asumir algunos riesgos. Pero no demasiados.

Éramos bastante prudentes. En algunos momentos, estábamos cagados de miedo. También éramos virtuosos del disimulo. Nos movíamos –y aún nos movemos- como un péndulo que busca el equilibrio entre la pasión por la verdad y el instinto de supervivencia (yo tengo tres hijos).

En realidad, no creo que los periodistas tengamos más méritos, al luchar por la libertad de expresión contra una dictadura, que los médicos o los abogados o los ingenieros que tratan de hacer bien su trabajo.

La diferencia está en que nosotros trabajamos con un material altamente inflamable o explosivo: las palabras que dan forma a las ideas y a las noticias. Y lo hacemos, además, en el escaparate que da a la calle.

Queríamos simplemente hacer bien nuestro trabajo, aún con herramientas escasas y muy caras. Y los riesgos debían ser asumidos como gajes del oficio. La vocación del periodista en la transición implicaba asumir, casi instintivamente, esos riesgos.

Procesado por "El último reducto del Opus"
Procesado por «El último reducto del Opus»

Por otra parte, la recompensa, si conseguías publicar lo que querías, era inmediata e intensa. No tenía precio. No sabría decir cuantas veces nos arriesgamos por conseguir y publicar una noticia peligrosa movidos por el coraje personal, por la vanidad o por la satisfacción de la obra bien hecha más que por la propia lucha política.

¿Tiene más valentía un periodista que asume riesgos para conseguir y publicar una noticia que un bombero que se juega la vida por hacer bien su trabajo? Hablamos de los mismos valores de todo ser humano.

Mi experiencia como periodista en dictadura y en democracia me confirma que el ser humano –sea o no periodista- busca siempre la libertad lo mismo que el agua busca la cuesta abajo. No hay muro que detenga esta voluntad de hablar y de escribir como si fuéramos libres. Ese esfuerzo no tiene mérito porque el premio es enorme: la satisfacción, casi zoológica, de nuestro instinto de supervivencia.

La dictadura franquista fracasó persistentemente con sus técnicas de censura. Controlaba las grandes placas tectónicas de la sociedad española, pero algunos podíamos comunicarnos con los demás a través de los intersticios incontrolados que había entre esas placas.

El ministro de Información de Franco, por ejemplo, prohibió tajantemente informar de la devaluación de la peseta en 1971. Por alguna razón, quería retrasar la noticia a toda costa. El telediario de Televisión Española, controlada por el Gobierno, prohibió mencionar bajo ningún concepto la caída del valor de la moneda española.

Las autoridades de la dictadura respiraron aliviadas cuando concluyó el telediario y salió en la pantalla el hombre del tiempo.

La dictadura no podía estar en todo y nadie le había advertido al inofensivo hombre del tiempo de la prohibición oficial (“viene de El Pardo”, nos decían) de hablar sobre la pérdida de valor de la peseta. Por tanto, nuestro hombre del tiempo inició su parlamento frente al mapa de isobaras diciendo que las temperaturas habían caída mucho en el norte de España pero no tanto como había caído la peseta, recién devaluada”.

Es difícil controlar todo y siempre. Hasta en las más siniestras mazmorras hay un lugar –por pequeño que sea- para la libertad. Y en ese resquicio siempre podremos aplicar la palanca liberadora.

Muchas gracias.

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¿Trump? Salgo huyendo pa España

No lo pude remediar. Tras la victoria de Trump, necesitaba un desahogo. Y salir huyendo inmediatamente pa España. Ahí va:

Opinión para La Voz de Almería

EE.UU.

La ira vence a la esperanza

José A. Martínez Soler

Un péndulo fatal ha golpeado a los Estados Unidos de América y, de paso, al mundo entero. La ira de los enfurecidos blancos, racistas y machistas venidos a menos, ha vencido a la esperanza que los negros, latinos, asiáticos, inmigrantes, mujeres, gays, discapacitados y desvalidos habían puesto en Barak Obama y en su candidata demócrata, Hillary Clinton. La avaricia de Trump ha vencido a la compasión de Obama y Clinton. El péndulo que marca los ciclos ha pasado de la distribución a la acumulación. No queríamos verlo.

Con el cartel de Hillary., en nuestra puerta.
Con el cartel de Hillary., en nuestra puerta.

¡Uff! Elecciones apasionantes. Temibles. Sucias. Hasta el último minuto, más de la mitad de los estadounidenses -¡y de medio mundo!- mantuvimos anoche los dedos cruzados temiendo la victoria, que nadie salvo los suyos quería ver, del millonario Donald Trump. El racista, machista, acosador, mentiroso, tramposo, enemigo de las minorías, el bufón Trump, del que nos reíamos, confundiendo deseos con realidad, es hoy el 45 presidente de los Estados Unidos de América. ¡Que dios nos pille confesados!

El problema no es Trump que se ha puesto, con su cirio oportunista, a la cabeza de la procesión de indignados por la pérdida de una América totalmente blanca e inmensamente rica que nunca existió. El problema son esos millones de blancos enfurecidos que han aupado a un idiota narcisista tan siniestro como Trump a la candidatura del partido conservador. Los 15 aspirantes conservadores vencidos por Trump en las primarias habían huido de él como del diablo. Ningún ex presidente le ha votado. Ni siquiera George W. Bush, el que nos metió con mentiras en la guerra de Irak.

Es difícil encontrar un presidente peor en la historia de este país. Lo sabemos antes de que tome el poder en enero. Le hemos conocido bien y no hemos querido ver la realidad. La semana pasada, cuando el jefe republicano del FBI hizo una zancadilla imperdonable a la candidata demócrata, Trump se puso a la par con Hillary Clinton en las encuestas. Tuvieron que salir el mismísimo Obama y su esposa Michelle -¡qué gran presidenta sería esta señora!- al rescate de la primera mujer que podría suceder al primer presidente negro.

¿Tump? ¡Qué horror!
¿Tump? ¡Qué horror!

Finalmente, ayer, las tripas del hombre blanco y su rabia contra las élites gobernantes se impusieron al cerebro y al corazón. Populismo de extrema derecha. ¡Qué horror!

Como corresponsal de prensa y televisión, he cubierto varias elecciones presidenciales norteamericanas en los últimos treinta años. Es la primera vez que asisto a un proceso electoral como observador, desde fuera, lejos de la algarabía de la campaña y la presión de los colegas y de los medios competidores. ¡Qué distintos se ven los toros desde la barrera! Hoy, felizmente jubilado, opinando y no informando, no tengo por qué ser imparcial. Puedo decir lo que pienso.

Esta vez, he seguido los debates presidenciales con familiares y amigos, en bares de Boston, Los Ángeles y Santa Fe. La polarización del electorado nunca fue, a mi juicio, tan extrema. A voces, con amenazas, sin puños a la vista. Solo comparables, quizás, a los debates que siguieron al “espíritu del 68” (Vietnam, hippies, etc.) cuando los viejos se enfrentaron a los jóvenes.

Hasta el grito de Munch...
Hasta el grito de Munch…

Hoy, muchos blancos de la clase media, empobrecidos por la crisis económica y/o fanatizados por su religión, se enfrentan a las minorías que ellos consideran sus enemigos. Los seguidores del racista Trump quieren que les devuelvan su América, según ellos, perdida: blanca, rica, poderosa, cristiana, homogénea. Como si todos ellos, salvo los nativos indígenas, no fueran inmigrantes…

Las teorías conspiratorias más absurdas han abundado en esta campaña. Empezaron por decir que Obama no había nacido en Estados Unidos, que era un musulmán en la intimidad, que tenía poco menos que tratos con el diablo. El Ku Klux Klan quemó una iglesia de negros y pidió el voto para Trump. Que Hillary Clinton era una delincuente, que debía ir al cárcel, que era la causante de las muertes por el atentado de Bengasi en Libia. Sin fundamento, la acusaron de ocultar información oficial y desvelar secretos de Estado. Todo vale.

En fin, las acusaciones más inverosímiles contra Barak Obama y Hillary Clinton han circulado por internet, sin ninguna prueba, animadas por el propio Donald Trump, infatigable activista a través su twitts de madrugada. Sus comentarios sobre hechos inventados (“he oído”, “se dice por ahí”, etc.) le han convertido en un auténtico y peligroso troll que ha infectado las redes sociales y ha enfermado a no pocos norteamericanos que no podían dar crédito a tanta infamia cargada de rencor.

La Libertad se esconde.
La Libertad se esconde.

El país ha quedado roto prácticamente por la mitad. Las heridas tardarán en cicatrizar. Trump ha captado votos entre los indignados y enfurecidos que han perdido prestigio social y poder adquisitivo. Ha acusado de corruptos a su oponente, a los políticos en general y a los medios de comunicación. Hasta el último día, Trump ha puesto en duda la limpieza del recuento electoral. Ha minado los pilares de la democracia.

Hoy mismo, toda la clase política tendrá que tender puentes entre las dos Américas que se han enfrentado como nunca en las últimas décadas. El rencor ha vencido a la esperanza. Y el rescoldo de odio y avaricia aún perdurará por no sabemos cuanto tiempo. Esperemos que el vengativo Trump no resucite el Comité de Actividades Antiamericanas, la Inquisición del senador McCarthy.

Me ha sorprendido comprobar personalmente la democracia en acción. Algo que, desgraciadamente, no se ve en España. En vísperas de la votación, voluntarios y empresas de marketing han llamado muchas veces por teléfono y han visitado la casa donde hoy vivo en Notinghan, New Hampshire, un Estado que Trump ha ganado por unas docenas de votos. Ayer mismo, tres voluntarios de distintas edades llamaron a nuestra puerta para ofrecer a los eventuales votantes transporte privado hasta el colegio electoral. Ida y vuelta.

Las orillas de las calles y carreteras están plagadas de carteles con los nombres de Trump o Clinton. También los coches. Los conductores suenan el claxon y gritan al cruzarse con alguien de su mismo color político. He visto una gran movilización ciudadana para decidir quien ocupará el sillón más poderoso del mundo. Aquí no hay jornada de reflexión. Eso queda para los ciudadanos de la vieja Europa tratados como menores de edad. A una distancia prudencial, muy cerca de las urnas, los partidarios de cada candidato hacen campaña activa hasta el cierre del colegio electoral.

Ha sido más fácil tener un presidente negro antes que una mujer. Lástima. Los norteamericanos han elegido, a mi juicio, la peor opción. El peor presidente va a suceder a uno de los mejores. Esperemos que la democracia aguante las embestidas de Trump que tiene todo el poder ejecutivo, legislativo y judicial en sus manos. Ya no bromean quienes piden asilo en Canadá. Hitler ganó las elecciones y acabó con la democracia. Que no se repita lo mismo en el país más poderoso del mundo.

Michael Moore nos lo advirtió. No le creímos. El brexit del Medio Oeste contra el libre comercio (más proteccionismo, guerra comercial y, quien sabe, más guerra militar), hombres blancos enfadados y groseros contra una mujer, el poco entusiasmo que despierta Hillary, el voto deprimido de los izquierdistas de Sanders y, además, el voto suicida de los que quieren dar una lección a las élites para que se enteren de que pueden hacerlo. Los pueblos, incluido el norteamericano, también se suicidan y votan contra sus propios intereses. Decía Moore: “Incendio mi casa para que mamá y papá se enteren de lo soy capaz de hacer”.

Los norteamericanos blancos furibundos, racistas y machistas, le han dado un patada a Hillary Clinton en nuestro culo. Espero que la democracia norteamericana aguante los cuatro años del rencoroso Trump, un imbécil ignorante y miserable, sin desmoronarse. Ojalá.

Página de la Voz de Almería 9-11-16
Página de la Voz de Almería 9-11-16

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Vuelvo a mis orígenes: votaré al PSOE

Por responsabilidad y -¡cómo no!- por miedo justificado al PP, he decidido volver a mis orígenes: votaré al PSOE en las elecciones generales del próximo 20 de diciembre.

No conozco a ninguno de los nuevos líderes del PSOE (salvo Jordi Sevilla, que me gusta) pero les he seguido con atención y creo que merecen una oportunidad para sanear el partido y reducir el Indice de Corrupción Ambiental (ICA) de España.

Joaquín Almunia abrió hace años el Partido Socialista a los simpatizantes. Creo que yo fui el primero de Almería que, cargado de ilusión, se apuntó en esa lista. Si no me borraron cuando dije, en mayo del 2014, que votaría contra el bipartidismo, mi nombre debe seguir en ella. Me gustaría que así fuera. Si me borraron, al caer sobre mí sobre la oportuna excomunión, ya pueden volver al inscribirme en esa lista de honor. 

Sí, Fernando, Manolo, Enrique, Antonio, incluso Fernando Martínez, volveré a votar al PSOE también por la recuperación de mi propia memoria familiar y porque las conversaciones con no pocos amigos me han inclinado a ello. Escarmentado como estoy por las fechorías del PSOE, desde los últimos años de Felipe González hasta el final de Zapatero, creo que los nuevos líderes socialistas merecen, al menos, el beneficio de la duda y, siempre, la presunción de inocencia. 

El mes pasado, en un almuerzo de la Asociación para la Defensa de los Valores de la Transición, que preside mi paisano Andrés Casinello, pregunté a Alfredo Pérez Rubalcaba si debía votar al PSOE, tapándome aún la nariz, o votar a Ciudadanos, tapándome los ojos.

Rápido e ingenioso, como de costumbre, Rubalcaba me respondió:

«Puestos a elegir, yo prefería perder el olfato antes que la vista».

No le faltaba razón. Desde las europeas hasta hoy, he seguido con atención la renovación de la cúpula del Partido Socialista. Aunque a los nuevos líderes les falta un hervor (¿acaso no les faltaba a Felipe González o a Alfonso Guerra en el 82?), observo en ellos una evolución positiva. Tratan de devolver al PSOE los valores de honradez, solidaridad, justicia y libertad que nunca debió abandonar.

En vísperas de las elecciones europeas de mayo de 2014 publiqué en este blog  una reflexión titulada «Mi voto (no sin dolor) contra el bipartidismo».  Al final, después de no pocas dudas, voté a Equo. Quería premiar a los del 15-M. Un homenaje a mi hijo David que pasó muchas horas en la Puerta del Sol para protestar, como él decía, «contra todo, papá, vamos contra todo».

Poco después, Marta Rubí me hizo una entrevista para La Voz de Almería. Esta fue su última pregunta:

-» Por último, una pregunta sobre las elecciones europeas, en las que declaró públicamente no haber votado al PSOE:

“Celebro que los dos grandes partidos PP y PSOE se hayan dado este merecido batacazo para ver si espabilan y entienden que hay otra forma posible, y más limpia, de hacer política. En efecto, no he votado a ninguno de los dos. Fui más a la izquierda. Pero no me cambié de chaqueta. Esta vez, solo la llevé a lavar. Como simpatizante, yo sigo vistiendo la chaqueta de los ideales socialistas. Y si aciertan a limpiarlo de corrupción y de malas prácticas y a ilusionar al pueblo, estaré encantado de volver a votar al PSOE. Si no lo hacen, serán irrelevantes para el futuro de España”.

José A. Martínez Soler en la ultima página de La Voz de Almería del 1 de junio de 2014.

Aunque el PP iba mucho peor, hace años que el Partido Socialista se había ido convirtiendo en una ominosa oficina de colocación plagada de nepotismo, enchufismo y clientelismo. El castigo recibido por ello ha sido tan duro como merecido. Creo que los nuevos líderes han lavado la ropa sucia y parecen dispuestos a cambiar.

Hoy no tengo duda: de las cuatro opciones principales que se nos presentan el 20-D, la del PSOE es la mejor para la España que yo quiero para mis hijos y nieto. En esta decisión ha pesado mi cerebro y, ¿por que negarlo?, también mi corazón. El PSOE fue el partido de mis padres y de mi hermana y es al que votan la mayor parte de mis amigos…

A veces, acierto cuando rectifico. Ojalá esta vez sea así.

 

 

La filantropía del dueño de Facebook da que pensar

No me ha sorprendido la noticia.
Zuckerberg donará 42.000 millones de euros a obras filantrópicas.

Cuando le conocí personalmente, el joven más rico del mundo no me disgustó. La filantropía, en un país como el nuestro, da qué pensar…

https://t.co/OmulhxSerN
Zuckerberg donará 42.000 millones de euros a obras filantrópicas

https://t.co/TmCYZeadQv vía @el_pais

En octubre de 2008 conocí personalmente a Mark Zuckerberg, el creador de Facebook y (con 24 años) el multimillonario más joven del mundo. Almorzamos…
BIT.LY/1XGLDJP
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El creador de Facebook no me pareció gilipollas

En octubre de 2008 conocí personalmente a Mark Zuckerberg, el creador de Facebook y (con 24 años) el multimillonario más joven del mundo. Almorzamos frente a frente en el comedor de la Fundación Rafael del Pino en Madrid.

Después de un par de horas de charla informal y de debate profesional, el joven Mark no me pareció tan gilipollas como le ponen en la película “La red social” que he visto este fin de semana.

No me pareció un tipo tan tímido, huraño, introvertido y soso como le muestran en el cine.  Por el contrario, su charla fue animada y amena y sus reacciones a mis comentarios (algo burlones) fueron simpáticas y rápidas.

Dicen en mi pueblo que no hay ministro tonto ni torero cobarde. Tampoco hay -creo yo- multimillonario humilde. Por eso, quizás, lo que más me llamó la atención en Mark Zuckerberg fue su arrogancia, impropia en un chaval de la edad de mi hija Andrea, aunque haya pasado por la Universidad de Harvard (como yo) y por la Phillips Academy de Exeter (New Hampshire), frente a Riverwoods donde entonces vivía mi suegra, Geraldine Westley.

Uno de los compañeros de mesa y matel -otro emprendedor local- se ofreció a hacernos una foto con su móvil (de ahí la mala calidad de la imagen adjunta). Entonces le dije a Mark que esa fotografía le haría muy famoso en Almería.

“¿Por qué en Almería?”, me preguntó.

“Pues porque estarás a mi lado y porque yo nací en Almería, frente a Africa, donde presumo de ser gloria local desde que salí por la tele”,  le respondí.

El joven multimillonario soltó una carcajada. En la foto aún se pueden apreciar los restos de aquella risa.

El almuerzo del fundador y presidente de Facebook con un grupo reducido de emprendedores españoles, con los que él quería compartir experiencias, fue organizado por la Fundación Rafael del Pino, en su sede de Madrid. No se trataba de una conferencia de prensa sino de un encuentro de caracter privado y, como yo era el único pediodista presente, me comprometí a no publicar el contenido del debate/tertulia para que todos pudieramos hablar como si fueramos libres. Así lo hice. Tampoco se dijo nada especialmente exclusivo ni relevante digno de un titular de prensa. Cada uno de nosotros le contamos nuestra aventura empresarial y él nos resumió la suya. Yo presumí, naturalmente, de haber creado la empresa editora de 20 minutos, un diario líder y una web tan gratuitos como Facebook, aunque con algunos menos usuarios (por el momento, claro).

Cuando comparamos notas sobre nuestras experiencias más o menos locas (yo le gano en fracasos, quizas por mi edad), me sorprendió que él hubiera vivido precisamente en la Kirkland House, un colegio mayor de la Universidad de Harvard (Mass., EE.UU.), la misma House (que sale en la peli) a la que yo estuve afiliado cuando pasé por Harvard en 1976-1977 como Nieman Fellow de Periodismo.

También fue casualidad que Mark hiciera el bachiller en la Phillips Academy de Exeter, que yo visitaba cada año cuando iba a ver a mi suegra. La Phillips Academy es un vivero de estudiantes pijos desde donde salen disparados hacia las universidades mas prestigiosas de la Ivy League (la Liga de la Hiedra, porque sus edificios bi o tricentenarios de ladrillo macizo suelen estar cubiertos de hiedra). Con tantas coincidencias personales, la conversación fue my animada y simpática durante el almuerzo. En el postre, pasamos al debate profesional off the record donde pudieron intervenir los demás compañeros de mesa entre los que destacaban jovenes empresarios/creadores de primera fila (que no quiero citar sin su permiso).

Pese a que el personaje de Mark Zuckerberg que se muestra en “La red social”, recién estrenada en España, no responde exactamente a la imagen que yo tenía de él, tras aquel breve encuentro de un par de horas en Madrid, la película me gustó y la recomiendo a todos los que estamos apuntados a Facebook e incluso a quienes tienen alergia a las redes sociales. Entre Facebook y Skype suman ya 1.000 millones de usuarios, lo que se dice pronto. En 2003, desde su habitación en la Kirkland House de Harvard, este chico inició una revolución auténtica en el modo de relacionarse de los seres humanos y merece crédito por ello.

No es, pues, de extrañar que sus colegas de universidad y sus primeros socios y amigos -que fueron quedando apartados en el camino del éxito- sintieran envidia, celos o deseos de venganza (o de sacar alguna pasta del pleito) contra quien triunfó utilizando parcialmente algunas ideas propias y otras prestadas.

Mark tuvo una idea y persiguió obsesivamente su realización hasta llegar al éxito. Y es que las ideas -sorry- son de quien las realiza y no del primero que las tiene pero es incapaz de llevarlas a cabo. Sus colegas ricos tuvieron una idea semejante, pero su obsesión estaba centrada en el campeonato de remo y no en la creación de la red social. Su mejor amigo discrepó de él, insistiendo en meter publicidad en Facebook, quizas demasiado pronto, y fue apartado de la empresa. Y su otro socio -el creador de Napster- fue despedido tras un escándalo de drogas.

La película es dura con Mark Zuckerberg. Es el resultado de un par de libros sesgados y de haber hablado principalmente con los perjudicados por la obsesión del creador de Facebook por llevar a cabo su invento a cualquier precio. Incluso al alto precio de perder el amor de su chica. Es una historia patética de éxito que vale pena ver en el cine, aunque en esta peli salgan mas molinos que gigantes… El gigante Zuckerberg no ha querido participar en la peli. No quiso hablar con los peliculeros y no es una versión autorizada por él. Creo que hizo bien. Aún es pronto.  Tiene tan solo 26 años y preside una empresa valorada en 25.000 millones de dólares. Y, además, ya es famoso en Almería. ¿Qué más quiere?

La bandera que me dio repelús

Mi primera reacción al ver al joven líder socialista arropado por una inmensa bandera de España fue de repelús. Sentí un cierto sobresalto. Casi un escalofrío. Pensé en mi padre, socialista y teniente del Ejército de la II República, que se jugó la vida bajo la bandera tricolor.

Pedro Sánchez, lider del PSOE. (22-VI-15)
Pedro Sánchez, lider del PSOE. (22-VI-15)

La segunda reacción fue más fría, cínica quizás: !Qué pillo y opotunista este Pedro Sánchez: gira hacia el centro y le quita símbolos (y votos) a la derecha!

Luego, fugazmente, me acordé de Santiago Carrillo con la bandera bicolor. Ya sin la gallina de Franco. Y de aquella noche en casa de Luis Solana, pergeñando un escudo que sustituyera al águila imperial de la ominosa Dictadura.

Nos gustara o no, cuando se aprobó la Constitución de 1978, la bandera  de Carlos III, de la I República y de la Dictadura (sin águila) se convirtió legalmente, por voluntad popular, en la de todos los españoles.

No fue fácil. Hice de tripas corazón, compré un metro de tela bicolor y, el 6 de diciembre de aquel año, armado de valor y con el corazón partido entre el amor y el temor, la clavé en la puerta de mi casa. A la hora del aperitivo llamaron a mi puerta. Eran los vecinos de la parcela de atrás: el coronel Lisarrague (hermano de un profesor de Sociología que tuve en la Facultad) y su esposa.

¿Qué hace usted con mi bandera en su puerta?», me dijo el viejo coronel, sin ocultar cierto brillo cómplice en sus ojos.

Le repliqué, entre sonrisas:

-Hasta ayer ésta era su bandera y no la mía. Pero desde hoy es también la mía. Y deberíamos celebrarlo… mi coronel».

Pasaron a casa y, no sin emoción, tomamos juntos el aperitivo con nuestro primer brindis de la concordia.

A partir de entonces, hice esfuerzos para perderle el miedo a la bandera bicolor. Había sido la del enemigo durante los años de lucha antifranquista. Y aún era paseada por las calles de Madrid, con brabuconería -gallina incluida-, por los nostálgicos de la Dictadura.

Al año siguiente, al cruzar por Isaac Peral, en la Plaza de Cristo Rey, me vi sorprendido por una manifestación, pequeña pero ruidosa, de franquistas armados de banderas bicolores, aguilucho negro incluido. Otra vez volví a tener miedo antes semejantes símbolos. Miedo y rabia.

Trabajaba yo entonces a las órdenes de Fernando Abril Martorell, vicepresidente económico del Gobierno de Adolfo Suárez. Al despachar con él, le conté mi reacción ante el uso y abuso callejero de la bandera franquista, que ya era anticonstitucional. Le insistí en el daño que eso producía a la ansiada concordia en torno a un símbolo que debería ser querido y no temido por todos los españoles.

No dijo ni pío. Siguió fumando y paseando a grandes zancadas por aquel despacho de Castellana, 3, que había sido del almirante Carrero Blanco. («Y de don Manuel Azaña», solía añadir Abril Martorell, coautor de la Constitución del 78, maestro y amigo).

Unas semanas más tarde, en otra hora de despacho, el vicepresidente me entregó un ejemplar abierto del Boletín Oficial del Estado. Con el índice me señalaba un párrafo. Apuntaba nada menos que a un artículo por el que quedaba prohibido el uso público de símbolos anticonstitucionales, etc.

Con la camiseta repúblicana del Mundial.
Con la camiseta repúblicana del Mundial.

Fue un nuevo pequeño paso en la transición desde la guerra civil (que, para mi, habia terminado con la muerte del dictador en noviembre de 1975 precedida, dos meses antes, por sus últimos fusilamientos) hacia la paz y la concordia constitucional nacida el 6 de diciembre de 1978. (Pese a lo que dicen algunos libros de historia, la guerra civil no acabó en 1939 sino en 1975. En 1939 no empezó la paz sino la victoria, simbolizada por la bandera bicolor con el aguila imperial y por la de Falange.)

Debo reconocer que aún me impresionan las banderas bicolores, aunque, al segundo, digo para mi que ya no hay nada que temer. Que esos colores ya no son, de hace 37 años, los del enemigo sino los míos, los nuestros, los de todos. Afortunadamente, mis tres hijos han crecido viendo dos banderas juntas en casa: la de España y la de Estados Unidos. Con naturalidad, representando a sus dos culturas.

A mi me gusta más escribir con las plumas que me prohiben...
A mi me gusta escribir con las plumas que me prohiben…

Pero sin olvidar los ideales y la historia familiar republicana. En lugar de honor, tenemos la tricolor, también constitucional, aprobada por los españoles en 1931. Lindos colores. En el salon y el jardín. Y en nuestro corazón.

Mis ideales son republicanos. Respeto la bandera bicolor actual, la que luce sin complejos Pedro Sánchez, porque es la que ha sido aceptada por los españoles y, por tanto, también es la mía y la de Rafa Nadal y la selección española de fútbol y baloncesto…

Pero los sueños son libres. Algún día, los españoles podremos decidir recuperar legal y pacíficamente la bandera tricolor que representará los ideales de la III República.

Desde muy niño, mi padre me la cantaba así: «…bandera republicana…llevas sangre, llevas oro, y, por tus penas, morada…».

Lindos colores "14 de abril".
Lindos colores «14 de abril».

Amén.